La manifestación del Mal en el mundo actual
Pocos temas suscitan reacciones tan morbosas en la humanidad como el asunto del mal. El ser humano parece sentirse atraído, cual vértigo por el abismo, por las diferentes manifestaciones de la oscuridad, y confirmación de todo ello es que la dualidad entre el bien y el mal ha jugado un decisivo papel en las cosmogonías de las diferentes filosofías y religiones.
No es objeto de estas líneas entrar a analizar cómo ha tratado cada cultura el Mal Absoluto desde el punto de vista espiritual, y qué concepción concreta de lo bueno y lo malo ha hecho cada filosofía. Varios artículos en esta Revista analizan con profundidad esa dimensión indispensable del saber y sentir humano , y remitimos a los mismos a aquellos que deseen bucear en esta temática.
En cambio sí consideramos interesante detenernos en reflexionar sobre la interpretación que el consciente y subconsciente del ser humano actual hace del mal. Y es que la respuesta que se de a la pregunta ¿qué es actuar con maldad?, puede definir en uno u otro sentido la construcción de una estructura ética valida para toda la Humanidad.
Lograr ponerse de acuerdo a unos principios básicos en los que cimentar una cosmovisión sobre lo que está bien y lo que está mal no es asunto fácil. Hay personas creyentes; otras se definen agnósticas y aun otras ateas. Respecto a las creyentes, cada una de ellas se adscribe a un sistema religioso, con un conjunto normalmente cerrado de verdades dogmáticas, que iluminan sin posibilidad de discusión una manera de comportarse para sí y para los demás, fuera de la cual impera el reino del pecado, de la oscuridad, del mal. El problema es que los dogmas religiosos de las diferentes creencias no coinciden con frecuencia, al menos en lo referente a la manera de orientar el comportamiento humano práctico.
Así comportamientos que en ciertas culturas son tenidos por normales y aceptados, son profundamente repugnados por otros pueblos, que verán la encarnación del mal donde aquellos solo percibían el devenir cotidiano del bien. No es fácil de esta manera consensuar qué actuaciones u omisiones pueden ser consideradas unánimemente como malignas, y por tanto reprobables. Se hace necesario adoptar una serie de premisas generales que, pudiendo ser aceptadas por todos (o casi todos), constituyan el andamiaje sobre el que poder edificar una teoría de la manifestación del mal contemporáneo.
¿El Mal es el demonio con cuernos y tridentes? ¿O no?
La tradición judeocristiana, con su terrorífica creencia en un infierno donde penan eternamente almas sufrientes, ha contribuido esencialmente a transmitir, sobre todo en Occidente, la visión de un demonio o diablo, paradigma de todos los vicios y defectos del ser humano, elevados estos a su máxima expresión. Este ser, siempre feo, y horrendo, maloliente y malhumorado, ha sido el arquetipo antropomorfizado del Mal, en el sentido de que a través de su privilegiado instrumento, “la tentación”, ha conducido permanente al ser humano a la perdición, máxima y mas trágica consecuencia de ese Mal Absoluto.
Para un estudio de la verdadera funcion de personajes tan míticos como Satán, Lucifer, Mefistófeles o Ahriman nos remitimos de nuevo a los artículos publicados en la Revista Biosofia . Aunque más allá de nombre y consideraciones particulares, nos interesa indagar en el contenido de ese mal que parecen personificar. Para ello adoptaremos un consenso sobre lo que consideramos maligno.
No es aventurado suponer, al menos como hipótesis de trabajo, que el Universo no es fruto de un azar casualistico, sino que responde a un modelo de evolución constante y ascendente, es decir, que del estudio de las propias leyes de la biología, la cosmología, la geología o la historia podemos deducir que el nivel de complejización del Universo desde el Big-Bang no ha sido sino en aumento. Y esta complejización, analizando los reinos mineral, vegetal, animal y humano, al menos en nuestro planeta, puede utilizarse como sinónimo de perfeccionamiento, o lo que es lo mismo, la creación de estructuras cada vez más complejas no ha supuesto un proceso degenerativo o autodestructivo, sino más bien al contrario, una cada vez mayor capacidad de adaptabilidad y por ende de adaptación.
El cómo se produce esa constante búsqueda de la perfección es objeto de polémica. Para unos será a consecuencia de la intervención directa y consciente de un Dios personal, que rige de manera arbitraria los destinos de
Su Creación. Para los neodarwinianos en cambio será la consecuencia del azar, motivado por una incansable e interminable cadena de mutaciones aleatorias de la materia, que por casualidad ha dado lugar a la existencia del Universo y de nosotros mismos. También existen quienes piensan que el Universo no es regido por ningún dios personal que interviene según su libre albedrío en los eventos que acontecen en la Creación, aunque tampoco es el azar o la mutabilidad casual la que ha determinado que el Universo sea lo que es, sino que sigue unas líneas de desarrollo evolutivo y de perfeccionamiento delineadas previamente, al menos en su generalidad. Es la teoría de diseño inteligente, donde la teoría evolutiva científica y la existencia de Fuerzas conductivas del devenir universal se dan la mano.
La posición de la Sociedad Biosófica, editora de esta Revista, se acerca, al menos en parte, a esta cosmovisión. Consideramos que no hay un Dios que premia y castiga a su libre antojo, aunque sí existe una Realidad Superior que ordena y produce automáticamente las leyes por las que se rige el Universo. Y esas leyes pasan necesariamente por la Evolución constante, y por la tendencia innata de todos los Reinos de la Naturaleza hacia una búsqueda de la perfección de sus arquetipos ideales. Todo en el Universo progresa hacia mejor, con altibajos eso sí, pero en una interminable y espiralada Escalera de Jacob. El Big-Bang marcó el comienzo, y el Big Crunch, o reasunción en el Punto Alfa del que todo surgió, marcará el final de la manifestación, cuando todas las partes hayan alcanzado el mismo nivel de perfección que el Plano del que emanaron.
Con esta hipótesis de trabajo podemos establecer “La Hoja de Ruta” con la que guiarnos en ese farragoso sendero que supone determinar qué es lo maligno en nuestra sociedad actual.
Evolución y parálisis
El ser humano no es ajeno a ese eterno peregrinar en busca de su fuente original. Si podemos de alguna manera definir cuál es el objetivo de la etapa humana, este sin duda será el de desarrollar, de una forma cada vez más omnicomprensiva la conciencia. La conciencia en el hombre pasa por la autoconciencia, por el famoso “Pienso, luego Existo”. Es un trabajo de ampliación de una cada vez más abarcante capacidad de contactos con su medio ambiente. Lo físico, lo emocional y lo mental son los tres parámetros en que se expande y profundiza la conciencia humana. Ser capaz de percibir en su más completa acepción, y cada vez más intensamente, define el trabajo evolutivo que desarrollamos. Y la capacidad de adaptación voluntariamente buscada es el resultado de ese entrenamiento receptor. El camino de la casi inconsciencia a la superconsciencia marca el itinerario que sigue la familia humana desde hace millones de años, y la medida de su avance marca la medida de su éxito.
De esa manera podemos colegir que todo aquello que favorezca la profundización y apertura de conciencia es “bueno”, y va en la dirección evolutiva. Y todo lo que retrase, desvíe o paralice ese trabajo de búsqueda de un cada vez mayor nivel de conciencia será “maligno”, por militar en contra de las energías y líneas que favorecen y marcan la evolución.
Esto nos permite explorar qué elementos o conductas humanas podemos designar como “instrumentos del mal”, no porque constituyan acciones personales de una entidad que busca la perdición de los seres humanos, y que se encuentra enfrentada con un Dios también personal, sino porque suponen actitudes o tendencias que retrasan el programa o Plan de perfeccionamiento de la humanidad en su conjunto, y del ser humano en particular.
El Mal en nuestra sociedad
Si realizamos una encuesta, buscando una repuesta apresurada y poco meditada sobre cómo se manifiesta el Mal o el Maligno en nuestra sociedad, encontraríamos que gran parte de los encuestados contesta que la acción de grupos satánicos es una forma clara de acción maligna, y que además, como ya hemos dicho “la tentación”, para que el ser humano caiga en los vicios cotidianos, también representan un privilegiado instrumento demoníaco.
Sin entrar a valorar esos dos elementos, no creemos que la acción de las fuerzas “antisistema”, o “antievolutivas” vaya de manera prioritaria por esos derroteros. Ni la mayor parte de los que se adhieren a las sectas “oscuras” lo hacen con una voluntad de clara oposición al progreso del Universo, ni lo que llamamos “tentación” puede separarse del proceso benéfico por el que el ser humano consigue controlar poco a poco su equipo físico, emocional y mental.
En cambio sí existen factores que paralizan o dificultan claramente la apertura de la conciencia humana. Son expresiones que suelen afectar a las colectividades, y no tanto a las personas de manera individualizada, logrando efectos de amplio alcance y generalizada eficacia, ya que su influencia se implementa en usos sociales, para luego asentarse en el comportamiento personal. Y como toda fuerza aplicada, necesita previamente de una energía que la ponga en movimiento. Precisamente la búsqueda de esa energía es motivo de actuación de esas fuerzas, cerrándose un tenaz círculo vicioso de móvil y necesidad de instrumento para llevarlo acabo.
Pongamos un ejemplo. Históricamente se sabe que existen violentas pasiones o emociones que “anclan” al ser humano en bajos niveles de conciencia, impidiéndoles elevarse a esas puras regiones de la mente donde la conciencia es más libre. Y de esas emociones el miedo es una de las que genera más energía, en este caso claramente negativa. Esto podemos experimentarlo cuando, después de haber sufrido alguna situación de gran temor o miedo, quedamos prácticamente exhaustos, sin fuerza. Nuestro cuerpo, a todos los niveles, ha perdido gran cantidad de energía, y ya sabemos que la energía no se destruye, solo se transforma.
Pues bien, en el caso de situaciones en que se genera un terror colectivo, donde se encuentra disponible una gran cantidad de energía, “donada” de manera inconsciente por multitudes aterrorizadas, esa energía puede ser “captada” y utilizada, volviéndola a retornar a las victimas, aumentando su temor, y generando así mayor cantidad de energía.
Aunque no es objeto de estas líneas profundizar en qué o quiénes son beneficiarios de este colosal deposito de energía, creado por el miedo que sufren grandes grupos de personas, se dice que en el inconsciente colectivo de la humanidad existirían, en planos más sutiles al físico, auténticos egrégores o formas mentales y emocionales, que “absorberían” esa energía como alimento para su existencia, y de manera automática coadyuvarían a la creación de nuevas condiciones o situaciones que les permitiese volver a disponer de “alimento energético” para su supervivencia. Dejamos aquí una pista sobre ese misterioso proceso conocido con el nombre de vampirismo energético…
De esa manera las grandes guerras, masacres colectivas, limpiezas étnicas, etc., supondrían momentos privilegiados para captar esa energía “robada”. Un genocidio como el de Ruanda liberó potentes oleadas emocionales de tenor negativo, fue absorbido por esas “formas energéticas”, las cuales a su vez interactuaron de la manera adecuada para propiciar nuevas situaciones parecidas.
La creación de circunstancias favorables a la generación de miedo atroz en una colectividad ya es suficiente para atribuir a esa situación el adjetivo de “maligna”. Aunque no es el único elemento negativo, ya que los efectos en la conciencia de quienes padecen ese miedo son devastadores., Quien teme algo genera instantáneamente una coraza, un caparazón, una muralla alrededor de sí que limita en vez de expandir su conciencia. En ese momento el instinto de supervivencia se instala como rey absoluto de la percepción, impidiendo nuevos contactos, difuminando los planos superiores, anclando a la persona en bajos niveles.
Es esta consecuencia la que define la “creación” de miedo o temor como una acción auténticamente del “Mal”, ya que impide al Ser Humano elevarse o progresar en su camino evolutivo. Lo demoníaco se manifiesta en su naturaleza más descarnada, acentuando el sufrimiento y retrasando la evolución. ¿Qué puede ser más negativo?
Condiciones negativas para la conciencia
Veamos otro caso; si realmente las bajas pasiones son auténticos manantiales de energía de baja frecuencia, muy útiles para la “manutención” de esas egrégoras o formas “karma-manasicas”, o mental-emocionales, cualquier situación que mantenga al ser humano en bajos niveles vibratorios podrá considerarse “maligna”.
Con frecuencia asistimos a un constante bombardeo de estímulos que excitan esas bajas pasiones: sensualidad animal, diversión desenfrenada, botellones, programas de contenido zafio. Más allá del concepto moral de cada persona, la realidad es que dichos estímulos obligan a quien se hace eco (y porqué no decir esclavo) de los mismos, a permanecer en esos niveles inferiores de conciencia. Cuanto más inferior es el nivel vibratorio, menos conciencia se desarrolla en el ser humano. Eso le impide “direccionar” su energía hacia planos superiores, quedando sujeto sin posibilidad de escape a sus pasiones, emociones poco destiladas, pensamiento inferior y acciones instintivas. En estas circunstancias esa energía también queda disponible para ser absorbida por esos “agujeros negros” de malignidad, donde se concentran y retroalimentan las mas bajas tendencias de la Humanidad.
Por tanto nos encontramos ante una situación en que se favorece el que la Humanidad permanezca en su conjunto anclada en un tenor vibratorio que no le permita evolucionar. Esta situación puede ser definida como de adormecimiento de la conciencia colectiva e individual, retrasando en forma destacable el desarrollo de despertar de dicha conciencia. Lo que se ve, se lee, se siente, no es neutro, condiciona nuestro despertar. Si lo que hacemos, vivimos, sentimos y pensamos es de naturaleza inferior, nuestra conciencia permanecerá dormida. Si aplicamos elevados pensamientos, sentimientos y acciones, nuestra conciencia se abrirá a lo superior, expandiendo su percepción del Universo. Lo maligno será fomentar esa vulgaridad, zafiedad o mordacidad. El refrán castizo de dar al pueblo “pan y circo” para tenerlo dominado y adormecido cobra una realidad muy destacable…
Un último ejemplo
Finalicemos esta ejemplificación. En nuestra sociedad se ha generalizado la idea de que ya que no hay nada después de esta vida, que lo mejor es vivirla muy intensamente, dejándose llevar por el instinto de la personalidad. El “a vivir que son dos días”, o el “solo se vive una vez” se ha convertido en el slogan que justifica cualquier exceso a cometer.
Aunque la naturaleza es sabia…, y una vez que el ser humano ha apurado hasta la ultima gota del elixir de la vida disoluta, un gran vacio se instala en su interior, como aviso de que algo va mal. Y eso es trasladable a la Humanidad en su conjunto.
En especial en los países desarrollados, donde las necesidades básicas están satisfechas, la sociedad de consumo se ha instalado, haciendo que las personas “disfruten” más y más de supuestas comodidades, hasta que agotado su frenesí, elevan su mirada en busca de respuestas a sus más profundos interrogantes.
Este es el sistema lógico que la Naturaleza ha implementado, haciendo que primero se viva la experiencia, y luego se trascienda, buscando la conciencia niveles más elevados de realización. Es el paso natural, individual y colectivo, de la niñez a la adolescencia, y de esta a la madurez.
Pero este camino balizado ha quebrado en la actualidad. En vez de suponer la sociedad de consumo una oportunidad para generar nuevos ideales que ampliaran la conciencia, se ha instalado un sentimiento de frustración, desesperanza y vacío vital que también provoca un “encarcelamiento” de la conciencia.
La destrucción de la esperanza es probablemente el mayor crimen que puede cometerse contra el ser humano. La esperanza es el motor de progreso, el impulso de la evolución. Es el “clavo ardiendo” al que nos agarramos cuando todo falla, cuando el destino parece conspirar en nuestra contra. Por ello, arrebatársela a alguien es arrebatarle la fuerza que dispone para avanzar, es atarle a los planos inferiores de manera permanente, es dejarle desproveído de su dignidad más elemental.
Cuando oímos o vemos actitudes que abundan en la desesperanza, frustración, escepticismo, cinismo, etc., estamos probablemente asistiendo a pequeñas manifestaciones del Mal intrínsecamente puro. No es concebible una actitud maligna de tenor más poderoso que introducir la desesperanza en un ser humano o en la Humanidad; porque ese momento provocamos la “desconexión” de la persona con sus principios superiores, limitando su conciencia a niveles exclusivamente animales. Y desgraciadamente nuestra sociedad se ve sometida constantemente a mensajes y estímulos que introducen frustración, escepticismo y desesperanza. Deberíamos plantearnos si esa no es una manifestación claramente demoníaca.
Epílogo
El ser humano, célula de ese organismo vivo denominado Humanidad, participa del impulso irresistible de perfección que anima todo el Universo. Todo aquello que favorece esa energía de crecimiento y evolución puede definirse como beneficioso. Todo aquello que confina la conciencia a niveles inferiores, de baja vibración, paraliza u obstaculiza esa evolución, pudiéndose considerar como manifestación del “Maligno”.
La manera más efectiva de luchar contra el Mal no es enfrentándose con él, sino generando las condiciones contrarias. Ante zafiedad y vulgaridad, altura de miras, pureza de móviles y de acción; ante el sufrimiento doliente de la humanidad, esfuerzo por la creación de condiciones favorables al desarrollo integral de la conciencia del ser humano. Ante la desesperanza y la frustración, transmisión del entusiasmo que nace del convencimiento de que no todo acaba con la muerte, sino que la vida terrena es un eslabón más del interminable itinerario evolutivo del ser humano. Despreocupémonos del Mal, y alistémonos en las Filas del Bien. La Victoria esta asegurada.
La Redacción
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