Conciencia y Realidad
En el presente artículo pretendemos abordar someramente la cuestión :¿Con que grado de conciencia nos enfrentamos a la realidad global, como seres humanos en el siglo XXI?.
Ya en artículos anteriores hemos hecho hincapié en cómo los patrones culturales acuñados desde el siglo XVII han sido dirigidos únicamente en base a gnoseologías filosóficas fundamentadas en un cientificismo materialista, considerablemente incrementados a partir de mediados del siglo XX, y cómo todo lo “religioso” ha sido paulatinamente relegado y sustituido, como motor de la vida, por una fe incuestionable en el modelo de pensamiento científico, difundido desde occidente a todo el mundo.
Podemos apreciar cómo en pleno siglo XXI ya no existen, a nivel culto o académico, diferentes formas de pensar, siendo el modelo universal el científico-materialista, y cómo el poder de las Iglesias, especialmente el ejercido monopolisticamente por
En unos pocos siglos se está consiguiendo trasformar el alma de miles de millones de personas, cambiando su forma de pensar, desde una fe y sumisión en dogmas y doctrinas religiosas, a otra fe basada en postulados científicos que tampoco se comprenden, pero incuestionables, tanto por personas ignorantes como cultas, introduciéndose pensamientos cuantitativos en los que sólo existe como realidad aquello que se pueda contar, medir y pesar, en sustitución de lo cualitativo.
El problema es que el ser humano, considerado desde el punto de vista de la ciencia espiritual antroposófica, es un foco de consciencia moral en desarrollo que puede fortalecerse o atrofiarse, en función de la correspondencia de sus intenciones y acciones individuales con el delineamiento del cosmos. La realidad está estructurada conforme a unas leyes espirituales y el comportamiento humano individual será moral si se ajusta a ellas, o inmoral si rompe o excede esas leyes, nunca puede quedar su moralidad al margen de ellas, no puede ser amoral.
Su corporalidad físico-material es el soporte de su estructura anímica y espiritual, y al igual que el cuerpo necesita nutrirse, el alma necesita alimento espiritual para no desequilibrarse psicológicamente, y el patrón estructurado por la ciencia natural, de forma implícita, establece que la realidad físico-material es la única verdadera, lo cual es manifiestamente falso; no se niega de forma explícita el que no exista nada más, sino que sólo se considera el aspecto material, negándose la posibilidad de conocer lo trascendente al no ser un tema de conocimiento, sino de creencia o superstición.
Del ateísmo se ha pasado al agnosticismo, que manifiesta que lo no científico carece de fundamento, no que no exista, sino que es imposible conocerlo, a pesar de que gran parte del conocimiento científico no es empírico, son meramente hipótesis sin demostrar pero que todos nos creemos sin discusión. Ya Rudolf Steiner, el fundador de
Y sin embargo sabemos que la única ley que rige el mundo de materia es la de la descomposición, putrefacción y muerte, la entropía, a pesar de que se pretenda que sea lo único en lo que el hombre crea como totalidad de la realidad existente. En la visión de Steiner, si el mundo y el cosmos siguen existiendo es por la permanente e inconcebible emanación de fuerzas espirituales etéricas de vida que están continuamente volcándose sobre las de la materia, revivificándola, procedente de Jerarquías Espirituales creadoras en lucha constante con fuerzas opositoras necróticas. Es completamente falsa la versión que se nos ha contado, por parte de las iglesias, de que todo lo que vemos procede de un Dios todopoderoso y omnipotente, en clara contradicción con la existencia de toda clase de injusticias y el mal que nos rodea.
Necrotización, consciencia y maya
Dentro del ámbito de la manifestación, que es lo único que podemos conocer, todo lo creado tiene una interrelación y concordancia con leyes espirituales que no pueden saltarse. El ser humano procede de sustancia espiritual suprasensible que no vemos. La “expulsión del paraíso” bíblica significa que, en determinado momento, ciertos seres espirituales toman la decisión de que el ser humano ya no puede permanecer en el ámbito espiritual para poder seguir evolucionando, a causa de lo que se conoce como la “tentación luciférica”, y ha de penetrar en un mundo de materia. Nos dice Steiner que la materia es espíritu pulverizado, roto, destrozado, labor que pueden realizar determinados seres espirituales demoníacos (asuras o anti-dioses) trasformando la sustancia espiritual en sustancia material necrótica y sujeta a la podredumbre y desintegración. Lo que podemos ver en la materia de belleza, vida, crecimiento, etc. no pertenece a la materia en sí, sino a arquetipos de seres espirituales que la impregnan, de cualidades espirituales que en lo orgánico nos están constantemente resucitando. Todos estamos muriendo poco a poco, a pesar de un continuo proceso de regeneración celular, sobre todo mientras dormimos y nuestra conciencia está apagada (y así se sabe que los procesos de conciencia son especialmente necróticos, las células neuronales están muriendo constantemente en un proceso desgastador).
En cada proceso de encarnación se produce una desviación de sustancias espirituales al plano físico-material, entretejido por fuerzas necróticas, pero también por fuerzas vitales-etéricas.
La realidad que vemos, por tanto, comprende todo ese conjunto de materia, designado en el orientalismo como “maya” (ilusión o mundo aparente ) preñado de fuerzas vitales y necróticas, que de forma glamurosa tapa todo lo que puede ser percibido de manera más sutil y que comprende todos esos mundos espirituales suprasensibles. ¿Cuál es el problema?: la relación del ser humano con esa realidad global, como único ser capaz de realizar un proceso de auto-conciencia individual en el que puede abrirse o cerrarse a los estímulos de percepción exteriores, según elija libremente, aplicando en ello sus fuerzas volitivas, elaborando su pensar en base a sus sentimientos y conceptos. Esto es algo que no puede hacer ninguna otra Jerarquía Espiritual, en las que su conciencia está interrelacionada, las de abajo recibiendo por instilación lo que emana desde las superiores, desde los Serafines a los Ángeles.
La imagen arquetípica de San Jorge o Micael en lucha con el “dragón” representa cómo, de alguna manera, ciertos seres espirituales se aíslan de esa influencia superior y pueden empezar a decidir ejerciendo una cierta libertad que está fuera del ámbito de lo espiritual, de forma similar a cómo una célula cancerosa sigue su propio camino. De la expulsión de esos seres fuera del mundo espiritual se encarga Micael; no habiendo formas materiales que los puedan acoger permanecen en formas arquetípicas draconianas a nivel físico, no material. Posteriormente, nos cuenta Steiner, al evolucionar el ser humano recibe cada vez más energías espirituales, recibiendo una parte de él influencias minerales, vegetales y animales, que van a quedar como secreciones de lo humano, estando entonces los cuerpos habitados por espíritus.
Elementales, inconsciencia y enfermedad
Todos los reinos de la naturaleza están habitados por “seres o espíritus elementales” conocidos en todas las tradiciones y mitologías como gnomos, ondinas, silfos y salamandras, que se manifiestan en lo sólido, líquido, aéreo y calórico: emanaciones de jerarquías espirituales superiores que “rellenan” todos los seres y cosas existentes, es decir, de cualidades o fuerzas espirituales suprasensibles que están impidiendo constantemente el avance excesivo de los procesos necróticos materiales. Cuando el “dragón” es expulsado a los confines de
Si el hombre no puede ver la realidad completa, es decir, incluyendo el aspecto trascendente de la esencia eterna, lo permanente y no sólo lo material, que habita en la creación en sí, el “dragón”, a través del hombre se alimenta de esos espíritus elementales y los absorbe, ligándolos al karma humano como un lastre que éste tiene que arrastrar en sus encarnaciones. Es la consecuencia de la negación implícita de la trascendencia de la vida en cada uno de nuestros actos de percepción. Esa actuación del “dragón” va a ir produciendo en el hombre una determinada forma de pensar que, a la larga, puede producir problemas importantes. Esa inconsciencia de la realidad trascendente va a empezar a producir ciertas enfermedades relacionadas con la falta de ejercitamiento de su percepción espiritual, siendo su salud anímica perjudicada, expresándose en los aspectos siguientes:
1.- Miedo: que puede generar angustia, inseguridad en el destino, desconfianza en los demás o en uno mismo, temor y stress.
2.- Tristeza: puede degenerar en baja autoestima, debilidad física y de la voluntad, depresión.
3.- Superficialidad: actitud y pensamiento prosaico, intrascendente, importancia sólo a las necesidades personales, apariencia, nada tiene repercusión fuera de uno.
El miedo puede ser combatido mediante el coraje, la valentía, generando confianza en uno mismo, en el ser espiritual y el realismo. La tristeza mediante el equilibrio emocional, el disfrute por el trabajo interior, la alegría, no dejarse atrapar por la negatividad del ambiente. La superficialidad se combate por medio de un pensamiento trascendente, el conocimiento de que cualquier cosa que pensemos o hagamos tiene una trascendencia, con unas consecuencias, no solo para nosotros, sino para el mundo , las conozcamos o ignoremos.
No es conveniente dejarse llevar por un exceso de optimismo, en el sentido de no reconocer una situación, ni por el pesimismo tendente a empeorarla, sino ser realistas y positivos, conociendo la realidad de forma lo más objetiva de la que seamos capaces. Sólo hay una realidad que está en todo lo que nos rodea. El problema es que nuestra conciencia está aislada, limitados como estamos por las percepciones sensoriales a las que concedemos demasiada importancia, y sin embargo ignoramos lo más importante que tenemos dentro: el pensar, que usamos continuamente pero al que no le damos importancia. ¿A que dedicamos nuestro pensar?: casi en exclusiva de forma superficial a todo lo que consideramos nos interesa personalmente, para nada a la parte trascendente de la realidad.
Entrados ya en el siglo XXI la única realidad para varios miles de millones de personas en todo el mundo es la posesión de bienes, especialmente de dinero, almas preocupadas con el trabajo espiritual del dinero, pensando y actuando en base a él, como la única realidad existente: es la trampa que nos condiciona y que puede generar miedo, tristeza, agnosticismo, etc, si no podemos desarrollar una actividad espiritual paralela que revitalice y nutra nuestra alma.
Equipo redacción BIOSOPHIA
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