El Arbol de la Vida – Yoga de Occidente
Desde un punto de vista exotérico, según el Bahir (Libro de la Claridad) el Árbol de la Vida sería, para algunos, la palmera (en griego, Phoenix, como el ave Fénix que renace de sus cenizas). En hebreo es «Tamar», que también significa «elevado» y «el justo». La rama de la palmera (la palma) se dice en hebreo lulab, (68) (Dentro de esta palabra encontramos Leb, Corazón, Lo, de El). Las palmas se utilizan en la Fiesta de los Tabernáculos, con ellas recibieron a Jesús cuando llegó a Jerusalén para celebrar la Pascua, y las siguen utilizando en la Iglesia católica el Domingo de Ramos.
En el Árbol Sefirótico, todos los poderes divinos están dispuestos en forma de estratos, como los de un árbol y como un árbol dan fruto cuando se los riega. Bahir, s. XII.
La Kábala es un sistema práctico de evolución espiritual, por eso se la llama «el yoga de Occidente». El curso pasado estudiamos, como preparación para ejercitar este yoga, los caracteres hebreos, paso obligado para expresar las relaciones existentes entre ideas y potencias.
Dice Halevi, uno de los principales cabalistas del momento, que «el primer paso en la Kábala es familiarizarse con el Árbol Sefirótico, porque sin esta clave poco se puede aprender». Y para ello lo importante es traducir la naturaleza de cada séfira, que es una imagen de lo Divino en términos humanos, y de esa forma que la persona que inicia su estudio pueda sentirse identificada con los distintos niveles del Árbol, en función de la propia evolución.
Nuestro paso siguiente será, pues, el estudio de la Kábala no escrita, que consiste en el estudio de los 10 Sefirot (plural de séfira) dispuestos de una forma específica en el Árbol de la Vida, unidos entre sí mediante 22 senderos, que a su vez se relacionan con los 22 Arcanos Mayores del Tarot. Cada séfira está regida por un planeta y, en mi opinión, cada una es, a su vez, la sede de cada una de las 10 Jerarquías Espirituales según la denominación de Dionisio el Areopagita, obispo de Atenas en el s. I de nuestra era, convertido por Pablo.
Estas Jerarquías, cuya denominación ha conservado la Iglesia católica hasta nuestros días, surgen del estudio de la sabiduría antigua de Oriente. Como dice R. Steiner («Las Jerarquias espirituales», pág. 5 y ss.) «no hay sabiduría de Oriente que no haya influido en el ocultismo de Occidente«. La diferencia entre ambos, señala Steiner, es que la «sabiduría occidental recoge la integridad de la enseñanza, sabiduría e investigación orientales, iluminándolas con la luz que se encendió para la humanidad, gracias al Impulso Crístico«.
Cuando en la Antigüedad se elevaba la mirada hacia los espacios cósmicos, no se percibían las estrellas con sus contornos físicos, como las vemos hoy día: los antiguos percibían entidades espirituales. Cuando los griegos antiguos hablaban de Mercurio, por ejemplo, no se referían al astro material, sino al conjunto de las entidades espirituales que actuaban en su esfera. Con el paso del tiempo, la humanidad fue evolucionando hacia la visión física, y el núcleo central, material, de los astros se fue haciendo más nítido y esa visión es la que ha prevalecido hasta nuestros tiempos. Pero como todo lo que acontece en lo material, no es sino la expresión de hechos espirituales, y todo lo que sale a nuestro encuentro no es sino la envoltura externa de las entidades espirituales, estudiando el Arbol Sefirótico podremos establecer un nuevo contacto con esta sabiduría primordial desde nuestro nivel evolutivo personal.
Dice Bernard Lievegoed, en su libro «El hombre en el Umbral», que «las siete fuerzas planetarias pueden ser consideradas como cualidades específicas que impregnan la vida anímica humana» (pág. 147 Y ss.) «Cuando el alma humana pasa a través del mundo planetario en la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, recoge de cada esfera las cualidades específicas de ella. Esto ocurre dos veces: al ascender, después de la muerte, y al descender a una nueva encarnación». «Los siete planetas representan siete mundos cualitativos, siete principios activos», (donde actúan las Jerarquías Espirituales).
Vistos desde la Tierra, y a través de la estructura del Árbol Sefirótico, Saturno es el planeta más lejano, junto con Urano y Plutón, y la Luna el más cercano. En cierta manera, ambos son puertas: para Annick de Souzennelle, el primero sería la «puerta de los Dioses» y la Luna la «puerta de los hombres», puertas que hay que traspasar en nuestro camino ascendente y descendente y que estudiaremos más adelante.
El origen de este Árbol, y de la Kábala, se encuentra en la sabiduría hebrea (el judaísmo sería la matriz cultural espiritual europea), en la cultura hindú, el Budismo y en las propias enseñanzas de Jesús, el Cristo. Todo tiene su origen y cuanto más cercana es la fuente, más pura es la corriente. Y de la misma manera que un río, en el curso de su corriente recibe muchos afluentes, así la sabiduría primordial se va enriqueciendo con nuevas aportaciones. Sólo una fe muerta permanece sin aceptar innovaciones de un pensamiento moderno. El Antiguo Testamento se enriquece con las aportaciones del Nuevo Testamento y éste no podría ser comprendido sin el Antiguo. Jesús, el Cristo, conocía la Ley y así lo demostró en el Templo. De allí pasó a convivir con los esenios de quienes recibió la tradición mística de Israel. Veremos, en su momento, que el final de la oración que El instituyó, el Padrenuestro, es pura kábala: «Porque Tuyo es el Reino – Malkut, el Poder – Hod, y la Gloria Netzah», Séfirot del triángulo inferior del Árbol, junto con Yesod que hace referencia a nuestros «fundamentos», nuestros cimientos ..
Si admitimos que el Universo es, en realidad, una forma de pensamiento proyectado desde una mente superior, a la que llamamos Dios, el Árbol de la Vida sería la representación simbólica de la Consciencia superior y de los procesos mediante los cuales el Universo llegó a su existencia. Por ello el Árbol no sólo es práctico para estudiar y comprender el Macrocosmos. También sirve para el Microcosmos, réplica en miniatura de aquel: hay una conexión subconsciente entre cada alma y el alma del Mundo.
Cada símbolo del Árbol representa una fuerza cósmica, con la que podemos entrar en contacto a través de nuestra mente, si nos concentramos en lo que representan esos símbolos.
La mente humana se desarrolla mediante el ejercicio, y al revés, si no se practica, se embota, perdiendo todo su inmenso potencial. Los símbolos del Árbol, con los que trabajamos como objeto de meditación, tienen el mismo principio que las matemáticas: partiendo de x, añadiendo y, o restando z, llegamos a experimentar esos principios que nos permitirán descubrir qué era x.
El Árbol de la Vida es un método para preparar la mente, (no tanto un sistema de conocimiento), que permite construir una escalera para, peldaño a peldaño, alcanzar el Conocimiento, para llegar a la Causa Primera, primer aspecto en el Plano de la Manifestación. La mente humana sólo puede acceder a aquello para lo que está preparada, lo mismo que el ojo no puede ver la música. Las distintas mentes acceden a distintos niveles, sin que podamos cualificarlas por ello.
Hay que empezar por donde uno pueda. La antigua Tradición Esotérica decía que hay que dar al estudiante un símbolo para que lo incube hasta que, en su mente, salga del cascarón. Los cabalistas tienen como símbolo de su método la nuez: hay que abrir la cáscara (por cierto muy similar a los dos hemisferios del cerebro humano) para que salga el fruto.
La mente crece en función del alimento que recibe. Lo que hoy no podemos digerir, podremos lograrlo en un mañana más o menos remoto.
Los símbolos son la simiente de los pensamientos, de donde surge el conocimiento. «El tiempo, bien empleado aumenta nuestro conocimiento; la evolución acrecienta nuestra capacidad de recepción y la Iniciación es el invernadero de la evolución.» (Dion Fortune: La Kábala Mística). Dentro del pensamiento, tras la debida gestación, más allá del umbral de la consciencia, la mente da a luz una idea. Para conseguir lo mejor de nuestra mente debemos esperar esta fecundación por algo que está fuera de nuestra existencia cotidiana y su gestación más allá de la conciencia ordinaria.
Suele darse, en un momento especial de nuestra existencia, una experiencia sensible, única – que puede durar un segundo que nos abre una puerta interior. La conciencia ordinaria adquiere una lucidez psicológica, como una intuición, que se transforma en una consciencia de la totalidad. Es como si se estuviera en contacto con todos los mundos a la vez, y esa experiencia es un don del cielo, que, por supuesto, debe encontrar un terreno preparado para reconocerlo, recibirlo y adoptarlo.
Los 22 senderos del Árbol, más los 10 Sefirot son «caminos de Vida». Si los Séfirot pudieran considerarse macrocósmicos, por representar las sucesivas Emanaciones de la Divinidad, los senderos serían las etapas sucesivas de la evolución del alma humana.
Los senderos representan, en el Árbol, la emanación de la fuerza inmanente en forma de relámpago que, procedente de las alturas, que en hebreo se denomina el Ain Sof Aur, que pertenece al principio de la Trinidad cristiana, penetra en la 1ª séfira, Kether, la Corona, como si fuera un receptáculo que, al llenarse, se desborda y fluye hasta la siguiente séfira, Hokmah y así, sucesivamente, hasta llegar a Malkut.
Los Séfirot se estudian de tres en tres, como las Jerarquías Espirituales. El primer triángulo lo forman:
Kether, también llamada Corona, que sería la esfera de acción de los Serafines, palabra que lleva implícita la raíz hebrea «saraf», fuego, a los que Steiner denomina Espíritus del Amor; Jokmah, Sabiduria, la de los Querubines que en hebreo indica a «los que están cerca», Espíritus de la Armonía; y Binah, Inteligencia/Entendimiento, Tronos o Espíritus de la Voluntad. (Según la Cosmogonía de Steiner, nuestra evolución comienza en Antiguo Saturno) Sigue una séfira misteriosa, aún oculta, en medio de estas dos últimas. Es Daat, el Conocimiento, la consciencia superior.
A su vez Hokmah y Binah representan el principio del Padre y de la Madre, respectivamente, así como el Tiempo y el Espacio, regidos por Urano y Saturno. (Aquí vendría situada la Puerta de los Dioses)
El 2° triángulo lo forman Jesed, o la Misericordia, Espíritus de la Sabiduría, (Dominaciones o Kyriotetes) regido por Júpiter; Guebura, la Fuerza, Espíritus del Movimiento (Dynamis o Virtudes), regida por Marte. Y Tiferet, la Belleza, Espíritus de la Forma (Potestades o Exusiai), regida por el Sol. En Tiferet encontramos la raíz hebrea «rafah», curar. Es el Centro Crístico de la Kábala cristiana, lugar de donde habría salido el Cristo para encarnarse como Hombre.
El tercer triángulo está formado por: Netzaj, la Victoria, los Espíritus de la Personalidad y del Tiempo/Épocas (Principados o Arkai) regida por Venus; Jod, Gloria, Arcángeles o Esp. Del fuego, y del Alma de los pueblos, regido por Mercurio y Yesod, los cimientos / fundamentos, Angeles/Mensajeros, regido por la Luna. (Puerta de los Hombres).
Si Kether es la esfera del Padre, y Tiferet la del Hijo, podríamos considerar a Yesod como la esfera del Espíritu Santo que Cristo ofreció para nuestra salvación y mandó en Pentecostés. Como la Luna se relaciona con el ciclo reproductivo de la mujer, 28 días, de ahí que al Espíritu Santo se le asigne un carácter femenino. (Ya vimos que ruaj – espíritu, es femenino).
La última séfira es Malkut, la Tierra donde habita el Hombre, llamado a ser la 10ª Jerarquía espiritual.
Como veremos cuando profundicemos el estudio de cada séfira, todas tienen su aspecto positivo y su aspecto negativo en el sentido del ying y el yang: lo positivo es cinético, lo negativo es estático.
En el primer triángulo vemos las fuerzas creativas de la substancia del Universo. En el 2° las fuerzas gobernantes de la vida en evolución. Tiferet, (el SOL) es la esfera suprema a la que puede elevarse la conciencia humana normal. El 3° representa el aspecto psicológico. Malkut no forma parte de este último triángulo pero se dice que es el receptáculo de todas las demás. Se considera, también, una séfira caída, desgajada del Árbol por la Caída. Linda con la región de los Séfirot adversos, los llamados Qlifots o demonios malignos, cada uno de los cuales es una emanación de la fuerza desequilibradora de su esfera correspondiente en el Árbol. También se los conoce como los reyes de Edom que gobernaban antes de que hubiera un Rey en Israel.
La disposición de los Séfirot viene representada por tres columnas: la que desciende desde Hokmah se conoce como de la Misericordia, la que desciende desde Binah la de la Severidad, la de en medio es la columna del Equilibrio. En todas las logias de Misterios están representadas estas dos columnas, que a su vez se encontraban en el Templo de Salomón. Aristóteles habló del «justo medio» como camino de sabiduría, San Juan de la Cruz las recoge en su subida al Monte Carmelo y Cristo representa la columna central, el equilibrio, del Cristianismo. En el hombre el equilibrio se centra en la columna vertebral. Kundalini, la consciencia superior, permanece enroscada en su base, en Yesod.
Cuando meditamos sobre el Árbol y su relación con el Macrocosmos, nos situamos de frente, y vemos la columna de la Severidad a la izquierda y la de la Misericordia, a la derecha. Pero cuando lo usamos para representar al Microcosmos, es decir, a nosotros mismos, le tenemos que dar la vuelta, situando la columna central en nuestra propia columna vertebral de tal manera que Binah, Gueburá y Hod se encuentran en nuestro lado derecho, y Jokma, Jesed y Netzaj a la izquierda. Según Steiner el lado izquierdo tiene que ver con el sentir, columna de la Misericordia y el lado derecho con la Voluntad, columna del Rigor o Severidad. Este sería el Árbol subjetivo en el que la columna de la severidad es negativa y femenina (Binah, la madre, la Forma) y la de la misericordia es positiva y masculina (Jokmah, el Padre, la fuerza) Netzaj/Venus es el instinto, la emoción, una fuerza cinética, positiva. Hod/Mercurio es el intelecto, el pensamiento concreto, que reduce el conocimiento instintivo a la forma: es una fuerza estática.
Los Iniciados comparaban el Árbol de la Vida a un hombre, el Adam Kadmon, el Hombre Primordial, que tuviera una escalera en medio de su casa por la que poder ascender o descender sin que nadie se lo impida. (Encontramos el mismo simbolismo en la escalera que Jacob vio en sueños).
Podemos comprender ahora que la finalidad del estudio del Árbol sefirótico no puede nunca buscar el monopolio del conocimiento y, mucho menos, el poder o la magia para el éxito personal. El conocimiento de Dios y de las cosas divinas no puede ser restringido sólo a algunas personas y negarlo a los que no forman parte del «clan sagrado-sacerdotal». La Kábala (como la Antroposofía) permite acceder al conocimiento esotérico que viene a ampliar el conocimiento cristiano basado, en un principio, en la Gnosis y luego encerrado en un conjunto de Dogmas que lo fueron debilitando. Es triste que la Iglesia institucionalizada haya negado la parte esotérica del Conocimiento, tanto de la Gnosis, como de la Kábala, nexo de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
En la Edad Media, cuando la Iglesia se debilita, surge de nuevo el interés por la Kábala. En Gerona, por ejemplo, en el s. XII se escribe el Zohar, o Libro del Esplendor, obra básica para los cabalistas.
Ya hemos dicho que el Árbol de la Vida constituye un Mundo Divino de Emanación = Atzilut en hebreo, (que también significa «proximidad») Según el Diccionario de la lengua Emanar significa: proceder, derivar, traer origen de una cosa de cuya substancia se participa. Según parece la Teología moderna no acepta el concepto «emanación» cuando trata de las Jerarquías Espirituales. Serían meros aspectos temporales de lo divino. La Kábala en cambio acepta los Séfirot como Atributos Divinos, Cualidades o propiedades del Ser.
La estructura del Árbol contiene todas las Leyes que rigen la existencia ya que revela un proceso universal de interacción equilibrada entre los principios superior/inferior, derecha/izquierda, activo/pasivo, masculino/femenino.
Según Halevi el primer cap. del Génesis que comienza con «Bereshit Bará Elohim» debería entenderse como el desarrollo de la Creación «a partir de un Mundo Divino ya existente». Pero la tradición nos habla de una «Creación de la nada» (Ex nihilo) basada en la ignorancia de la existencia previa de Atzilut, la Divina Emanación. La tradición rabínica, sin embargo, parte de que Dios (la Causa primera) consultó la Torah (la Enseñanza) antes de que el mundo fuese creado, formado y hecho.
Este es el principio que divide el Árbol en 4 Mundos:
1°.- Atzilut, reino de la Voluntad Pura. Aún no ha sucedido nada y nada sucederá a menos que haya movimiento en el espacio y el tiempo. Si Dios no hubiese iniciado el proceso de la Creación habría permanecido en esta situación eternamente. Este primer nivel es el más cercano a Kether y está asociado al fuego. Es donde se sitúan los 3 sefirot superiores: Kether, Jokmah y Binah, Serafines, Querubines y Tronos. Atzilut sería como el deseo de tener una casa, concebida, pero aún sin definición.
2°.- Briah. Asociado con el aire. Es el mundo de la creación, de la idea. Símbolo del intelecto creador que crea el espacio y el tiempo. Sería el mundo de los 7 días de la Creación. En Gén. 1.27 leemos: «Y Dios creó al hombre (Adam)» (andrógino, a Su imagen lo creó). En Gén. 2.7 se dice: «y Dios nuestro Señor formó al Hombre con polvo del suelo». Entre creó y formó hay un mundo de diferencia. Es cuando definimos cómo queremos que sea la casa. Engloba al 2° triángulo de las Jerarquías: Hesed, Gueburá y Tiferet. Dominaciones, Virtudes y Potestades.
3°.- Yetzirá. Mundo de la Formación. En relación con el agua. Expresión de la emoción/idea que se resuelve en Formas: Diseño de la casa, planos, etc. Este mundo habla de los fenómenos en perpetua transformación. Sería el Jardín del Edén en el que el Hombre andrógino se divide en dos formas, Adan y Eva (como los pilares externos del Árbol). Es el mundo de los Principados/Arkai, Arcángeles y Angeles, o Netzah, Hod y Yesod.
4°.- Assiah. Es el Mundo de la Acción. Su elemento es la Tierra (n). Malkut. Es cuando construimos la casa.
Cada mundo o nivel tiene su propio Árbol. Por ello cada mundo tiene dentro de su propia realidad, los mismos cuatro niveles. Estos 4 mundos pueden verse también en la «escalera de Jacob» en la que cada uno crece a partir de la estructura del anterior de tal manera que la voluntad de Dios se encuentra en todos como un flujo que conecta todo lo que existe. Depende de nosotros donde situemos nuestros cimientos o fundamentos.
Estos 4 mundos se han representado de formas diversas: geométricas, concéntricas, como imagen antropomórfica: el Adam Kadmon. La kábala ha cambiado constantemente la forma de expresión de un concepto único de la realidad abarcante del Todo, a fin de que ninguna visión se convierta en una imagen fija definitiva.
Para la kábala el Hombre tiene dentro de sí los cuatro niveles: Divino, espiritual, la psique y el cuerpo.
Rudolf Steiner se refiere al Hombre como un ser cuaternario, constituido por un cuerpo físico, un cuerpo etérico, un cuerpo astral y un Yo espiritual, ser que piensa, siente y actúa. Tendría que ver con el lugar del Árbol en que se sitúa, y Halevi dice: «Un solo hombre equivale a toda la Creación. Un hombre es un mundo en miniatura«.
El n° 4 tiene que ver con lo realizado en nuestro mundo terrenal. Pitágoras lo desmenuzó en su Tetrarkis:
1 + 2 + 3 + 4 = 10. (Este es el número que representa a la letra YOD, el padre. 10 = 1, el Absoluto).
En la Geometría clásica el 1 es el punto que da paso a la línea (2), de donde se pasa al plano (3) y de ahí al volumen (4).
El hombre es el cuádruple canal a través del cual se manifiesta la energía divina que en el Árbol se desliza de Séfira en Séfira, viniendo del Ain Sof, la Nada creadora, como un rayo zigzagueante hasta llegar a Malkut, el Reino, la Tierra. Ahí estoy Yo, en hebreo: ani, que tiene las mismas letras que Nada. Compartimos nuestro Ser con la Nada. Con nuestro trabajo podemos ser cocreadores de esa NADA, que representa el Principio del Padre. Cada cuerpo sería un transformador de esta energía cósmica que, debidamente integrada, podría irradiar tanta LUZ, como recibe.
Ken Wilber, psicólogo transpersonal, dice en su libro «Conciencia sin fronteras» que el problema para esta irradiación radica en que nos movemos en un mundo lleno de barreras, la primera, por proximidad, nuestra propia piel, (que en hebreo se llama ÒR, con una ‘o’ larga que se pronuncia casi igual que OR, luz. La primera letra de ésta es la Alef, primera letra del alfabeto hebreo, que simboliza el ‘infinito’. La piel, también OR, empieza con la letra hebrea ayin, símbolo del ‘ojo’), la piel que nos aísla del resto del mundo que nos rodea. Ya vimos que la Luz se fija en el infinito, movible, intangible, que se amplía tanto como nosotros lo deseamos, mientras que la piel lo hace en el ojo en lo que vemos, en el mundo material que los budistas llaman Maya.
Steiner dice: (Relaciones kármicas II) que «el Mundo nos ofrece una determinada parte de sí mismo, la que nosotros vemos. Lo otro, nunca lo vemos» (lo cual no quiere decir que no exista más que lo que cada uno ve, sentimiento muy extendido, por otra parte) y que «no hay dos hombres que vean lo mismo, aún cuando hayan nacido y mueran en el mismo pueblo». Porque cada cual está preparado para ver y comprender lo que su Karma le permite, en función del trabajo realizado en encarnaciones precedentes.
El trabajo meditativo sobre el Árbol Sefirótico ayuda a la transformación personal, cuyo símbolo encontramos en el Éxodo: El hombre nace sujeto a las leyes de la existencia física, tiene que aprender las artes y ciencias de la supervivencia. Luego tiene que adiestrarse en encontrar su camino espiritual, aprendizaje para dominar los impulsos e instintos del cuerpo y de la psique que le mantienen esclavo. Cuando una persona conecta con su interior (como Moisés con la zarza ardiente) puede iniciar su trabajo interior al margen del maestro. El pueblo hebreo sale de Egipto buscando su libertad (como el alma que se siente esclavizada). Pero el camino es duro. Muchas almas lo abandonan y vuelven a su existencia vegetativa/animal (como sucede con la adoración de Balaam). Pero la Providencia puede venir en nuestra ayuda: un libro, un encuentro crucial, un acontecimiento especial, nos pueden enseñar que ha llegado el momento del cambio, de hacer la catarsis. (Los hebreos atraviesan el Mar Rojo, símbolo de las emociones). El mundo espiritual se abre al aspirante y se comienza el camino por el desierto de la psique, hacia la Tierra Prometida, la Tierra del Espíritu.
Seguir el sendero de la Flecha es el camino de la Iluminación. El Camino de la Iniciación viene representado por las espirales de la serpiente Kundalini alzándose desde Malkut, hasta llegar a Kether. Camino inverso al anterior.
El diagrama del Árbol que vamos a estudiar se publicó completo en la Edad Media. Hay tres vías de acercamiento hacia el mundo del Espíritu:
1ª.- Acción. Se basa en los rituales, públicos o privados.
2ª.- Devoción: a través de la oración, el servicio o el amor a Dios.
3ª.- Contemplación: trabajo con la mente. Por cualquiera de ellas se puede llegar a la percepción mística que permite ver lo que está oculto. El contacto con lo divino puede realizarse mediante el trabajo espiritual o como una gracia recibida. Esta, sin embargo, difícilmente llegará si el aspirante no ha hecho previamente su trabajo, sus pesas espirituales.
El propósito de la unificación es la integración de los 4 mundos. Antes de alcanzar la perfección hay que pasar por numerosas etapas. Por ejemplo: la falta de voluntad, la prisa por obtener resultados, la superficialidad, etc.
Los principios del Árbol tienen su aplicación en todo lo que funciona como organismo u organización. Por ej. En la industria automovilista, en nuestra anatomía, como organigrama empresarial…
Algo a tener en cuenta es que aunque los Séfirot se presentan en distintos planos y se desarrollan sucesivamente en el tiempo, ocurren simultáneamente en el espacio, de la misma manera que en el hombre, que está constituido por cuerpo físico, etérico, astral/mental y espíritu, y todos ellos ocupan el mismo espacio al mismo tiempo.
De la misma manera que en una bellota está todo el roble, con todas sus bellotas, en cada Séfira se encuentra la potencialidad de todas las demás, aunque en cada una se desarrolle sólo un aspecto de la Manifestación Divina.
Cada Séfira tiene asignada una virtud, que representa su aspecto ideal, cuyo don procura evolución, y un vicio, resultado del exceso de sus cualidades. Por ejemplo, Gueburáh/Marte. Tiene como virtud, la energía, la valentía y como vicio, la crueldad y la destrucción.
No debemos olvidar que los símbolos deben usarse para suscitar imágenes de la mente subconsciente en la mente consciente. Hay que dejar la mente libre, dentro de determinados límites. No tenemos ningún poder para escoger u obviar lo que aparecerá en la mente. La totalidad del Cosmos está al servicio de las Jerarquías Espirituales en relación al hombre, como las provisiones de una despensa de las que se sirven los Dioses para guiarnos hacia nuestro Karma. «En la existencia terrenal contemplamos lo que les place mostrarnos a los seres espirituales», escogiéndolo de entre las infinitas posibilidades que contiene el Cosmos. A uno se le muestra esto, al otro aquello, siempre en función de las necesidades de nuestro Karma.
«Reconoce lo que está ante tus ojos y lo oculto te será revelado». Evangelio de Tomás.
«Debéis entender con Sabiduría, (Jokmah) y ser sabios con Entendimiento, (Binah)» Sefer ha Bahir. Libro de la Claridad.
Y con buen ánimo y mejor predisposición, vamos a comenzar el estudio de los Séfirot, desde Kether a Malkut.
Me gustaría saber, como se indica al final del escrito, si se ha seguido el estudio, o comenzado, de este artículo El Arbol de la Vida – Yoga de Occidente, por parte de Maribel G, Polo y donde poder seguirlo.
Muchas gracias por indicarme