Un Impuesto Mundial
¿UNA UTOPíA?
En una reciente entrevista en una revista de economía, Ricardo Petrella [ii] afirmó que el concepto de globalización[iii] tiene al final un reducido ámbito de aplicación: en propiedad, no se aplica a más del 15% de la población mundial. De hecho, añadiremos que el otro 85%[iv] no debe perder horas de sueño preocupado por la tributación de los intereses derivados de inversiones, de plusvalías por la venta de acciones, ni siquiera con los impuestos que gravan las fincas, y mucho menos con la tributación de la riqueza, dado el nivel (muchas veces inferior al umbral de supervivencia) en que viven. Al final la globalización de que tanto se habla aun no es tan extensa como la propia palabra indica… Hasta alcanzarla realmente, hay un largo camino que recorrer.
Los conceptos de globalización y de aldea global forma parte cada vez más del vocabulario cotidiano. A ello ha contribuido grandemente la comunicación social[i].
Antes de llegar a la tan pregonada “aldea global”, hemos de demostrar nuestra solidaridad mundial para conseguir la disminución de las asimetrías de los recursos disponibles por los ciudadanos del mundo. En ese campo la fiscalidad podrá o deberá tener un papel (otras áreas deberán tener otros muchos) importante a desempeñar.
Hay pues que interiorizar en el fondo de cada uno de nosotros. El concepto de ciudadano del mundo no es más que la ampliación de nuestra pertenencia a un grupo más amplio que el de nuestra familia, nuestro empleo, el barrio, el país o el espacio económico común.
En un ámbito mas extenso que un país, es posible que en la Unión Europea se llegue a crear un impuesto europeo, de recaudación directa en Bruselas, para financiar el presupuesto comunitario[1]. También se apunta que ese impuesto sería preferible en la perspectiva de la justicia tributaria, pues siendo directo, va en contra de la regresividad[2] resultante del recurso a un impuesto indirecto, como es lo que ocurre actualmente debido a la utilización del IVA. Pensamos no obstante que ese es un proyecto aun modesto, ya que tiene alcance reducido –al afectar únicamente a los países de la Unión Europea-.
Una forma concreta y eficaz de la fiscalidad en su contribución a la progresiva conquista de la ciudadanía mundial sería la creación en cada país[3] de un recargo al impuesto que contribuyese más a la redistribución local del rendimiento[4], cuya recaudación revertiría a un organismo internacional eventualmente creado en el seno de la ONU, aunque sin vicios ni restricciones de base, como el derecho de veto de los más poderosos. Ese organismo sería responsable de la gestión y afectación de esas recetas fiscales de la forma que colectivamente se decidiese más apropiada, teniendo en cuenta los objetivos que se persiguen con la implantación de tal impuesto.
Antes de la introducción de esa medida, debería existir una amplia discusión mundial sobre la cuestión, en el sentido de implicar a los Estados, y concienciar a todos y cada uno de nosotros, en particular a los que vivimos en los países más ricos, de la bondad de tal medida. Esta campaña podría pues contribuir a un menor rechazo a la voluntad de pagar el impuesto, si fuese reconocida la seriedad del asunto y de los responsables de su implementación (los valedores de este impuesto, mundial deberían ser personas de elevado prestigio internacional, nacional y local, reconocidos como hombres y mujeres de buena voluntad).
De hecho debemos tener en consideración que muchas veces surge la rebeldía al pago de impuestos debido a la forma en que son empleados los dineros públicos, y no tanto por el sacrificio financiero que representan. Encontrándonos en la era del marketing, sería interesante su aplicación al área tributaria. Se podrían utilizar las televisiones de todo el mundo para la divulgación de estos proyectos, lo que por cierto aliviaría a los telespectadores (por lo menos descendería el porcentaje) de los contenidos que hoy predominan: violencia, calamidades y otros de cuestionable utilidad o elevación.
Defendemos, aunque podamos ser tachados de ingenuos, que esta podría ser la primera piedra en la construcción de un edificio más vasto como representaría la constitución de un “gobierno mundial”. En términos efectivos solo podremos hablar de “aldea global” cuando haya responsables para la gestión individual de cada una de las “casas” que pertenecen a esa “aldea”. Esa gestión deberá ser integrada en forma armoniosa en la gestión global. Estamos en definitiva abocados a aplicar las modernas teorías sobre sistemas, redes y cooperación entre redes a la fiscalidad, creando un sistema propio que contribuya a un mejor funcionamiento de ese sistema más vasto que es la economía mundial. Y no se piense que se está apostando por la “unicidad tributaria”. Esa sí sería una utopía, como es utopía pensar que algún día habrá total igualdad entre las personas.
Sí defendemos que los sistemas fiscales de los diversos países o espacios económicos se aproximen (o al menos que no sean divergentes), a lo que el funcionamiento del mercado prestará (ya lo hace) una importante contribución.
El impuesto mundial sería solo un elemento catalizador para favorecer el esfuerzo de la humanidad en volver este planeta más equilibrado, sobre todo en lo que respecta a las diferencias entre naciones y personas.
Luis Janeiro
MBA en Gestión Internacional. Economista;
Licenciado en Administración y Gestión de Empresas. Profesor Universitario
[i] Estamos convencidos que en el futuro el siglo XX será recordado, en lo que respecta a los acontecimientos más positivos (pues muchos hubo en sentido contrario), por la revolución en la comunicación. De hecho, las posibilidades que exponencialmente van surgiendo en el área de la comunicación han venido a “unir” cada vez más a los habitantes de las diversas “esquinas” de nuestro planeta. Se ha creado definitivamente una “red de comunicación planetaria”. En cuanto a la forma de utilizarla, depende de cada uno de nosotros …
[ii] Consultor de la Comisión Europea, profesor en la Universidad de Lovaina.
[iii] En la referida entrevista, afirmó que la globalización es la “descripción de los dominantes”.
[iv] El rigor del porcentaje no nos parece que sea lo más importante. Es por lo demás evidente que la brecha es enorme.
[1] Ya en 1995 Francisco Lucas Pires (en “Portugal y el Futuro de la Unión Europea”, de Difusión Cultural) defendía que el presupuesto comunitario sería más entendible por los ciudadanos si existiese un verdadero derecho de creación de impuestos por la Unión Europea.
[2] Se habla de regresividad de un sistema fiscal cuando las personas que tienen menores rendimientos, soportan, en comparación a los que tienen rendimientos más elevados, una carga fiscal más pesada. Este fenómeno puede ocurrir por el hecho de que, en los impuestos sobre el consumo, la tasa sea proporcional (incluso que puedan existir diversas tasas proporcionales), y aquellas pueden tener un peso muy significativo en términos de recaudación tributaria. Esto unido al hecho de que las personas con menores rendimientos tienen una elevada propensión al consumo y una reducida o nula propensión al ahorro.
[3] Excepto eventualmente aquellos que se encuentren en una situación de plena catástrofe socio-político-económica. No se debería entretanto dejar fuera los ciudadanos más ricos de los países pobres o incluso muy pobres.
[4] El impuesto sobre el rendimiento de las personas físicas de cada país sería el más indicado, siendo este impuesto mundial solo obligatorio a partir de cierta trama de rendimiento, pues debería ser preservada la idea de redistribución dentro del propio país.
El impuesto adicional debería ser una tasa progresiva (cuyo máximo podría rondar el 5% sobre el rendimiento colectivo relativo a los tramos seleccionados) aplicable a los últimos tramos de rendimiento.
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