¿Qué es el Misticismo?
De la serie Metamorfosis del Alma. GA 59. Senderos de Experiencia Volumen II. Conferencia III.
Berlín 10 de febrero de 1910
El asunto de la conferencia de hoy[1] es un asunto sobre el que prevalece una extendida confusión. No hace mucho escuché a un culto erudito declarar que Goethe podía ser contado entre los místicos, pues él había admitido la existencia de un oscuro e inescrutable elemento, más allá del alcance del conocimiento. Y mucha gente probablemente coincidiría con esa opinión. ¿Qué es lo que hoy en día no es llamado misticismo o místico? Cuando una persona no es clara sobre algo, si su respuesta a ello flota entre el desconocimiento y una vaga noción, lo llamará místico o misterioso. Cuando la gente se siente tentada por una cierta carencia de pensamiento y de conocimiento psicológico a afirmar que no se sabe nada fiable sobre algo, y entonces procede a negar que alguien más pueda tener conocimiento de ello, como es costumbre hoy, lo desecha como místico.
Si, no obstante, estudiamos el origen histórico de la palabra, obtendremos una idea bastante diferente de lo que grandes hombres han entendido por misticismo y de lo que creyeron que les ofrecía. Veremos que han habido hombres que, lejos de contemplar aquello que es oscuro e inescrutable como el contenido del misticismo, han hablado de su meta como alcanzable sólo a través de una claridad superior, una luz más brillante en el alma; de tal modo que para ellos la claridad de la ciencia llega hasta donde la claridad del misticismo comienza. Esa es la convicción de aquellos que creen que han experimentado el verdadero misticismo.
Encontramos algún misticismo en los períodos tempranos de la evolución humana, pero lo que se llamaba misticismo en los Misterios de los Egipcios, los Griegos y los pueblos Asiáticos está tan lejos de nuestro pensamiento conceptual que es difícil dar cualquier idea del misticismo si nos guiamos por aquellas antiguas formas de experiencia mística.
Podemos acercarnos más a los conceptos actuales si comenzamos con las formas aún bastante recientes de misticismo encontradas entre los místicos germanos desde Meister Eckhart[2] en adelante, durante los siglos XIII y XIV, hasta su culminación en aquel incomparable místico, Angelus Silesius[3]. Si examinamos su misticismo, encontramos que buscaba alcanzar un verdadero conocimiento de los fundamentos más profundos del mundo mediante una experiencia anímica puramente interna; por encima de todo, mediante la liberación del alma de toda impresión y percepción externas, de modo tal que el alma se retiraría del mundo exterior y trataría de sumergirse en las profundidades de su propia vida interna. En otras palabras, un místico de este tipo cree que utilizando estos medios puede encontrar el fundamento divino del mundo, que no sería capaz de encontrar si tratara de analizar los fenómenos naturales, sin importar lo intensamente que lo hiciera, y comprenderlos con su intelecto. Su punto de vista es que las impresiones sensoriales externas forman una especie de velo a través del cual la cognición humana no puede penetrar en su búsqueda de los fundamentos divinos del mundo. Las experiencias internas del alma, sin embargo, forman un velo mucho más fino, y es posible penetrar a través de este último hasta el fundamento divino, que también subyace en el fundamento de las apariencias externas. Este es el camino místico de Meister Eckhart, Johannes Tauler[4], Suso[5] y otros místicos de ese siglo, llegando hasta Angelus Silesius.
Debemos aclarar que estos místicos esperaban encontrar más que sólo aquello que podía contemplarse como el resultado inmediato de su búsqueda interna. En el curso de las conferencias de este invierno hemos tratado esta búsqueda interna en todos sus variados aspectos. Vimos que si miramos en lo que correctamente se llama el ser interior del hombre, llegamos primero a las profundidades más oscuras del alma, donde el alma está aún sujeta a las emociones del miedo, terror, ansiedad y esperanza, y a toda la gama de placer y dolor, gozo y pena. Llamamos a esta parte del alma el alma sensible. Continuamos distinguiendo en estos oscuros fundamentos de la experiencia anímica lo que llamamos el alma intelectual, que se alcanza cuando el yo asimila las impresiones externas y calladamente permite que aquello que emerge en el alma sensible viva y encuentre el equilibrio. Dijimos también que la verdad interior, como podemos llamarla, surge en el alma intelectual. Cuando el yo sigue entonces trabajando sobre lo que ha obtenido en su camino hacia el alma intelectual, se eleva hasta el alma consciente, donde por primera vez es posible un conocimiento del yo, y donde el hombre es conducido fuera de la vida interior hacia un conocimiento real del mundo. Si mantenemos ante nosotros estos tres miembros de la vida del alma, tenemos el esbozo de lo que encontramos cuando nos hundimos directamente en nuestro ser interior; y encontramos cómo el yo actúa sobre los tres miembros del alma.
Aquellos místicos que buscaron el conocimiento de la manera descrita, creyeron que podrían encontrar algo más por medio de esta inmersión en las profundidades del alma. Pues las experiencias internas del alma eran para ellos tan sólo un velo que tenían que atravesar para alcanzar el origen del ser. Por encima de todo, creían que si lograban alcanzar aquel origen, experimentarían, como una experiencia más interna, lo que se presenta en la historia externa como la vida y muerte de Cristo.
Ahora cuando este descenso místico al alma sucede, incluso aunque sólo sea en el sentido medieval, el proceso es como sigue. El místico tiene enfrente de él el mundo externo, con sus reinos de luz y color y todas las demás impresiones que produce en los sentidos, y actúa sobre todo esto con su intelecto. Pero sigue siendo esclavo del mundo exterior y no puede penetrar a través de sus apariencias hasta su origen. Su alma conserva imágenes conceptuales del mundo exterior, y por encima de todo conserva todas sus experiencias, ya sean de placer o de dolor, simpatía o antipatía, de las impresiones que recibe. El yo de un ser humano, con sus intereses y toda su vida interior, siempre le dirige hacia el mundo exterior y las impresiones que éste produce sobre él. Cuando, por tanto, un místico trata de alejarse del mundo exterior, ha de contar con todo lo que el mundo exterior ha engendrado en su alma desde la mañana hasta la noche. Así al principio su vida interna se aparece ante él como una repetición, una imagen refleja, de la vida exterior.
¿Es vaciada el alma, entonces, cuando se emplea en olvidar todo lo reflejado dentro de ella desde el mundo exterior, en eliminar todas las impresiones y las imágenes conceptuales extraídas de ese mundo? La verdadera experiencia mística depende del hecho de que el alma tiene otras posibilidades, de tal forma que cuando destierra no solo sus recuerdos sino sus sentimientos de simpatía y antipatía, aún tiene algún contenido. El místico siente que las impresiones del mundo exterior, con sus imágenes brillantemente coloreadas y sus efectos sobre el alma, tiene el efecto de suprimir algo que existe en las ocultas profundidades del alma. El místico siente que cuando está abierto al mundo exterior, su vida es como una poderosa luz que eclipsa y oculta las experiencias más sutiles del alma. Pero cuando todas las impresiones del mundo exterior son eliminadas, la chispa interna, como Eckhart la llama, brilla. Él entonces experimenta en el alma algo que previamente parecía no haber estado allí, pues era imperceptible en vista del deslumbramiento del mundo exterior.
En aras de la claridad, el místico entonces pregunta si lo que experimenta en el alma es comparable con lo que encuentra en el mundo exterior. No: hay una diferencia radical. Nuestra relación con las cosas en el mundo exterior es tal que no podemos penetrar en su interioridad, pues nos muestran sólo sus lados externos. Cuando percibimos colores y sonidos, nos es posible darnos cuenta de que detrás de ellos reside algo que por el momento debemos contemplar como su lado oculto; pero con las experiencias que surgen en el alma es diferente una vez que hemos eliminado las impresiones e imágenes conceptuales del mundo exterior: no podemos decir que nos muestren solo su lado externo, pues estamos dentro de ellas y somos parte de ellas. Y si tenemos el don de abrirnos a la luz interna, se nos muestran en su verdadero ser, y vemos que son enteramente diferentes de cualquier cosa que encontremos en el mundo exterior. Pues el mundo exterior está sujeto por doquier al crecimiento y la decadencia, al florecimiento y al marchitamiento, al nacimiento y a la muerte. Y cuando observamos lo que se revela en el alma cuando la pequeña chispa comienza a brillar, vemos que todas las ideas de crecimiento y decadencia, de nacimiento y muerte, no son aplicables a ella, pues aquí encontramos algo independiente; y vemos que los conceptos que pertenecen al mundo exterior, incluyendo aquellos del exterior y el interior, no son relevantes. Por lo tanto ya no es la superficie o el lado exterior de las cosas lo que captamos, sino la cosa misma en su verdadero ser.
Es precisamente a través de este conocimiento interno como obtenemos la certeza del elemento imperecedero en nosotros mismos y su parentesco con lo que debemos considerar como el espíritu, la base primordial de todo lo material. Esta experiencia conduce al místico a sentir que debe superar y matar todas sus experiencias anteriores; que su vida anímica ordinaria debe morir, y entonces su verdadera alma, la vencedora sobre el nacimiento y la muerte, surgirá en su interior. Este despertar del núcleo interno del alma, tras la muerte de la vida anímica ordinaria, es experimentado por el místico como una resurrección interna, en analogía a la vida histórica, muerte y resurrección de Cristo. Así él ve el suceso de Cristo teniendo lugar en su alma y espíritu como una experiencia mística interior.
Si trazamos este sendero místico, encontramos que debe dirigir a lo que puede llamarse una unidad de toda la experiencia. Pues corresponde a la naturaleza de nuestra vida anímica que pasemos de la multiplicidad de percepciones sensoriales, el flujo y reflujo de percepciones y sentimientos y la rica variedad de pensamientos, a una simplificación; pues el yo, el punto central de nuestra vida, está siempre actuando para crear unidad en toda nuestra vida anímica. Está claro, entonces, que cuando el místico holla el sendero de las experiencias anímicas, estas se aparecen ante él de una forma tal que todo lo múltiple se esfuerza hacia la unidad prescrita por el yo. En todos los místicos, por consiguiente, encontramos un punto de vista que podría llamarse monismo espiritual. Cuando el místico se eleva al conocimiento de que el ser interno del alma tiene cualidades radicalmente diferentes de aquellas encontradas en el mundo externo, experimenta en su ser interior la consonancia del núcleo del alma con el fundamento divino-espiritual del mundo, que él por tanto representa como una unidad.
Lo que ahora he estado diciendo debería considerarse simplemente como descriptivo. Es imposible reproducir en un sentido moderno lo que el místico revela excepto en la forma de experiencia mística individual atravesada por el alma como su preocupación más íntima. Entonces las extrañas cosas que nos dice el místico pueden compararse con la propia experiencia de uno mismo. Pero la crítica externa no es posible si uno no tiene ninguna experiencia personal, porque se tiene que confiar en la descripción de la experiencia individual de otra persona. Pero desde el punto de vista básico de estas conferencias podemos formar una clara imagen del sendero del místico. Es esencialmente un sendero hacia la vida interior, y la historia del desarrollo humano muestra que es uno de los senderos tomados por el espíritu humano en su búsqueda de iluminación. Pueden mantenerse varias opiniones en cuanto a cuál es el sendero correcto, pero si queremos dar una respuesta clara a la pregunta “¿Qué es el misticismo?”, debemos arrojar alguna luz sobre el otro sendero que puede seguirse.
El sendero del místico le conduce a la unidad, a un Ser divino-espiritual. Esto lo hace al seguir el sendero que conduce a su ser interior donde el yo le da la unidad de la experiencia anímica. El otro sendero es el que el espíritu humano siempre ha tomado cuando busca atravesar el velo del mundo externo hasta los fundamentos de la existencia. Aquí, en conjunción con muchas otras cosas, ha sido por encima de todo el pensamiento humano el que ha tratado de alcanzar una comprensión más profunda de lo que yace detrás de la superficie de las cosas a través de lo que puede percibirse por los sentidos y comprenderse mediante la inteligencia ordinaria. ¿Adónde conduce necesariamente un sendero así, en contraste con la meta del misticismo? Si se tienen en cuenta todas las relaciones relevantes, debe conducir de la múltiple variedad de los fenómenos externos a la conclusión de que debe existir una multiplicidad similar de fundamentos espirituales. En tiempos modernos hombres tales como Leibniz[6] y Herbart[7], que siguieron esta línea de pensamiento, han visto que uno no puede explicar la riqueza de los fenómenos externos en términos de cualquier clase de unidad subyacente. Resumiendo, encontraron la verdadera antítesis –la monadología- a todo misticismo. Llegaron al punto de vista de que el mundo está fundado sobre las actividades de una multiplicidad de mónadas, o seres espirituales.
Así Leibnitz, el gran pensador de los siglos XVII y XVIII, se dijo: cuando miramos lo que viene a nuestro encuentro en el espacio y el tiempo, podemos extraviarnos si creemos que surge todo de una unidad; debe provenir de muchas unidades actuando juntas. Y esta actividad recíproca de las mónadas, un mundo de mónadas o seres espirituales, produce los fenómenos percibidos por los sentidos humanos.
No puedo abundar en esto hoy, pero un estudio más profundo del desarrollo espiritual mostraría que todos aquellos que han buscado la unidad en el sendero externo estuvieron sujetos a una ilusión, pues ellos proyectaron hacia fuera, como una especie de sombra, la unidad que experimentaban internamente en el misticismo, y creyeron que esta unidad era la base del mundo externo y podía ser aprehendida por el pensamiento. El pensamiento saludable, sin embargo, no encuentra ninguna unidad en el mundo externo, pero reconoce que su múltiple variedad surge de la interacción de una variedad de seres, o mónadas. El misticismo conduce a la unidad porque el ego actúa en nuestro ser interior como un solo centro del alma. El sendero a través del mundo externo conduce por necesidad a la multiplicidad, la pluralidad, la monadología, y así al punto de vista de que muchos seres espirituales deben actuar juntos para engendrar nuestro mundo, mientras que el conocimiento humano del mundo se logra a través de una multiplicidad de órganos y observaciones.
Ahora llegamos a un punto de gran importancia que recibe demasiada poca atención en la historia del pensamiento. El misticismo conduce a la unidad; pero su reconocimiento del fundamento divino del mundo como una unidad deriva de la naturaleza del ego, la constitución interna del alma.
El ego establece su sello de unidad cuando el místico alza la mirada al Espíritu Divino. La contemplación del mundo externo conduce a una multiplicidad de mónadas. Pero es sólo nuestra forma de observar el mundo externo y la manera en que viene a nuestro encuentro lo que conduce a la multiplicidad y lo que por tanto impulsó a Leibnitz y Herbart a postular la multiplicidad como el fundamento del mundo. Investigaciones más profundas conducen a un reconocimiento de que la unidad y la multiplicidad son conceptos inaplicables al fundamento divino-espiritual del mundo, pues no podemos caracterizarlo ni como una unidad ni como una multiplicidad. Debemos decir que lo divino-espiritual trasciende estos conceptos y no puede comprenderse mediante ellos.
Este es un principio que arroja luz sobre el supuesto conflicto entre monismo y pluralismo, tan a menudo representado como opuestos en los debates filosóficos. Si los contendientes solo se dieran cuenta de que sus conceptos son inadecuados para cualquier aproximación al fundamento divino del mundo, podrían llegar a ver el asunto de su debate bajo la luz correcta.
Ahora hemos aprendido cuál es la esencia del verdadero misticismo. Es una experiencia interna de una naturaleza tal que conduce al místico al verdadero conocimiento. Él no estará justificado al contemplar la unidad que experimenta como verdad objetiva, pues su apariencia de unidad deriva de su propio ego, pero él puede ciertamente decir que experimenta la substancialidad del espíritu como algo viviendo dentro.
Si pasamos desde esta explicación general del misticismo a los místicos individuales, encontramos a menudo hechos que son aportados como evidencia contra el misticismo por sus adversarios. La experiencia interior de los individuos asume diversas formas, de forma que las experiencias de un místico pueden no coincidir enteramente con las experiencias de otro. Pero si dos personas tienen diferentes experiencias de algo, no implica en modo alguno que sus informes sean falsos. Si una persona ve un árbol desde la izquierda y otra lo ve desde la derecha, y cada uno lo describe desde su propio punto de vista, será el mismo árbol y ambas descripciones pueden ser correctas. Este sencillo ejemplo mostrará por qué las experiencias anímicas de los místicos difieren: después de todo, la vida interna de un místico no viene ante él como un espacio en blanco completo. Sin importar lo mucho que pueda ser su ideal eliminar las experiencias externas y retirar su atención completamente de ellas, aún dejarán un rastro en su alma, y esto marca la diferencia. El místico estará sujeto también a alguna influencia del carácter de la nación de la que desciende. Incluso si arroja de su alma toda experiencia externa que ha tenido, su experiencia interna aún habrá de ser descrita en palabras y conceptos extraídos de su propia vida. Dos místicos pueden experimentar exactamente la misma cosa, pero la describirán de manera diferente como resultado de sus primeros años. Sólo si somos capaces, a través de nuestra propia experiencia personal, de tener en cuenta estas variaciones individuales en la descripción y la representación, podremos llegar a reconocer que fundamentalmente la realidad de la experiencia mística es siempre la misma. Es como si fuéramos a fotografiar un árbol desde varios ángulos: las fotografías diferirán pero todas serán del mismo árbol.
Hay otro punto, que en cierto sentido podría considerarse una objeción contra la experiencia mística, y como debo hablar con bastante objetividad, sin ninguna parcialidad en un sentido u otro, he de decir que esta objeción es válida y aplicable a todas las formas de misticismo. Por el hecho de que la experiencia mística es tan íntima e interior, y tiene un carácter individual derivado de los primeros años del místico, es extraordinariamente difícil para cualquiera que habla sobre su vida mística, estrechamente vinculada como debe estarlo con su propia alma, ser correctamente comprendido o asimilado por otra alma. Los aspectos más íntimos del misticismo deben siempre permanecer en la intimidad y ser difíciles de comunicar, a pesar de lo seriamente que uno pueda tratar de comprender y entrar en lo que se dice. El hecho es que dos místicos, si ambos están lo bastante avanzados, pueden tener la misma experiencia –y cualquiera bien dispuesto reconocerá entonces que están hablando de lo mismo- pero habrán pasado a través de diferentes experiencias durante sus primeros años, y esto dará a su misticismo una coloración individual. De ahí que las expresiones utilizadas por un místico y su estilo expresivo, en la medida en que derivan de su vida pre-mística, siempre permanecerá algo incomprensible a menos que hagamos un esfuerzo para comprender su trasfondo personal y lleguemos a ver así por qué habla como lo hace. Esto, sin embargo, distraerá nuestra atención de lo que es universalmente válido para la personalidad del místico mismo, y esta tendencia puede observarse en la historia del misticismo.
Con los más profundos místicos, especialmente, debemos dejar a un lado cualquier idea de que el conocimiento que han obtenido pueda ser impartido y asimilado por otras personas. El conocimiento místico no puede en absoluto hacerse parte fácilmente del conocimiento humano general. Pero esto sólo sirve para fortalecer nuestro interés en la personalidad del místico, y es infinitamente atractivo estudiarle en la medida en que la imagen humana universal se refleja en él. Lo que el místico describe y valora sólo porque le conduce a los fundamentos y orígenes de la existencia tendrá en sí mismo poco interés para nosotros en lo que respecta a la naturaleza objetiva del mundo; lo que nos interesa será el aspecto subjetivo de ello y su relación con el místico como individuo. Al estudiar el misticismo, consecuentemente, encontraremos valor precisamente en lo que el místico trata de superar, en lo personal, lo inmediato, su actitud hacia el mundo. Ciertamente podemos aprender mucho sobre las profundidades de la naturaleza humana si observamos la historia de la humanidad desde el aspecto de la mística por así decirlo, pero será muy difícil para nosotros –esto nunca se podrá enfatizar lo suficiente- encontrar en las palabras de un místico, según las expresa, algo que pueda tener validez directa para nosotros.
El misticismo es lo opuesto de la monadología, o pluralismo, que deriva de observar y reflexionar sobre el mundo externo que todos los hombres tienen en común. Los sistemas resultantes de lo último pueden contener un error tras otro, pero pueden discutirse y hacerse algo con ellos desde cualquier punto de desarrollo que haya alcanzado el individuo.
El misticismo que he estado describiendo aquí puede así ser extremadamente atractivo, pero reconoceremos sus límites con bastante objetividad si permitimos a nuestras almas asimilar lo que se acaba de decir sobre ello.
Se arroja más luz sobre el misticismo si lo evaluamos en relación con el método de la ciencia espiritual, un método extraído de los niveles más profundos de la vida espiritual de la actualidad con el objetivo de penetrar hasta los fundamentos primordiales de la existencia. Si una materia nos provoca dificultades a causa de la sutileza de sus ideas, a menudo la mejor manera de comprenderla es compararla con alguna materia relacionada.
A menudo han oído decir en estas conferencias que hay un sendero de ascenso a los mundos superiores. En cierto sentido es un sendero triple. Hemos descrito el sendero externo, y después el sendero interno tomado por los místicos medievales, y hemos definido los límites de este último. Ahora nos dirigiremos a lo que puede ser llamado el sendero apropiado de la ciencia espiritual, o investigación espiritual.
Ya hemos visto que este sendero de conocimiento no simplemente requiere del estudiante que emprenda ya sea el sendero externo, que conduce a la base espiritual del mundo sensible y por tanto a la pluralidad, ya sea el camino interno que conduce a los fundamentos más profundos de la propia alma de uno mismo y finalmente a la unidad mística del mundo. La ciencia espiritual dice que un hombre no está obligado a seguir sólo esos senderos que le abre su propio conocimiento inmediato, sino que posee facultades cognitivas ocultas, dormidas, y que comenzando a partir de ellas puede encontrar otros senderos aparte de los dos mencionados.
Una persona que siga cualquiera de estos dos senderos se queda como ya está y ha llegado a ser; puede buscar traspasar el velo del mundo sensible y penetrar hasta los fundamentos de la existencia; o puede eliminar las impresiones externas y permitir que la chispa interna brille. Pero en la ciencia espiritual es fundamental que el hombre no necesite quedarse como esté hoy, con sus facultades existentes de conocimiento. Igual que el hombre ha evolucionado hasta su etapa actual, del mismo modo, al utilizar el método apropiado, puede desarrollar facultades de conocimiento superiores a las que ahora posee.
Si comparamos este método con el modo místico de conocimiento, debemos decir: si eliminamos las impresiones exteriores podemos descubrir la chispa interior, y ver cómo brilla cuando todo lo demás se ha extinguido, pero estamos aún recurriendo sólo a lo que ya estaba allí. La ciencia espiritual no se conforma con eso; llega hasta la chispa, pero no se para allí. Busca desarrollar métodos con los que convertir la pequeña chispa en una luz mucho más fuerte. Podemos tomar el sendero externo o el interno, pero como hemos de desarrollar nuevos poderes de cognición, no tomamos ninguno de los dos senderos inmediatamente. La forma moderna de investigación científico-espiritual se distingue del misticismo medieval y del pluralismo y también de las antiguas enseñanzas de los Misterios, al desarrollar facultades internas cognitivas de tal manera que el sendero externo y el interno son reunidos. Así nosotros seguimos un sendero que conduce igualmente a ambas metas.
Esto es posible porque el desarrollo de las facultades superiores mediante los métodos de la ciencia espiritual conduce al hombre a través de tres etapas de conocimiento. La primera etapa, que procede a partir del conocimiento ordinario y va más allá de él es llamada Imaginación; la segunda etapa es llamada Inspiración, y la tercera es llamada Intuición, en el verdadero sentido de la palabra. ¿Cómo se alcanza la primera etapa y qué se lleva a cabo en el alma para que surjan las facultades superiores? La manera en que se desarrollan les mostrará cómo el pluralismo y el misticismo se trascienden a lo largo de este sendero. El ejemplo más útil para comprender
El maestro que quiere educar a un discípulo en las facultades superiores que conducen a
“Entonces” –el profesor podría continuar- imagina que el hombre se desarrolla más; que a través de su ego supera el error, el mal y la fealdad, todo lo que trata de hacerle caer en el mal; que purifica y refina sus pasiones y afectos. Imagina un ideal que el hombre se esfuerza en llevar a cabo, cuando su sangre no será ya la expresión de ninguna pasión, sino sólo la expresión de su dominio interno de todo lo que podría hacerle caer. Su sangre roja puede entonces compararse con lo que la verde savia ha convertido en la rosa roja. De la misma forma que la rosa roja nos muestra la savia de la planta en toda su pureza, y en un estadio superior aún al que ha alcanzado en la planta, del mismo modo la sangre roja de un hombre, cuando se purifica y refina, puede mostrar en lo que se convierte un hombre cuando ha dominado todo aquello que pudiera arrastrarle hacia abajo.”
Estos son los sentimientos e imágenes que el profesor puede evocar en la mente y alma del alumno. Si el alumno no es una rama seca, si es capaz de entrar con sus sentimientos en el secreto completo simbolizado con esta comparación, su alma se agitará y experimentará algo que vendrá ante su visión espiritual como una imagen simbólica. La imagen puede ser la de la Rosa Cruz: la cruz negra simbolizando aquello a lo que se ha dado muerte en la naturaleza inferior del hombre y las rosas representando la sangre roja, tan purificada y refinada que se ha convertido en una pura expresión de su superior naturaleza anímica. Así la cruz negra coronada de rosas rojas se convierte en un resumen simbólico de lo que el alma experimenta en este diálogo entre el profesor y el alumno.
Si el alumno ha abierto su alma a todos los sentimientos e imágenes que pueden hacer de la Rosa Cruz un verdadero símbolo para él; si no afirma simplemente que ha situado la Rosa Cruz ante su visión interna, sino que con dolor y esfuerzo se ha abierto camino hasta una experiencia elevada de su esencia, sabrá que esta imagen, o imágenes similares, provocan algo en su alma, no solo la pequeña chispa sino un nuevo poder de cognición que le permite mirar el mundo de una forma nueva. Así él no ha permanecido como era anteriormente, sino que ha elevado su alma a una etapa ulterior de desarrollo. Y si hace esto una y otra vez, alcanzará finalmente la Imaginación, que le muestra que en el mundo exterior hay más de lo que el ojo ve.
Veamos ahora cómo vino a la existencia esta forma de conocimiento. ¿Nos dijimos a nosotros mismos: tomaremos el sendero externo y buscaremos el fundamento de las cosas? Hasta cierto grado, sí. Salimos al mundo externo, pero no estamos buscando la base de las cosas, o las moléculas o átomos; no nos ocupamos de lo que el mundo externo pone directamente ante nosotros, pero retenemos algo de ello. La cruz negra no podría surgir en el alma si no hubiera madera en el mundo; el alma no podría imaginar una rosa roja a menos que hubiera recibido la impresión de una de ellas en el mundo circundante. De ahí que no podamos decir, como hace el místico, que hemos eliminado todo lo externo y hemos alejado nuestra atención completamente del mundo externo. Nos sometemos al mundo externo y tomamos de él algo que sólo él nos puede dar, pero no lo tomamos según viene, pues la Rosa Cruz no se encuentra en la naturaleza. ¿Cómo sucedió, entonces, que la rosa y la madera, extraídas del mundo externo, se combinaron en una imagen simbólica? Fue la acción de nuestras propias almas. La experiencia que nos viene cuando nos entregamos al mundo externo, no solo contemplándolo, sino siendo absorbidos en él, y lo que podemos aprender de comparar la planta con el hombre según se desarrolla, todo esto lo hemos convertido en una experiencia mística interior. Pero no hemos tomado posesión inmediata de nuestra experiencia, como hace el místico; la sacrificamos al mundo exterior, y, con la ayuda de lo que el mundo puede dar externamente y el alma internamente, construimos una imagen simbólica en la que la vida externa y la vida mística interna se fusionan. La imagen permanece ante nosotros de tal forma que no conduce directamente ni al mundo externo ni al interno, sino que actúa como una fuerza. Si la situamos ante nuestras almas al meditar, crea un nuevo ojo espiritual, y entonces podemos ver en un mundo espiritual que anteriormente no podíamos encontrar, ya sea en el mundo interno o en el externo. Y entonces podemos discernir que lo que subyace en la base del mundo externo, y puede ahora experimentarse a través de la cognición imaginativa, es idéntico a lo que puede encontrarse en nuestro propio ser interno.
Si ascendemos ahora a la etapa de la Inspiración, hemos de dejar a un lado el contenido de nuestra imagen simbólica. Hemos de hacer algo muy similar al procedimiento del místico que emprende el sendero interno. Hemos de olvidar la rosa y la cruz, desterrar la imagen completa del ojo de nuestra mente. Por muy difícil que pueda ser, ha de hacerse. Para traer ante nosotros internamente la comparación simbólica entre la planta y el hombre, nuestra alma tuvo que ejercitarse. Ahora hemos de concentrar nuestra atención en esta actividad, en lo que el alma tuvo que hacer para evocar la imagen de la cruz negra como un símbolo de lo que ha de ser vencido en el hombre. Cuando profundizamos así en nosotros mismos místicamente en la experiencia del alma durante esta actividad, llegamos a la Inspiración, o la cognición inspirativa.
El despertar de esta nueva facultad no sólo conlleva la aparición de la pequeña chispa en nuestro ser interior: lo vemos encenderse como una poderosa fuerza cognitiva, y a través de ella experimentamos algo que se revela como estrechamente relacionado con nuestro ser interior y aún así completamente independiente de él. Pues hemos visto cómo nuestra actividad anímica no es sólo un proceso interno sino que se ha ejercitado sobre algo externo. Así tenemos aquí un conocimiento de nuestro ser interior, como un residuo de misticismo, que también es conocimiento del mundo exterior.
Ahora llegamos a una tarea que es opuesta a la del místico. Hemos de hacer algo similar a lo que hace la ciencia natural ordinaria: hemos de salir al mundo exterior. Esto es difícil, pero esencial para elevarse a la etapa de la Intuición, o cognición intuitiva.
Nuestra tarea ahora es desviar nuestra atención de nuestra propia actividad, olvidar lo que hemos hecho para traer la Rosa Cruz ante nuestra visión interna. Si somos pacientes y llevamos a cabo los ejercicios durante el tiempo suficiente y de la manera correcta, veremos que nos quedamos con algo que sabemos con certeza que es completamente independiente de nuestra propia experiencia interna y no tiene coloración subjetiva, y aún así demuestra por su ser objetivo que es semejante al centro del ser humano, el yo. Así para alcanzar el conocimiento intuitivo salimos de nosotros mismos y llegamos a algo que es muy similar a nuestro ser interior. Así nos elevamos de nuestra propia experiencia interior a lo espiritual, que ya no experimentamos dentro de nosotros mismos sino en el mundo externo. Así en el sendero de la ciencia espiritual, a través de la Imaginación, la Inspiración y la Intuición, vencemos las sombras tanto del pluralismo como del misticismo ordinario.
Ahora podemos dar una respuesta a la pregunta ¿qué es el misticismo? Es un esfuerzo del alma humana por encontrar el origen divino espiritual de la existencia mediante la inmersión de uno mismo en su propio ser. Fundamentalmente, la cognición científico-espiritual también debe tomar este camino místico, pero es muy consciente de que debe primero prepararse y no comenzar prematuramente. El misticismo es así una iniciativa que surge de un impulso justificado en el alma humana, rigurosamente justificada en principio, pero emprendida demasiado pronto si el alma no ha buscado hacer progresos en la cognición imaginativa. Si tratamos de profundizar nuestra vida ordinaria mediante el misticismo, hay un peligro de que no nos hayamos hecho lo suficientemente libres e independientes de nosotros mismos, de tal modo que seamos incapaces de formar una imagen del mundo no coloreada por nuestra personalidad. Si nos elevamos hasta la etapa de la Inspiración, hemos vertido nuestro ser interior en algo extraído del mundo externo; y entonces nos hemos ganado el derecho de ser místicos. Todo misticismo debería por tanto emprenderse en la etapa adecuada del desarrollo humano. Si tratamos de lograr el conocimiento místico antes de estar preparados para ello se hace un daño.
En el misticismo justificado, por consiguiente, la ciencia espiritual puede reconocer una etapa que nos permite comprender el verdadero objetivo e intención de la investigación científico-espiritual. Apenas hay algo de lo que podamos aprender tanto sobre este aspecto como al entregarnos al estudio de los místicos. No debe pensarse que el científico espiritual, cuando reconoce algo justificado en el misticismo, está negando la necesidad de ulterior progreso. El misticismo está justificado sólo si se eleva hasta un cierto nivel de desarrollo, de modo que sus métodos arrojan resultados que no son meramente subjetivos sino que dan expresión válida a verdades relativas al mundo espiritual.
No necesitamos decir mucho sobre los peligros en que puede incurrir una entrega prematura a los métodos místicos. Involucran un descenso a las profundidades del alma humana antes de que el místico se haya preparado de tal forma que su ser interior pueda crecer en el mundo externo. A menudo se inclinará entonces a cerrarse al mundo exterior, y fundamentalmente esto es sólo una sutil y refinada forma de egoísmo. Esto a menudo se aplica a místicos que se alejan del mundo exterior y caen en el disfrute de aquellos sentimientos de éxtasis, exaltación y liberación que inunda sus almas cuando esta dorada actitud impregna su vida interna. Este egoísmo puede vencerse si se obliga al yo a salir de sí mismo y hacer que su actividad fluya al mundo externo mediante la creación de símbolos. De esta manera un simbolismo imaginativo conduce a una experiencia de la verdad que despoja del egoísmo. El peligro en el que incurre un místico que lucha por el conocimiento demasiado pronto en su desarrollo es que se pueda convertir en un excéntrico o en un egoísta refinado.
El misticismo está justificado, y lo que Angelus Silesius dice es cierto:
Si te trasciendes a ti mismo en el dominio de Dios,
¡entonces en tu espíritu reinará la ascensión![8]
Es cierto que al desarrollar su alma el hombre no llega no sólo hasta su propio ser interior, sino hasta los reinos espirituales que subyacen al mundo exterior. Pero debe tomarse muy seriamente el trabajo de trascenderse a sí mismo, y esto no debe confundirse con un mero elucubrar en su interior. Debe tomar en serio las palabras de Angelus Silesius, tanto la primera línea como la segunda. Y no las tomamos en serio si evitamos cualquier aspecto de la revelación divina; dejamos que Dios domine sólo si somos capaces de sacrificar nuestro ser interior a todo lo que puede fluir en nosotros como revelación desde el mundo exterior. Si ponemos en relación esta forma de pensamiento con nuestra cognición científico-espiritual, estaremos tomando la segunda línea en el sentido correcto. Dejamos que domine en nosotros el fundamento divino-espiritual de los mundos externo e interno, y sólo entonces podemos tener la esperanza de que estaremos en el “camino hacia el Cielo”. Esto significa que llegaremos a un reino espiritual que no está coloreado ni por nuestro propio mundo interno ni por el mundo externo, un mundo que tiene el mismo fundamento que el mundo infinito de estrellas que brilla sobre nosotros, que la atmósfera que envuelve la tierra, que la verde vegetación, que los ríos fluyendo al mar; mientras el mismo elemento divino-espiritual viva en nuestro pensamiento, sentimiento y voluntad e impregne nuestros mundos interior y exterior.
Estos ejemplos mostrarán que leer un verso como este de Angelus Silesius no es suficiente; debemos llevarlo a la etapa adecuada, cuando somos capaces primero de comprenderlo verdaderamente. Entonces veremos que el misticismo, como tiene el núcleo apropiado, puede ciertamente conducirnos hasta el punto en que estaremos maduros para aprender paulatinamente a ver en los reinos espirituales, y que el misticismo en el sentido más elevado y verdadero puede hacer real para nosotros lo que puede encontrarse en las hermosas palabras de Angelus Silesius:
Cuando te eleves por encima de ti mismo y verdaderamente permitas que el fundamento divino espiritual de los mundos domine en ti, hollarás el camino celestial hasta los orígenes divino-espirituales de la existencia.
Rudolf Steiner
[1] Sobre este asunto y los místicos mencionados en la conferencia consultar también El Misticismo en el Amanecer de
[2] Meister Eckhart, 1260-1327
[3] Angelus Silesius, 1624-1677
[4] Johanness Tauler, aprox. 1300-1361.
[5] Heinrich Suso, aprox. 1300-1366.
[6] Gottfried Willhelm von Leibniz, 1646-1716, consultar por ejemplo su Monadología, un corto tratado que escribió en 1714 (sin título) como un sumario de su filosofía de las unidades.
[7] Johann Friedrich Herbart, 1776-1841. Filósofo y pedagogo.
[8] Angelus Silesius, El Peregrino Querubínico, Libro 4, Verso 56.
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