Aspectos oscuros en la definición de los conceptos económicos
"Cualquier preocupación sobre la honestidad o la justicia es
inconciliable con una ciencia (la Economía) en la que estos
conceptos no tienen un significado establecido".
George Stigler, en su discurso de aceptación del Premio Nobel.
Periódicamente me ha sucedido que, habiendo hecho el propósito de realizar un trabajo de investigación sobre determinado tema, y, posteriormente, haber sido arrastrado por la dinámica vertiginosa que suele asumir la vida actual de cualquier profesional en activo, haberme tropezado – al cabo de los años – con una obra que desarrolla precisamente ese tema específico, y, lo que es más curioso, desde el ángulo y con los criterios con los que yo me había planteado abordarlo.
Dado que el afán de protagonismo no es uno de mis defectos más acusados, cuando me he encontrado en este tipo de tesitura, aunque he sentido no haber dispuesto del tiempo y las circunstancias favorables para haber podido ser yo el autor del trabajo, he sabido reconocer la oportunidad del mismo y también su calidad, porque, afortunadamente, suele suceder que esas obras están muy bien realizadas.
Una de estas curiosas coincidencias es la que se me ha planteado con el magnífico libro de Kenneth Lux, "Adam Smith’s Mistake". Kenneth Lux es economista, especializado en Teoría Económica, y psicólogo clínico y psicoterapeuta, con consulta en Auburn, Maine. Otra de sus obras, en colaboración con Mark A. Lutz, es "Humanistic Economics. The New Challenge".
Kenneth Lux comenzó su formación estudiando Psicología, (tras un intento muy breve en Ingeniería) y obteniendo un doctorado en esa especialidad. Después, y tras varios años de práctica que incluyeron el trabajo con familias de ingresos mínimos en el estado de Maine, como empleado de una agencia gubernamental de asistencia social. Esa actividad le sensibilizó hacia el tema de la pobreza y de la inadecuación de los criterios de reparto de recursos en nuestro actual sistema económico. Lo cual le quedaba muy patente cuando comparaba sus experiencias con las familias pobres, y las que tenía en su consulta, con miembros de los niveles más favorecidos de la sociedad.
Las necesidades de los pobres pasan por el abastecimiento de los recursos más primarios, todo lo cual, al menos durante varias décadas, (en los períodos entre crisis económicas) se daba ya como por supuesto a las clases más acomodadas.
La problemática con la que Lux se tropezaba, como psicólogo de asistencia social, era que los pobres no deseaban hablar de sus complejos y de sus neurosis, sino de la forma en que podían conseguir alimentarse y obtener un lugar para protegerse adecuadamente de la intemperie.
En esta época, 1974, Lux comenzó a interesarse por los temas económicos: dinero, empleo, riqueza, pobreza, etc., todo lo cual había resultado para él simplemente anecdótico. Por entonces conoció a Mark Lutz, quien, al margen de la similitud de apellidos, resultó ser un hombre interesante, profesor de Teoría Económica en
He creído que explicar estos detalles acerca del autor de la obra de referencia resultaría ilustrativo de varios aspectos: primero, la forma en que la aparente casualidad va tejiendo, en la vida de los hombres, los hilos de una compleja trama cargada de un profundo significado finalistico. Segundo, cómo las diferentes disciplinas pueden y deben interactuar para suministrar una perspectiva global de un tema.
Personalmente, cuando realizaba mis estudios de Economía dentro de la carrera de Ciencias Empresariales, debía poseer – aunque solo fuera en germen – la sensibilidad que Lux hubo de desarrollar en la práctica de su profesión, porque, aunque solo fuese de una forma incipiente y no suficientemente definida, enseguida percibí que existía algo equivocado en los planteamientos de los primeros teóricos de la ciencia en cuestión: Adam Smith, David Ricardo, Malthus… Esa sensación se fue consolidando en una convicción, tal vez básicamente intuitiva, con el paso de los años y la adquisición de experiencia. Simplemente observando el devenir y funcionamiento del mundo occidental, donde se desarrolla el capitalismo sin trabas, y donde, cada vez más crudamente, nos tropezamos con el espectro de la miseria y la muerte, superponiéndose en tiempo y espacio con la riqueza más ostentosa y las conductas hedonistas más pueriles, sin que ambos extremos del espectro parezcan entrar ni en contradicción ni exista entre ellos el más mínimo intercambio.
El o la ejecutivo suben a su flamante automóvil de prestaciones deportivas, con el que tienen la sensación indispensable de vivir peligrosamente mientras acuden a su próxima cita de negocios, y procuran sortear en la acera los charcos de detritus en los que yacen los cuerpos (no se sabe bien si vivos todavía) de seres humanos que, tal vez, disfrutaron hace pocos años de un destino brillante y prometedor como parece ser el suyo, por el momento… Es una escena típicamente Neoyorquina, pero cada vez más semejante a las que se plantean en todas las grandes ciudades de cualquier país de los que se califican como "económicamente desarrollados".
Hechos de esta índole, para quienes son capaces de percibirlos de forma consciente, (ya que cada vez es mayor el número de personas que no ‘registran’ sensorialmente esta clase de incidencias), son los que despiertan una alarma interna y nos hacen sospechar que existe un profundo sinsentido en los planteamientos teóricos de un sistema en donde tales cosas suceden y, lo que es más grave, se consideran perfectamente normales.
Recientemente, el anterior primer ministro Británico, Majors, en la más pura tradición Malthusiana, hizo unas declaraciones netamente economicistas, en las que calificaba a los pobres de delincuentes y revolucionarios, ya que, según su opinión, quien en un sistema social como el inglés, tan lleno de posibilidades, se empeña en ser pobre, está claro que lo hace de forma deliberada, como una agresión a su entorno y a sus conciudadanos.
Estos argumentos, que a primera vista se nos antojan o un mal chiste o una muestra del peor cinismo, no obstante son perfectamente lógicos dentro de los esquemas de la Teoría Económica tal como esta denominada ciencia fue estructurada por sus fundadores. Evidentemente, sería conveniente realizar un estudio histórico y psicológico de tales personalidades y de su entorno social, ya que sus propuestas, que muchas veces nos parecen irracionales (y casi siempre netamente inmorales) fueron acogidas con gran entusiasmo por sus coetáneos, y pocas veces han sido discutidas por la posteridad.
Para cualquier persona dotada de un mínimo de sentido común y de salud psíquica, que lea el fragmento de Malthus que se reproduce en la nota a pie de página, la sensación de repugnancia anímica y de rechazo resulta automática. Por lo tanto, constituye todo un misterio digno de ser descifrado el hecho de que a una personalidad moral y humanamente tan deleznable, en lugar de encarcelarla o desterrarla de su país, se le haya instituido como científico e inspirador de científicos, hasta el punto de que continúa siendo el patrón de todo planteamiento demográfico en la actualidad. El único político que se prestó animosamente a llevar al pie de la letra, y hasta las últimas consecuencias, los planteamientos de Malthus, fue Adolf Hitler. Sin embargo, los otros políticos, aunque no compartan la ideología del Nazismo, consideran – al menos por pasiva – los planteamientos de Malthus como razonables. Planteamientos que recomiendan, muy explícitamente, el exterminio deliberado de grandes masas de población humana. Si el ocasionar, consciente y voluntariamente, la muerte de una persona, se considera un asesinato y se pena con el castigo mayor que puede encontrarse en los códigos penales vigentes, resulta un tanto complejo comprender cuál es el criterio según el cual la misma sociedad valora como científica, inteligente y acertada la propuesta de asesinar a millones de personas.
Desde nuestro punto de vista, entendemos bastante bien que Hitler fuese un Malthusiano convencido, pero no entendemos en absoluto cómo puede serlo ninguna persona normal. Por lo tanto, ciertamente nos hallamos ante un enigma de difícil resolución.
Este enigma, precisamente, es el que me motivó para desear llevar a cabo la investigación aludida acerca de los orígenes de la Teoría Económica. Circunstancialmente, y mientras mantenía esa inquietud de forma siempre residual, latente en la semiconciencia, me encontré con una traducción al castellano de la magna obra de Fritjof Capra, "El Punto Crucial". Allí, en el capítulo dedicado a la revisión de la situación económica mundial, se hacía referencia a los postulados establecidos por Adam Smith, y a la existencia de un error consustancial de planteamiento en los mismos. No habían transcurrido más de dos o tres años, cuando tuve la fortuna de tropezarme en un catálogo norteamericano con la aludida obra de Lux, donde se trata esta cuestión con considerable detalle.
La obra espúrea de Adam Smith
Adam Smith, el autor que, merecidamente, se viene a reconocer a como "padre" o "fundador" de la Teoría Económica, nació en 1723 en Kirkcaldy, Escocia, una pequeña localidad con no más de 1.500 habitantes, pero que, no obstante, mantenía una actividad mercantil importante por mar, especialmente en barcos que navegaban por el Báltico, y poseía dos fábricas de clavos (industria muy importante en una época en que el material básico de construcción era la madera).
Su padre, oficial de aduanas, había fallecido unos meses antes de su nacimiento; tal vez para compensar, su madre vivió casi tanto como él mismo, y él vivió siempre con ella, soltero y, por lo que se sabe, siguiendo un comportamiento casi monacal. A los catorce años inició sus estudios en el Glasgow College, y a los diez y siete entró en Oxford para sus estudios universitarios, donde se encontró con un ambiente que hirió a su sensibilidad moral (por lo que se ve bastante aguda) por su frivolidad, consumo excesivo de bebidas alcohólicas y ausencia de rigor académico.
Ya en el Glasgow College había sido influido por la enseñanza de uno de sus profesores, el eminente filósofo Francis Hutcheson. También había hecho amistad con David Hume, figura destacada del Iluminismo Escocés, hasta el punto de que se comenta la anécdota de que durante su estancia en Oxford, Smith fue reconvenido por leer la obra de Hume, "Tratado sobre
Asimismo, y durante sus años de estudio en Glasgow, Smith había escrito un ensayo apologético de la entonces reciente y renovadora obra de Newton.
Estas eran las influencias ideológicas que estaban presentes en su vida. Después de graduarse en Oxford, actuó como conferenciante en Edimburgo durante unos cuantos años y, a los veintinueve años, fue nombrado profesor en la cátedra de Filosofía Moral de
En cualquier caso, y para no extendernos más allá de lo conveniente, diremos que, al menos por una vez en su vida, al escribir la obra que le ha dado fama cara a la posteridad, "Ensayo sobre la naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones", Smith hizo gala de un defecto relativamente frecuente en los autores de religión protestante: el tomar lo blanco por negro y lo negro por blanco. Este defecto, que ya en
Bien, aunque justificar ideológica y filosóficamente lo que a primera vista parece un sinsentido exigiría todo un ensayo destinado únicamente a ese punto, aquí simplemente dejamos constancia del hecho, porque si no contamos con él, resultaría absolutamente imposible comprender los planteamientos de los primeros teóricos de
Lux postula que, al menos en parte, este "desliz" de Smith podría deberse a la nefasta influencia que sobre él tuvo Bernard de Mandeville, un maestro en el arte de llamar blanco a lo negro y negro a lo blanco, es decir, bien al mal y mal al bien, ese pecado que según Isaías sería más castigado que ningún otro. Lo que la posteridad ha heredado de Mandeville, puede resumirse en su frase más famosa: "el vicio privado se convierte en el beneficio público"…, tal parecería que los políticos y cargos públicos del momento actual pretendiesen llevar a la expresión más sofisticada posible la máxima de Mandeville.
No obstante, mientras las motivaciones de los dirigentes de la sociedad de hoy día, podemos imaginárnoslas con cierta facilidad, nos cuesta más hacer lo mismo en el caso de Smith. Especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que ya, poco antes de su muerte, tomó la decisión de reescribir su primera obra "Teoría de los Sentimientos Morales", publicada por primera vez en 1759, pero no para hacerla concordar con las ideas desarrolladas en su segunda obra "
Ahora bien, está más que sobradamente demostrada la influencia ideológica de Mandeville en la obra "
En nuestra opinión, alguna coerción externa a Adam Smith, no podemos precisar si consciente o inconsciente, si inmaterial o física, si sofisticada o mundana, le presionó para hacer algo absolutamente en contra de sus convicciones. Una presión tan efectiva que nunca se atrevió, refrenado por algún temor insuperable, ni siquiera a tocar en lo más mínimo ese libro anacrónico e inconsecuente dentro del contexto de su trabajo, e ideología. Únicamente pudo atacarlo de forma indirecta, reforzando los criterios opuestos contenidos en otras de sus obras, que, estas sí, reflejaban lo que pensaba y creía realmente.
Está claro, en todo caso, que la instancia que obligó a Adam Smith a escribir un libro en el que defendía las ideas y posturas contrarias a las suyas, tenía en sus manos el hilo de la historia, porque la "falsificación", si así la podemos llamar, llegó al punto de que todo el mundo identifica a Smith con una obra que siempre ha debido de odiar y lamentar amargamente durante su vida.
David Ricardo, definidor del valor económico
Otro autor que, junto con Smith, ha establecido las bases de la actual Ciencia Económica ha sido David Ricardo. David Ricardo era un agente de bolsa, que, en contra de lo que suele propugnar como correcto comportamiento profesional, supo aprovechar su trabajo para enriquecerse personalmente, y a los treinta y cinco años ya era multimillonario.
Atraído por la referida y siniestra obra de Adam Smitn, supo reelaborar su contenido, despojándolo del ropaje teórico, para dejarla convertida en una especie de modelo input-output, según el cual podían predecirse e interpretarse todo tipo de fenómenos económicos.
El ‘leit motiv’ de la obra de Ricardo es el concepto de escasez de recursos, en la tradición de Malthus. La extensión del suelo cultivable es limitado, el número de habitantes del planeta es teóricamente ilimitado, reconciliar ambas magnitudes les parecía tarea irrealizable, tanto a Malthus como a Ricardo, fundamentándose en el supuesto de que, llegados más allá de cierto nivel de población, no existiría terreno apto para cultivar los alimentos que precisaría para su sustento. Por supuesto, ninguno de ellos hizo énfasis en el hecho de que, ya en su propio tiempo, la propiedad de la tierra no era de uso público, sino que se hallaba en manos de unos pocos afortunados miembros de los estratos más altos de la sociedad, que – ayer al igual que hoy – muchas veces las mantienen totalmente inactivas y estériles, por el simple placer de saber que son suyas y que nadie más que ellos puede tener acceso ni disfrutar de su posesión.
La práctica totalidad de los primeros teóricos de la ciencia económica eran personas muy bien aposentadas, que establecían un sistema en el que sus privilegios y los de sus allegados pretendían quedar garantizados para la posteridad, es decir, una sociedad clasista, con estratos claramente diferenciados e impermeables. La pobreza era considerada por todos ellos como una amenaza implícita, y Malthus únicamente tuvo el valor de poner en palabras lo que sus colegas contemporáneos pensaban: los pobres lo eran simplemente porque eran inferiores y Dios les castigaba con un destino a la medida de sus pecados. Para aquellos que preferían hacer profesión de ateísmo, la explicación de que las ciegas leyes de la naturaleza favorecen a los más fuertes y mejor dotados, resultaba un argumento plenamente satisfactorio.
Lo que ha hecho famoso a David Ricardo dentro de la economía es su Concepto de "Valor". Ricardo lo define en función de la escasez: Es valioso lo que es escaso. Aquí ya aparece el error consustancial en la génesis de
"En Economía, "necesidad" es una palabra inexistente. La Economía puede decir muchas cosas interesantes acerca de los deseos, las preferencias y demandas. Pero la "necesidad", presumiblemente es un Imperativo moral, psicológico o físico, que no admite compromiso, ajuste o análisis. Si nosotros "necesitamos" algo, debemos tenerlo. No existe literalmente alternativa ni sustitución o abstinencia posibles. Pero la afirmación de una "necesidad" absoluta en lo económico – a diferencia de lo que sucede con el deseo, la preferencia y la demanda – es un sinsentido".
William R.Allen.”Midnight Economist: Broadcast Essays III." Los Angeles. International Institute forEconomic Research. 1982. Pg.23.
Y así aprendemos que la Economía habla acerca de "apetencias" (o demanda) en lugar de necesidades. Un aspecto importante para el economista acerca de las apetencias es que son en último término infinitas y, por tanto, imposibles de satisfacer. De nuevo, de un libro de texto de Economía, extraemos una definición explicativa bajo el encabezado "Apetencias Ilimitadas" :
"Como grupo, las apetencias materiales son, a fines prácticos, insaciables o ilimitadas. Esto significa que las apetencias materiales de bienes y servicios son incapaces de ser completamente satisfechas (…) Finalmente, debemos añadir enfáticamente que el fin global de toda actividad económica es el Intento de satisfacer estas diversas apetencias materiales".
¿Puede el lector descubrir algo extraño acerca de esta conclusión? Parece que
" (…) A lo largo de todo el proceso de escribir mi primer libro "Humanistic Economics", estuve pensando que el rechazo en Economía de las necesidades en favor de las apetencias nos lleva tan cerca como podemos llegar a la esencia del problema. Pero todavía permanece la pregunta de por qué ha tenido lugar este rechazo de las necesidades".
Kenneth Lux."Adam Smith’s Mistake. How a Moral Philosopher Invented Economics And Ended Morality". Shamballa. Boston & London. 1990. Pg.9.
La cuestión radica en que necesidad y utilidad son conceptos objetivos, basados en cualidades específicas, perfectamente comprobables y demostrables, y que no varían con excesiva rapidez con el paso del tiempo, con lo cual, exigen, por su propia naturaleza, un contexto ideológico dotado de referencias estables y de categorías graduales. Por el contrario, los conceptos aceptados en Teoría Económica de utilidad marginal y de apetencia, entendidos como parámetros, son subjetivos y relativos, y pueden variar continuamente, de la forma más arbitraria. Las apetencias se consideran ilimitadas y no susceptibles de graduación.
Por lo tanto, desde el punto de vista de
Por otra parte, la escasez no es determinada por la naturaleza, sino por la explotación, expoliación y acaparamiento y apropiación indebidos que, desde el principio de los tiempos, unos pocos hombres – no precisamente mejores que los demás, sino más ambiciosos, más avariciosos y más crueles – han ejercido sobre el resto, como instrumento y, a la vez, resultado del poder, dominio, control y sojuzgamiento. De esta forma, como la humanidad dependía de ellos hasta para satisfacer sus necesidades más primarias, se vería forzada a hacer cuanto ellos quisiesen. Inicialmente, este sojuzgamiento, en el mejor de los casos superficialmente atemperado por convenciones religiosas, revestía una apariencia paternalista.
La ausencia del concepto de necesidad en
La debilidad y la ausencia de lógica consustancial del sistema capitalista se refleja en sus crisis periódicas, cada vez más frecuentes, siempre debidas a las mismas causas, enraizadas en la propia deficiencia en la lógica del sistema teórico sobre el que se estructura
Malthus o la alabanza del genocidio
Habiendo visto en el epígrafe anterior algunos de los aspectos realmente preocupantes que ha revestido el desarrollo y la aplicación práctica de los principios inicialmente teóricos de la ciencia económica, y la forma sumamente discutible en la que muchos de esos conceptos han sido concebidos y estructurados, vamos ahora a hacer un breve examen de la figura de Thomas Malthus.
Ya hemos expuesto anteriormente nuestro criterio, según el cual
Thomas Robert Malthus era hijo de Daniel Malthus, un caballero terrateniente muy atraído por las ideas de
Estudió en Cambridge, y, posteriormente, se ordenó como sacerdote, aunque su carrera sacerdotal fue breve. Después de haberse reintegrado al mundo secular, a la edad de treinta y ocho años se casó con su prima , de cuyo matrimonio tuvo tres hijos.
Sin embargo, había sido a los 32 años, en el 1798, cuando Malthus había publicado su obra clave: "Un Ensayo sobre el Principio de Población", haciéndolo de forma anónima. Cinco años después, publicó una segunda versión, notablemente ampliada, y esta vez con su nombre. Los comentaristas estiman que su fuerte matiz pesimista era una respuesta a los acontecimientos de
En plena contraposición, la concepción que el propio Malthus tiene del ser humano difícilmente podría ser más penosa, concibiéndole como un ser conducido por sus instintos, apenas frenado por la razón y por las leyes externas, y cuyo móvil dinamizador es el egoísmo. No resulta extraño, pues, que Darwin se inspirase en él para la elaboración de sus doctrinas, que respondían perfectamente a tal clase de orientación.
Para Malthus, la pobreza era la consecuencia de la indulgencia en el vicio. Consiguientemente, los pertenecientes a las clases más acomodadas, desde su perspectiva, debían ser las personas más virtuosas que pudiera concebirse.
El razonamiento de Malthus – que universalmente se ha venido considerando genial -consiste en que la problemática de nuestro mundo se cifra en un desequilibrio entre el número de sus habitantes y los recursos disponibles. Así, según Malthus, en tanto que los seres humanos pueden ser cada vez más numerosos, según las leyes de una proporción geométrica, los recursos materiales únicamente pueden crecer en forma de proporción aritmética, cosa que, forzosamente, ha de conducir a un desequilibrio irresoluble.
Este planteamiento tiene varios puntos débiles, y, por supuesto, Malthus no contaba con el desarrollo de nuevas tecnologías que posibilitasen la producción de energía más eficaz y más barata que la combustión del carbón, ni la posible síntesis de alimentos por medios artificiales, ni la ingeniería genética, etc. Nadie podría exigirle que predijese el futuro, pero sí un mínimo de decencia antes de proponer soluciones al problema de la índole de las que se le ocurrieron.
El leit motiv que inspiró toda la vida de Malthus fue la lucha encarnizada contra las leyes de beneficencia que pretendían prestar cierto tipo de atenciones humanitarias a los menesterosos y desposeídos. Malthus siempre insistió en que tales personas debían no solamente dejarse morir, sino facilitarles todo lo posible dicho tránsito a una mejor condición. Dado que Malthus consideraba que los trabajadores humildes podían ser dejados con vida, ya que, al menos, podían atender a las necesidades mas primarias para su subsistencia y la de su familia, los políticos reformistas, con orientación más social le proponían a Malthus que se desarrollasen puestos de trabajo para los pobres, al fin de que dejasen de serlo y se convirtiesen en trabajadores a su vez. Pero él se negaba una y otra vez a aceptar tal solución, a la que consideraba un engaño, ya que, según su interpretación, los pobres existían como consecuencia de la desmedida lujuria de sus progenitores, que, ateniéndose a la razón, no debían haber tenido hijos, puesto que no se hallaban en condiciones de mantenerlos. El dar trabajo a los pobres únicamente estimularía aún más sus bajas pasiones. Sin embargo, si se les dejaba carentes de todo tipo de recursos, pronto morirían, y dejarían de ser un lastre para los políticos y dirigentes acaudalados, como él mismo.
Caso de que no muriesen rápidamente de hambre, Malthus aconsejaba enfáticamente (como se ve en el texto de la nota al pie ya referida, que se adjunta a estas páginas) cultivar condiciones de insalubridad tales que pudiesen desarrollarse enfermedades infecciosas que cumpliesen eficazmente ese papel exterminador; incluso la peste podía ser bienvenida. No sabemos en qué medios preventivos confiaba Malthus para evitar que la peste fuese contagiada por los pobres a los ricos, ya que, al menos en el pasado, tales epidemias, parece que se comportaban de forma bastante igualitaria en cuanto a clases sociales.
Malthus consiguió boicotear todas las propuestas de ley en favor de los pobres, siendo una de ellas la de Arthur Young, el primer secretario de William Pitt en el Ministerio de Agricultura británico, que había propuesto suministrar a cada familia indigente con más de tres niños, medio acre de tierra para cultivar patatas, y forraje para mantener a una o dos vacas, con lo cual habrían resuelto su subsistencia. La oposición de Malthus, respaldada por David Ricardo y todos los nuevos economistas fue extremadamente violenta y, por desgracia, exitosa, con lo cual consiguieron precisamente lo contrario de lo que pretendían, ya que los pobres (al menos no todos ellos) no se murieron de hambre, se reprodujeron y constituyeron una clase al parecer actualmente creciente en Inglaterra, en tanto que con la propuesta de Young hubiesen habido mucho mayores probabilidades de éxito en la erradicación de la pobreza en el país.
Los actuales estudios demográficos, han demostrado sin dejar lugar a dudas que las tasas de natalidad son mayores en los países más pobres, pero que disminuyen espectacularmente en la medida en que a esos países y a sus habitantes se les deja acceder a un mínimo de bienes y recursos, y su población adquiere un cierto nivel educativo. Y, como todo el mundo sabe, son los países más ricos y las clases más acomodadas los que tienen una tasa más baja de nacimientos, es decir, prácticamente todo lo que postulaba Malthus ha demostrado ser, no solamente inhumano y criminal, sino científicamente erróneo. Recientemente, Francés Moore Lappé y Joseph Collins, fundadores del Instituto para
De acuerdo a sus investigaciones, no hay ningún país en el mundo en que los habitantes no puedan mantenerse con los recursos autóctonos. La cantidad de comida producida actualmente en el mundo es suficiente para suministrar una dieta adecuada a ocho mil millones de personas, es decir, mucho más de la población actual.
El problema a solucionar no es pues la redistribución de los alimentos, sino la redistribución del control de los medios de producción agropecuarios. Este estilo de política, donde se pretende la supervivencia de todo un pueblo y no de unos pocos privilegiados, de forma lo más autónoma posible y sin endeudamientos que dejarán al país en manos de terceros, requiere que el desarrollo industrial sea secundario a la satisfacción de las necesidades básicas de la población, y que el comercio sea una extensión de las necesidades internas del país, y no venir supeditado a las demandas externas, de países más desarrollados, que buscan satisfacer a costa de los sub o infradesarrollados, sus necesidades de tercer o cuarto orden, a las cuales sí seria adecuado denominar "apetencias".
Otros autores de influencia ideológica sobre la creación de la ciencia económica
El primero de ellos al que debemos mencionar, sin lugar a dudas, es sir William Petty, quien, de hecho, fue el inaugurador o fundador de
Petty actuó como todo un precursor, definiendo conceptos tales como el valor del trabajo, distinción entre precio y valor, la noción del "salario justo", la conveniencia de la división del trabajo, y la naturaleza del monopolio. La cantidad del dinero, su velocidad de circulación, y también sugirió la realización de obras públicas para solucionar el desempleo.
Otra de las grandes figuras básicas en la formulación de ideología para la nueva ciencia, fue John Locke, quien fue considerado como el filósofo más brillante del llamado "Siglo de las Luces", inspirado a su vez por Descartes, Newton y Hobbes. Locke elaboró la idea de un gobierno creado para proteger a los habitantes de la nación y el adecuado ejercicio de sus derechos. El gobierno era útil en tanto cumpliese esa función, y podía ser destituido en cuanto mostrase no cumplir adecuadamente sus objetivos. Más abstracto de Petty, quien consideraba que los precios de los productos debían reflejar, con la mayor exactitud posible, la cantidad de trabajo empleado en su elaboración, Locke planteó la conveniencia de que los precios quedasen al albur de las dinámicas de oferta y demanda, extrayendo así, el factor posiblemente más clave de nuestro sistema económico actual, fuera de toda consideración racional y desgajándolo de su origen como resultado del esfuerzo creativo de un ser humano. A partir de ese momento, desapareció la restricción del "precio justo", que es la que sostiene la idea del "salario justo", y todo lo relacionado con el dinero quedó en manos de leyes abstractas, que funcionan virtualmente al azar.
Con todo, la ley de la oferta y la demanda tendría alguna posibilidad de funcionar correctamente (tal como se entiende la corrección en el modelo económico, no según consideraciones humanas ni morales) si no fuese interferida continuamente por las manipulaciones de los poderosos, que concentran el control de los recursos de producción y financieros, que, adicionalmente, tienden a distorsionar, de acuerdo a su conveniencia, la elección de los demandantes, alterando su escala de valores y generando necesidades ficticias. La pretensión de encajar los aconteceres y comportamientos humanos en modelos científicos mecanicistas, es lo que ha destruido más gravemente la imagen del hombre (que, evidentemente, no puede ser entendido bajo los mismos parámetros que una piedra, que sigue ciegamente la ley de la gravedad) y ha originado más desastres y sufrimientos en el ámbito social.
Entre los responsables de los males que afligen al hombre en un sistema tan desnaturalizado como el que nos ha tocado vivir, quizá el más destacado entre ellos sea Hobbes, quien define explícitamente al ser humano como una mercancía, y coloca el punto de partida natural del hombre en la selva. Sería preciso redefinir el concepto de ‘connatural con’. Muchos autores le replicaron a Hobbes que el ámbito connatural con el hombre era el de su hogar, con su familia, ya sea en el campo o en la ciudad; entendiendo al hombre como un ser civilizado y culto, sano de cuerpo y mente, y no como un salvaje irracional o un psicópata, que serían los casos más próximos a las entidades descritas por este autor. Contemporáneo de Hobbes, Rousseau entendía al hombre provisto asimismo de un origen natural, y en ese origen lo contempla como perfectamente puro e infantil, el ‘buen salvaje’. Esto nos demuestra que los intelectuales de la época tenían motivos sobrados para discrepar de la descripción de Hobbes, y el hecho de que fuese escogida como la única válida para el estamento ‘oficial’, y la que ha se ha trasmitido como idónea a la posteridad, resulta tan sospechoso como siempre que nos enfrentamos con disyuntivas de semejante naturaleza histórico-cultural.
Cuando la humanidad ha de realizar un importante salto cultural, suele escoger la peor de las formas, entre las que se le ofrecen, para llevar a cabo ese hecho de consecuencias trascendentes. Este tipo de elecciones erróneas ya está ejemplificado de forma arquetípica y simbólica en el Nuevo Testamento, con la elección que hace el pueblo judío de Barrabás en lugar de Jesús, para su liberación por parte de las autoridades Romanas. Esa forma de proceder se ha venido perpetuando a la largo de
Otras elecciones históricas erróneas que nos vienen ahora a la memoria, simplemente a título de ilustración, pueden ser las que se realizaron en su momento entre las figuras de Jean Huss o Lutero, para elegir al protagonista de la reforma de la Iglesia, y, también, la quizás menos conocida, entre Ferdinand de Lasalle y Josep Proudhon, por una parte, y Marx y Engeis por otra, como protagonistas de una alternativa para el sistema político económico capitalista. En estos casos queda muy de manifiesto cómo la personalidad con menos calidad humana, con más defectos, con menor sensibilidad, y siempre más alejada de consideraciones trascendentes y humanitarias, es la que consigue el protagonismo definitivo.
Las ciencias han pretendido- y en parte han conseguido – convertir al hombre en un objeto, en lugar de operar como instrumentos a su servicio. Esta crítica, que es básicamente cierta, no obstante es incompleta. De hecho, lo ocurrido es que, al convertir a los hombres en instrumentos de explotación, han hecho posible que una minoría poderosa pudiera valerse de su instrumentación (en forma de coartada cultural) que le ofrecían, para servirse de otros hombres menos favorecidos, y explotarlos en su beneficio sin ninguna oposición ni rechazo significativo por parte de su entorno social.
El punto de partida del actual problema social radica en la deshumanización de la cultura. El capitalismo se produce en un contexto pragmáticamente ateo, y el comunismo en uno oficialmente ateo; ambos comparten una visión materialista del ser humano, como un objeto más a comprar o vender.
Otro de los responsables de la deshumanización actual, y tal vez el de mayor trascendencia, es la teoría de la Evolución de Darwin, que consigue rebajar al ser humano a la categoría de animal, no con el objetivo de ensalzar al animal, sino para tratarlos a ambos despiadadamente, como objetos de la peor explotación, y convirtiéndose en la teoría científica que los representantes del poder constituido han considerado más cómoda y útil para sus objetivos de manipulación y control.
Vemos pues cómo, en un esfuerzo persistente, realizado de forma meticulosa a través de diversas etapas históricas, se ha pretendió y conseguido (muchas veces con medios burdos y poco resistentes a un análisis de verdadera lógica aristotélica) destruir el sentido teleológico de la naturaleza: el sentido de la existencia.
La conveniencia de destruir el sentido de la existencia y desterrar la posibilidad de un Creador, así como la existencia del Bien y del Mal, radica en hacer desaparecer las últimas barreras que podían dificultar la explotación más salvaje de la mayor parte de la humanidad por una minoría desprovista de escrúpulos.
Darwin se inspiró en Malthus , especialmente en su obra "Un Ensayo sobre
Así podemos llegar a la situación actual, en la que una teoría económica, materialista y salvaje, como la que se desenvuelve en los Estados Unidos, promueve sin ambages conductas antisociales e incluso ilegales, como el engaño y la evasión de los impuestos, en inglés. :"free-riding"; y todo ello de forma pública y perfectamente aceptada, pues parece que los economistas tuviesen patente de corso en nuestra estructura social.
¿Se debería dejar plena libertad de acción a la fuerza de la gravedad? ¿Deberían de suprimirse las barandillas en los lugares elevados, que protegen a las personas de una caída? Si empleásemos los criterios vigentes en la ciencia económica, deberíamos responder que sí.
Algunas consideraciones sobre la significación de lo "económico" en la vida y expresión del hombre
Una sociedad como la actual, en la que la economía ha sustituido a los valores humanos y religiosos (donde la cooperación de la globalidad es sustituida por la lucha del individuo contra todos los demás) aprende a utilizarlos para sus fines egoístas.
Ontológicamente, lo económico no es un factor que prime o distinga al individuo. De hecho, se trata de un área que se corresponde con los elementos material/biológicos de supervivencia, y éstos son bienes indiferenciados e indiferenciadores. Se corresponden con lo común, con lo colectivo, con la totalidad de la humanidad. Son suministrados (básicamente de forma gratuita) por la naturaleza, a quien nadie puede pagar para que los haga materializarse o para lo contrario. Su don corresponde a su arbitrio. Cuando ella se niegue de forma definitiva a suministrarlos, si es que eso llegara a producirse, no habría dinero suficiente en el mundo para hacerle variar su decisión.
Únicamente la especulación, inventada por hombres astutos, ha sujetado la accesibilidad a los bienes naturales a la cuantificación monetaria, como símbolo y efecto de la acumulación antinatural y nunca justificable de lo que es un patrimonio natural de todos los hombres en manos de unos pocos, más fuertes o más hábiles, y fundamentalmente insolidarios. El concepto de escasez (base de la definición del valor económico para David Ricardo), se ha generado de esta forma. Los que más bienes consiguen acumular, son los que más dinero pueden poseer, y viceversa, y de esta forma tan sencilla, se crea un círculo vicioso (y nunca mejor aplicado el término), que todavía la humanidad no ha logrado romper, tras tantos miles de años de historia.
Pero el hombre no es, como ser, como ens, una mercancía, aunque sus limitaciones corporales y sus necesidades materiales, irrenunciables e insustituibles para permitir el mantenimiento de su organismo corpóreo con vida, le coloquen en una situación de dependencia y de indefensión frente a los pocos que poseen aquellos bienes que la totalidad precisa para subsistir.
En base a su indefensión como masa, se le ha podido esclavizar, de diferentes formas en los diferentes momentos histórico-culturales. En la antigüedad atado a los remos de una galera, y en el presente, a un trabajo (el afortunado que puede “gozar” de él, y que cada vez entra más en una dimensión minoritaria y minorizable) de ocho horas teóricas, las más de las veces desprovisto de todo sentido y de cualquier condición que permita expresar auténtica creatividad y elementos de enriquecimiento psíquico-anímico, cuyo mantenimiento, al coste que fuere, es lo único que le permitirá disponer de los elementos mínimos indispensables para continuar viviendo.
Esta es la condición del 80-90% de la población en los países del mundo desarrollado o hemisferio norte, como ahora se le ha dado en llamar. Para el hemisferio Sur, el panorama ineluctable es la consunción y posterior extinción, dentro de una miseria progresivamente más opresiva. Estas son las consecuencias del “ Taylorismo” americano y de las erróneas interpretaciones de Adam Smith con su concepto de “ Libertad de Mercado”. ( Al utilizar el término “erróneo”, queremos referirnos a que Smith, como la mayor parte de los economistas teóricos de su tiempo, nunca pretendió, ni pudo prever los hechos que se han ido encadenando, imparablemente, a partir de sus presupuestos doctrinales, y que confiaba, a la postre, en la sabiduría intrínseca de las leyes naturales, para hacer justas las dinámicas económicas, en si fundamentalmente maquinales y ajenas a toda consideración humana ).
No son comparativas la búsqueda de riqueza, concepto que supone ya una parte significativa de los bienes de toda una nación, con la búsqueda de los medios para una subsistencia digna. Cuando los bienes sobrepasan lo necesario para una subsistencia digna, existen grandes probabilidades de estarse apropiando de una parte de bienes que corresponderían, en estricta justicia, a las necesidades básicas de los demás. Por otra parte, una vida consagrada a acumular riquezas, tiene muy poco que ver con el desarrollo de cualidades verdaderamente humanas: moral, inteligencia, comprensión, penetración en la esencia de la realidad, sobre todo lo cual, como hemos visto, ya advertía el propio Adam Smith en la primera de sus obras.
El ser humano, la persona racional y libre como la concebía la mentalidad greco-latina, es un ente dotado de la capacidad de crear y trasformar la realidad que le rodea, a poco que se le favorezcan los elementos para desarrollar adecuadamente sus capacidades o facultades seminales, cosa que, tal como se contempla en la historia, los diversos sistemas de gobierno no han considerado nunca su objetivo efectivo. Al respecto resulta muy ilustrativo examinar los diferentes conceptos del llamado “Contrato Social”, desarrollados tan tarde como en los siglos XVIII y XIX, fundamentalmente en el área anglosajona, para ver lo rudimentario, incluso burdo y tosco, de esos planteamientos, y la concepción unilateral y absolutamente pesimista del ser humano. Esa concepción derivaba inevitablemente del materialismo, mecanicismo y pragmatismo, desarrollados en la filosofía de los ámbitos culturales de las clases más favorecidas, en los cuales estos conceptos vieron la luz y recibieron cuño de aceptación social, indiscutida e instituída.
Una verdadera democracia, si hemos de examinar lo que se estima como forma justa e gobierno, significaría accesibilidad al poder, implicado básicamente en el conocimiento de la realidad. En la práctica, el verdadero conocimiento se substrae y se sustituye por una burda adulteración, incapaz de ninguna operatividad sobre los estratos esenciales de la realidad, sino únicamente sobre sus aspectos más superficiales y anecdóticos, que pueden ser modificados sin mayor consecuencia de un día para otro.
Toynbee, en su obra “ Estudio de
Otros medios, de naturaleza más positiva, son : el desapego y la transfiguración. “La conclusión es que el único estilo de vida que resuelve el problema de la vida, consiste en desapegarse uno mismo de la vida”. Entre las líneas que han cultivado el desapego, Toymbee incluye los Estoicos, Epicúreos, El Bhagavad Guita y el Budismo Hinayana.
El desapego, que se emplea como una actitud generalizada en las corrientes orientales, sirve de trasfondo para la práctica de la meditación, que lleva la conciencia a ámbitos de la realidad apartados del mundo físico. Sin embargo, Toynbee muestra un camino adicional, que puede permitir reintegrar el alma al ámbito espiritual del que procede, sin necesidad de abandonar el mundo físico, y es el que denomina transfiguración: un viaje de ida y vuelta al ámbito de lo espiritual, en el que, a su regreso, el alma vuelve cargada de contenidos esenciales que dan sentido y significado a las vivencias, las más de las veces penosas, del mundo material. En esta misión redentora, el alma cumple los designios del mundo espiritual, y así cobra sentido ella misma y todo el ámbito al que su acción de ayuda alcanza; aunque los resultados no sean inmediatamente aparentes, existe una riqueza subyacente que difunde el sentido de armonía y confraternidad, estableciendo las bases de una nueva civilización, en medio de un mundo en descomposición cultural y moral.
Pedro Quiñones Vesperinas
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