La Vigencia de Steiner
Siguiendo la linea editorial de la Redacción de esta revista, manifiesta desde el primer número, de preconizar y ponderar, por encima de cualquier adscripción sectaria a ninguna doctrina o filosofía de carácter excluyente, la intrínseca unidad de fondo de todas las ramas de la doctrina esotérica, y aunque dentro de esa vía unitaria y ecuménica pueda advertirse siempre una afinidad e interés inevitables hacia esa gran maestra referencial que es Helena P. Blavatsky y su nunca suficientemente ensalzada “Doctrina Secreta”, queremos hacer honor y sencillo homenaje en este número a ese otro monumento del ocultismo, Rudolf Steiner, y es por ello que recogemos varios artículos en relación con su abundantísima y muchas veces todavía desconocida obra acerca del Cristianismo esotérico occidental y el impulso crístico que con sus tesis e investigaciones antroposóficas vino a aportar al esoterismo tradicional de todas las edades.
Y en tal sentido, al acercarnos a la ingente y múltiple producción de Steiner, expresada más en cientos de conferencias por él expuestas a lo largo de su vida que en sus textos más conocidos, observamos, con relación a la teosofía blavatskiana, su reivindicación de las tradiciones esotéricas cristianas y occidentales, por encima y como superación y trascendencia de las filosofías budista e hinduista de Oriente fundamentalmente preconizadas por la Escuela Teosófica. En los dos trabajos cosmológicos más omnicomprehensivos aparecidos en los tiempos modernos sobre la cultura occidental del uno y de la otra (“La Doctrina Secreta” de Blavatsky y “La Ciencia Oculta” de Steiner) ¿existe una contradicción de principios o entre ambos libros y filosofías o por el contrario la citada obra de Steiner es más bien un suplemento que viene a completar el texto fundamental de la Sra. Blavatsky?
Según los antropósofos que han venido interpretando hasta hoy a su maestro Steiner existe una teoría predominante en “La Doctrina Secreta” acerca del nacimiento y creación del mundo y del ser humano, que a la larga imposibilita al hombre occidental seguir el sendero del ocultismo oriental si no renuncia a su naturaleza europea y a sus raíces culturales y religiosas, que ha venido a ser corregida y ampliada por la descripción detallada en “La Ciencia Oculta” acerca de las condiciones, medios y pruebas de la iniciación específicamente formuladas y diseñadas para el discípulo occidental y europeo. Dicha teoría parte de la doble lucha que tanto en los cielos como en la tierra se produjo con la creación cósmica y que se tradujo en la doble “ideología” entre los Creadores que afirmaban la evolución cósmica y los seres que rechazaban la creación material: aquellos que seguían “el camino de la Luna” (Chandravancha, es decir la corriente del mundo material) y las almas que seguían “el camino del Sol” (Suryavancha, la corriente espiritual). Para Blavatsky, dicen tales antropósofos, el punto cardinal que materializa en la tierra esa oposición de fuerzas se produjo con la encarnación humana y la división de sexos a mediados del período Lemur: de un lado apareció la intelectualidad en el hombre y con ella su naturaleza solar, y de otro, con el sexo, su naturaleza lunar, de manera que el propósito de toda la existencia humana sería alcanzar la victoria del Sol –el espíritu- en el hombre sobre su tendencia lunar –la materia-, de tal forma que la significación real de la evolución cultural humana habría de ser el triunfo de la Luz de Oriente sobre la oscuridad del Oeste, que en este sentido espiritual sería el polo inferior de la cultura humana siendo la Luz del Este el polo superior, pero siempre preservando en este proceso la intelectualidad occidental como principal logro de los europeos.
Es en este sentido que “La Doctrina Secreta”, prosiguen Steiner y los antropósofos, mantiene una actitud moral muy definida entre arriba y abajo, espíritu y materia, el mal y el bien, entre Lucifer como ser espiritual de luz y guía de la humanidad y Jehovah, Dios de la Luna, como poder de la oscuridad que impulsa la procreación y por tanto el sexo, es decir entre Lucifer y Ahriman, siendo en esta polaridad Jehovah visto como el ser Ahrimánico (materialista y demoníaco) y en el extremo opuesto siendo Cristo el ser de luz y por tanto Luciférico. Sin embargo, mantienen los seguidores de Steiner, Madame Blavatsky pasó por encima y no pudo llegar a captar el verdadero sentido del Misterio del Gólgota (la bajada de la vida espiritual a la existencia en la tierra) y del auténtico esoterismo cristiano que encierra el sacrificio cósmico del Cristo, que por el contrario es un punto crucial y central en “El Silencio Oculto”, y que vino a cambiar y modificar en mitad de nuestra actual 5ª subraza de la 5ª Raza raíz toda la evolución humana a lo largo de los siglos, tanto como pudo significar la separación de sexos en la época lemur. El impulso crístico que se produjo en el Misterio del Gólgota permite al hombre ir más allá del planteamiento estrictamente dualista del bien y el mal, y comprender que además del Misterio de la Luz y del Misterio de la Muerte existe un tercero y superior Misterio de la Vida y la Luz que pasó a través de la Muerte, y a aprender a ver también el mal arriba y alternativamente el bien abajo, de manera que el impulso radiante del Cristo pasa sobre el abismo entre la luz y la oscuridad y une los dos opuestos entre la luz y la oscuridad en un tercer elemento: el principio del amor cósmico, que hace posible la transformación del conocimiento en acción, de la oscuridad inferior en la luz superior.
“El Silencio Oculto” de Steiner y en general los antropósofos abundan, al contrario que Mme. Blavatsky, en toda serie de puntualizaciones e interpretaciones sobre los efectos tanto cósmicos como humanos de ese Misterio del Gólgota. Uno de ellos y fundamental es el referente a la conversión en aquel sagrado momento histórico de Lucifer, el Angel de la Luz y las Tinieblas, el Dios-Diosa andrógino, el Espíritu Santo y Satán al mismo tiempo, que más allá de ser un demonio como pregona la Iglesia Católica, es el arquetipo de la humanidad, el Prometeo encadenado al destino de cada hombre, el hijo pródigo que acepta el dolor y la proscripción de bajar a la tierra e imbuir el principio manásico en el hombre para conocer la libertad y la consciencia. El es el Hijo de la Luz, es la Mente en el hombre, es el Tentador y el Redentor que nos libra y salva del animalismo, es la emanación directa de la Mente Divina. El es la Luz Astral que sirve para crear y destruir, el Shiva-Rudra-Kali que crea y mata toda pasión sexual que domina nuestros sentidos, el torbellino de luz que nos arrastra al abismo y a la muerte. Su naturaleza es el fuego cuyo uso inteligente vivifica y cuyo exceso aniquila. Es el portador de la Luz, la luz/fuego como medio de purificación. La profecía decía que Lucifer, el espíritu levantisco y rebelde, el asura, se uniría al Cristo como el buen Espíritu, pues había de ser mediante él que se comprendería y llegaría al Cristo, así como mediante a través del Manas superior se llega a Buddhi para posteriormente llegar a unirse a Atma/Cristo. Lucifer se convirtió en ese Misterio en el Espíritu Santo en el hombre, el Espíritu del entendimiento independiente y la sabiduría que surge a la luz plena de la consciencia. El sería la antorcha y el portador de la Luz, y Cristo es esa Luz en toda alma humana.
Es a partir de su conversión en el Misterio del Gólgota que el Lucifer hasta entonces penitente se convirtió en el humilde y entregado puente sobre la esfera de falsedad que él había creado en el pasado. Y es en el posterior Pentecostés que se rindió totalmente al impulso de María (Sophia) y se hizo uno con ella, uniendo sus influencias y poderes, al aportar Lucifer al hombre su entusiasmo y alegría (se dice que los apóstoles estaban llenos de un “vino nuevo”, que vendría a ser el entusiasmo dionisíaco de Lucifer), su cooperación al Buddhi de Sophia aportaría ese estado del alma Buddhi-Manas, que permitiría entrar al Cristo en las almas humanas, tal y como hizo en los apóstoles: en ese Pentecostés el Cristo que advino a María y a sus discípulos creó un ego común, un círculo de luz amor como órgano de revelación, una consciencia transpersonal con un punto central, María, cuyo nombre esotérico es “Virgen Sophia”.
De ahí la importancia fundamental que el Antroposofismo y el Hermetismo Cristiano dan al impulso que la venida, muerte y resurrección del Cristo Jesús, que vino a suponer en la evolución del ser humano sobre la tierra un punto perfectamente equiparable al momento histórico en la época lemur en que le fue insuflado al hombre el manas, intelecto o autoconciencia. El Cristo venía a dar un impulso absolutamente innovador al curso evolutivo al unir a los dos opuestos conocidos y completamente insoslayables de Luz y Oscuridad a un tercero de Amor, que permitiría al pueblo europeo y occidental en general tomar una vía práctica de progreso real, modificando e innovando así las vías iniciáticas del ocultismo oriental.
En tal sentido Steiner, a través de sus propias investigaciones espirituales y científicas, identificaba cinco períodos posteriores al hundimiento y desaparición del continente atlante, que vienen a coincidir con las cinco primeras subrazas de la que H. Blavatsky llamó 5ª raza raíz o Raza Aria, y que según el pensador y filósofo antropósofo fueron sucesivamente: la antigua India, la antigua Persia, la época Egipto-Babilónica, la Greco-Romana y la que llamó 5ª Epoca Post-Atlante, cuyo comienzo ubicó cronológicamente entre los siglos XIV y XV de la era cristiana. Pues bien, este último período, en el que actualmente estamos viviendo, es aquél en el que la consciencia científica del hombre ha sido más desarrollada a lo largo de todos los tiempos, mediante el método intelectual de investigación científica y el juicio y discernimiento racional. Y a la vez en el curso del mismo es cuando el hombre ha logrado alcanzar las cotas más altas de desarrollo de su personalidad y de su ego individual y social, aquella estructura de la personalidad que obviamente ha terminado mostrándose como lo que es al fin y al cabo: limitada y finita. Pero al mismo tiempo esta etapa absolutamente necesaria de consecución de una consciencia egóica real no puede ser sino un estado de transición hacia algo superior, y sin embargo ha quedado demostrado que existe el peligro real en esta Quinta Epoca de que el hombre se quede estancado en el amor excesivo a su personalidad finita, de que empiece a temer lo infinito, es decir al mundo ilimitado del espíritu, de manera que a la larga el hombre se pueda convertir finalmente en un ser materialista y ateo.
La gran tarea que ineludiblemente arrostra la humanidad entera dentro de esta 5ª Epoca (que como ha quedado dicho coincide con la de la 5ª subraza aria de la 5ª Raza raiz en la terminología tradicional teosófica) consistirá, afirma el investigador antroposófico, en la transformación alquímica de la vieja lógica racional en una nueva lógica moral, de manera que la consciencia científica éticamente indiferente llegue a transformarse ineludiblemente en consciencia auténticamente ética. La personalidad ha culminado ya su cénit de desarrollo en los pueblos que forman la vanguardia de la Humanidad, y como es ley que solo hay ascenso y descenso, metamorfosis o deformación, regeneración o degeneración, no hay otra vía posible para esa personalidad ya culminada y agotada que ascender o definitivamente afrontar su degeneración y muerte. Y, afirma el pensador antropósofo, solamente se logrará su superación y transcendencia mediante la vía espiritual, en que el hombre, al constatar su vacío abismal y la total limitación de sus facultades y alternativas, busque de nuevo en el mundo espiritual y divino con todas sus fuerzas la síntesis y la autotransformación, para llegar a ser un verdadero ciudadano del mundo. Para ello ha de haber un matrimonio real de ambos opuestos: la intelectualidad y la espiritualidad, la inteligencia y la sabiduría, la ciencia y la revelación, el esoterismo y la religión. En definitiva solo mediante la recuperación de la vía espiritual se llegará a producir esa síntesis o unión entre los opuestos masculino y femenino, mente y moral, intelecto y amor compasivo, ciencia y revelación, aquello que significa el matrimonio sagrado entre la inteligencia y la cálida sabiduría y compasión del corazón.
Emilio Sáinz
Sociedad Biosófica
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