EL UNIVERSO DE LA CIENCIA
Demostrar o comprender. Algunos puntos sobre las íes.
“En el Universo entero, en cada forma, subyace un alma; en cada movimiento, subyace un impulso; en todos los efectos, subyace una causa; en todos los tiempos, subyace una eternidad; en todas las construcciones, subyace un plan que se ejecuta.”
(Editorial CLUC, N.E. IV. Lisboa 1996)
Siempre hay algo de sublime cada vez que alguien se coloca ante la Vida, el Hombre, la Naturaleza o el Universo, procurando conocer sus secretos, comprender sus leyes, penetrar en su esencia y hasta cuestionarse sobre la Causa Primera que les dio Ser…
El talento para conocer y comprender es, sin duda, juntamente con la capacidad de amor altruista y desinteresado, la más notable característica del Ser Humano, la marca indeleble de su dignidad y de su estado evolutivo.
Tanto es así, que el Ser Humano no solo tiene la facultad, sino la necesidad de conocer y comprender. Nada escapa a este designio ¡ni siquiera los más profundos interrogantes sobre el sentido de la Vida o sobre la existencia de la Divinidad! Y, en tanto, aunque el Hombre desee ardientemente, a veces desesperadamente, entender la vida y el porqué de los acontecimientos, aunque quiera tener una visión unificada e integradora de las diferentes realidades que conoce y en las que esta envuelto, (tanto más cuanto mayor es su madurez), la historia muestra que hay dicotomías profundas en nuestra relación con el binomio Ciencia-Religión. En efecto, el llamado creyente se habituó a vivir su misteriosa o poco definible fe, apartado del desenvolvimiento de la Ciencia y de cualquier especial interés por las cuestiones científicas, atribuyendo a cada una tiempos, espacios y relaciones humanas propias y muchas veces no mezclables; el ateo o agnóstico, muy crítico sobre las ideas prevalecientes de Dios y sobre la vivencia de la espiritualidad, sobrevaloran el papel de la Ciencia y aprender a convivir íntimamente con sus preguntas sin respuesta, contentándose en cierta forma con un lado inexplicable o absurdo de la existencia –o sin sentido-. Esta dicotomía ha sido alimentada por posturas filosófico-religiosas diametralmente opuestas, con interpretaciones muy diferentes sobre el papel de la Ciencia y sobre las potencialidades y límites del conocimiento científico.
¿Demostrar o comprender?
La actitud religiosa común ha hecho suponer que “tener dudas”, “interrogarse profundamente” sobre Dios o sobre la Vida, es en cierto modo cosa de la juventud, constituyendo ilusiones de quien, aún inmaduro, se engaña juzgando que puede comprender todo. En general, si la persona no se aleja, desilusionada, la adhesión a la vivencia religiosa acabará por conducirla, más pronto o más tarde, a una especie de “eclipse” de esos interrogantes profundos, y la letargia en que se acomodará se tomará como sinónimo de madurez emocional, o incluso de profundidad espiritual.
Para otros, cuestionarse e intentar entender la esencia de Dios y de las “cosas creadas” representa una falta de respeto o de temor reverencial. Esa actitud, que llaman de “arrogancia intelectual”, estaría incluso ilustrada en el episodio del pecado original:¡la expulsión de Adán y Eva del Paraíso por haber probado del Árbol de la Sabiduría al intentar igualarse al propio Dios! (Para nosotros, en semejante contexto, pecado original solo podría ser la pretensión de llegar a la Sabiduría por otra vía diferente a la del estudio, el conocimiento y la comprensión de la verdadera naturaleza de las cosas, de los fenómenos y de los seres).
Sin el coraje para restablecer la verdad histórica sobre el origen de falsas o desfiguradas enseñanzas presuntamente espirituales; fomentando un tristísimo comercio de “toma y daca”, entre la Humanidad y un supuesto dios arbitrario y monstruoso que inventaron (un dios totalmente exterior al ser humano y a todo o que existe; un dios que daría a los seres, al nacimiento, condiciones de vida tan diferentes y exigiría a todos por igual, ofreciéndoles una sola vida para echar a suertes el cielo o el infierno, un dios manipulable por los ruegos de unos, y tan imposible al sufrimiento de tantos y tantos) mirando la Ciencia de soslayo, con recelo de que avance hasta conocimientos embarazosos para sus caducos edificios pseudo-teológicos, -¿Qué más podrían esas personas sustentar, sino que la vivencia espiritual no es una cuestión de demostración, y, por eso, privilegio únicamente de los que tiene “fe”?
En tanto, por mucho que a algunos pueda sorprender, hay quien afirma repetida y claramente que, mucho más que demostrar, los dominios de la espiritualidad y de su vivencia son, sobre todo, una cuestión de comprender. Con este posicionamiento sí nos identificamos. Apreciamos que se salvaguarde la libertad de pensamiento y, más aún, de investigar. No se trata de querer reducir a Dios o a la espiritualidad a una mera curiosidad científica, donde no haya lugar para el amor, la compasión y para a fraternidad. No, de ninguna manera. Lo que queremos decir es que existe una Ciencia Espiritual (o Esoterismo), que investiga y se esfuerza por formular layes sobre los niveles internos y espirituales del Ser Universal y que, de ese modo, nada tiene que ver con sentimientos vagos e indefinidos, con una fe sectaria, con dogmas incomprensibles, y, por eso, ya de inicio inescrutables, o incluso, con pseudointerpretaciones absurdas. La espiritualidad puede y debe ser objeto de un conocimiento científico que disponga evidentemente de una terminología propia, tienda a investigar y entender de modo integral el Macrocosmos, el Microcosmos y las Leyes impresas en el Todo. El estudio, la reflexión y la investigación tal vez no constituyen un camino fácil. Con todo, este puede conducir más allá del error y de la creencia, y quien por él se rige vendrá ciertamente a experimentar que, allí donde se junta la grandeza de corazón y el brillo de la inteligencia, se abre hacia delante el camino de la Sabiduría.
Dios, ¿un axioma (in)necesario?
En un extremo radicalmente opuesto, otra postura sustenta la idea de que “la Ciencia es el guardián avanzado del materialismo”. Para los que la defienden, cuanto más profundo llegue la investigación de los científicos sobre los secretos del Universo, tanto más el hombre dejará de tener necesidad de recurrir a la idea de Dios para explicar lo que ahora le parece misterioso e insondable. Dicen (por ejemplo) que, así como antiguamente se atribuía a la acción de los dioses fenómenos atmosféricos como los relámpagos y los truenos, o se interpretaba como un acto mágico el magnetismo de ciertos materiales, y hoy la Ciencia entiende y explica estos fenómenos, así acontecerá mañana con lo que actualmente nos parece extraño e incomprensible. En su concepción de la Ciencia, la idea de Dios es un axioma innecesario, estando por tanto condenado a desaparecer del corazón y la mente del Ser Humano.
Siendo verdad que la ciencia y el materialismo se han dado muchas veces la mano, no olvidemos que una importante contribución a esa situación han venido de los entusiasmos (y de los entusiastas) de las aplicaciones del conocimiento científico a los dominios de la técnica. No poniendo en duda que los avances técnicos constituyen medios importantísimos para el desenvolvimiento de la calidad de vida en el planeta, nadie puede negar, por otro lado, que ellos han desencadenado modos de vida más preocupados por el “tener” que por el “ser”, distorsionando las posibilidades reales que el avance científico permite (máxime cuando no se pone al alcance de todos los beneficios de sus descubrimientos). Mucho menos se puede negar que varias de sus aplicaciones acarrean tremendos problemas…
Añadiremos además que, en algunos casos, no es tanto la existencia de Dios la que es negada, sino su concepción antropomorfizada, aún predominante. Se preguntan “¿Dónde está ese dios que pretendéis próximo, pero que asiste impávido al sufrimiento de los inocentes y deja que ocurran las guerras?” Esto es: se continua discutiendo el deseo de un Dios que actué objetivamente, que intervenga aleatoriamente, que altere el orden de las cosas a su favor y a favor de “los buenos”, o sea, siempre ¡De un Dios arbitrario (hecho a imagen y semejanza del Hombre), en un Universo sin leyes!
Puntos inestables
En los últimos años, han comenzado a aparecer algunas iniciativas que pretenden conciliar los datos científicos y las concepciones más espiritualizadas del Hombre.
En una línea que, a nuestro parecer, presenta un flaco servicio a la causa humana, se incluye el reciente fenómeno de la proliferación de sectas religiosas y otros movimientos que, presentando algunas explicaciones absurdas sobre este mundo y el otro (ahora especialmente de moda, y al alcance en cualquier feria), explotan el sufrimiento, la ignorancia y el desencanto a la vida de muchas personas. Hacen altisonantes milagros y curas sensacionalistas, como si fueran detentadores de alguna ciencia, provocando finalmente lamentables dependencias y aún mayor desgracia a sus semejantes. Diríase que volvemos a los tiempos en que el relámpago y el trueno eran fenómenos inexplicables.
En otro plano bien diferente, comienza a aumentar el número de científicos (e inclusive de organizaciones) dedicados a investigar el lugar de Dios y del Espíritu en las caminos de la Ciencia, en cierto modo porque la profunda contemplación de la Naturaleza contiene ya en sí las potencialidades de la simiente de la espiritualidad. En este sentido, existe una preocupación declarada por encontrar “espacio para Dios” en los recientes desenvolvimientos de la Física. Sirva de ejemplo cuando se pretende que Dios sea el Observador Universal de la Mecánica Cuántica o cuando se recalca el hecho de que la reciente Teoría del Caos abre la posibilidad de la actuación de Dios en el mundo, conseguido sin violar las leyes de la Física. No negamos que estas reflexiones y determinadas comparaciones entre las actuales teorías científicas y las Filosofías Religiosas o Cosmogonías antiguas constituyen trabajos válidos e interesantes; no obstante, de ellas no resulta una evidencia científica y es necesario decirlo con claridad, para que no se sobredimensione su importancia y para que no se afirme la existencia de certezas y comprobaciones donde solo hay hipótesis curiosas.
El mirar de la Ciencia
Entretanto, paremos a preguntar: ¿Qué es, en definitiva, la Ciencia? La Ciencia observa y estudia el universo tangible usando para ello los medios e instrumentos a su alcance (siendo cada vez más sofisticados), de modo que pueda responder a la pregunta ¿cómo? Sí: ¿Cómo esta constituida la materia? ¿Cómo se forman las galaxias? ¿Cómo viven los animales? ¿Cómo se sedimentan las rocas? ¿Cómo se explican determinadas dolencias? ¿Cómo nace el Universo? Etc. Etc.
Al mirar la Naturaleza, el científico va intentando percibir su constitución y su funcionamiento, va sistematizando acciones y reacciones. Va, a base de tentativas, creando modelos, traducido a leyes, matemáticamente expresables, y así anticipando y probando comportamientos. Cuando la Ciencia hace un nuevo descubrimiento, el conocimiento anterior (y por tanto, los modelos pre-existentes) es reanalizado y reformulado, de modo que se adecúe a la comprensión de la realidad.
En esta revista, El Universo de la Ciencia será exactamente una sección dedicada a la divulgación del entendimiento que ciencias como la Física, la Química o la Biología nos permiten tener hoy del Universo, de la Vida, de la Naturaleza y del Hombre. Intentaremos presentar, de forma simple, mas sin pérdida de rigor, algunos de los principales avances científicos actualmente conseguidos, discutiéndose no solo los marcos alcanzados, sino también sus límites, y los interrogantes que se levantan en el camino.
La Ciencia alcanzó conocimientos inimaginables 150 años atrás. Aún hace pocas décadas no existía una teoría mínimamente consistente para explicar el nacimiento del Universo. En tanto, explicar COMO es posible que se desenvolviera desde una explosión inicial (el Big Bang de los actuales modelos científicos) está lejos de explicar de donde apareció el “fuego” inicial, lo que existía antes de eso y lo que dio origen a tal explosión (mucho menos pretende haber explicado el porqué y para qué de tal suceso) Además la ciencia desconoce si este es el único o solo una de una serie de Cosmos…
Ciencia y Sabiduría. Un (Re)encuentro
De cualquier modo, es verdad que la Ciencia tocó el limite del conocimiento y, cada vez que lo hace conscientemente, toca el significado y el sentido de toda la existencia. La comunidad cientifica se lanza cada vez más por campos de investigación donde las materias densas (aparentemente continuas) y las energías más externas (perceptibles a nuestros sentidos) dan lugar a formas más sutiles y a energías más internas, como las que caracterizan las partículas sub-atómicas. Forzando el sentido ético y la capacidad de pensar en términos amplios, guiados por ese intimo designio de conocer y comprender la existencia de las cosas, de los fenómenos y de los seres, esperemos que los científicos integren, inevitablemente, sus observaciones y conclusiones en contextos cada vez mas vastos, mas universales, mas abarcantes y unificadores.
Albert Einstein es un ejemplo excepcional de esta capacidad. Curiosamente el libro “La Doctrina Secreta, Síntesis de Religión, Filosofía y Ciencia” de Helena Blavastsky, era una compañía indispensable en su mesa de trabajo. Según más de un testimonio, ese libro, ofrecido tras su muerte a la Biblioteca de la Sociedad Teosófica de Adyar, está lleno de notas y asteriscos, y constituía para él una verdadera fuente de estudio y reflexión inspirativa. Y no es un caso único…
Tal vez los “lideres profundos” de la ciencia sepan que Dios, “el Ser uno y Absoluto”, “Aquel que, por Ser, permite que todas las cosas sean”, “la Causa de todas las Causas y la Esencia de todas las Existencias”, “la Vida y la Substancia de todo cuanto existe”, “el Orden, el Equilibrio y la Ley de todos los pequeños y grandes Cosmos”, no precisa que le sea dispuesto un espacio, un tiempo, una teoría especial que lo justifique. Ellos saben que no pueden existir “cosas creadas” externas a Él como substancia (porque entonces no sería Omnipresente e Ilimitado), y que en todas las cosas, en estados diferentes, palpita Su Vida. “Todo el Universo se contiene en su prodigiosa Mente, como un pensamiento que adquiere forma”. Los minutos de cada vida dedicados al Conocimiento y Comprensión de ese Universo, y tanto las gigantescas como las más minúsculas contribuciones al avance de la Ciencia, le prestan, al final una de las más bellas y elevadas formas de culto.
Por este camino la Ciencia se encontrará un día cara a cara con la Sabiduría, sobre todo si, como nos atrevemos a afirmar, existe la posibilidad de una sistematizada y coherente Ciencia (o Sabiduría) del Espíritu.
Liliana Ferreira
Licenciada en Física, Doctorada en Física de Radiación
Profesora e investigadora en el Departamento de Física de la Universidad de Coimbra
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