Quinto evangelio (conferencias 3ª, 4ª y 5ª)
En las cinco conferencias sobre el “Quinto Evangelio”, la eterna Crónica del Akasha, la «Memoria del Universo», es la fuente de lo que en ellas se expone como conocimiento que confirma y amplía, a la vez, el contenido de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Estas conferencias fueron pronunciadas en Oslo, Noruega, en octubre de 1913, para un auditorio exclusivo de miembros de la Sociedad Antroposófica.</personname /> Pero en las mismas se expresa que el contenido de este «Quinto Evangelio» es de singular importancia para el tiempo presente, por lo que se justifica e incluso debe considerarse necesario darle amplia difusión, haciéndolo conocer a la humanidad en general. A este Evangelio, Rudolf Steiner también lo llamó EL EVANGELIO DEL CONOCIMIENTO. Todo el texto se basa en apuntes taquigráficos que luego fueron dados a publicidad sin revisión previa por parte del autor. Son cinco Conferencias sobre el tema, de las cuales publicamos las dos primeras en el nº 9 de esta Revista, y ahora insertamos las tres siguientes para completar así su total contenido.
Oslo (Noruega), 3 de Octubre de 1913.
Si en la conferencia anterior he dicho que en el momento de la fiesta de Pentecostés, las personalidades a quienes llamamos los apóstoles de Cristo Jesús, experimentaron, en cierto sentido, un despertar, esto no quiere decir que en ese mismo momento todo aquello que tengo que exponer como contenido del Quinto Evangelio, haya estado presente, en la misma forma en que lo relato, en la clara y plena conciencia de los apóstoles. Ciertamente, si con el conocimiento clarividente se penetra en el alma de ellos, se descubren allí aquellas imágenes; sin embargo, en los apóstoles mismos, todo vivió no tanto como imagen sino que existió, por decirlo así, como vida, como experiencia espontánea, como sentimiento y potencia del alma. Lo que entonces los apóstoles pudieron expresar, dando el impulso inicial de la evolución cristiana, y que incluso a los griegos de aquel tiempo dejó maravillados; lo que en los apóstoles hubo como potencia del alma, potencia del ánimo, era fruto de lo que en su alma vivió como fuerza viviente del Quinto Evangelio.
Pudieron hablar y obrar de esa manera porque tuvieron en el alma lo que nosotros desciframos como contenido del Quinto Evangelio, si bien no lo dieron con las mismas palabras con que ahora corresponde relatarlo. Pues ellos habían recibido, por una suerte de despertamiento, la fecundación por el amor cósmico Universal; y como fruto de tal fecundación siguieron obrando. A través de ellos obró lo que el Cristo había llegado a ser. Y esto nos conduce al punto en que, en sentido del Quinto Evangelio, nos toca hablar de la vida terrenal de Cristo. Para los conceptos que imperan en nuestro tiempo no es fácil expresar con palabras, lo de que aquí se trata. Pero mediante diversos conceptos e ideas de la ciencia espiritual podemos acercarnos a este supremo misterio terrestre. Para comprender la entidad de Cristo es preciso emplear, en forma modificada, conceptos que ya poseemos por nuestras contemplaciones científico-espirituales. Partamos, para comprender de qué se trata, de lo que comúnmente se llama el bautismo en el Jordán el cual, con respecto a la vida terrenal de Cristo, se nos presenta en el Quinto Evangelio como una concepción humana terrenal: lo comprenderemos si la vida de Cristo desde el bautismo hasta el Misterio de Gólgota, la comparamos con el desenvolvimiento del germen humano en el seno de la madre. Quiere decir que en cierto sentido fue una vida embrionaria la que el Cristo vivió desde el bautismo en el Jordán hasta el Misterio de Gólgota. Y el Misterio de Gólgota mismo, lo hemos de comprender como el nacimiento terrenal; o sea, la muerte de Jesús como el nacimiento terrenal del Cristo. Su vida terrenal, en sentido propio, debe buscarse después del Misterio de Gólgota, cuando el Cristo estuvo con los apóstoles quienes entonces habían vivido en otro estado de conciencia, tal como lo he explicado en la conferencia anterior. Esto es lo que siguió al verdadero nacimiento del Cristo. Lo que se describe como la Ascensión</personname /> y, después, la Venida</personname /> del Espíritu, debe entenderse en sentido igual que aquello que, al producirse la muerte del hombre, consideramos como el entrar en los mundos espirituales. La ulterior vida de Cristo dentro de la esfera terrestre, a partir de la Ascensión</personname />, o bien, del acontecimiento de Pentecostés, debe compararse con la vida del alma humana en el así llamado devacán, o país del espíritu.
Resulta, pues, que en el Cristo se nos presenta una entidad frente a la cual hemos de modificar todos los conceptos que hasta ahora, con respecto a la sucesión de los distintos estados de la vida humana, hemos adquirido. Después del breve tiempo intermedio, llamado purgatorio (Kama-Loka), el hombre pasa al mundo espiritual, para preparar su próxima vida terrenal, vale decir que después de la muerte el hombre entra en una vida espiritual. A partir del acontecer de Pentecostés, el Cristo experimentó el penetrar en la esfera de la Tierra</personname /> lo que para El fue lo que para el hombre es el traspaso al país del espíritu. En vez de entrar en una región espiritual, el devacán, como sucede para el hombre después de la muerte, el Cristo hizo el sacrificio de establecer, o bien, de buscar su cielo en la Tierra. El</personname /> hombre deja la tierra, para cambiar esta su morada por la del cielo. El Cristo, en cambio, dejó el cielo para cambiar su morada celestial por la de la tierra. Hay que contemplarlo bien para sentir profundamente lo que tuvo lugar por el Misterio de Gólgota y lo que hizo el Cristo: que su sacrificio consistió en que El ha dejado las esferas espirituales para vivir con la Tierra</personname /> y con los hombres sobre ella; para proseguir por este impulso la evolución de la humanidad sobre la Tierra.</personname />
Con esto se evidencia que antes del bautismo en el Jordán, esta entidad no había pertenecido a la esfera terrestre; ella vino a la Tierra</personname /> desde esferas extraterrenales. Y lo vivido entre el bautismo y el acontecimiento de Pentecostés, debió cumplirse para transformar el ser celeste del Cristo en la entidad terrenal. Es de infinita importancia el que este misterio se exprese con las palabras: desde el acontecer de Pentecostés, el Cristo está con las almas humanas sobre la Tierra</personname />; antes no había estado con ellas sobre esta Tierra. Lo que el Cristo experimentó entre el bautismo por Juan y lo acontecido en Pentecostés, se realizó para cambiar la morada en el mundo espiritual por la morada en la esfera terrestre. Esto se realizó para que la entidad divino espiritual de Cristo pudiera adoptar la forma adecuada a su obrar en comunidad con las almas humanas. He aquí el porqué tuvieron lugar los acontecimientos de Palestina. Con ello, también se pone de manifiesto que el acontecimiento de Palestina es de singular característica; pues consiste en el descender a la esfera terrestre de una entidad superior, extra-terrestre; y en que esta entidad cósmica permanecerá en la esfera terrestre hasta que ésta, por influjo de aquélla, haya alcanzado la debida transformación.
Tengamos presente que desde aquel momento el Cristo ejerce su actividad en la Tierra. Para</personname /> la plena comprensión del acontecimiento de Pentecostés, en sentido del Quinto Evangelio, hemos de recurrir a los conceptos que nos ofrece la ciencia espiritual. Hemos señalado que en los tiempos antiguos existieron los Misterios con sus métodos de iniciación, por los cuales el alma humana ascendía a participar de la vida espiritual. Estos Misterios precristianos se nos presentan lo más concretamente si contemplamos los así llamados Misterios iranios de Mithra. Comprendían siete grados de iniciación. Como primer paso el iniciando fue conducido al grado simbólico del «Cuervo»; después al grado de «Oculto». En el tercer grado llegó a ser un «Luchador», en el cuarto un «León»; y en el quinto se le dio el nombre del pueblo a que él pertenecía. En el sexto grado fue un «Héroe del Sol», y en el séptimo el «Padre». Para los primeros cuatro grados basta con decir que se conducía al iniciando cada vez más profundamente a la experiencia espiritual. En el quinto grado obtenía la facultad de una más amplia conciencia la que le confería la capacidad para convertirse en guardián espiritual de todo su pueblo. Por esta razón se le daba el nombre del respectivo pueblo; y tal iniciado participaba de la vida espiritual de un modo bien definido.
En otro ciclo de conferencias he explicado que los distintos pueblos son conducidos por las entidades espirituales llamadas arcángeles. El iniciado del quinto grado se había elevado a dicha esfera, por lo que tomaba parte de la vida de los arcángeles. El cosmos tenía necesidad de iniciados del quinto grado; y por esta razón los había en tierra. Cuando en los Misterios tal iniciado había adquirido en su alma todo el contenido perteneciente al quinto grado, sucedió que, así como nosotros leemos un libro para conocer lo necesario por hacer esto o aquello, el arcángel leyó en el alma de ese hombre. En el alma de los iniciados del quinto grado, los arcángeles leyeron lo que un pueblo necesitaba. En la vida terrenal deben de crearse iniciados de quinto grado, para que los arcángeles puedan guiar de la justa manera. Estos iniciados son los intermediarios entre el guía de un pueblo y el pueblo mismo: en cierto modo, ellos llevan a la esfera de los arcángeles lo necesario para conducir al pueblo de la justa manera. En los tiempos precristianos este quinto grado no podía alcanzarse mientras el alma humana quedaba dentro del cuerpo; era necesario sacarla. La iniciación precisamente consistía en que se desligaba del cuerpo el alma del hombre; y ésta experimentaba fuera del cuerpo lo que le proporcionaba el contenido que acabo de describir. El alma debía abandonar la tierra y ascender al mundo espiritual para adquirir lo necesario.
Al alcanzar el sexto grado de la antigua iniciación, el grado de Héroe del Sol, se suscitaba en el alma de tal iniciado algo superior a lo que se requiere para la conducción de un pueblo. Si consideramos la evolución terrestre de la humanidad, observamos que los pueblos nacen y se extinguen, lo mismo que el hombre como individuo nace y muere. Empero, lo que un pueblo contribuye para la evolución terrestre debe conservarse dentro de la ulterior evolución. Cada pueblo no solamente debe ser guiado sino que el fruto de su trabajo debe conservarse para los tiempos que sobrepasan los del pueblo mismo, Para este traspaso de lo realizado por los pueblos debían obrar los Héroes del Sol. En los mundos superiores puede leerse lo que vive en el alma de un Héroe del Sol; y del modo indicado se lograban las fuerzas para traspasar e integrar de la justa manera el trabajo de un pueblo al trabajo de toda la humanidad. El obrar del Héroe del Sol se elevaba por encima del trabajo de cada pueblo. Y así como en los antiguos Misterios el aspirante al quinto grado de iniciación tenía que hallarse fuera de su cuerpo para experimentar lo necesario, así también el que debía convertirse en Héroe del Sol, debía abandonar su cuerpo y, durante el tiempo respectivo, morar realmente en el Sol.
Ciertamente, para el modo de pensar de nuestro tiempo, estas verdades parecerán fabulosas, o bien se considerarán necedades; pero aquí cabe la palabra de San Pablo: que la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios. Durante el tiempo de su iniciación, el Héroe del Sol vivía junto con todo el sistema solar; el sol era su morada al igual que el hombre común vive en la Tierra</personname /> como en su planeta; y como montañas y ríos están en torno de nosotros, así también hallábanse los planetas del sistema solar en torno del Héroe del Sol, durante el tiempo de su iniciación. En los Misterios antiguos esto sólo se lograba al estar el iniciado fuera de su cuerpo. Y cuando volvía a éste, se acordaba de todo lo vivido fuera del cuerpo y lo empleaba como fuerza activa para la evolución de la humanidad. Durante los tres días y medio de su iniciación, es decir, mientras los Héroes del Sol andaban -así podemos llamarlo- sobre el sol, estaban en comunidad con el Cristo, el que antes del Misterio de Gólgota todavía no se encontraba en la Tierra. Todos</personname /> los Héroes del Sol de la antigüedad habían ido a las esferas superiores espirituales, pues sólo allí afuera pudieron vivir en comunidad con el Cristo; y El descendió a la Tierra</personname /> desde ese mundo. Por consiguiente, podemos decir: lo que en los tiempos antiguos por todo aquel procedimiento de la iniciación, se había alcanzado para unos pocos, fue dado en los días de Pentecostés, como por un acaecimiento natural, a los apóstoles del Cristo. Mientras que antes los hombres debían ascender al encuentro con el Cristo, El descendió ahora a los apóstoles; y ellos se convirtieron en hombres que en sí mismos tuvieron el contenido que antiguamente los Héroes del Sol habían tenido en su alma. La fuerza espiritual del sol se derramó en el alma de los hombres y a partir de entonces siguió obrando en la evolución de la humanidad. Para que esto fuera posible, tuvieron que producirse los acontecimientos de Palestina.
¿En qué se originó el unirse del Cristo con la Tierra</personname />? Fue el resultado del sufrimiento más profundo, de un sufrimiento que sobrepasa toda imaginación humana del dolor. Para formarse la idea justa a este respecto también hay que remover contrariedades del pensar de nuestro tiempo. Aquí tengo que intercalar otra observación. Hace poco apareció un libro cuya lectura recomiendo, porque el autor es un hombre ingenioso, y el contenido demuestra cuán disparatado resulta lo que con respecto a cosas espirituales hombres inteligentes suelen expresar. Me refiero al libro titulado ,»De la muerte» de Maurice Maeterlinck. Entre otras cosas insensatas también figura allí la aserción que el hombre, una vez muerto, es espíritu y, por haber dejado su cuerpo físico, ya no puede sufrir. Maeterlinck, hombre tan ingenioso, se hace pues la ilusión que sólo lo físico puede sufrir y que, por lo tanto, el difunto no puede sufrir. No se da cuenta de lo absurdo del pensar que únicamente pueda sufrir el cuerpo físico que se compone de fuerzas físicas y substancias químicas. ¡Cómo si una piedra tuviera que sufrir! Lo que sufre no es el cuerpo físico sino lo anímico. La humanidad ha llegado a tal punto que sobre las cosas más sencillas se piensa lo contrario de lo razonable. Si la vida espiritual no pudiera sufrir, no podría haber sufrimiento en el Kama-Loka, el que justamente se produce porque lo anímico se halla privado del cuerpo físico. Quien opina que el espíritu no puede sufrir, no llegará a representarse el infinito sufrimiento que el Cristo-Espíritu padeció durante los días de Palestina.
Empero, antes de hablar de este sufrimiento, tengo que llamar la atención sobre otro punto más. Hay que tener presente que con el bautismo en el Jordán descendió a la Tierra</personname /> y vivió en lo físico, durante tres años, un ser espiritual que después sufrió la muerte de Golgota, un ser espiritual que antes del bautismo en el Jordán había vivido en condiciones muy distintas a las terrestres. ¿Qué significa este hecho de que ese ser espiritual había vivido en condiciones totalmente distintas de las terrestres? Expresado con términos antroposóficos, ello significa que ese ser espiritual tampoco ha tenido karma terrenal. Hay que tenerlo bien presente: una entidad espiritual vivió tres años en el cuerpo de Jesús de Nazareth sin tener en su alma un karma terrenal. Debido a ello, toda la vida y todas las experiencias habidas, tuvieron para el Cristo un significado enteramente distinto del de las experiencias de una alma humana. Si nosotros sufrimos, si tenemos experiencias, sabemos que el sufrimiento tiene en el karma su razón de ser. No fue así para el Cristo-Espíritu; El tuvo que cumplir una experiencia trienal sin que jamás hubiera tenido un karma. Esto fue, por consiguiente, sufrimiento sin sentido kármico, sufrimiento inmerecido, inocente.
El Quinto Evangelio es el Evangelio antroposófico que nos evidencia la única vida terrenal de tres años a la que no se puede aplicar el concepto de karma, en sentido humano. Pero la ulterior contemplación de este Evangelio nos revela otra cosa más con respecto a esta vida trienal. Esta vida terrenal de tres años que hemos considerado como una vida embrionaria, tampoco produjo karma, ni acarreó culpa alguna. Fue una vida terrenal de tres años, no condicionada por karma y sin producir karma. Es preciso concebir en todo su profundo sentido todos estos conceptos e ideas; así se ganará mucho para la justa comprensión de estos extraordinarios acontecimientos de Palestina los que, de otro modo, quedarán en muchos respectos inexplicables. ¡Cuántas cuestiones surgieron en la evolución de la humanidad, con relación a estos acontecimientos, y de qué manera fueron malentendidos! A pesar de todo ¡cuán inmensamente obraron como impulso! Cuando se tomen estas cosas en su justo y profundo significado, se llegará a pensar sobre ellas de un modo bien distinto.
No se presta la debida atención a muchas cosas de profundo significado. Voy a dar un ejemplo. En el año 1863 apareció el libro «Vida de Jesús» de Ernesto Renán. La gente lo lee sin tomar en consideración lo significativo de su contenido. Quizás en tiempos venideros llamará la atención el que muchos hayan leído este libro sin darse cuenta de lo extraño de su composición. Es una mezcla de sublime exposición y novelón vulgar; esto es lo llamativo del citado libro. Naturalmente, para Renán el Cristo es, ante todo, el Cristo Jesús; y lo describe como héroe quien, al principio obra con la mejor intención, como bienhechor de la humanidad, pero quien, después, se deja llevar por el entusiasmo de la multitud, cediendo cada vez. más, a lo que complace a la gente. En amplia escala, Ernesto Renán aplica a la naturaleza de Cristo lo que a menudo se emplea en sentido corriente. Ocurre por ejemplo, que la gente con respecto a la teosofía que va difundiéndose, aplica la siguiente crítica: al principio habíais procedido con la mejor intención; después llegaban los adeptos en busca de las cosas interesantes; y a raíz de eso claudicasteis cada vez más. Es así como Renán considera a Cristo Jesús. No le da vergüenza describir la resurrección de Lázaro como un cuasi engaño cometido con fines propagandistas. No le da vergüenza conducir a Cristo Jesús a una suerte de delirio y de ser víctima de los instintos de la multitud. De esta manera se entreteje un novelón vulgar con sublimes descripciones que ese libro también contiene. Es extraño que el sentimiento sano no sienta repugnancia ante la descripción de un ser que al principio tiene la mejor intención, pero que después es víctima de los instintos de la multitud e incluso deja cometer toda clase de engaños. Renán no siente ninguna repugnancia; por el contrario, emplea palabras de alabanza y de entusiasmo para con tal personalidad. Es realmente curioso. Por otra arte da prueba de la gran afición por el Cristo, aunque la gente no comprenda nada de su verdadera naturaleza. Y así se llega al extremo de convertir la vida de Cristo en una novela vulgar en la que, no obstante, no faltan las palabras de alabanza para dirigir la atención hacia esa personalidad. Esto sólo es posible con respecto a una entidad como la de Cristo Jesús. Ciertamente, se hubiera acumulado mucho karma en los tres años de la vida terrenal de Cristo, si esta vida hubiera sido como Renán la describe. Mas en tiempos venideros se llegará a comprender que semejante descripción se desvanece ante el hecho de que allí hubo una vida terrenal libre de karma.
He aquí el mensaje del Quinto Evangelio. Se trata, pues, del acontecimiento en el Jordán, el bautismo realizado por Juan. El Quinto Evangelio nos dice que las palabras que figuran en el Evangelio de Lucas transmiten correctamente lo que entonces la bien desarrollada conciencia clarividente hubiera oído: «Este es mi muy amado Hijo, hoy lo he engendrado.» Esta es la correcta interpretación de lo realmente sucedido en el Jordán: el engendramiento, la concepción por la cual el Cristo entró en la entidad Tierra. En las próximas conferencias nos referiremos a la característica de la entidad que descendió sobre el cuerpo de Jesús. Por ahora vamos a considerar que Jesús de Nazareth había venido para dar el cuerpo al Cristo. Ahora bien, el Quinto Evangelio nos dice -lo leemos con la mirada clarividente retrospectiva- que desde el principio de su andar sobre la tierra, el Cristo no se unió totalmente con el cuerpo de Jesús de Nazareth, sino que sólo hubo una unión libre entre la entidad Cristo y el cuerpo de Jesus de Nazareth. No fue la unión de cuerpo y alma como en el hombre común sino de tal índole que en todo momento en que era necesario; el Cristo podía volver a dejar el cuerpo de Jesús. Mientras el cuerpo de Jesús se hallaba en algún lugar, como durmiendo, el Cristo, como entidad, anduvo allí o allá, según hacía falta. El Quinto Evangelio nos revela que no siempre, cuando la entidad Cristo aparecía a los apóstoles, estuviese presente también el cuerpo de Jesús de Nazareth, sino que muchas veces el cuerpo de Jesús había quedado en algún lugar y que Cristo-Espíritu aparecía a los apóstoles. No obstante, ellos tuvieron la aparición por el cuerpo de Jesús de Nazareth. Se dieron cuenta, por cierto, que era algo diferente, pero la diferencia no resultó lo suficiente como para verificarla claramente. Los cuatro Evangelios apenas lo dicen; el Quinto Evangelio sí lo evidencia. Los apóstoles no siempre fueron capaces de discernir: ahora nos aparece el Cristo Jesús en su cuerpo, o ahora es sólo el Cristo-Espíritu. En la mayoría de los casos, la aparición la tuvieron por el Cristo Jesús, quiere decir por el Cristo-Espíritu en cuanto le reconocieron en el cuerpo de Jesús de Nazareth.
Empero, lo que en los tres años de esa vida terrenal tuvo lugar, fue que, en cierto modo, el Espíritu se unió cada vez más firmemente con el cuerpo de Jesús de Nazareth; o sea, que la entidad Cristo, como naturaleza etérea, se asemejó más y más al cuerpo físico de Jesús de Nazareth. Obsérvese bien que referente a la naturaleza del Cristo sucedió algo distinto que en cuanto al cuerpo del hombre común. El hombre común es un microcosmos frente al macrocosmos, un trasunto de todo el macrocosmos. Lo que el hombre terrenal llega a ser, es reflejo del gran cosmos. En cuanto a la naturaleza del Cristo ocurre todo en sentido inverso. La entidad macrocósmica solar se amolda a la configuración del microcosmos humano; se comprime y se restringe cada vez más, de modo que va asemejándose al microcosmos humano. ¡Justamente al revés! La unión con el cuerpo de Jesús de Nazareth fue la más libre al principio de la vida terrenal de Cristo, inmediatamente después del bautismo en el Jordán. Enteramente fuera del cuerpo de Jesús estuvo la entidad Cristo. Al andar sobre la Tierra</personname />, el obrar del Cristo fue todavía algo enteramente celestial. La entidad Cristo realizó curaciones que ninguna fuerza humana podría hacer. La intimidad con que habló a los hombres, fue intimidad divina. La entidad Cristo, atándose Ella misma al cuerpo de Jesús de Nazareth, obró como entidad celeste. Sin embargo, fue asemejándose, cada vez más, al cuerpo de Jesús, comprimiéndose y amoldándose a las condiciones terrestres, de modo que la fuerza divina se desvaneció, más y más. Por todo esto pasó el Cristo, asemejándose al cuerpo de Jesús; en cierto sentido fue una evolución descendente. El Cristo tuvo que experimentar que la potencia y la fuerza del Dios paso a paso le abandonó, al asemejarse al cuerpo de Jesús de Nazareth. El Dios fue conviertiéndose en hombre. Como un hombre que con infinito sufrimiento siente el extinguirse de su cuerpo, así también el Cristo experimentó el desvanecimiento de su substancia divina, al asemejarse, como naturaleza etérea, al cuerpo terrenal de Jesús de Nazaréth, hasta el punto de sentir angustia, igual que un hombre. He aquí lo que también los otros Evangelios relatan, cuando con sus discípulos el Cristo Jesús llegó al monte de los Olivos y El, en el cuerpo de Jesús de Nazareth, estando con angustia, tuvo sudor en la frente.
En el Cristo dominó, cada vez más, la naturaleza humana. A medida que su naturaleza etérea iba asemejándose al cuerpo de Jesús, el Cristo devino hombre. La sublime fuerza divina gradualmente se desvaneció. Vemos, pues, toda la pasión a partir de poco tiempo después del bautismo en el Jordán, cuando la gente, al haber presenciado lo que el Cristo realizó, decía: jamás ningún ser sobre la Tierra</personname /> ejecutó semejantes acciones. Esto fue cuando el Cristo se parecía muy poco al cuerpo de Jesús de Nazareth. En el curso de tres años, a partir de este maravillarse de parte de los admiradores en torno de él, la naturaleza de Cristo va asemejándose al cuerpo de Jesús a tal punto que dentro de este enfermizo cuerpo ya no es capaz de responder a las preguntas de Pilatos, ni de Herodes o Caifás. La naturaleza de Cristo había devenido tan parecida al cuerpo de Jesús, cada vez más débil y más enfermizo, que a la pregunta: ¿tú has dicho que puedes derribar el templo y en tres días reedificarlo? ya no habló, del quebradizo cuerpo de Jesús, el Cristo y quedó callado ante el pontífice de los judíos; y quedó callado ante Pilatos quien le preguntó: ¿tú has dicho que eres el Rey de los Judíos? Así se nos presenta el camino desde el bautismo en el Jordán hasta la plena debilidad. Y poco después, la multitud que antes había admirado las celestiales fuerzas milagrosas, estuvo ante la cruz, ya no asombrada, sino burlándose de la impotencia del Dios que había devenido hombre, y diciéndole, si tú eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. A otros salvaste, ahora sálvate a ti mismo. He aquí la pasión, infinito sufrimiento, a lo que se sumó el pesar por la humanidad que había descendido a las condiciones en que se hallaba, precisamente en la época del Misterio de Gólgota.
Pero este sufrimiento engendró el Espíritu que en la fiesta de Pentecostés se derramó sobre los apóstoles. De estos dolores nació el amor cósmico universal que en el instante del bautismo descendió de las extraterrenales esferas celestes, a la esfera terrenal; el amor cósmico que se había asemejado al hombre, quedando parecido a un cuerpo humano, y que vivió el instante de la máxima impotencia divina, para engendrar el impulso que como impulso del Cristo se nos presenta en la ulterior evolución de la humanidad. Hay que tenerlo presente, para comprender en todo su alcance el significado de este impulso, en el sentido del futuro de la humanidad; para que el hombre pueda proseguir su camino evolutivo cultural.
Cuarta conferencia
Oslo (Noruega), 4 de Octubre de 1913.
Las últimas palabras del Evangelio de Juan resultan, en cierto modo, conciliantes con lo que en esta conferencia me propongo comunicar, como parte del Quinto Evangelio. Recordemos que allí se dice que con relación a Cristo Jesús hay otras muchas cosas, aparte de lo relatado en los Evangelios, y que, para darlo todo, en el mundo no cabrían los libros que se habrían de escribir. De modo que nadie pondrá en duda que aparte de lo registrado en los libros, muchas cosas pueden haber sucedido. Con el fin de hacer comprensible lo que en este ciclo de conferencias quiero exponer, como contenido del Quinto Evangelio, comenzaré ahora a dar relatos de la vida de Jesús de Nazareth, a partir aproximadamente, del momento al que ya me he referido en otras conferencias en que se han comunicado pequeñas partes del Quinto Evangelio.
Voy a relatar algunos pormenores de la vida de Jesús, a partir de los doce años de edad. Fue esta la edad en que, como ya sabemos, por un acto místico, el yo de Zoroastro, que se había incorporado en uno de los dos niños Jesús que en aquel tiempo habían nacido, pasó al otro niño Jesús, o sea, al que principalmente en los primeros capítulos del Evangelio de Lucas se describe. Comenzaremos pues nuestro relato con el instante de la Vida</personname /> de Jesús de Nazareth en que el niño Jesús del Evangelio de Lucas había acogido en sí mismo el yo de Zoroastro. Sabemos que en el Evangelio se alude a este instante de la vida de Jesús de Nazareth, por el relato de que, en oportunidad de un viaje a Jerusalén, para la fiesta de Pascua se había extraviado el niño Jesús del Evangelio de Lucas y al ser hallado, estuvo sentado en medio de los doctores, y todos se pasmaban de sus poderosas respuestas. También sabemos que esas grandiosas respuestas se debían a que en el yo de Zoroastro todo cuanto le surgía como por recuerdo espiritualmente revelado, se traducía en las sorprendentes respuestas de Jesús de Nazareth. Sabemos, además, que por la muerte de la madre, por un lado, y del padre, por el otro lado, se unieron las dos familias en una sola, en la cual siguió viviendo el niño Jesús fecundado por el yo de Zoroastro. En los años siguientes -esto resulta del contenido del Quinto Evangelio- tuvo lugar un singular cambio en su desarrollo. Al principio, los que rodeaban al joven Jesús de Nazareth habían quedado profundamente impresionados, precisamente por aquellas grandiosas respuestas que había dado en el Templo; habían puesto grandes esperanzas en él, y en cierto modo ya le habían considerado como futuro doctor de la ley, de un extraordinario nivel de erudición. La gente había empezado a captar cada palabra que él pronunciara. Pero Jesús de Nazareth se volvió cada vez más callado, al punto de resultar antipático para con los demás, mientras él sostenía una vehemente lucha interior. Esta lucha interior la sostuvo entre los doce y dieciocho años de edad. En su alma hubo un despertar de tesoros de sabiduría, yacentes en su interior; como si a través de la erudición judía hubiera irradiado el sol de la antigua sabiduría de Zaratustra. Al principio le había parecido que debía prestar íntima atención y también responder a las palabras de los numerosos escribas que venían a su casa; e incluso quedaban asombrados los doctores quienes allí aparecían y le admiraban como niño prodigioso. Pero después se volvió cada vez más callado y se limitó a escuchar lo que decían los demás. No obstante, en aquellos años siempre se suscitaron en el alma propia de Jesús grandes ideas, máximas de moralidad y, principalmente, importantes impulsos morales. Las palabras de los escribas reunidos en su casa, le causaban cierta impresión, pero una impresión que a menudo le producía amargura, porque tenía la sensación -nótese bien: ya tan joven- de que mucho era bastante dudoso, tendente a errores, en lo que los doctores pronunciaban con respecto a las viejas tradiciones y los Libros del Antiguo Testamento.
Estaba con el alma oprimida cada vez que se le decía que en tiempos antiguos el espíritu había inspirado a los profetas y que Dios mismo los había inspirado, pero que ahora la inspiración se había retirado de las nuevas generaciones. Mas escuchó profundamente impresionado cuando a veces los doctores se referían a algo que él mismo iba a experimentar: ciertamente, ya no habla más el alto y poderoso espíritu que, por ejemplo, había inspirado a Elías; pero todavía está hablando -y algunos de los escribas creían haberlo experimentado, como inspiración desde las alturas espirituales- una voz más débil, pero algo que algunos creen oír, y que el espíritu de Yahvé mismo les da. Bath-Kol se llamaba esa extraña voz, una voz inspiradora más débil, por cierto, de categoría inferior al espíritu que había inspirado a los antiguos profetas, pero de todos modos una cosa parecida. En escritos judíos posteriores también se habla de esta Bath-Kol. Ahora he de insertar algo que en rigor no pertenece al Quinto Evangelio, pero que puede conducirnos a la explicación de la Bath-Kol</personname />: Un poco más tarde hubo una controversia entre dos Escuelas rabínicas: el célebre rabino Elieser ben Hirkano sostenía una determinada doctrina para cuyo testimonio alegaba -esto también figura en el Talmud- que él era capaz de hacer milagros. Este rabino hizo desarraigarse y volver a plantarse a cien varas de distancia un algarrobo; mandó a un río fluir hacia atrás; y como tercera prueba invocó una voz del cielo de que su doctrina había de quedar revelada. A pesar de ello, la Escuela</personname /> rabínica opositora no le prestó fe. El rabino Josué respondió: «Por más que el rabino Elieser haga algarrobos trasplantarse de un sitio a otro; por más que mande ríos fluir hacia arriba, o que invoque la Bath</personname />-Kol, la Ley</personname /> estipula que las leyes eternas de la existencia deben expresarse por la boca del hombre y encontrarse en el corazón humano. Si el rabino Elieser quiere persuadirnos: que no invoque la Bath-Kol</personname /> sino que apele a lo que el corazón humano es capaz de concebir.» Doy este relato porque nos hace ver que en ciertas Escuelas rabínicas, ya poco tiempo después de la fundación del cristianismo, la Bath-Kol</personname /> gozaba de poca autoridad; pero en cierto modo había florecido, entre rabinos y escribas, como voz inspiradora.
Al escuchar y sentir todo aquello, el joven Jesús mismo recibió la inspiración por la Bath-Kol. Lo</personname /> notable fue que por la fecundación de su alma con el yo de Zoroastro, Jesús de Nazareth efectivamente fue capaz de apropiarse rápidamente de todo cuanto sabían los que le rodeaban. No solamente que a los doce años de edad había dado las grandiosas respuestas a los doctores de la ley, sino que también pudo percibir en el alma propia la voz de la Bath-Kol. Pero</personname /> precisamente este hecho, la inspiración por la Bath-Kol</personname />, influyó en Jesús, a la edad de dieciséis, diecisiete años, de tal manera que le causó amargas y profundas luchas interiores. Pues la Bath-Kol</personname /> le reveló, y él estaba seguro de percibirlo, que en lo sucesivo, dentro de la corriente del Antiguo Testamento, ya no hablará el mismo espíritu, el que antes había hablado a los antiguos maestros judíos. Y llegó el día en que, para espanto de su alma, Jesús tuvo la impresión de que la Bath-Kol</personname /> le revelase: no llego más a las alturas donde el espíritu realmente podría revelarme la verdad sobre el ulterior camino del pueblo judío. Fue un momento horrible, un tremendo impulso, cuando parecía que la Bath-Kol</personname /> le reveló que él mismo no podía continuar obrando según la antigua revelación; que en cierto modo tendría que considerarse a sí mismo inapto para continuar el antiguo judaísmo. Así le pareció haber perdido todo fundamento, y hubo momentos en que se decía; Todas las fuerzas de mi alma con las que me consideraba agraciado, sólo me conducen a comprender que en la substancia evolutiva del judaísmo ya no existe el poder para ascender a las revelaciones del espíritu divino.
Pongámonos por un instante en el espíritu, en el alma del joven Jesús de Nazareth que tuvo que pasar por semejantes experiencias anímicas. En aquel tiempo, de los dieciséis a dieciocho años, él hacía también viajes, en parte a raíz de su oficio, o por otros motivos. Estos viajes le conducían a diversas regiones de Palestina y distintos lugares fuera del país. En aquel tiempo -la visión clarividente de la Crónica</personname /> del Akasha lo evidencia con toda claridad- se extendía sobre los territorios del Asia Occidental, e incluso de Europa, un culto asiático, un culto mezclado con diversos otros cultos, pero que principalmente representaba el culto de Mithra. En muchos lugares de los más diversos territorios había templos del culto de Mithra. En algunos lugares se asemejaba al culto de Atis, pero esencialmente era de Mithra. Había templos y otros lugares en que se cumplían sacrificios a Mithra y a Atis. En cierto sentido eran cultos paganos, pero compenetrados de ritos y ceremonias de Mithra y Atis. Cuán extendido era este culto, lo muestra el ejemplo de que la Basílica</personname /> de San Pedro en Roma se halla en el mismo sitio en que otrora existía semejante templo; e incluso hay que decir, lo que a muchos católicos podría parecer una blasfemia: la forma exterior del ceremonial de la Basílica</personname /> de San Pedro y todo cuanto de él se deriva, no se diferencia en mucho del antiguo rito de Atis, en cuyo antiguo sitio se halla ahora dicha Basílica. Y en muchos sentidos el culto actual de ésta, es una continuación del antiguo culto de Mithra.
Jesús de Nazareth, a los dieciséis, diecisiete, dieciocho años, después de haber comenzado su peregrinación, llegó a conocer lo que entonces existía en semejantes lugares de culto y continuó viajando. De esta manera conoció por su propia experiencia exterior, el alma de los paganos. Por el grandioso proceso del haber pasado a su alma el yo de Zoroastro, se había desarrollado en él, de una manera natural y en alto grado, lo que otros sólo adquieren por penoso esfuerzo: una gran fuerza clarividente. Y debido a ello experimentó en esos cultos muchas cosas que otros no experimentan: tuvo experiencias conmovedoras. Por fabuloso que parezca, debo decir que Jesús de Nazareth, al observar que ante altares paganos el sacerdote hacía el sacrificio, percibió que por el mismo acto eran atraídos diversos seres demoníacos. Además, descubrió que ciertos ídolos que allí se adoraban eran imágenes, no de entidades de las jerarquías espirituales, sino de potencias demoníacas; e incluso observó que a veces estas potencias demoníacas penetraban en los fieles que participaban de los actos. Por razones muy comprensibles, estos hechos no figuran en los otros Evangelios y, en el fondo, sólo en el seno de nuestro movimiento espiritual es posible hablar de semejantes hechos, puesto que sólo en nuestro tiempo el alma humana puede verdaderamente comprender aquellas profundas y grandiosas experiencias que en el joven Jesús de Nazareth tuvieron lugar.
Las peregrinaciones prosiguieron hasta los veinte, veintidós, veinticuatro años de edad, y en el alma siempre sentía amargura, cuando Jesús observaba el obrar de los demonios, en cierto modo engendrados por Lucifer y Arihmán, y al darse cuenta de que el paganismo había llegado al extremo de tener por dioses a los demonios, y más aún, de representar en los ídolos, imágenes de las potencias demoníacas atraídas por las ceremonias, demonios que penetraban y se posesionaban de las gentes que allí oraban. Las amargas experiencias que Jesús tuvo que sufrir, condujeron entonces a un acontecimiento final. Aproximadamente a los veinticuatro años de la vida de Jesús de Nazareth aconteció lo que, después de la decepción sufrida a raíz de lo experimentado con la Bath-Kol</personname />, fue otra grave experiencia. Tengo que describirla, si bien hasta ahora no me ha sido posible escudriñar en qué punto de su viaje tuvo lugar; pero he podido descifrar, en alto grado, la escena misma. Creo -sin estar seguro de ello- que fue en un lugar fuera de Palestina. A la edad de veinticuatro años, Jesús de Nazareth llegó al lugar de un culto pagano, donde se hacía ofrenda a determinada divinidad. Allí había únicamente gente triste, afectada por toda clase de pavorosas enfermedades psíquicas que se manifestaban hasta en lo corpóreo. Los sacerdotes, desde hacía tiempo, habían abandonado el lugar; y Jesús oyó a la gente lamentarse de que los sacerdotes la habían abandonado, que ahora carecía de la bendición del sacrificio y que sufría de lepra y otras enfermedades, precisamente porque los sacerdotes la habían abandonado. El sufrimiento de esa gente le causó a Jesús profundo pesar, y en su alma se encendió inmensa caridad para con esos oprimidos. Parece que ellos, abandonados por los sacerdotes, como asimismo, creían, por su Dios, en cierto modo se dieron cuenta y quedaron profundamente impresionados por el amor que en el alma de Jesús se había suscitado. En el corazón de la mayoría de ellos, repentinamente surgió algo que encontró su expresión en que esa gente, percibiendo en el rostro de Jesús el reflejo de su inmenso amor, le dijo: Tú eres el nuevo sacerdote que nos ha sido enviado. Le obligaron a colocarse en el altar pagano, y le pidieron hacer el sacrificio para procurarles la bendición de Dios. Al realizarse todo esto sucedió que Jesús cayó como si hubiera muerto; su alma quedó como enajenada, y la gente que había creído que su Dios había vuelto, percibió lo horrible de que cayó como si hubiera muerto, aquel a quien habían tenido por su nuevo sacerdote, enviado del cielo. Pero el alma enajenada de Jesús de Nazareth se sintió elevada como a reinos espirituales, como a la esfera del Sol. Y como resonando desde las esferas del Sol, oyó ahora palabras como, por la Bath-Kol</personname />, muchas veces las había percibido. Pero la Bath-Kol</personname /> estaba ahora transformada, convertida en algo totalmente distinto. Además, la voz le llegó de otra dirección; y lo que ahora Jesús de Nazareth[1] percibió, traducido a nuestro idioma puede sintetizarse en las palabras, que por primera vez he podido enunciar cuando, hace poco, se colocara la piedra fundamental de nuestra sede central en Dornach[2]. Existen, por cierto, deberes ocultos. Obedeciendo a semejante deber oculto tuve que enunciar entonces lo que, por la transformada voz de la Bath-Kol</personname />, Jesús de Nazareth había percibido al realizarse lo que acabo de relatar. Estas son las palabras que Jesús percibió:
AUM, Amén.
Impera el Mal,
testigo de yoidad que se desenlaza,
deuda del propio ser, por otros acarreada,
vivida en el pan de cada día,
en que no domina la voluntad de los cielos,
porque el hombre se separó de vuestro reino
Y olvidó vuestro nombre,
Vosotros, Padres en los cielos.
Únicamente así puedo traducir a nuestro idioma lo que en aquel momento, cual la transformada voz de la Bath-Kol</personname />, Jesús de Nazareth había percibido. ¡No es posible traducirlo de otro modo! Con estas palabras se expresa lo que vivió en el alma de Jesús de Nazareth, al despertar del desmayo que le había causado el enajenamiento de su alma. Cuando, tras haberse despertado, Jesús quiso volver los ojos a la multitud de los afligidos y oprimidos que le habían puesto en el altar, todos habían huido. Y al dirigir la mirada clarividente hacia la lejanía, sólo percibió unas cuantas potencias demoníacas, seres demoníacos vinculados con esa gente.
Esto fue el segundo acontecimiento importante, al terminar los distintos períodos de la vida de Jesús de Nazareth, desde la edad de doce años. Ciertamente, no fueron acontecimientos placenteros, ni dichosos los que más impresionaron al alma del joven Jesús de Nazareth, sino que antes de llegar al bautismo en el Jordán, esta alma debió conocer los abismos de la naturaleza humana. Después de esta peregrinación Jesús de Nazareth volvió a casa. Fue aproximadamente a la edad de veinticuatro años, en el tiempo en que murió su padre, quien había quedado en casa. El alma de Jesús estaba entonces impregnada de la viviente y poderosa impresión de los efectos demoníacos que habían penetrado en elementos de la antigua religión pagana. Pero así como determinados grados del conocimiento superior sólo se alcanzan después de conocer los abismos de la vida, así también fue que Jesús de Nazareth, alrededor de los veinticuatro años, debido a que tan hondamente había mirado en las almas humanas en las cuales, en cierto modo, se había concentrado toda la desolación anímica de la humanidad de aquel tiempo, había llegado a profundizar la sabiduría, la que, en verdad, penetra el alma cual hierro candente, pero también la conduce a la clarividencia, al punto de percibir la luz de las vastedades del espíritu.
De tal modo, esta alma, más bien joven, había llegado a poseer el tranquilo y penetrante ojo capaz de leer lo espiritual. Jesús de Nazareth habíase convertido en un hombre capaz de percibir los profundos secretos de la vida, de percibirlos más profundamente que nadie hasta entonces los había percibido, porque nadie en la tierra había observado hasta qué grado el infortunio humano puede acrecentarse. Ciertamente, había visto miseria concentrada, había visto que como por magia, por medio de ceremonias religiosas, se atrae a toda clase de seres demoníacos. Nadie en esta tierra sino Jesús de Nazareth, había observado tan profundamente la desolación humana; y nadie sino él había experimentado en el alma tan inmenso y profundo sentimiento ante esa gente posesionada por los demonios. Nadie estaba tan hondamente preparado para preguntarse: ¿Cómo puede contrarrestarse la extensión de tanta miseria en la tierra? De esta manera, Jesús de Nazareth no sólo estuvo dotado de profunda sabiduría, sino que, en cierto modo, la vida misma le había convertido en iniciado. Y llegaron a tener conocimiento de ello hombres que en aquel tiempo se habían reunido en la orden conocida en todo el mundo como Orden de los Esenios. Los esenios eran hombres que en determinados lugares de Palestina cultivaban una especie de enseñanza oculta; una orden de severas observancias. Para ingresar en esta orden había que pasar por una rigurosa etapa preparatoria de por lo menos un año; casi siempre, de más tiempo. A través de la conducta, los modales, el servicio para con las supremas potencias espirituales, el amor a la justicia y la igualdad de hombre a hombre, como asimismo por la renuncia a los bienes exteriores, etc., el pretendiente debía mostrar que era digno de ser iniciado. Después había distintos grados de ascender a la vida esenia destinada a acercarse al mundo espiritual; dentro de cierto aislamiento del mundo de los demás, de severa disciplina monástica y ciertas reglas de castidad, con el fin de alejar todo lo corporal y anímicamente indigno. Esto también se expresa en ciertas leyes simbólicas de la orden de los esenios. En la Crónica</personname /> del Akasha se ha podido descifrar que el nombre «esenio» se deriva o, al menos, se relaciona con la palabra judía «essin», o «assin» que significa algo así como pala, palita; porque los esenios llevaban consigo, como distintivo, una palita, costumbre que hasta en nuestros días se conserva en algunas comunidades monásticas. Los principios esenios también se expresan en ciertas costumbres simbólicas: de no llevar monedas consigo, de no pasar por un portal cubierto de pinturas, o cerca del cual había cuadros. Y puesto que la orden de los esenios gozaba entonces de cierto reconocimiento exterior, se habían construido en Jerusalén puertas sin pinturas, de modo que también los esenios podían ir a la ciudad. Cuando un esenio llegaba a una puerta con pinturas, siempre debía volver atrás.
Dentro de la orden misma existían antiguas Escrituras y tradiciones sobre cuyo contenido los miembros de la orden observaban absoluta discreción. Sólo podían enseñar lo que dentro de la orden habían aprendido. Quien ingresaba a la orden, debía traspasarle su fortuna: En aquel tiempo había cuatro o cinco mil esenios; de todas partes del mundo de entonces llegaban hombres que se sometían a las severas reglas de la orden. Muchos que poseían una casa en algún lugar lejano, en Asia Menor, o más distante, la regalaban a la orden de los esenios, de modo que por todas partes ésta obtenía propiedades: casas, jardines, campos, etc. No se admitía a nadie, si no ingresaba todos sus bienes al bien común de la orden. Todo era bien común; el individuo no poseía nada. Una ley muy severa, comparada con las condiciones de ahora, disponía que con la fortuna de la orden el esenio podía ayudar a toda gente necesitada o con sobrecarga, menos a los de la propia familia. A raíz de una donación hubo en Nazareth una colonia de la orden de los esenios, por lo que Jesús de Nazareth justamente entró en la esfera de aquella. En el centro de la orden se tuvo conocimiento de la profunda sabiduría que, de la manera descripta, se había inculcado en el alma de Jesús; y precisamente entre los más prominentes de los esenios se produjo cierto estado de ánimo. Ellos se habían formado una concepción que podríamos caracterizar como profética: De entre los hombres de este mundo habría de surgir una alma nueva que obraría como un mesías. Por ello habían buscado si se encontrarían almas particularmente sabias; y habían quedado profundamente impresionados al tener conocimiento de lo que se había desarrollado en el alma de Jesús de Nazareth. De ahí se explica que los esenios admitieran a Jesús, sin que él tuviese que pasar por la prueba de los grados inferiores. Le admitieron en la comunidad como externo -no digo en la orden misma- e incluso los más sabios de los esenios, frente a este sabio hombre joven, se tornaron confiados y comunicativos en cuanto a sus secretos.
Efectivamente, en esta orden de los esenios, Jesús llegó a conocer secretos antiguos mucho más profundos que los recibidos de parte de los escribas. También oyó muchas cosas que él mismo, a través de la Bath-Kol</personname /> había conocido como por iluminación de su alma. En fin, hubo un vivo cambio de ideas entre Jesús de Nazareth y los esenios. De esta manera, él llegó a conocer, a los 25, 26, 27, 28 años y hasta más allá, casi todo cuanto la orden de los esenios poseía. Pues, lo que no se le comunicaba con palabras, lo recibió por medio de las más diversas impresiones clarividentes. Jesús tuvo importantes impresiones clarividentes, ya sea dentro de la comunidad de los esenios, o bien más tarde en su casa en Nazareth donde, en el marco de una vida contemplativa, él acogió en su alma lo que provenía de fuerzas que a los esenios eran ajenas, pero que él recibió en su alma. Hemos de destacar particularmente una de esas impresiones interiores, porque ella puede iluminarnos todo el curso de la evolución de la humanidad. Como fruto de su cambio de ideas con los esenios, Jesús de Nazareth tuvo una visión muy importante, por la cual, como por enajenamiento, le apareció el Buda como realmente presente. Puede decirse que en aquel tiempo tuvo lugar un diálogo espiritual entre Jesús y Buda. Es preciso, en nuestro tiempo, hablar de estos importantes secretos de la evolución de la humanidad. En aquel diálogo espiritual, el Buda dirigió a Jesús palabras como estas: Si mi enseñanza se realizara como ella se ha dado, todos los hombres tendrían que convertirse en esenios. Pero esto no puede ser. Este fue el error de mi enseñanza. También los esenios sólo pueden progresar en su desarrollo si se apartan de los demás; para ellos tiene que haber almas distintas de las demás. Realizándose mi enseñanza, todos los hombres llegarían a ser esenios; y esto no puede ser. Para Jesús de Nazareth, este diálogo fue un acontecer de suma importancia corno resultado de su relación con los esenios.
Otra experiencia consistió en que Jesús llegó a conocer a otro hombre, también joven, casi de la misma edad, quien había entrado en relación, si bien de una manera bien distinta de la de Jesús, con la orden de los esenios, pero quien tampoco fue verdaderamente esenio: Juan el Bautista, quien vivió diríamos, como lego dentro de la comunidad de los esenios. Vestía como los esenios quienes en invierno se ponían vestimenta de pelo de camello. Pero jamás pudo cambiar para sí mismo la doctrina judía por la enseñanza de los esenios. No obstante, como esta sabiduría y toda la manera de vivir de los esenios, le causaban profunda impresión, él también vivía, como lego, de esta manera; cada vez más, se dejaba inspirar y, paso a paso, iba llegando a lo que en los Evangelios se relata, con respecto a Juan el Bautista. Muchas veces conversó Jesús de Nazareth con Juan el Bautista. Y cierto día ocurrió -sé lo que significa hablar de estas cosas, sin embargo es preciso hacerlo- sucedió que, conversando Jesús con Juan el Bautista, desapareció ante la vista de aquél la corporalidad física del Bautista y Jesús tuvo la visión de Elías. He aquí el segundo importante acontecer en el alma de Jesús, dentro de la comunidad de los esenios. Pero hubo también otros acontecimientos. Desde hacía algún tiempo, Jesús había observado lo siguiente: cuando llegaba a sitios donde había puertas de los esenios, las que no tenían pinturas, no podía pasar por semejantes puertas sin sufrir amargas experiencias. Veía esas puertas sin pinturas, pero para él había en ellas imágenes espirituales: a ambos lados siempre aparecía lo que en la ciencia espiritual conocemos con los nombres de Ahrimán y Lucifer. Y con el tiempo se le había formado en el alma la firme impresión de que la aversión de los esenios a las pinturas en las puertas tenía que ver con la atracción mágica de semejantes seres, y que para los esenios tales pinturas eran como trasuntos de Lucifer y Ahrimán. Esto lo había advertido unas cuantas veces. El alma que las experimenta no se inclina a reflexionar mucho sobre estas cosas, porque son demasiado conmovedoras, y pronto llega a sentir que el pensamiento humano no basta para ahondar en ellas, no es capaz de compenetrarlas. Pero las impresiones no sólo se impregnan en lo profundo del alma, sino que se convierten en una parte de la vida anímica misma. Uno se siente vinculado a la parte del alma en que se acumulan esas experiencias e incluso a las experiencias mismas, que nos acompañan por el resto de la vida.
De este modo, Jesús de Nazareth siguió llevando en el alma las dos imágenes, la de Lucifer y la de Ahrimán que él había visto en las puertas de los esenios. Al principio, esto no le había causado otro efecto sino el de darse cuenta de algún vínculo misterioso entre estos seres espirituales y los esenios. Después de lo experimentado en el alma de Jesús, también resultó difícil entenderse mutuamente, puesto que en su alma vivía algo que él no pudo mencionar al hablar con los esenios, ya que cada vez, lo experimentado en las puertas de los esenios, le impedía proseguir. Después de una conversación sumamente importante, en que se había hablado de lo sublime espiritual, al salir por la puerta del edificio principal de los esenios, Jesús de Nazareth dió con las figuras de las cuales él sabía que eran Lucifer y Ahrimán. Entonces él vió que los dos huían de la puerta del convento de los esenios; y en su alma surgió una pregunta. No que él mismo preguntara, sino que con inmensa fuerza elemental surgió en su alma la pregunta: ¿A dónde huyen ellos; a dónde huyen Lucifer y Ahrimán? Sabía que lo sagrado del convento de los esenios los había ahuyentado; pero en su alma quedó impregnada la pregunta: ¿A dónde huyen? Esta pregunta no la pudo arrancar de su alma; esta pregunta encendió su alma, y con ella vivió de hora en hora, de minuto en minuto, durante las semanas siguientes. Después del diálogo espiritual, al haber pasado por la puerta del edificio principal de los esenios, ardía en su alma la pregunta: ¿A dónde huyen Lucifer y Ahrimán? En la próxima conferencia hablaremos de lo que Jesús siguió haciendo bajo la impresión de esta pregunta que se había impregnado en su alma y, además, de lo que él había oído como la voz cambiada de la Bath-Kol</personname />, al haberse caído junto al altar del culto pagano; y finalmente, del significado de lo que acabo de relatar.
1 Nota d. T. «traducido a nuestro idioma»: debido a la responsabilidad que la traducción de esta oración involucra, insertamos el texto original alemán:
AUM. Amen!
Es walten die Ubel,
Zeugen sich losender Ichheit,
Von andern erschuldete Selbstheitschuld,
Erlebet im taglichen Brote,
In dem nicht waltet der Himmel Wille,
Da der Mensch sich schied von Eurem Reich
Und vergass Euren Namen.
Ihr Vater in den Himmeln.
2 La colocación de la piedra fundamental del primer Goethe anum en Dornach (Suiza), sede central de la Sociedad Antropo</personname />sófica General, había tenido lugar el 20 de septiembre de 1913; dos semanas antes de esta conferencia.
Quinta conferencia
Oslo, 5 de Octubre de 1913.
En la conferencia anterior hemos echado una mirada sobre la vida de Jesús de Nazareth, desde los doce hasta cerca de los treinta años de edad. Por lo que he comunicado se comprenderá, seguramente, que durante dicho período sucedieron muchas cosas de suma importancia para el alma de Jesús, pero también de profundo significado para toda la evolución de la humanidad. Por la ciencia espiritual sabemos que todos los hechos de esta evolución se relacionan entre sí; de modo que lo experimentado por el alma de Jesús, que atañe en muchos sentidos a toda la humanidad, también ha de ser de suma importancia para la evolución terrestre. De la más variada manera aprendemos a conocer el significado del acontecimiento de Gólgota; y en este ciclo de conferencias se trata de conocerlo por la contemplación de la vida de Cristo Jesús mismo. Por lo tanto vamos a dirigir la mirada, con que ayer hemos considerado dicho período, una vez más sobre el alma de Jesús de Nazareth, para contemplar lo que ella habrá sentido después de haber experimentado, hasta la edad de veintiocho, veintinueve años, los significativos acontecimientos a que en la conferencia anterior me he referido.
Para poder sentir lo que entonces vivió en el alma de Jesús, voy a relatar un suceso que tuvo lugar hacia fines del tercer decenio de la vida de Jesús de Nazareth. Se trata de un diálogo que él sostuvo con su madre, es decir con la que desde que se habían unido en una sola las dos familias, había llegado a ser su madre. Con ella siempre se había entendido perfecta e íntimamente, mucho mejor que con todos los demás miembros de la familia; o bien, él se entendía con todos, mas ellos no se entendían lo mismo con él. Anteriormente, Jesús ya había conversado con su madre sobre diversas impresiones que en su alma se habían formado; pero en el citado momento tuvo lugar un diálogo sumamente importante, que nos deja mirar en lo profundo de su alma. Por las experiencias que hemos caracterizado, Jesús había llegado a ser sabio, de modo que su rostro reflejaba infinita sabiduría. Pero también se había formado en su interior cierta tristeza: la sabiduría le había dado el fruto de que su mirada hacia los hombres en torno suyo, verdaderamente le causaba mucha tristeza. A esto se sumó el que hacia fines del tercer decenio de su vida, cada vez más, en sus horas de quietud, recordaba un determinado acontecer: traía a la memoria el hecho de que a los doce años se había producido el importante cambio, la revolución en su alma por el traspaso a su ser del alma de Zaratustra. En los primeros tiempos después del penetrar en su ser el alma de Zaratustra, en cierto modo sólo había sentido en sí mismo el infinito enriquecimiento interior. Al final de su tercer decenio aún no sabía que él era Zaratustra reencarnado, mas sí sabía que a los doce años se había producido en su alma un profundo cambio. Y ahora, muchas veces le surgió el sentimiento: ¡Cuán diferente había sido mi vida antes de aquel cambio! A menudo recordó el infinito calor anímico de entonces. En su infancia había estado ensimismado, con caluroso afecto en todo lo que de la Naturaleza</personname /> habla al hombre, y con amor a todo lo sublime en ella. Pero había poseído poca disposición para adquirir los tesoros del saber humano. Poco le había interesado lo que se aprende por la educación escolar. Sería totalmente erróneo creer que hasta los doce años este niño Jesús hubiese tenido dotes especiales en sentido exterior. Había poseído ternura de corazón, profunda comprensión por lo humano y viviente sensibilidad, ánimo benigno angelical. A los doce años, todo esto pareció haberle abandonado súbitamente; y ahora recordó y sintió como, antes de la edad de doce años; había estado vinculado a todo lo profundo del espíritu del mundo y que su alma había estado abierta a las infinitas vastedades espirituales; y cómo, a partir de los doce años, se sintió en su alma apto para apropiarse la erudición hebrea, la que espontáneamente acogió como de sí mismo; cómo, viajando, llegó a conocer los cultos paganos; que tuvo ante el alma el saber y la religiosidad del paganismo; y, además, que entre los dieciocho y veinticuatro años de edad, vivió con las conquistas civilizadoras de la humanidad; y que, aproximadamente a la edad de veinticuatro años, ingresó en la comunidad de los esenios, donde conoció una doctrina oculta y a hombres dedicados a ella, Todo esto lo recordó muchas veces. Pero también fue consciente de que con ello, en el fondo, no reunió en el alma sino lo que desde la antigüedad el hombre había acumulado en sí mismo; vivió con lo que se ofrecía como tesoros humanos de sabiduría, de cultura, de conquistas morales. También recordó, muchas veces, su vida anterior a los doce años, cuando él se había sentido vinculado al origen divino de la existencia, cuando todo en él se había basado en lo elemental y lo primitivo, cuando todo surgió de su ánimo rebosante, caluroso y lleno de amor, en íntima consonancia con las demás fuerzas del alma humana.
Estos sentimientos condujeron entonces a un bien definido diálogo con su madre. Ella le amaba inmensamente y a menudo había hablado con él sobre todo lo hermoso y grandioso que en él se había formado desde sus doce años de edad. Al principio, él no había confesado a su madre la disonancia que ello había suscitado en su interior, de modo que ella sólo había visto lo hermoso y grandioso y, por lo tanto, ignoraba mucho de lo que, cual una confesión general, con este diálogo fue dado; pero lo acogió íntimamente y de todo corazón. Hubo en ella una íntima comprensión del sentimiento de Jesús y de que él añoraba lo que antes de los doce años había poseído. Trató de consolarle, destacando todo lo hermoso y sublime que desde entonces había aparecido en él. Le recordó el resurgimiento de las grandes doctrinas, la sabiduría y el tesoro de las leyes del judaísmo y todo cuanto por él se había manifestado. Con el corazón oprimido, Jesús escuchó a la madre apreciar lo que él consideró como algo superado, y le respondió; Todo esto será cierto; empero ¿qué importancia puede tener para la humanidad, si por mí o por otro se hicieran resurgir todos los antiguos magníficos tesoros espirituales del judaísmo? En el fondo, carece de importancia lo que de tal manera pudiera manifestarse. Ciertamente, si ahora en torno nuestro existiera una humanidad que tuviese oídos para oír el lenguaje de los profetas antiguos, entonces sí sería provechoso hacer resurgir los antiguos tesoros de sabiduría. Incluso si hoy viniera Elías -así habló Jesús- para enunciar lo mejor que él había experimentado en las vastedades celestes; no existen los hombres que tendrían oídos para oír la sabiduría de Elías, ni de los profetas anteriores, ni de Moisés, ni de los demás, hasta llegar a Abraham. Hoy no sería posible enunciar lo que ellos habían dado; el viento se llevaría sus palabras. Para el mundo de hoy, no tiene ningún valor lo que yo creía haber adquirido. Así habló Jesús de Nazareth y se refirió a que, hacía poco, las palabras de un gran maestro habían quedado perdidas. Si bien no fue un maestro de la altura de los profetas antiguos, fue, no obstante, un importante y profundo maestro, el bondadoso Hil-lel, el Viejo (75 a</metricconverter />. de J.C. – 4 d. de J.C.). Jesús sabía muy bien que Hil-lel, el Viejo, aún en los tiempos de Herodes en que no era fácil ganar prestigio, era muy apreciado dentro del judaísmo; también sabía que Hil-lel había pronunciado fervorosas palabras. De él se había dicho: en el pueblo judío, la Tora</personname /> desapareció, pero Hil-lel la restableció. Para los que le comprendieron, Hil-lel apareció como renovador de la primitiva sabiduría judía. El anduvo de lugar en lugar como uno de los maestros de la sabiduría; cual un nuevo mesías anduvo por territorio del pueblo judío. Era de carácter muy apacible. Todo esto se relata incluso en el Talmud, y también lo verifica la erudición exterior. La gente le elogiaba con entusiasmo y decía que era un hombre que hacía mucho bien.
Sólo puedo citar algunos ejemplos para caracterizar cómo Jesús de Nazareth habló a su madre aludiendo al estado anímico de Hil-lel. Los relatos le caracterizan como hombre bondadoso y apacible que por su benevolencia y amor hacía muchísimo bien. Se conserva un relato profundamente significativo que demuestra la gran paciencia y complacencia de Hil-lel. Dos personas hacían una apuesta sobre la posibilidad de encolerizar a Hil-lel; pues era sabido que éste de ningún modo podría enfurecerse. Uno de los dos que hacían la apuesta decía: haré todo lo posible para conseguir que Hil-lel se encolerice. En el momento en que éste estaba sumamente ocupado con los trabajos preparatorios para el sábado, aquel hombre de la apuesta llamó a la puerta de Hil-lel y le dijo, no en tono cortés ni dándole el tratamiento de rigor -ya que Hil-lel era presidente de la suprema autoridad religiosa- sino que simplemente llamó: «¡Hil-lel, rápido, ven afuera!» El, poniéndose una prenda, salió pacientemente. El hombre, en tono vehemente, dijo: «Tengo que preguntarte algo». Hil-lel respondió: «Querido ¿qué pregunta tienes?» El otro: «Tengo que preguntarte ¿por qué los babilonios tienen la cabeza tan delgada?» Hil-lel, en tono suave, le contesta: «Pues, querido mío, los babilonios tienen la cabeza tan delgada porque tienen parteras de poca habilidad». El otro se retiró. Hil-lel se había mantenido apacible. Después de unos minutos, el otro volvió y llamó con tono brusco: » ¡Hil-lel, ven afuera, tengo que preguntarte algo!» Hil-lel, poniéndose el abrigo, salió y le dijo: «Pues, querido ¿qué pregunta tienes ahora?» Responde aquél: «Tengo que preguntarte, ¿por qué los árabes tienen los ojos tan chiquitos?» Hil-lel, afablemente le respondió: «El desierto es tan grande; los ojos se achican al mirar el enorme desierto». El hombre de la apuesta se atemorizó. Hil-lel volvió a su trabajo, y después de unos minutos, el otro llamó por tercera vez, en tono brusco: » ¡Hil-lel, ven afuera, tengo que preguntarte algo!» Hil-lel se puso el abrigo, salió y preguntó afablemente: «Ahora ¿qué tienes que preguntar?» «Tengo que preguntarte; ¿por qué los egipcios tienen los pies tan planos?» «Porque el territorio es tan pantanoso», respondió Hil-lel y volvió a su trabajo. Después de pocos minutos aquél volvió y dijo que ahora no quería preguntar nada, pero que había hecho la apuesta de conseguir enfurecerle y que no sabía cómo hacerlo. Y Hil-lel le dijo apaciblemente: «Querido mío, es preferible que tú pierdas la apuesta a que Hil-lel se encolerice».
Esta leyenda atestigua la paciencia de HiI-lel, paciencia con cada uno que le molestaba. En cierto sentido, semejante hombre se parece a un antiguo profeta; así lo explicó Jesús a su madre. Muchas palabras que de Hil-lel conocemos, suenan como una renovación de la era de los antiguos profetas. Jesús citó algunas hermosas palabras de Hil-lel, y luego dijo: «Mira, querida madre, de Hil-lel dicen que él es como un antiguo profeta resurgido. Yo pienso que todo mi saber no proviene únicamente del judaísmo«. Ciertamente Hil-lel había nacido en Babilonia, y sólo más tarde había sido trasladado al territorio judío. Pero era descendiente de la estirpe de David; de tiempos remotos venía su parentesco con la estirpe de David, de la que también provenían Jesús y los suyos. Y dijo Jesús: «Por más que yo hablara como había hablado ese gran hombre, Hil-lel, como hijo de David, hoy no existen los hombres que podrían oírlo«; semejantes palabras resultan ahora fuera de lugar; en los tiempos remotos eran adecuadas. Ya no existen los que tendrían oídos para oír. Todo lo que de esta manera se dijese, resultaría fútil e inútil. Como resumiendo lo que en este sentido tenía que decir, Jesús de Nazareth dijo a la madre: «Ya no es apropiado a esta tierra lo enunciado por el antiguo judaísmo, pues no están más los antiguos judíos. Hay que considerarlo como algo sin valor en nuestra tierra«.
De un modo poco común la madre oyó hablarle de la futilidad de lo que para ella era lo más sagrado; pero le amaba de todo corazón, y sólo sintió infinito amor. Debido a ello se suscitó en la madre algo como una íntima comprensión de lo que él quiso decirle. Jesús siguió hablando y pasó a relatar lo que había experimentado en los lugares del culto pagano. Recordó en espíritu que se había caído junto al altar pagano, y que había oído la voz cambiada de la Bath-Kol. Y</personname /> se encendió en él la luz cual una renovación de la antigua sabiduría de Zaratustra. Aún no sabía claramente que en sí mismo portaba el alma de Zaratustra, pero mientras hablaba, surgieron en él la sabiduría y el impulso de Zaratustra. En comunidad con su madre, vivió en él el grandioso impulso de Zaratustra. En su alma surgió todo lo hermoso y grandioso de la antigua sabiduría solar. Recordó las palabras de la Bath-Kol</personname /> y las pronunció para la madre:
AUM, Amén.
Impera el Mal,
testigo de yoidad que se desenlaza,
deuda del propio ser, por otros acarreada,
Vivida en el pan de cada día,
en que no domina la voluntad de los cielos,
porque el hombre se separó de vuestro reino
Y olvidó vuestro nombre,
Vosotros, Padres en los cielos.
Con estas palabras, todo lo grandioso, incluso del culto de Mithra, vivió en su alma como por genialidad interior. Habló con su madre sobre la grandeza y la gloria del culto pagano, y sobre lo que vivía en los Misterios de los pueblos antiguos; mucho de lo cual se había unido en los Misterios del Asia Occidental y del Sur de Europa. Pero en su alma también vivió el sentimiento de que paso a paso ese culto, al caer bajo la influencia de potencias demoníacas, había sufrido una transformación, lo que él mismo había experimentado aproximadamente a la edad de veinticuatro años. Todo eso lo recordó, y entonces, también la sabiduría de Zaratustra le apareció como algo para lo cual ya no era apto el hombre de entonces. Lo expresó con estas palabras significativas: «Por más que se aunasen todos los Misterios con todo lo grandioso de los tiempos pasados, los hombres ya no existen, para oírlo. Todo eso es inútil. Si yo saliera para enunciar a los hombres lo que oí como la voz cambiada de la Bath</personname /> Kol, si yo hablara del secreto por qué el hombre en su cuerpo físico ya no puede vivir en comunidad con los Misterios, no existen los hombres que podrían comprenderlo; todo se pervertiría en fuerza demoníaca. No existirían oídos para comprender mis palabras. Los hombres han perdido la capacidad para oír lo que antaño se había enunciado y escuchado«. Porque ahora Jesús sabía que aquello que él había oído como la transformada voz de la Bath-Kol</personname />, fue una antiquísima sabiduría sagrada, una oración que pertenecía al tesoro espiritual de todos los Misterios, oración que había caído en el olvido, pero que en él surgió al haberse caído junto al altar pagano. Pero también vio, y lo expresó en aquel diálogo, que ya no había posibilidad para hacerlo comprender.
Continuando el diálogo, Jesús contó a su madre lo que conoció en la comunidad de los esenios; habló de lo hermoso, grandioso y de la gloria de la enseñanza de los esenios, de su benevolencia y de su afabilidad. Y entonces agregó, como tercera palabra significativa, lo que habla llegado a comprender en su diálogo visionario con el Buda: no todos los hombres pueden convertirse en esenios. Cuán acertadas fueron las palabras de Hil-lel: no te separes de la comunidad, antes bien, trabaja y actúa dentro del conjunto de todos. Pues, ¿qué soy si me quedo solo? Pero así proceden los esenios: se apartan de los demás, los que de este modo se vuelven desafortunados. Después contó a la madre lo que en la conferencia anterior he relatado: «Cuando un día salí, después de un íntimo e importante diálogo con los esenios, percibí en la puerta que Lucifer y Ahrimán huían; y desde entonces sé, mi querida madre, que por su vida y su doctrina oculta, los esenios se protegen a sí mismos de tal manera que de sus puertas deben huir Lucifer y Ahrimán. Pero con esto los esenios envían a Lucifer y Ahrimán a los demás, para hacerse afortunados a sí mismos.» Estas palabras impresionaron profundamente al alma afectuosa de la madre; y se sintió a sí misma como transformada y en armonía con Jesús.
Pero Jesús de Nazareth tuvo la sensación como si con este diálogo todo lo que poseía en su interior se hubiese retirado de él. Lo vió, y la madre lo vió. Cuanto más hablaba con la madre, cuanto más ella le escuchaba, tanto más la madre supo cuánta sabiduría había vivido en él, desde la edad de doce años. Mas todo resultó como desvanecido; en cierto modo, Jesús había puesto en el corazón de la madre todo lo vivido y lo experimentado por él. Con ese diálogo él también fue transformado, y esto de tal manera que a los hermanastros y los demás parientes les pareció que él había perdido la lucidez mental. Cómo lo lamentamos, decían ellos, ya que él fue tan sabio; siempre estuvo muy callado, pero ahora ya no está en su juicio. Y le consideraban como hombre perdido.
Efectivamente, días enteros anduvo como en estado de somnolencia: el yo de Zaratustra estuvo a punto de abandonar el cuerpo de Jesús de Nazareth. Y finalmente surgió en él la decisión que le condujo, como movido mecánicamente, al ya conocido Juan el Bautista. Aconteció entonces el bautismo en el Jordán a que muchas veces me he referido. Con el diálogo con la madre se había retirado el yo de Zaratustra, y con ello hubo nuevamente lo que había existido hasta la edad de doce años, pero acrecentado, más grandioso. Con el bautismo en el Jordán se sumergió en este cuerpo el Cristo; y en el mismo instante en que ocurrió el bautismo, la madre sintió algo como el fin de aquella transformación. Tenía entonces cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, y se sintió a sí misma como compenetrada del alma de la madre que había muerto, la del niño Jesús que a los doce años había recibido el yo de Zaratustra. El espíritu de la otra madre descendió y se unió con la madre con la cual Jesús había sostenido aquel diálogo; y ésta se sintió como aquella joven madre, la del niño Jesús del Evangelio de Lucas.
Representémonos de la justa manera la infinita importancia de aquel acontecimiento, y tratemos de sentir el significado de que con ello vivió en la tierra un ser singular: el Cristo en un cuerpo humano, una entidad que jamás había vivido en un cuerpo humano; que hasta entonces no había conocido ninguna vida terrenal, sino únicamente los reinos espirituales. De lo terrenal sólo supo lo que en cierto modo se había acumulado en los cuerpos físico, etéreo y astral de Jesús de Nazareth. El Cristo descendió a estos tres cuerpos, como ellos habían devenido a través de los treinta años de vida que hemos descrito. Libre de todo, el Cristo vivió lo que entonces le tocó experimentar. La Crónica</personname /> del Akasha y el Quinto Evangelio nos indican que el Cristo primero fue conducido a la soledad. Jesús de Nazareth, en cuyo cuerpo ahora estaba el Cristo, se había privado de todo lo que le había vinculado con el mundo; y el Cristo, que sólo ahora había arribado a la tierra, ante todo fue atraído por lo que, debido a las impresiones conservadas en la memoria, firmemente se había grabado en el cuerpo astral. En cierto modo, el Cristo se decía a sí mismo: este es el cuerpo que había visto que Ahrimán y Lucifer huyeron, y que había sentido que los esenios, en su aspirar, empujan hacia los demás a Ahrimán y Lucifer. Hacia estos dos, el Cristo se sintió atraído, pues son ellos con quienes los hombres deben luchar. A la soledad, para luchar con Ahrimán y Lucifer, fue atraído el Cristo, que por primera vez vivió en un cuerpo humano.
Creo que en gran medida es verdadera la escena que ahora voy a relatar. Observar semejantes cosas en la Cró</personname />nica del Akasha es muy difícil, por lo que advierto expresamente que ciertos pormenores posiblemente haya que modificarlos en forma insignificante; pero lo esencial está. Muchas veces me he referido a que la escena de la tentación, los Evangelios la relatan según distintos aspectos. Me he esforzado en investigarla, y voy a contar imparcialmente como ella realmente fue. En la soledad, el Cristo en el cuerpo de Jesús de Nazareth, primero encontró a Lucifer, la entidad que se aproxima al hombre presuntuoso, falto de humildad y conciencia del propio ser. Lucifer se dirige al falso orgullo y a la altanería del hombre. Lucifer se enfrentó al Cristo, diciéndole, aproximadamente, lo que también figura en los otros Evangelios: ¡Mírame! Los reinos en que el hombre ha sido colocado, fundados por los antiguos dioses, ya son anticuados. Yo voy a fundar un nuevo reino y te daré todo lo que de belleza y gloria en los antiguos reinos existe, si tú entras en mi reino. Pero debes separarte de los otros dioses y reconocerme a mí. Lucifer le describió toda la belleza de su propio mundo, y todo lo que hablaría al alma humana, si ella tuviera un poco de orgullo. Pero como Cristo había venido de los mundos espirituales, sabía quién es Lucifer y a qué debe atenerse el alma para no ceder a la tentación. Cristo no conocía la tentación de Lucifer, pero El sabía cómo se está al servicio de los dioses, y poseía la fuerza para rechazar a Lucifer.
Para un segundo ataque, Lucifer llamó a Ahrimán para que éste le ayudase; y ambos se dirigieron al Cristo. Uno trató de incitarle al orgullo: Lucifer; el otro habló a su miedo: Ahrimán. De esta manera, aquél le dijo: Con mi espiritualidad, con lo que yo puedo darte, no te hará falta lo que ahora necesitas por haber adoptado, como Cristo, un cuerpo humano. ‘Este cuerpo te subyuga, te obliga a reconocer las leyes de la gravitación. Si yo te arrojo al abismo, el cuerpo humano te impide quebrantar la ley de gravitación. Pero si tú me reconoces a mí, yo voy a anular las consecuencias de la caída, y nada te pasará’. Ahrimán le dijo: yo voy a librarte del miedo, ¡arrójate! Ambos le acosaron, pero como en su acosamiento en cierto modo se equilibraron, el Cristo pudo librarse de ellos; El encontró la fuerza que en la Tierra</personname /> el hombre debe encontrar para elevarse sobre Lucifer y Ahrimán. Ahrimán dijo entonces a Lucifer: tu presencia me estorba; en vez de aumentar mis fuerzas, las disminuiste. El último ataque lo emprendió Ahrimán solo, diciendo al Cristo lo que encuentra su expresión en el Evangelio de Mateo: Haz que lo mineral se convierta en pan; si te jactas de poseer fuerzas divinas, di que estas piedras se hagan pan. Mas el Cristo respondió: no sólo de pan vivirá el hombre, sino de lo espiritual que proviene de los mundos espirituales. Esto lo sabía muy bien el Cristo, porque acababa de descender de los mundos espirituales. Pero Ahrimán le respondió: por más que tú tengas razón, realmente esto no me impide tenerte sujeto, en cierto sentido. Tú únicamente sabes lo que hace el espíritu que desciende de las alturas; jamás estuviste en el mundo humano. Aquí abajo, en el mundo humano, viven hombres que verdaderamente necesitan que las piedras se hagan pan, pues no les es posible nutrirse de espíritu solamente. Este fue el momento en que Ahrimán decía al Cristo algo que en la tierra se podía saber, pero que el Dios que en aquel momento había descendido, desconocía. El no sabía que aquí abajo hacía falta convertir en pan el mineral, el metal. Y Ahrimán respondió que aquí abajo el hombre se ve en la necesidad de nutrirse con el dinero. He aquí el punto en que Ahrimán todavía tenía poder. Y él dijo entonces: ¡Voy a valerme de este poder! Esto es el verdadero relato de la tentación. En ella quedó un punto sin resolver. Los problemas no encontraron solución definitiva. Los problemas concernientes a Lucifer se resolvieron, por cierto, no así los referentes a Ahrimán. Para ello hace falta algo más [3].
Al salir de la soledad, el Cristo Jesús se sintió llevado más allá de todo lo vivido y aprendido a partir de los doce años; sintió reunido el Espíritu-Cristo con lo que en Jesús había vivido antes de la edad de doce años. En verdad, ya no se sintió vinculado a lo que en la humanidad había quedado envejecido y árido. Hasta el lenguaje que en su mundo se hablaba, le dejó indiferente y al principio, incluso quedó callado. Anduvo por las cercanías de Nazareth y algo más allá; visitó muchos de los lugares, por los que ya como Jesús de Nazareth había pasado, y entonces sucedió algo sumamente notable. Téngase bien presente que relato lo que pertenece al Quinto Evangelio, y no vendría al caso que alguien quisiera descubrir contradicciones con respecto a los otros cuatro Evangelios. Me atengo al contenido del Quinto Evangelio. Muy callado, como no teniendo nada en común con su mundo circundante, el Cristo anduvo, al principio, de albergue en albergue, trabajando con la gente en los respectivos lugares. Lo vivido con lo que Ahrimán le había dicho sobre el pan, le había dejado profundamente impresionado. En todas partes, en los lugares donde antes había trabajado, volvió a encontrar gente conocida. Esos hombres se acordaron de El, y allí realmente encontró la gente a la cual Ahrimán debe tener acceso, porque para ella es imprescindible que las piedras se hagan pan o, lo que es lo mismo, convertir en pan el dinero, el metal. No hacía falta ir a la gente que observaba las máximas morales de Hil-lel o de otros; pero entró en las moradas de aquellos que en los otros Evangelios son llamados los publicanos y pecadores, porque para ellos era necesario que las piedras se hicieran pan. A ellos principalmente los visitó. Pero ahora se había llegado a algo nuevo. Muchos de esos hombres le conocían de antes de sus treinta años, pues ya como Jesús de Nazareth había estado con ellos, quienes habían conocido su naturaleza apacible, su amor y sabiduría. En cada casa, en cada albergue se le había amado profundamente. Este amor había quedado, y mucho se habló del amor de ese hombre, Jesús de Nazareth, que había estado en aquellas casas y en esos lugares.
Y como por efecto de leyes cósmicas sucedió lo siguiente: me refiero a escenas muchas veces repetidas, reveladas por la investigación clarividente. Los miembros de familias, donde Jesús de Nazareth había trabajado, se habían reunido después de la puesta del sol, hablando entonces del amor y la caridad de ese hombre que como Jesús de Nazareth había estado en sus casas, como asimismo de los calurosos sentimientos que él había suscitado en sus almas. Y muchas veces había sucedido que, después de horas enteras de semejantes reuniones, entraba en la habitación, como por una visión común de todos los miembros de la familia, la imagen de Jesús de Nazareth. Efectivamente, él los visitaba en espíritu, o también, ellos se creaban su imagen espiritual. Podemos imaginarnos los sentimientos que surgieron en el seno de semejantes familias, que antes habían tenido esa visión en común, cuando, después del bautismo en el Jordán, El volvió. Ellos le reconocieron por su semblanza exterior, sólo que ahora el brillo de los ojos era más intenso. Vieron el rostro resplandeciente que otrora los había mirado con tanto amor; vieron al hombre que en espíritu había estado con ellos. Podemos imaginarnos lo extraordinario que ahora sucedió en esas familias y en los pecadores y publicanos, quienes, debido a su karma, estaban expuestos a todos los seres demoníacos de aquel tiempo. Ahora se puso de manifiesto la naturaleza cambiada de Cristo Jesús; principalmente en semejantes hombres se hizo evidente lo que por el habitar del Cristo en Jesús de Nazareth, éste había llegado a ser. Antes, esos hombres habían sentido su amor, su bondad y su naturaleza apacible; pero ahora emanó de El un poder mágico. Si antes ellos sólo se habían sentido confortados, ahora se sintieron curados. También llamaron a sus vecinos, si éstos también estaban oprimidos. De tal manera sucedió que, después de haber vencido a Lucifer, y cuando de Ahrimán sólo le quedaba el aguijón, Cristo Jesús pudo hacer, para los hombres sumidos al dominio de Ahrimán, lo que en la Biblia</personname /> se describe como la expulsión de los demonios. Muchos de aquellos demonios que él había visto cuando había caído junto al altar pagano, ahora se retiraron, cuando El, como Cristo Jesús, estuvo frente a esos hombres. Los demonios percibieron a su adversario. Cuando ahora anduvo por la campiña, el comportamiento de los demonios en las almas humanas, le hizo recordar que había caído junto al altar del sacrificio, donde en lugar de los dioses estaban los demonios, y que él no podía celebrar el culto. También se acordó de la Bath-Kol</personname /> que le había enunciado la oración de los antiguos Misterios; principalmente tuvo en mente la palabra: «vivida en el pan de cada día». Los hombres a quienes visitó ahora, debían de las piedras hacer pan. Muchos de ellos pertenecían a los que sólo de pan deben vivir. Y la palabra de la antigua oración pagana: «vivida en el pan de cada día» la sintió en lo profundo del alma; sintió lo que significa la incorporación del ser humano en el mundo físico, y que, en el curso de la evolución de la humanidad, debido a esa necesidad, la incorporación física del hombre había conducido a que los hombres olvidasen los nombres de los Padres en los cielos, los nombres de los seres espirituales de las jerarquías superiores. Además, sintió que no había hombres capaces de oír la voz de los antiguos profetas. Ahora supo que la vida basada en el pan de cada día separó al hombre de los reinos celestes, y que esta vida hace brotar el egoísmo y conduce al hombre hacia Ahrimán.
Cuando, entregado a semejantes pensamientos, Cristo Jesús caminaba por las distintas comarcas, aconteció que se convirtieron en sus discípulos y le siguieron, los que más profundamente sintieron la transformación que en Jesús de Nazareth se había producido. De diversos albergues llevó consigo a este o aquel que le siguió, movido por el profundo sentimiento a que me refiero. De modo que pronto hubo en torno de El un grupo de discípulos; hombres que en cierto sentido habían adquirido un nuevo estado de su alma, hombres que por la fuerza del Cristo habían llegado a distinguirse de los que -como se lo había dicho a su madre- ya no eran capaces de oír lo antiguo. Y en El se encendió la experiencia terrenal del Dios: tengo que enseñar a la humanidad, no como los dioses condujeron al hombre de lo espiritual a la tierra, sino como él ha de encontrar el camino de la tierra al espíritu. Nuevamente recordó la voz de la Bath-Kol</personname /> y ahora supo que habría que renovar las fórmulas y oraciones de los tiempos antiguos, y que el hombre deberá buscar el camino desde abajo hacia los mundos espirituales. Las últimas palabras de la oración las cambió, dándoles sentido inverso, adecuado al hombre del tiempo nuevo, y porque había que ponerlas en relación no con todo el coro de las entidades espirituales de las jerarquías, sino con el ser espiritual único: «Padre nuestro en el cielo.» Y las palabras que El había oído como en penúltimo lugar de la oración de los Misterios: «y olvidó vuestro nombre», las cambió para adecuarlas a la humanidad del tiempo nuevo: «santificado sea tu nombre» y las palabras en el antepenúltimo lugar que decían: «porque el hombre se separó de vuestro reino», las invirtió: «venga tu reino a nosotros». Las palabras «en que no domina la voluntad de los cielos», también las invirtió, dándoles el sentido adecuado a cómo ahora los hombres pudiesen oírlas, ya que ahora no había nadie que pudiera oír la fórmula antigua. Un total cambio del camino a los mundos espirituales debía producirse, por lo cual las invirtió: «sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.» El misterio del pan, o sea, de la incorporación en el cuerpo físico, el secreto de todo lo que ahora, por el aguijón de Ahrimán se le había revelado, lo transformó de tal manera que el hombre pudiese sentir que el mundo físico también proviene del mundo espiritual, aunque el hombre no lo reconozca espontáneamente. Por eso, las palabras acerca del pan de cada día las transformó en el ruego: «danos hoy nuestro pan de cada día«. Las palabras «deuda del propio ser, por otros acarreada» las cambió así: «perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.» Y las palabras que en la oración de los antiguos Misterios resonaban en el segundo lugar: «testigo de yoidad que se desenlaza», las invirtió así: «mas líbranos«, y las primeras: «Impera el Mal», las transformó, agregando «del Mal. Amén.»
Por la inversión de la transformada voz de la Bath-Kol</personname />, que Jesús de Nazareth había oído al haberse caído junto al altar, el Padrenuestro del cristianismo se nos presenta como la oración de los nuevos Misterios que el Cristo Jesús nos ha dado. De un modo similar aparte de mucho que aún habrá que exponer también fue dado el sermón del monte y otras cosas más que Cristo Jesús enseñó a sus discípulos. El Cristo Jesús influyó en sus discípulos de un modo singular. Hay que tener presente que simplemente estoy describiendo lo que se lee en el Quinto Evangelio.
Cuando el Cristo andaba por las distintas comarcas, ejercía un efecto extraordinario sobre los demás. Estaba, por cierto, en comunidad con los apóstoles; empero, como El era el Cristo, fue como si no solamente estuviese en su cuerpo; sino que en los lugares por donde andaba, sucedía que uno u otro tenía la sensación de que en sí mismo estuviese presente el Cristo. Tenía la sensación de que en el alma propia estaba la entidad perteneciente» al Cristo Jesús: y tal hombre empezaba a expresar las palabras que en realidad sólo el Cristo Jesús hubiera podido decir. Al encontrarse con la gente El y sus discípulos, sucedía entonces que quien hablaba no era en todos los casos el Cristo Jesús mismo, sino que también hablaba uno u otro de los discípulos; pues El tenía con los discípulos todo en común, inclusive la sabiduría.
Francamente, me sorprendió sobremanera el percatarme que en el diálogo con los saduceos a que se refiere el Evangelio de Marcos, el Cristo Jesús no habló a través del cuerpo de Jesús, sino de la boca de uno de los discípulos. También sucedía que, cuando a veces el Cristo Jesús dejaba a sus discípulos, estaba, no obstante, entre ellos; ya sea que entonces caminaba con ellos en espíritu, o bien, estando lejos, aparecía a ellos en su cuerpo etéreo. Su cuerpo etéreo o estaba con ellos, o andaba por la campiña; y muchas veces no era posible distinguir si El, por decirlo así, llevaba el cuerpo físico consigo, o si se trataba de la aparición del cuerpo etéreo. Así fue el vínculo con los discípulos y con otros hombres cuando Jesús de Nazareth había devenido Cristo Jesús; pero El mismo experimentó lo que ya he mencionado: mientras que en los primeros tiempos la entidad de Cristo se hallaba relativamente independiente del cuerpo de Jesús de Nazareth, debió, cada vez más, asemejarse a este cuerpo. A medida que corría el tiempo iba intensificándose la atadura al cuerpo de Jesús de Nazareth; y en el último año apareció un profundo dolor debido a esta atadura al cuerpo, ya bastante debilitado, de Jesús de Nazareth.
No obstante, aún sucedía que Cristo iba de lugar en lugar, acompañado de un ya bastante numeroso grupo. Cuando en este o aquel lugar uno de ellos hablaba, podía creerse que era el Cristo mismo quien hablaba, pues El hablaba por la boca de todos. Hubo, por ejemplo, un diálogo entre los escribas. Ellos decían: para aborrecimiento del pueblo se podría prender y matar a cualquiera de ellos, pero se tomaría, quizás, a Uno por otro, pues todos hablan de igual modo. Por lo tanto, esto no resuelve nada, ya que posiblemente el verdadero Cristo Jesús sobreviviría. Es preciso prender al Cristo mismo. Sólo los discípulos mismos fueron capaces de hacer la distinción; pero ellos, naturalmente, no iban a decir al enemigo quién era el verdadero Cristo. Pero ahora, Ahrimán había adquirido fuerza suficiente con respecto a la pregunta que había quedado sin resolver, pregunta que el Cristo no pudo decidir en los mundos espirituales, sino únicamente en la tierra.
Pero por el hecho más grave tuvo que conocer lo que significa hacer pan de las piedras. Pues Ahrimán recurrió a la complicidad de Judas Iscariote. Por la manera de cómo el Cristo obraba, no hubiera existido ningún recurso espiritual para descubrir quién, en medio de los que le veneraban, era el Cristo. Pues donde el espíritu, incluso lo supremo de la fuerza persuasiva, ejercía su influencia no fue posible apoderarse de El. Únicamente se logró aprehenderle donde actuaba quien empleaba el medio desconocido al Cristo y que El no llegó a conocer sino por el acto más grave sobre la Tierra. Por</personname /> ningún otro medio hubiera sido posible reconocerle sino únicamente porque intervino quien se puso al servicio de Ahrimán, quien efectivamente sólo por el dinero llegó a cometer la traición. El vínculo de Cristo con Judas consistía en que en la escena de la tentación había tenido lugar lo que es comprensible en el Dios: El no sabía que sólo para el cielo es cierto que para el pan no se necesitan piedras. La traición se hizo porque Ahrimán había retenido el aguijón. Además, el Cristo debió someterse al dominio de la muerte, por cuanto que Ahrimán tiene poder sobre ésta. He aquí el vínculo de la escena de la tentación y del Misterio de Gólgota con la traición de Judas. Mucho más habría que enunciar concerniente al Quinto Evangelio; pero las demás partes del mismo seguramente se darán a conocer en el curso de la evolución de la humanidad. Por los relatos escogidos he tratado de dar una idea de cómo es este Evangelio. Y ahora, al final de estas conferencias, siento nuevamente, en lo profundo del alma, lo expresado en la primera conferencia, es decir, que son las necesidades de nuestro tiempo las que exigen hablar del Quinto Evangelio. Y lo expuesto en esta oportunidad también requiere que sea acogido en concordancia con estas condiciones.
Sabemos que la ciencia espiritual y nuestro movimiento antroposófico tienen muchos enemigos, y que ellos proceden de una manera bastante extraña. Desde hace un tiempo, hay personas que dicen que nuestra ciencia espiritual está contaminada de un estrecho cristianismo e incluso de jesuitismo. Pero también ocurre que en forma increíble se procede a falsificar nuestra ciencia. Un hombre que venía de América la acogió dentro de cierto tiempo, tomó apuntes y luego, en forma desfigurada, la llevó consigo a Norteamérica, donde creó y publicó, en base a lo aquí acogido, una «Teosofía Rosacruz». Admite haber aprendido de nosotros muchas cosas, pero que después ha sido llamado por los maestros quienes le enseñaron mucho más. Sin embargo, negó haber aprendido de nosotros, lo profundo que él había sacado de nuestros ciclos de conferencias (en aquel entonces aún no publicadas). Ante lo que ocurre en Norteamérica podemos mantenernos apacibles, igual que Hil-lel, el Viejo; sin embargo, reproduciendo lo exteriorizado por otros, se ha dicho que también en Europa existe una cosmovisión rosacruz, pero de característica estrecha y jesuítica, y que aquella nueva ciencia, ¡sólo ha podido prosperar en la atmósfera pura de California! Así proceden nuestros adversarios. Podemos contemplarlo con indulgencia y hasta con compasión, pero no hay que cerrar los ojos ante semejantes hechos.
Preferiría no hablar de estas cosas, pero al servicio de la verdad es necesario hacerlo, pues hay que mirar las cosas con claridad. Hay gentes que justamente no toleran lo que es de índole del Quinto Evangelio; y quizás no hay odio más sincero que aquel que se ponía de manifiesto en las críticas con respecto al misterio, también perteneciente al Quinto Evangelio, de los dos niños Jesús. El verdadero antropósofo observará la justa actitud ante este Quinto Evangelio que se ha dado de buena fe, y que no debe ser tratado irrespetuosamente. Con semejantes verdades que se basan en la investigación clarividente, tan necesaria para nuestro tiempo, nos hallamos ante el dominio de la civilización de la época. Puede decirse que, en el fondo, en nuestro tiempo existe un genuino anhelo de espíritu; pero la gente es demasiado arrogante o de capacidad insuficiente como para interesarse por el verdadero espíritu.
Ante todo hace falta suscitar el amor a la verdad para poder oír el anuncio del espíritu. En la actual cultura no existe tal grado de veracidad y, lo que es peor, la gente no se da cuenta de ello. Mucho se habla hoy de espíritu sin tener idea de su realidad. Existe, por ejemplo, un hombre que ha ganado mucho prestigio, justamente porque siempre habla del espíritu. Me refiero a Rudolf Eucken. Quien lea sus libros encontrará que allí siempre se insiste en ¡espíritu, espíritu, espíritu! Es así como hoy se habla del espíritu porque se es demasiado cómodo o demasiado altanero para penetrar hasta las fuentes mismas del espíritu. Sin embargo, estos hombres gozan de mucho prestigio; y en nuestra época será difícil hacerse comprender con relatos como los del Quinto Evangelio, tan concretamente tomados de lo espiritual. Esto requiere seriedad y veracidad interior. Uno de los últimos libros de Eucken se titula: «¿Todavía podemos ser cristianos?» Se compone de una larga serie de distintos capítulos donde se habla, a través de muchos tomos, de alma y espíritu, espíritu y alma. Pues se adquiere prestigio y fama, si se da la impresión de saber algo de espíritu, y la gente ni se da cuenta de la falta de veracidad. Hay un pasaje en que se dice que la humanidad, ya no cree en demonios, y que ya no se puede esperar que exista quien pueda creerlo. Y en otro pasaje del mismo libro se da con la extraña frase: «Donde se tocan lo divino y lo humano, se producen potencias demoníacas.» De modo que aquí habla de demonios, después de haber expresado, en el mismo libro, lo que primero he citado. Debería rechazarse semejante ciencia del espíritu que tan groseramente falta a la verdad. Sin embargo, parece que nuestros contemporáneos no se dan cuenta de esta falsedad. Es preciso tenerlo en mente para comprender que debemos preparar nuestro corazón, si queremos ser partícipes del anuncio de lo espiritual y de la nueva vida espiritual que la humanidad debe encontrar.
Si por la ciencia espiritual tratamos de unir el alma humana con el Cristo, hay poca esperanza de tener éxito frente a la cultura de la época, si ella se contenta con ideas que todos los sabios filósofos y teólogos difunden: la creencia que ya antes de la venida del Cristo haya existido un cristianismo. Ellos demuestran que el culto e incluso ciertos relatos típicos ya antes, en Oriente, habían existido en forma igual; y por ello esos teólogos afirman que el cristianismo no es otra cosa que la continuación de lo que ya había existido. Nuestros contemporáneos dan mucha importancia a la literatura respectiva, sin saber cómo las cosas se relacionan entre sí. Si se habla de la entidad espiritual del Cristo que ha descendido a la tierra y que es venerada dentro de los mismos cultos en que otrora han sido venerados los dioses paganos y si, además, este hecho se emplea para negar en absoluto la realidad del Cristo, se está aplicando una lógica que se basa en lo siguiente: puesto que el Cristo en cierto sentido empleó la vestimenta exterior de los antiguos cultos, la gente no llega a reconocer que en realidad el Cristo sólo se la ha puesto como una vestidura, y que es el Cristo mismo el que se presenta en el marco de los cultos antiguos. Tomemos entonces la suma de las bibliotecas y de las actuales consideraciones científicas monistas: todo esto son pruebas, e incluso pruebas veraces, del vestido exterior de la entidad de Cristo. Y toda esta ciencia se acepta como profunda sabiduría.
Debemos tener presente este cuadro si queremos acoger, no solamente con el intelecto sino con el sentimiento, lo que como Quinto Evangelio se ha expuesto. Este Evangelio nos quiere decir que con nuestra verdad debiéramos sentirnos situados de la justa manera en nuestro tiempo, para ver que no es posible hacer comprender al tiempo antiguo lo que como nuevo mensaje debe venir. Según la palabra del Evangelio hemos de decir: Con el pensar que hoy impera en la humanidad, no es posible seguir la evolución espiritual. Por ello es menester arrepentirse y cambiar el modo de pensar. Quienes no tengan claramente presente lo que existe y lo que debe venir, no servirán debidamente a lo que a la humanidad hace falta como ciencia espiritual.
(Para terminar este ciclo de conferencias, Rudolf Steiner se despidió del auditorio con las siguientes palabras:) Dar este Quinto Evangelio ha sido para mí un sagrado deber. Y al despedirme de vuestro corazón y de vuestra alma, expreso el deseo que el lazo que nos une haya quedado estrechado por la investigación espiritual sobre el Quinto Evangelio al que me siento íntimamente vinculado. Apelando al más caluroso sentimiento de vuestro corazón y vuestra alma, os digo: aunque físicamente tengamos que estar separados por algún tiempo, quedaremos unidos y sentiremos conjuntamente lo que tenemos que trabajar y lo que nos exige el deber que en nuestro tiempo el espíritu impone al alma humana. Aquello a que aspiramos progresará de la justa manera por el trabajo de cada uno de vosotros. Con este deseo me despido de vosotros, al concluir este ciclo de conferencias.
Rudolf Steiner
Nota 3 N. del Tr. Lo aquí expuesto alude a la necesidad de crear en el mundo un nuevo orden social. Los problemas de convivencia humana, desde todos los tiempos, y ahora en forma más pronunciada, en gran parte tienen su origen en el concepto que se tiene del dinero y en el uso que del mismo se hace, contrario a las leyes que desde un punto de vista espiritual le son inmanentes. Naturalmente, se trata de un tema que requiere un estudio exhaustivo.
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