Sobre la necesidad de los ejercicios para el desarrollo oculto
Cuando la naturaleza y la biología se violentan, por la herida asoman los Asuras. Durante muchos siglos, la mayor parte de las diversas corrientes ocultas de uno y otro signo, se han tomado cantidad de molestias para castrar a sus personajes relevantes, con contadas e insignes excepciones, ya fuese de forma física efectiva como en el representativo caso de Klingsor, o ya fuese de forma simplemente psíquica, en ambos casos, una castración es una castración.
Nadie puede dominar una actividad – y la sexual no es una excepción – si no ha logrado primero un dominio y control absoluto de la misma, lo cual jamás podrá obtenerse mediante la represión. El que uno se corte materialmente sus decorosamente designables como ‘partes nobles’, no le proporciona un ápice de maestría, sino un caudal de ignorancia, y un acúmulo de energías etéricas que inevitablemente, antes o después, entrarán en proceso de descomposición. Maestro es el que sabe ejecutar un arte con absoluto domino y perfección. Nadie consideraría como excelente pintor o escultor a alguien que se hubiese cortado las manos. Lo que no es válido para la actividad artística o técnica, tampoco lo es para la que consideramos ahora. Nadie se hará campeón de carreras de fondo taponándose los pulmones.
Un maestro de la sexualidad será el que la sepa ejercer de forma idónea para suministrar a su cuerpo y a su psique el oportuno recambio sexual, e igualmente a sus compañeras o compañeros, según el caso y sexo. Y, asimismo, afecto, amor y revitalización a su pareja del momento. Igualmente, que sepa hacer hijos preciosos y perfectos cuando esa sea la conveniencia del momento y el mundo espiritual lo precise. Nada de todo ello se puede lograr con la represión y la castración.
Otro tanto habría que decir de las prácticas tántricas, que aunque proceden de un contexto en el que el hecho y las energías sexuales eran mucho mejor conocidas, no obstante adoptó una orientación desviada al introducir lo antinatural en sus métodos, y eso siempre es un error definitivo. Yo, desde mi humilde punto de vista, creo entender que, al menos en lo que concierne a los funciones fisiológicas y a la estructura de los organismos, el Verbo Creador, el Cristo, supo bastante bien lo que hacía cuando las diseñó y las dio forma, y no creo qué sea preciso enmendarle la plana. Por lo que podemos tener constancia, hasta la fecha todos los métodos de desenvolvimiento que, consisten en ir en contra de la naturaleza han solido terminar todos en catástrofe para sus seguidores.
Sinceramente, me parece muy importante aclarar estos puntos. En nuestro mundo material hay muchas cosas que no están bien, pero no son -ni los organismos, ni las funciones fisiológicas precisamente, sino las interferencias de las Entidades de la Obscuridad. Todo lo restante es, al fin y al cabo, el resultado del anterior Periodo de Manifestación, el Lunar, que dio como producto un Cosmos de Sabiduría, donde cada cosa ocupa su lugar. No me pondría yo a enmendarle la plana a las Jerarquías Creadoras en cuanto al diseño anatómico de un hueso, pongamos por caso, entonces ¿por qué cualquiera se cree en condiciones de pontificar acerca de la función sexual y del horror y la degradación que supuestamente lleva implícitos?.
Confundiendo la gallina con el huevo, determinados instructores ocultos atribuyeron a lo que no es más que otra función fisiológica unas características que nunca habría padecido si se la hubiese dejado en paz, como ha sucedido con la nutrición o la excrección. Si hubiésemos cargado a cualquiera de esas funciones con semejante tabú, con certeza que su desarrollo se habría convertido en anormal, porque no hay mejor método para dejar un ámbito en manos de los Asuras que el romper su correcta armonía y equilibrio.
Aspectos ocultos del hecho sexual
Ya consideramos en un ensayo anterior los posibles aspectos ocultos y espirituales del hecho sexual. Ya sabemos que involucra el Fuego Cósmico que suele designarse como perteneciente a Yahvéh, lo cual no es correcto, ya que el no es su creador, sino el Verbo, el Logos, del cual él es únicamente un representante. Pero esas fuerzas, u otras inmediatamente próximas, se hallan asimismo involucradas en el acto del pensamiento o en el metabolismo, en la destrucción y posterior recomposición de las moléculas de cualquier sustancia que penetra en nuestro intestino, tal como explica Steiner. En todas nuestras funciones fisiológicas subyacen energías espirituales trascendentes. Si cualquiera de ellas hubiese sino denostada y cargada de no se sabe qué amenazas de condenación eterna, estaríamos todos incapacitados mentales o dispépsicos, es decir, habríamos conseguido subvertir un proceso natural y limpio, cargándole de proyecciones negativas que nada tienen que ver con él. Exactamente eso es lo que se ha hecho con la función sexual, sin que nadie nos haya sabido o querido explicar el porqué de una forma medianamente convincente.
Personalmente, creo que he dado, al menos con una parte de la respuesta, que, curiosamente, viene a coincidir con lo que, de manera muy escueta y pedestre exponía el pintoresco (pero no por ello menos conocedor de muchos aspectos esotéricos) Lobsang Rampa, tan de moda en los primeros setenta. Rampa, quienquiera que fuese su verdadera identidad, explicaba en un solo párrafo que el problema sexual lo habían inventado las religiones instituidas porque sus sacerdotes temían que las personas normales pudiesen activar su Kundalini y constituirse así en su competencia. Este escritor, de producción tan desigual, que abarcaba desde muy verosímiles descripciones de costumbres de los lamas tibetanos, hasta verdaderos delirios, como sus narraciones sobre el tema de los ‘Jardineros Extraterrestres’ que dominaban a la humanidad, o el diario supuestamente escrito por una de sus gatas, poseía un efectivo conocimiento oculto, y con un lenguaje sumamente caustico, muchas veces decía interesantes e incluso evidentes verdades. Por tanto, la afirmación sobre el tema sexual a la que nos referíamos, no debería resultarnos del todo despreciable, en particular si nos tomamos la molestia de compararla con las explicaciones de Steiner acerca de las claves contenidas en la Leyenda del Templo y las verdaderas finalidades ocultas de la Francmasonería.
Claro que Rampa, como la mayor parte de los seguidores de las corrientes orientales -suponiendo que realmente lo fuese, lo que, hasta cierto punto, no es lo más importante – se desautorizaba a sí mismo en cuanto hablaba sobre su propia experiencia, ya que, en ese sentido, él no era más que el representante de una de esas religiones que criticaba, sometido a voto de celibato y entrenado para ver en las mujeres únicamente un esqueleto recubierto de carne y ropa, en un sentido Budhista clásico.
Volviendo a las prácticas tántricas, lo que hemos podido llegar a conocer en Occidente viene a ser peor que la simple y tradicional represión, que ya es de por sí bastante antinatural y produce bastantes desastres. La inversión de los procesos fisiológicos, que siempre ha fascinado a los Hindúes, tengo la convicción de que puede resultar aún más nefasta para los Occidentales. Los yoguis hindúes lo pasan muy bien demostrando cómo pueden introducir un objeto por el ano y sacarlo por la boca, es una hazaña digna de aparecer en el Guinnes, pero no se nos ocurre que clase de relación pueda tener con el desarrollo espiritual.
Manteniéndose siempre en esa veta fakírica y espectacular, los tántrikas hindúes desarrollaron una metodología para poder llevar a cabo la función sexual de manera que el hombre, en la eyaculación, en lugar de expulsar el semen en la vagina de su compañera lo reintrodujese dentro de su propio organismo, lo cual, automáticamente, convierte ese acto en una masturbación, es decir, en algo que no implica un verdadero intercambio amoroso entre dos seres humanos complementarios, sino en un hecho antinatural, que retiene unas energías, con toda probabilidad para que sean aprovechadas por entidades inmateriales para sus propios fines, cuando menos inquietantes y cuestionables.
Ni que decir tiene que los patrocinadores de tales absurdos mantienen que producen toda clase de liberaciones y realizaciones, de lo cual no tenemos ninguna constancia. Lo único que podemos decir al respecto es que lo más hermoso del acto sexual es la mutua entrega que se produce (o debería producirse) en el momento del orgasmo, cuando las energías que previamente habían estado retenidas en cada uno de los miembros de la pareja, son vaciadas en el otro, y lo que hubiera constituido un principio de patología, de mantenerse retenido en su originador, al descargarse en el otro, por el milagro transformador del amor, se convierte en fuente de vida y compensación. No existe sobre nuestro mundo material, mejor ni más completo símbolo de la comunión entre los seres, cuando se realiza como es debido, cosa que, a fin de cuentas, no es tan difícil, y lo sería mucho menos si no hubiesen existido tantos instructores y maestros que nos enseñaran todo acerca de las formas más inadecuadas de entender tal proceso.
Realizado en la forma descrita, el hecho sexual deposita las energías en donde deben estar, y, en definitiva, son recuperadas por el Cosmos y allí restituidas a su condición original, para volver a ser otorgadas al organismo humano durante el sueño, cuando el cuerpo astral se expande en el cosmos y el cuerpo etérico es recargado desde la Ciudad Blanca del Grial.
Como ya señalábamos en un trabajo anterior, en este tema como en todos el guía inequívoco es el sentido común y la tendencia al equilibrio, huyendo de los extremos. Tan mala es la represión y la abstinencia absolutas, como el descontrol. Es importante aprender a escuchar al organismo, y entender sus correctas necesidades. El problema es que, cada vez más, debido a la clase de vida y a los estímulos anárquicos de nuestro entorno, muchos individuos reaccionan con un comprensible descontrol. Vivimos en una civilización adrenalínica, la ‘cultura del stress’; las suprarrenales propician una sexualidad descompensada y cargada de agresividad, como hemos asimismo analizado en otras ocasiones. Si consiguiésemos transferir nuestra sexualidad del sistema simpático al parasimpático o vago, habríamos ganado mucho, y pasaríamos de obtener un desgaste astral a conseguir un equilibrio energético etérico.
Claro que, para ello, sería necesario defenderse de las agresiones medio ambientales y conquistar suficientes momentos de paz interna, desplazando, poco, nuestra sensibilidad hacia nuestro cuerpo etérico, es decir, haciéndonos más flemáticos.
Lo que se debería enseñar, no es la represión, ni la condena de ninguna función corporal, sino la adecuada forma de administrar las propias energías para una mayor eficiencia personal y un conveniente y fructífero uso social.
Si queremos aprender a usar nuestras energías etéricas de una manera lo más idónea o ‘económica’ posible, lo cual es un objetivo esencial en el ámbito del desarrollo oculto, hay algunas cosas que debemos saber.
Las energías etéricas, antes de especializarse como sexuales, pueden invertirse en muchas cosas, una de ellas es precisamente el desarrollo de nuestra sensibilidad hacia lo suprasensible y hacia los valores éticos.
Por supuesto, el sistema en el que vivimos hace cuanto está a su alcance para evitar que queden para nosotros, para nuestro propio uso y disfrute, ni el menor remanente de esas energías, que él vampiriza, no tanto para alimentarse a sí mismo (porque su alimento idóneo es el sufrimiento de los seres vivos y las emanaciones de la sangre derramada con violencia), sino para impedir el correcto desenvolvimiento del género humano.
La verdadera y última explotación del ser humano, no es la que explicaba Karl Marx, la cual no es más que una especie de caricatura superficial. La explotación esencial, la que verdaderamente le interesa al sistema establecido, no es la económica, ni la física, sino la energétíco-espiritual. Es la castración de las posibilidades de desarrollo espiritual del ser humano, en su misma fuente. Vaciarle de sus energías etéreas para que le sea imposible continuar con su proceso normal de desarrollo evolutivo.
A tal fin emplea, entre otros múltiples recursos, los ruidos, la música máquina, y las jornadas laborales interminables, que no suministran mayores rendimientos ni mayor productividad efectiva a los empresarios, pero que sí eliminan para los empleados la posibilidad de una sana vida familiar y de cualquier actividad constructiva que la persona pudiese llevar a cabo en su tiempo libre.
Por todos los medios se impide que el ser humano llegue a cobrar un auténtico estado de conciencia, lo que otras veces hemos designado como conciencia supervigilica, teniendo en cuenta que si lo que ahora utiliza la humanidad común, se supone que es un estado de vigilia, precisa de un verdadero salto cualitativo para darse verdaderamente cuenta de que la están explotando de una forma vergonzosa, descarada, vil e indignante, cosa en lo que, hasta el momento, la mayoría amplísima consiente sin rechistar.
Bien. Suponiendo que hubiésemos, de forma extremadamente hábil, conseguido reservarnos algunas de esas energías, que, nunca lo olvidemos, son nuestras de pleno derecho, entonces estaríamos en situación de invertirlas en algo que merezca la pena, ya sea nuestro propio desenvolvimiento, o un proyecto social, el cultivo de una amistad, escribir un libro, etc..
Pero, no es este el único combustible del que podemos disponer. Aún una vez ya especializadas las energías etérícas como sexuales, aunque no deban destinarse a actividades como las anteriormente enumeradas, pueden asimismo utilizarse para otras cosas, como actividades deportivas, físicas de desgaste, e incluso algunas artísticas o intelectuales mecánicas, técnicas, bricolage, en todas las cuales el tinte sexual resulta anodino e inocuo.
No hay ninguna clase de incompatibilidad esencial entre la función sexual y el desarrollo espiritual, fuera de la mente de algunos ocultistas que, por las razones que fuesen, hicieron de su incapacidad o de su enfoque intencionalmente desviado, pautas instituidas infaustamente dentro de nuestro terreno. Ahora no nos interesa culpar a nadie. Posiblemente hubiese quienes, sabiendo cuál es el camino de la búsqueda de la verdadera ‘Piedra Filosofal’ quisiesen garantizarse un mínimo de competencia en el camino.
Bien, que nadie entienda que la realización espiritual se obtiene manteniendo 15 ‘funciones’ diarias, porque de estos también los conocemos todos en la viña del Señor. Tan improbable es conseguirlo de esa forma, como encerrando los propios órganos reproductores dentro de un cinturón de castidad con candado de combinación secreta. Recordémoslo una vez más, la maestría supone el haber trascendido muchos niveles de la existencia, y nadie trasciende lo que teme o aquello frente a lo que se encuentra inerme.
Para dar las últimas puntadas al aspecto energético de la cuestión. El que quiera hacer ejercicios de autocontrol, dentro siempre de un contexto de salud, que ensaye las anteriores prácticas de sublimación, absolutamente normales y desprovistas de cualquier elemento de violencia contra la naturaleza. Os garantizo que cualquier persona normal (estamos hablando de personas normales, no de sátiros ni del violador de Vallecas) tiene pocas ganas de veleidades amorosas después de una semana de intenso trabajo en cualquier servicio de atención primaria a los necesitados. Como mucho, de un encuentro breve seguido de un sueño reparador. Esa experiencia creo que, de una u otra forma, todos la hemos tenido. Hay ocasiones en que si hubiésemos de elegir entre una buena cama y Claudia Schiffer, la mayor parte de los varones de más de 40 años optaríamos por la primera, por mucho que nos pese el reconocerlo.
El autocontrol es bueno para el desarrollo psíquico correcto, porque nos otorga mayor confianza en nosotros mismos, y una cierta sana independencia de nuestro metabolismo. Pero, como con los buenos vecinos, independencia no significa aislamiento ni incomunicación. Que nadie crea que violentándose a sí mismo puede alcanzar el cielo. Cada uno que se estudie a sí mismo, y se diseñe sus propias estrategias, hechas a su medida, personal e intransferible, porque no hay dos seres humanos exactamente iguales bajo la luz del Sol. Aunque en el fondo todos nos parecemos más de lo que nos gustaría reconocer.
Pero hay más dimensiones en el hecho sexual que la puramente energética. El aspecto o nivel anímico, el psicológico-afectivo, es extraordinariamente importante, sobre todo en el terreno social. Pocos – y me atrevería a decir que desafortunados – son los que se pueden permitir el «hacer de su capa un sayo» como suele decirse. Uno es libre de hacer con su cuerpo serrano lo que le apetezca, pero solamente hasta donde no daña a otras personas con sus actuaciones. Esto, por desgracia, es un elemento que no siempre se ha tenido en cuenta en estos tiempos de liberación sexual, que corren desde que tuvo lugar la revolución del Mayo Francés y del Movimiento Hippy, que, sin duda, tuvieron aspectos positivos.
Está muy bien que afirmemos nuestro Yo de múltiples maneras, pero nunca pasemos por alto las necesidades de nuestros allegados, de nuestras parejas, de las personas con las que mantenemos compromisos vitales kármicos. Aunque pudiera parecer lo contrario, no engrandecemos nuestro Yo mediante el recurso de acostarnos con todo bicho viviente que se ponga a nuestro alcance. Esa es una razonable fantasía adolescente de quien tiene sus hormonas disparadas, pero no es un ideal espiritual, ni un síntoma de madurez anímica. Tan poco ajustado como el de Simeón Estilita, por el otro extremo, quien pasó la mayor parte de su vida subido encima de una columna donde apenas podía mantenerse sentado, posición en la cual, las probabilidades de mantener un contacto sexual quedaban notablemente reducidas para quien no poseyese unas facultades acrobáticas extraordinariamente desarrolladas.
A veces hay que renunciar a lo que valoramos como una satisfacción, si con su cumplimiento dañamos a quienes nos quieren y nos necesitan. En esos casos, hay que aprender a hacer los reajustes internos necesarios para sustituir una gratificación por otra. Convertir la obligación o la responsabilidad en placer, como pretendía Schiller, es un arte extraordinariamente creativo y que posibilita una importante maduración como ser humano. A fin de cuentas, la vida cotidiana misma es la mejor iniciadora, si sabemos interpretarla adecuadamente y encontrar sus claves.
Cuando nos encontramos con hechos y situaciones que no sepamos como enfrentar, y eso es algo no precisamente inusual, la solución no consiste en desesperarse o en emprender rumbos poco meditados o irreflexivos, sino en buscar ayuda interna. El velo que nos separa del Cristo y de sus huestes incorpóreas no es tan tupido como para imposibilitar el contacto. ‘Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá’. Esas son palabras del Cristo, y no fueron pronunciadas en vano. Es preciso tener un poco de paciencia y constancia, y la respuesta llegará, antes o después, a veces no tan de prisa como desearíamos, pero llega.
Cuando llega una temporada de ‘vacas flacas’ – y todos nos encontramos con esas fases más de una y de dos veces a lo largo de nuestras vidas – debemos intentar hacernos un tanto impermeables al bombardeo de contrariedades que nos asedia, día tras día, y no desesperar. Es importante mantener el oído interno aguzado y el ánimo lo más sereno posible. El discípulo se prepara para la más o menos próxima, Iniciación de la ‘Flagelación’, de la que todos los que estamos en este ámbito esotérico hemos oído hablar y conocemos las referencias explicadas por Steiner. E incluso los Iniciados de más alto desarrollo recapitulan esa etapa a su propio nivel. Nadie tiene salvoconducto en ese aspecto, en tanto transita por el “valle de lágrimas” que es nuestro mundo material. Es por ese motivo que siempre suelo insistir en que, dado que la vida ya nos suministra sobradas complicaciones, sin necesidad de que vayamos a buscarlas, es preferible que no insistamos en las mortificaciones, y que procuremos tratarnos bien y razonablemente a nosotros mismos, como haríamos con un hijo o una persona querida. Aprendamos a ser amables y tolerantes con nosotros mismos, sin excesiva condescendencia, pero con comprensión. Auto-eduquémonos: ese es el camino inequívoco para el adecuado desenvolvimiento. No seamos demasiado permisivos, ni tampoco seamos tiránicos, ni con nosotros ni con los demás.
No perdamos nunca de vista que la clave está siempre en nuestra actitud anímica y nuestra postura moral. Es de esta forma que se desarrolla armónica y energéticamente el cuerpo etérico. Manteniendo en nuestra mente, en su trasfondo, las actitudes adecuadas, aunque en esta encarnación adolezcamos de insuficiencias o ineptitudes, esas imágenes serán la materia prima que podrán utilizar las Jerarquías Creadoras para tejer sobre ellas lo que serán auténticas capacidades en nuestra próxima vida terrena. Esa es la función específica del Devachán. El discípulo puede recorrer una parte de ese camino durante su vida física actual, y lo puede hacer, no en virtud de sus propias fuerzas, que son limitadas y contingentes, sino en función de las fuerzas ilimitadas del Cristo, nuestro hermano mayor, siempre próximo aunque no siempre Le concienciemos.
Con la parte de su cuerpo etérico así desarrollada, el discípulo consigue dos cosas, una especie de ‘capital espiritual’, por así decirlo, y un descargo para la labor de las Jerarquías, que se ven así aliviadas en una proporción de su esfuerzo, que pueden consagrar a otras actividades. Ese cuerpo etérico liberado, o ‘auto-conquistado’, tal como lo explica Steiner, no se disuelve después de la muerte física, y pasa, automáticamente, a formar parte del cuerpo conjunto comunitario de los Iniciados Cristianos, a partir del cual se constituye la atmósfera etérica del nuevo Sol en que habrá de convertirse nuestro maltrecho mundo, físicamente agonizante. El discípulo conquista el derecho a entrar en la Ciudad Blanca del Grial, y allí compartir su fatiga y sus esperanzas con los otros trabajadores en el ideal del Cristo.
De los Ejercicios Ocultos
En cuanto a los ejercicios ocultos, es importante dividirlos en dos clases nítidamente diferenciadas. La primera es la que hace referencia a las propias condiciones anímicas, es decir, al desarrollo ético. La segunda consiste en una serie de técnicas que, adaptándose a las exigencias del momento evolutivo de la humanidad, facilitan la manifestación efectiva de las facultades psíquicas potenciales latentes en todo ser humano.
A mi entender, creo que a los ejercicios ocultos se les ha valorado, muchas veces, de una-manera inadecuada. Por lo que podemos ver, la mayor parte de los interesados en estos temas se vuelcan en los de la segunda índole, prestando poca o ninguna atención a los de la primera. Mi opinión es que, procediendo de esa forma, se está cometiendo un crasísimo error, y para ello basta estudiar los antiguos procesos iniciáticos, en los que siempre la fase previa a la Iniciación era la de catarsis o purificación. Ninguna persona civilizada se sienta a comer sin haberse lavado primero las manos. El uso correcto de los cubiertos es importante, pero resulta un tanto inoperante en unas manos llenas de grasa o polvo.
Creo que casi todo el mundo conoce a personas, muchas veces simples anímicamente, que poseen un elevado grado de honestidad y que gozan de una envidiable sabiduría, de esa clase que suele designarse como natural o espontánea. La naturaleza es sabia de por sí, y es causal, razonable. Otorga al ser aquello que se merece; en su momento y su oportunidad, pero le llega, de forma inevitable, de la misma forma que las nubes se descargan en lluvia, y ésta alimenta los ríos.
Por otra parte, todos los ejercicios técnicos concebibles no otorgarán un ápice de sabiduría a quien no posee un mínimo de integridad anímica, honestidad y auto-conocimiento. Por el contrario, suelen complicarle mucho la vida y le convierten en una persona problemática, que se hace daño a sí mismo y hace daño a los demás.
Recomendaría un gran énfasis en todo ejercicio que contribuya a hacernos mejores personas, más comprensivas y empáticas con los demás, más atentos a sus necesidades, y, al mismo tiempo, prevendría con respecto a los ejercicios técnicos, que pretenden producir modificaciones en el estado de conciencia, porque, a lo peor, pudiera ser que produjesen algún resultado, y entonces puede ser que nos encontremos con algo que no sepamos manejar, algo que nos maneje a nosotros mismos.
Hay quienes creen que en el proceso Iniciático todo está garantizado, como en el escalafón de los funcionarios. Y que uno asciende automáticamente por años de antigüedad o por méritos supuestos. Si nos limitásemos a hacer uso del sentido común y con mente abierta estudiásemos las biografías de los iniciados, sabríamos que personas de alto desarrollo espiritual han cometido importantes errores, con la particularidad de que sus errores son de mayor trascendencia para la humanidad que los que continuamente comete el hombre de a pie.
Si algo he aprendido en esta vida, es que no hay que dar nunca nada por supuesto, ni juzgar a las personas por su hábito o su uniforme, o por la apariencia, o por el puesto que se les otorga socialmente, y el ámbito de lo oculto, nos guste más o menos, no es una excepción. Como decían los Maniqueos, el mundo material es el reino de la ‘mezcla’, más o menos indiferenciada, entre el bien y el mal, o, para ajustamos más a los hechos, entre el mal y algunas partículas pequeñas de bien homeopáticamente disueltas, de manera comparable al signo del Ying y el Yang. Mientras en los ámbitos superiores, predomina el bien, con una presencia comparativamente reducida del mal, a medida que nos aproximamos al mundo físico, la proporción se invierte. Esa es la conformación de la realidad, y pretender otra cosa significa esconder la cabeza en la arena como los avestruces.
Expresado de forma más concreta: en este mundo no hay nadie impecable (dejando aparte al Cristo, que, recordémoslo; no era un ser humano, sino el Verbo Creador, introducido provisionalmente en unos cuerpos astral, etérico y físico humanos, que no pudieron soportar la increíble presión más de tres años antes de explotar, o ‘implotar’, como pudiera ser el caso – sin dejar apenas rastros perceptibles en el sudario y en la tumba.
En otros ensayos ya hemos aludido a las exposiciones de Steiner acerca de la estructura del ser humano a partir del siglo XV, cuando los Asuras se interiorizan en lo más recóndito de sus profundidades anímicas. Aproximadamente, porque cito de memoria – y mi memoria concreta no es demasiado exacta – sus palabras textuales al respecto vienen a ser: «A partir de esa época, no existe un hecho, por maligno que sea, que cualquier ser humano no sea capaz de realizar, aunque sea a nivel potencial.»
También hemos considerado con bastante detalle, en otras oportunidades, las explicaciones de Steiner acerca de la naturaleza dual del ser humano, y cómo esa dualidad se agudiza particularmente en las personas altamente desarrolladas, como pudiera ser el caso de Goethe, que él menciona por ser alguien a quien profesaba gran admiración. Él decía que el ser humano contemporáneo se halla herido, como Anfortas, y que es preciso partir de ese hecho para poder encontrar, posteriormente, las fuerzas puras de Parsifál que permitan regenerar la herida.
La naturaleza de esa herida no es otra que la del Prometeo encadenado en el Caucaso, cuyo hígado es devorado continuamente por un buitre, es decir, el cuerpo etérico consumido por una astralidad descontrolada, por los impulsos inconscientes y automáticos que emanan de la esencia misma de la materia física, o lo que podríamos entender como contraparte ética de la radioactividad. El hálito corrupto de los Asuras.
Uno no se libera totalmente de ese condicionamiento hasta que ha conseguido el Hombre Espíritu, lo que supone una independización total de la materia, por lo que hasta ese momento, es susceptible de cometer errores, aunque sea de forma totalmente involuntaria. Y aquí no estamos introduciendo valoraciones condenatorias ni culpabilizaciones, que no sirven para nada.
Si los Iniciados jamás se hubiesen equivocado, si todas sus acciones hubiesen sido idóneas y eficaces al cien por cien, con gran nivel de probabilidad, la situación del mundo y de la humanidad no sería la que ahora existe.
Por lo tanto, el ámbito de la Iniciación no implica ninguna garantía de nada, y sí, por el contrario, un considerable incremento de los riesgos, para uno y para los demás. El que se introduce en él, debería pensárselo, al menos dos veces, y asegurarse de que su ‘dharma’ en esta encarnación es realmente ese, y que no se trata de una proyección o un desplazamiento, o cualquier otro mecanismo subconsciente que nos pretende distraer de lo que realmente deberíamos hacer y entra dentro de nuestras posibilidades reales.
Nadie tiene nada seguro, ni está a salvo de alguna posible confusión. Desgraciadamente, sobre todo en nuestro ámbito, tendemos a considerarnos por encima de los demás, y creemos que los demás pueden cometer errores, pero nosotros no, lo cual no se ajusta demasiado a la verdad.
La única garantía que podemos obtener es la que construimos nosotros mismos, a base de proceder con cautela y asegurando nuestros pasos, y repasando, una y otra vez, nuestras actuaciones y nuestros criterios. En ese sentido resulta muy interesante uno de los ejercicios propuestos por Steiner: considerar siempre la posibilidad de que las cosas fuesen precisamente diametralmente opuestas a como nosotros las vemos en ese momento. Eso, cuando menos, suele contribuir a curarnos del orgullo y de la soberbia de valorarnos como infalibles.
Una vez practicado lo anterior en forma exhaustiva, uno debe escoger el curso de acción que siente en su intimidad como correcto, y correr el riesgo, aceptando siempre las posibles consecuencias derivadas.
Sobre todo, es esencial no intentar convencer a nadie de que lo que creemos es lo idóneo, porque puede suceder que, aunque estuviésemos en lo cierto para nosotros, eso no sea lo adecuado para los demás.
Si creemos en lo que pensamos, entonces es razonable hacer una buena exposición, argumentar nuestras razones y los elementos en que se sustentan, contrastarlas con datos reales y consistentes, y luego ponerlo todo por escrito o utilizando el medio que se prefiera, y depositarlo allí de la forma más impersonal y aséptica posible.
Cada quien ha de hacer su propia e intransferible elección, y, por .supuesto, después de haber hecho esa elección, nadie tiene derecho a descargar su responsabilidad sobre hombros ajenos so pretexto de haber sido ‘engañado’, ‘influido’ o ‘engatusado’. En nuestro terreno es muy esencial precaverse contra tales riesgos, porque por ahí corren muchas personalidades indecisas que anhelan encontrar a un gurú para depositar su responsabilidad individual sobre él. Por lo tanto, es esencial no colocarse, de ninguna forma, en una posición en la cual este tipo de personas puedan repantingarse anímicamente sobre uno, para luego rebotarse y descargar sobre ti sus ‘cajas de Pandora’ propias. Es a lo que se refieren las duras palabras evangélicas acerca de ‘echar las perlas a los cerdos’.
Es por este motivo que resulta imprescindible convertir el ámbito de la investigación espiritual en uno de libertad, en el que cada cual haga siempre su propia elección personal, sin delegaciones. Y no confundir el terreno del pensamiento, que es éste, con el social, en el cual han de predominar la fraternidad y la confianza, sin cuyas virtudes no tiene ningún sentido. Es decir, no hay que equivocar el nivel de las elecciones espirituales, de las creencias, de la visión de la realidad que uno adopta, con las funciones sociales, la creación de estructuras, la realización de proyectos, que pertenecen a otro orden, absolutamente distinto.
En el terreno de las creencias, o elecciones espirituales, las almas se agrupan por afinidad, y esa afinidad solamente se expresa de forma nítida en medio de una atmósfera de libertad, donde cada uno respete al máximo las opciones ajenas. El único criterio inequívoco que sirve como hilo conductor en ese aspecto, es el resultado sobre la persona. Si una cosmovisión opera sobre el que la sustenta, haciéndole mejor ser humano, es adecuada para él. De lo contrario, por excelsa que sea, se muestra como contraproducente y no adecuada para su momento anímico, y habrá de buscar otra que sí le proporcione esos efectos.
Por lo tanto, reitero mi punto de vista de que lo esencial son las prácticas que nos mejoran éticamente, que favorezcan nuestra tolerancia y nuestra empatía con los restantes seres humanos. Asegurándonos esto, podemos dar por sentado que los resultados aparecerán cuando el alma esté madura, como ocurre con las flores en la correspondiente estación.
Gracias.
Gracias.