Pensamiento y Sentimiento
Existe la tendencia, en muchos grupos espirituales, a considerar que únicamente son válidos los sentimientos, el mundo del corazón, por encima del frío mundo de los pensamientos, o de la razón, al que hay que apartar o incluso anular en el camino del perfeccionamiento humano.
Y sin embargo la realidad que podemos captar y que nos llega a través de los estímulos de las percepciones sensoriales, por si mismas, no nos dirían nada si no las unimos a los conceptos que les ponemos y las ideas que elaboramos a través de nuestros pensamientos. Esa realidad que puedo percibir la estoy modificando con cada acción que realizo (talar un árbol, decir algo a alguien de lo que no sabía, etc). Los conceptos son los nombres que me sirven para colocar las cosas en su sitio, para estructurar esa realidad, que es física e imperceptible.
Los estímulos sensoriales producen en nosotros sentimientos diferentes en cada uno, personales, incompartibles e individuales, subjetivos. Sin embargo, los conceptos, las ideas, los podemos compartir todos de igual manera, siempre que sean correctos, es algo universal. Mediante el pensar se produce el sentimiento de forma individual, en función de la elaboración que cada uno pueda hacer desde su posición actual y de las claves que posea, es decir, del patrimonio cultural que cada uno tenga y que siempre debería ser el suyo propio, no el impuesto por los procesos condicionantes educativos y sociales.
El Mundo de los Pensamientos
Existe un mundo de pensamientos que fluye en todo lo que existe, una inteligencia que va construyendo un cosmos humano, concierto de los pensamientos de todas las Jerarquías Espirituales creadoras que continuamente están actuando sobre nosotros a través de sus emanaciones de innumerables seres elementales, para que nosotros podamos actuar con nuestra conciencia, tal como manifiesta Rudolf Steiner, el fundador de la ciencia espiritual antroposófica; pensamientos divinos estructurados en el mundo físico material, en un ecosistema específico en el planeta Tierra, con la intervención distorsionadora de entidades opositoras a la correcta evolución del ser humano, produciendo el error, la entropía y la muerte, frente al aprendizaje, el progreso y la elevación del hombre.
Todo ello permite la posibilidad del proceso pensante en el ser humano, proceso que nos hace verdaderamente “humanos” y que no ha sido alcanzado por la mayoría de la humanidad hasta el siglo XX, obra de arte cósmica al servicio de la capacidad de acción moral a través del funcionamiento del pensamiento en el ejercicio del libre albedrío, y que siempre debería estar dirigido a la Verdad, no al interés personal, lo que se ha denominado “abnegación en el conocimiento”. El hombre es el único ser que puede elegir que hacer con su pensar; el resto de los seres no pueden elegir, sino actuar en función de los pensamientos que les llegan instilados desde arriba, de los mundos espirituales.
Los pensamientos de un individuo pueden llegar a convertirse en códigos morales, en función de que sean aceptados por los demás hombres a través de procesos educativos. Ello puede dar lugar a decidir como tienen que pensar las personas usando ese poder de adoctrinamiento de los demás por parte de pequeños grupos más o menos institucionalizados, laicos y religiosos, tal como ha ocurrido a lo largo de la historia humana. Si yo no pienso, otros piensan por mí y entonces no puedo ejercer como persona. Por ello el robarle a un ser humano su participación pensante es uno de los más graves pecados que se pueden cometer contra el espíritu.
El conocimiento académico de hoy día está basado en falsas gnoseologías o teorías de conocimiento tomadas como verdaderas, dándose únicamente validez indiscutible a los postulados científicos, en muchos casos fundamentados en meras hipótesis indemostrables. Con ello sólo se reconoce una parte de la realidad, la perceptible a lo físico-material, negándose la posibilidad de cualquier tipo de conocimiento de la realidad trascendente o espiritual, que es relegada al campo de las creencias. Steiner, en su tratado sobre la “Filosofía de la Libertad” demuestra todo lo contrario: no existen necesariamente límites al conocimiento si se desarrollan las correspondientes facultades anímico-espirituales del ser humano, siendo la más elevada la del pensamiento. El problema es si lo ejercemos y en qué lo empleamos, aparte de para nuestro exclusivo interés personal, muy poco para la búsqueda del verdadero conocimiento.
Se nos educa intencionadamente para que, de forma pasiva, pensemos según el criterio de otros, es decir, no pensemos por nosotros mismos. El mayor peligro que puede existir para los dirigentes de las distintas religiones y regímenes políticos e institucionales es el que los individuos puedan pensar libremente por si mismos, saliéndose por tanto de la obediencia debida a los grupos que detentan todo el poder y manejan el mundo según sus espúreos intereses. El modelo que se vende es el del pensamiento único, globalizado y globalizador, impuesto a todo el mundo por una homogeneización cultural germano-anglosajona que se contagia desde los Estados Unidos de América, en donde las diferencias son económico-sociales, sin discusión en el patrón cultural establecido, si es que se quiere participar en la tecnología del bienestar materialista.
Y sin embargo todos, como individuos, podemos percibir una parte, más o menos grande, de la realidad, y todos podemos enriquecernos con el pensamiento de los demás, con una mayor riqueza cuanto más se comparta fraternalmente y de forma menos competitiva.
El pensamiento, la facultad anímica más importante que poseemos, es lo único que nos puede permitir ejercer la libertad, a diferencia del sentimiento, que siempre nos condiciona en función de lo que ocurre en nuestro mundo exterior. Por ello, el que apela únicamente al sentimiento de los demás, como ocurre en la mayoría de las corrientes espirituales, sobre todo en las orientales, se están inmiscuyendo ilegítimamente en la libertad a la que tienen derecho miles de millones de seres humanos hoy día, en la época de desarrollo del alma de conciencia. A diferencia del sentir, el pensar nunca es subjetivo: cuando llegamos a comprender algo a través del pensar estamos uniéndonos con el cosmos mediante un proceso participativo con toda la realidad humana. Se pretende hacer creer que se piensa en función de la capacidad cerebral, algo subjetivo, y si es buena esa capacidad cerebral se puede desarrollar la inteligencia; “ si la vuestra no tiene esa capacidad, no sois tan inteligentes y por tanto sois dependientes de los líderes a los que debéis obediencia ”. Pero el pensamiento no es subjetivo, aunque se vivencia como tal, sino objetivo-subjetivo: no depende del buen funcionamiento del cerebro, sino de la relación que se pueda establecer con la fuente universal del mundo de las ideas, una facultad que todos los seres humanos pueden desarrollar sin dependencias de otros.
El mundo de los Deseos
El deseo en si mismo no es algo perverso, es lícito e imprescindible en nuestras vidas, es algo natural y consustancial con el ego. No es ni bueno ni malo, hasta que puedo analizarlo a través del pensar. En este mundo físico material en el que vivimos no podríamos hacerlo sin deseos, su supresión nos convertiría en seres similares a los vegetales, catatónicos. Normalmente se identifican los deseos con los instintos y pasiones, existiendo la tendencia natural a demonizarlos, siendo por ello importante el identificar la calidad de los mismos ya que pueden pervertirse o sacralizarse por cada ser humano. Se trataría de reconocer nuestros deseos y si es necesario trasformarlos y regenerarlos para que sean el alimento correcto para nuestra alma.
En la estructura anímico-sensible del ser humano (cuerpo astral) es en donde se producen los instintos, pasiones, sentimientos, pensamientos e impulsos volitivos, es decir, todo lo que se produce en el alma, y por tanto abarca todo el campo de actuación que podemos ir depurando. Compartimos con los animales ese cuerpo astral, trascendiendo el nivel regido por los instintos gracias a estar dotados de una conciencia autónoma que va a ir modificando todos esos impulsos instintivos hacia las pasiones y sentimientos humanos, unidos a una forma de pensar que se va a ir desarrollando a lo largo de milenios, que Steiner caracteriza en tres etapas: comienzo del Alma Sensible en el 3.100 AC, del Alma Racional en el 747 AC, y del Alma Consciente en el 1413 DC, hoy día en sus inicios, con el predominio de las dos anteriores. Lo superior en nosotros es el Alma Consciente, estado anímico que ya nos tendría que caracterizar hoy día (desarrollo de la conciencia y pensamiento individual, moral y ético ), pero ya sabemos que siguen siendo las pasiones, las emociones y la racionalidad lo que sigue dominando a la inmensa mayoría de la humanidad, al nivel de siglos anteriores.
Poderosas influencias espirituales han desarrollado la sensibilidad a través de los procesos civilizatorios en la humanidad durante milenios. En la actualidad ese estado anímico nos genera placer o dolor, confort anímico o malestar, y eso es lo que organiza y dirige nuestras vidas, lo que estructura nuestra personalidad, algo subjetivo. Sin embargo, cuando una idea la hago mía, la elaboro y comprendo y siento, me la apropio legítimamente, es mi identificación personal individual con la esencia espiritual que conforma esa idea. Es algo que hoy, desde el siglo XX y en el siglo XXI todos podemos hacer, no anteriormente, cuando la divinidad se expresaba a través de la voluntad inconsciente de la mayoría de los seres humanos, tal como nos dice Steiner.
Eros, el primer nivel del amor, se genera junto con el instinto de reproducción, (tal como detalla Steiner en su “Crónica del Akasha”), en el “manvántara” o antiguo estado planetario de la tierra conocido como Antiguo Sol, junto con el arquetipo de todo el sistema metabólico humano, y el aparato reproductor unido al placer correspondiente a ese proceso de reproducción, si bien no será efectivo hasta el estado terrestre, ya en el ser humano dotado de cuerpo físico material. Es algo instilado por las Jerarquías positivas de los Ángeles y Arcángeles, responsables del placer que se obtiene con el sexo, el primer nivel de amor instintivo fisiológico, algo por tanto sagrado.
El placer y el amor están, por tanto, estructuralmente relacionados como algo natural y bueno desde el principio, al margen del comportamiento y decisión del ser humano. Ya sabemos lo que los hombres somos capaces de hacer en la búsqueda de ese placer: pervertirlo, al igual que con todos los otros actos que realizamos. En el mundo de los deseos hoy casi todo está pervertido. No hay nada maléfico en el cuerpo humano, todo es benéfico. El problema es el comportamiento del hombre a través del proceso cultural en el desarrollo de la “civilización”. En la época actual de desarrollo de la conciencia es la libertad individual la que debe decidir, no sólo en este campo, a través del criterio personal moral, no en base a doctrinas y dogmas del pasado.
En este sentido ya es tiempo de que sepamos tolerar y ejercer correctamente la satisfacción y el placer como algo natural, para la regeneración de la humanidad, vinculando placer con naturaleza, abriendo nuestros sentidos y percepciones al Cosmos viviente. Para ello habremos de desvincularnos con las concepciones culturales impuestas en Occidente desde la Iglesia Católica medieval, por sus pésimas relaciones con el cuerpo físico humano y su miedo al amor y lo natural, aprisionándonos en una rígida coraza neurótica que percibe como diabólico cualquier proceso de energía biológica.
Yo y Mis Circunstancias
Es conocida la frase de Ortega: ”Yo soy yo y mis circunstancias”. Cuanto más débil sea mi Yo (ego o personalidad), los elementos circunstanciales se van a convertir de condicionantes a determinantes: “no puedo hacer otra cosa, viendo lo que hay a mi alrededor…” Si el Yo es fuerte las circunstancias podrán ser condicionantes, nunca determinantes. Un Yo no tiene porqué estar determinado por ninguna circunstancia, por conflictiva que pueda ser. Las circunstancias son todo lo benéfico que tengo en mí, pero también toda la porquería que llevo dentro. Soy un ser divino, luminoso, pero también necrótico y ennegrecido. El Yo es mi núcleo central, al margen de mi situación y los condicionamientos de mi cuerpo físico-material, meras circunstancias.
Según Steiner, las fuerzas opositoras a la correcta evolución espiritual del ser humano, en general, se caracterizan por su unilateralidad, a diferencia de nuestra estructura humana, mucho más compleja y rica en la amplitud de sentimientos. Ellas no pueden desviarse de su línea de actuación, como una fuerza que sigue una dirección, y que cuando penetran en una estructura anímica humana quieren que esa sustancia anímica se incremente y crezca intensamente. Cuando penetran, ¿qué es lo que se encuentran en el alma y que van a intensificar?. Por ejemplo todas las adiciones y deseos, instintos y pasiones, de las que se alimentan espiritualmente todos los seres elementales que generan esas fuerzas opositoras o retardatarias, luciféricas y ahrimánicas.
En personas propensas al Misticismo la fuerza luciférica se va a incrementar considerablemente hacia una huída del planeta y de la materia y sus derivaciones, dinero, trabajo, familia, etc. pudiendo llegar a procesos de locura. Personas con fuertes impulsos materialistas van a verlos agigantados por los impulsos ahrimánicos que petrifican el alma, con pensamientos cada vez más determinantes y limitativos.
La represión de los deseos y sentimientos, en general, hace que desaparezcan las cosas que vivenciamos de la conciencia, enviándolas al inconsciente, desde donde van a actuar de forma necrótica: es un campo abonado para todo tipo de enfermedades psico-físicas. No cabe duda de que desde el punto de vista social la represión puede ser muy útil, atemperando los deseos e impulsos instintivos agresivos, si bien desde el punto de vista de la evolución no es válida, como sería, por ejemplo, el introducir en el cuerpo sensible y etérico lo artístico consciente, la reflexión, la meditación, la plasmación correcta de procesos reales, con la verdad, la voluntad, el bien, etc., como elementos transformadores de lo que permanece en el inconsciente: procesos curativos y regeneradores que pasan por la conciencia, desde el punto de vista espiritual, esotéricos o artísticos
Andrés Piñán
El deseo en si mismo no es algo perverso, es lícito e imprescindible en nuestras vidas, es algo natural y consustancial con el ego. No es ni bueno ni malo, hasta que puedo analizarlo a través del pensar. En este mundo físico material en el que vivimos no podríamos hacerlo sin deseos, su supresión nos convertiría en seres similares a los vegetales, catatónicos. Normalmente se identifican los deseos con los instintos y pasiones, existiendo la tendencia natural a demonizarlos, siendo por ello importante el identificar la calidad de los mismos ya que pueden pervertirse o sacralizarse por cada ser humano. Se trataría de reconocer nuestros deseos y si es necesario trasformarlos y regenerarlos para que sean el alimento correcto para nuestra alma.
En la estructura anímico-sensible del ser humano (cuerpo astral) es en donde se producen los instintos, pasiones, sentimientos, pensamientos e impulsos volitivos, es decir, todo lo que se produce en el alma, y por tanto abarca todo el campo de actuación que podemos ir depurando. Compartimos con los animales ese cuerpo astral, trascendiendo el nivel regido por los instintos gracias a estar dotados de una conciencia autónoma que va a ir modificando todos esos impulsos instintivos hacia las pasiones y sentimientos humanos, unidos a una forma de pensar que se va a ir desarrollando a lo largo de milenios, que Steiner caracteriza en tres etapas: comienzo del Alma Sensible en el
Poderosas influencias espirituales han desarrollado la sensibilidad a través de los procesos civilizatorios en la humanidad durante milenios. En la actualidad ese estado anímico nos genera placer o dolor, confort anímico o malestar, y eso es lo que organiza y dirige nuestras vidas, lo que estructura nuestra personalidad, algo subjetivo. Sin embargo, cuando una idea la hago mía, la elaboro y comprendo y siento, me la apropio legítimamente, es mi identificación personal individual con la esencia espiritual que conforma esa idea. Es algo que hoy, desde el siglo XX y en el siglo XXI todos podemos hacer, no anteriormente, cuando la divinidad se expresaba a través de la voluntad inconsciente de la mayoría de los seres humanos, tal como nos dice Steiner.
Eros, el primer nivel del amor, se genera junto con el instinto de reproducción, (tal como detalla Steiner en su “Crónica del Akasha”), en el “manvántara” o antiguo estado planetario de la tierra conocido como Antiguo Sol, junto con el arquetipo de todo el sistema metabólico humano, y el aparato reproductor unido al placer correspondiente a ese proceso de reproducción, si bien no será efectivo hasta el estado terrestre, ya en el ser humano dotado de cuerpo físico material. Es algo instilado por las Jerarquías positivas de los Ángeles y Arcángeles, responsables del placer que se obtiene con el sexo, el primer nivel de amor instintivo fisiológico, algo por tanto sagrado.
El placer y el amor están, por tanto, estructuralmente relacionados como algo natural y bueno desde el principio, al margen del comportamiento y decisión del ser humano. Ya sabemos lo que los hombres somos capaces de hacer en la búsqueda de ese placer: pervertirlo, al igual que con todos los otros actos que realizamos. En el mundo de los deseos hoy casi todo está pervertido. No hay nada maléfico en el cuerpo humano, todo es benéfico. El problema es el comportamiento del hombre a través del proceso cultural en el desarrollo de la “civilización”. En la época actual de desarrollo de la conciencia es la libertad individual la que debe decidir, no sólo en este campo, a través del criterio personal moral, no en base a doctrinas y dogmas del pasado.
En este sentido ya es tiempo de que sepamos tolerar y ejercer correctamente la satisfacción y el placer como algo natural, para la regeneración de la humanidad, vinculando placer con naturaleza, abriendo nuestros sentidos y percepciones al Cosmos viviente. Para ello habremos de desvincularnos con las concepciones culturales impuestas en Occidente desde
Yo y Mis Circunstancias
Es conocida la frase de Ortega: ”Yo soy yo y mis circunstancias”. Cuanto más débil sea mi Yo (ego o personalidad), los elementos circunstanciales se van a convertir de condicionantes a determinantes: “no puedo hacer otra cosa, viendo lo que hay a mi alrededor…” Si el Yo es fuerte las circunstancias podrán ser condicionantes, nunca determinantes. Un Yo no tiene porqué estar determinado por ninguna circunstancia, por conflictiva que pueda ser. Las circunstancias son todo lo benéfico que tengo en mí, pero también toda la porquería que llevo dentro. Soy un ser divino, luminoso, pero también necrótico y ennegrecido. El Yo es mi núcleo central, al margen de mi situación y los condicionamientos de mi cuerpo físico-material, meras circunstancias.
Según Steiner, las fuerzas opositoras a la correcta evolución espiritual del ser humano, en general, se caracterizan por su unilateralidad, a diferencia de nuestra estructura humana, mucho más compleja y rica en la amplitud de sentimientos. Ellas no pueden desviarse de su línea de actuación, como una fuerza que sigue una dirección, y que cuando penetran en una estructura anímica humana quieren que esa sustancia anímica se incremente y crezca intensamente. Cuando penetran, ¿qué es lo que se encuentran en el alma y que van a intensificar?. Por ejemplo todas las adiciones y deseos, instintos y pasiones, de las que se alimentan espiritualmente todos los seres elementales que generan esas fuerzas opositoras o retardatarias, luciféricas y ahrimánicas.
En personas propensas al Misticismo la fuerza luciférica se va a incrementar considerablemente hacia una huída del planeta y de la materia y sus derivaciones, dinero, trabajo, familia, etc. pudiendo llegar a procesos de locura. Personas con fuertes impulsos materialistas van a verlos agigantados por los impulsos ahrimánicos que petrifican el alma, con pensamientos cada vez más determinantes y limitativos.
La represión de los deseos y sentimientos, en general, hace que desaparezcan las cosas que vivenciamos de la conciencia, enviándolas al inconsciente, desde donde van a actuar de forma necrótica: es un campo abonado para todo tipo de enfermedades psico-físicas. No cabe duda de que desde el punto de vista social la represión puede ser muy útil, atemperando los deseos e impulsos instintivos agresivos, si bien desde el punto de vista de la evolución no es válida, como sería, por ejemplo, el introducir en el cuerpo sensible y etérico lo artístico consciente, la reflexión, la meditación, la plasmación correcta de procesos reales, con la verdad, la voluntad, el bien, etc., como elementos transformadores de lo que permanece en el inconsciente: procesos curativos y regeneradores que pasan por la conciencia, desde el punto de vista espiritual, esotéricos o artísticos
Andrés Piñán
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