Los límites del Conocimiento y la Ciencia
Sabemos que a lo largo de la historia el hombre ha ido cambiando profundamente su estructura anímica, y en ese lento avance evolutivo del Alma humana el aspecto sensitivo (el denominado Alma Sensible) fue cultivado hasta el siglo IV antes de Cristo, y posteriormente y hasta el siglo XV se desarrolló el aspecto emoción/razón (el llamado Alma Racional). A partir del Renacimiento, y hasta nuestros días, corresponde el desenvolvimiento de la consciencia individual (el Alma Consciente), asentada sobre una inteligencia activa y despierta, en dirección al encuentro con el propio Yo, la individualidad divina. El Kali Yuga –edad del Hierro- (la última edad de los ciclos de Oro, Plata, Bronce y Hierro de desarrollo de
Y es en esta Epoca del Alma Consciente cuando el hombre debiera desarrollar ese Yo y esa individualidad consciente, por medio del uso de su herramienta mental en una correcta utilización del pensar libre y objetivo, en conexión con el mundo espiritual como fuente primordial de su pensamiento (ver en este mismo número el artículo “Contemplación, pensamiento espiritual y libertad”), para así llegar a ser dueño de su libre entendimiento y reemprender el camino de recuperación de su espiritualidad innata.
Ante el serio peligro de que la humanidad se deslizase más y más en el materialismo actual y descendiese hacia lo infrahumano y lo inmoral y antiético en la ciencia, en la política y en la economía,
¿Cómo es nuestra manera de conocer?. Es obvio que en términos generales los hombres contemporáneos acceden al conocimiento por medio de una fe casi ciega y absoluta en lo que nos dicen la ciencia natural materialista y sus dogmas, y en ese sentido podemos afirmar, sin exagerar, que esa ciencia y ese enfoque de la realidad basada en ella han llegado a sustituir a los dogmas y doctrinas de las Iglesias y las religiones. Al igual que en el siglo XIX seguimos viviendo dentro de los principios básicos del cartesianismo, basado en todo aquello que se puede medir, pesar y contar, de manera que lo demás no existe, y eso es algo que ha sido inculcado profundamente en nuestras almas durante los últimos siglos a través de los procesos educativos y culturales. Esta especie de atrocidad que se ha cometido en el proceso de conocimiento, ha logrado abandonar casi totalmente la subjetividad al preconizar una pretendida objetividad “científica” como fundamento esencial del conocimiento y de la verdad, y sin embargo, afirma Steiner, la subjetividad debiera de ser la esencia y el fundamento real de todo el proceso. Un genio no lo puede ser sin subjetividad, pues aunque pueda tener ingentes cantidades de información, eso no es conocimiento, que en todo caso, y sobre todo en el supuesto de la genialidad, requiere una cierta capacidad de creación, innovación de ideas, invención, etc., y eso no sólo apela al pensamiento, sino también al sentimiento que cada persona debe y puede añadir a aquello que conoce.
Ante preguntas como ¿porqué se produce el calor? o ¿qué origina la electricidad?, o ¿en qué consiste el magnetismo?, se contesta vagamente por los científicos que porque hay un movimiento de moléculas, electrones, protones, neutrones, etc. Y si además se pregunta ¿porqué se mueven? ¿cuál es la causa de ese dinamismo?, responden que, simplemente, porque si, porque lo dice la ciencia, que así queda convertida en religión que exige una fe ciega y sin condiciones, no hay respuesta convincente y explicativa de tal proceso, y se quedan tan campantes. Y si, en otro orden de cosas, en temas no estrictamente físicos o tecnológicos, y ya dentro de la esfera psicológica o del alma humana, se plantean preguntas como: ¿cómo se produce la conciencia, el sentimiento, o el lenguaje?. ¿cómo tenemos percepciones?, la respuesta sería de este orden: porque al final hay una serie de sustancias, tejidos, a su vez compuestos por células, moléculas, átomos, partículas subatómicas, etc., y esa relación atómica genera la percepción, la sensación, el sentimiento. Pero ¿cómo a los átomos les puede importar lo que cada uno de nosotros haga, diga o se proponga hacer?. ¿Cómo a esa correlación celular, molecular, atómica, le puede importar nuestro pasado, presente o futuro?.
Por tanto, ante preguntas de esta índole, que cuestionan todo el sistema científico moderno, si a alguien, sobre todo si pertenece a medios científicamente reconocidos, se le ocurre una explicación de un fenómeno o proceso de ese tipo (posiblemente en la mayoría de los casos bajo inspiración de entidades “materialmente” interesadas), la gente se la cree y, sin formularse preguntas sobre su verdad o su epistemología, hace que, por salvar el propio prestigio científico, los demás también se la crean, y entonces tal explicación se llegue a convertir en un axioma, una verdad absoluta e indiscutible. Por consiguiente si se toma al materialismo y el racionalismo científico, como génesis de todo, habremos de hacer caso a la pregunta esencial en cuanto a la naturaleza humana: ¿qué es el hombre?: y la respuesta final será que es ni más ni menos que un pedazo de materia inteligente que ha ido evolucionando desde una ameba hasta un posible genio. Y ¿porqué?, pues simplemente porque si, porque lo dice la ciencia. El remate final de la ciencia, incluso hoy día, es éste: “porque si”, y no sea usted enrevesado en plantearse más preguntas sobre el tema. En el fondo ese científico se imagina que los átomos son como pelotas que chocan, se expanden y contraen energéticamente en un recinto celular cerrado, aunque no se sabe cómo funciona tal proceso, ni qué lo origina, ni de donde surge ese movimiento, ni ningún otro por qué, pero se lo cree sin más, y se llama a sí mismo “científico”. Y ello es, ni más ni menos, que porque dentro de los parámetros materialistas no se puede hacer otra cosa que darse siempre de bruces con una muralla que impide llegar al conocimiento de “las cosas en si”, (a la esencia o al espíritu). La realidad se reduce a la observación de unos procesos, en lugar de abarcar la totalidad, la esencia, el espíritu.
El espiritu materialista y el saber ahrimánico
Nos dice Rudolf Steiner que, así como Lucifer, de ser tan excesivamente espiritual, desprecia la materia y el mundo físico y reivindica la huida a un Nirvana Suprasensible, Ahrimán es el espíritu modelador de la materia que aspira a conseguir el Paraíso en
Si bien el planteamiento de Ahriman no es viable en si mismo por no ser conforme al Plan de la evolución de la humanidad establecido por Las Jerarquías Espirituales regulares, los recursos ahrimánicos nos enseñan a sacar el mayor partido posible a nuestra estancia en el mundo material mediante el conocimiento de las leyes de la materia y la energía que subyacen en nuestro mundo, así como las leyes de la forma que posibilitan la armonía en los seres dotados de cuerpo. La capacidad de inspiración para la generación de artefactos que utilizan combustibles, electricidad y magnetismo, es enorme para las entidades elementales ahrimánicas que habitan esos instrumentos y artefactos inorgánicos, seudo-orgánicos, dotándoles de una especie de vida artificial..
Steiner dice que en la materia se dan formas espirituales “congeladas”, que todas las sustancias y formas espirituales que se materializan pierden dinamismo, lo cual tiene que ver con un proceso verdaderamente necrótico, pues entra la muerte en algo que en el mundo espiritual no existe. Ahrimán, en un sustrato absolutamente necrótico puede introducir una sustancia espiritual congelándola (necrotizándola) hasta cierto punto, haciéndola vivir en lo orgánico en una especie de encantamiento ahrimánico de fuerzas espirituales en el seno material. Ello ha posibilitado la encarnación y el karma necesarios para la evolución del ser humano.
Hemos de considerar, siguiendo a Steiner, que Ahrimán está haciendo un trabajo para el resto de las Jerarquías Espirituales, y para nosotros mismos, para que podamos evolucionar en un estrato muy débil e inestable, como es el correspondiente al físico-material por el que temporalmente atravesamos, breve pero fundamental, ya que el ser humano en la etapa terrestre se juega la continuación de su evolución en otras esferas, o realmente su final definitivo. Todo se va a decidir dentro de ese terreno Ahrimánico. Y la conquista o el fracaso de la libertad del hombre únicamente se puede dilucidar dentro del mundo de la materia.
En los tres “manvántaras”, o estados planetarios anteriores al terrestre, no ha habido ningún proceso material, y en los tres posteriores tampoco lo habrá. En el de
Pero, nos dice Steiner, es inminente el que Ahrimán pueda jugar su baza encarnándose y manifestándose en el mundo material, suplantando y arrogándose el papel del Cristo, para lo cual lleva varios siglos preparándose, concretamente desde el XV, fundamentalmente a través de la promoción de la ciencia natural materialista y el fomento de la ignorancia de lo espiritual, entrenando y seduciendo así a las mentes y las almas de los hombres, para que eventualmente puedan reconocerle y rendirle pleitesía. Su propósito consiste en que todo lo que un ser humano pueda decidir y a lo que pueda llegar, todas las leyes sensibles y hasta suprasensibles se tienen que desarrollar exclusivamente dentro del plano físico. Eso requiere que las almas se vayan acoplando a esa idea, y de momento, vista la situación del mundo en la actualidad, con sus increíbles avances científicos y tecnológicos, su éxito está siendo evidente. En los últimos quinientos años ha logrado revertir el trabajo de las Jerarquías Espirituales de miles de años, de forma que ha conseguido que a una inmensa mayoría de la humanidad sólo le preocupe el bienestar material, obscureciendo así todo el proceso espiritual del ser humano. Y así todo conocimiento ha de ajustarse a parámetros estrictamente científicos, siendo el resto de cuestiones filosóficas, ético-morales o espirituales meras hipótesis o creencias sin importancia.
En la época de desarrollo del “Alma Consciente”, por la que actualmente atraviesa
Conocimiento y saber espiritual
Es preciso que entendamos que todo el conocimiento está introducido en la cultura y en la enseñanza, y que es algo que nos afecta a todos. Si se adopta como única creencia la de que la ciencia es la única que nos puede aportar el conocimiento, de que el mundo sólo puede ser estudiado desde un punto de vista científico, y de que lo demás son hipótesis sin fundamento o creencias, (y todos hemos vivido bajo esas premisas inconscientes), entonces la conclusión será que el hombre no puede llegar al conocimiento, salvo que comprendamos que tales premisas son falsas y que podemos empezar a cambiar todo el objeto de nuestro conocimiento y la forma de acercarnos a él.
Fue Rudolf Steiner el que estableció en su fundamentación de la libertad humana, ya a finales del siglo XIX, que el ser humano se relaciona con el mundo por la actividad que genera entre sus percepciones y su pensar, en una experiencia vital propia de cada ser humano. Nuestro pensar, educado en el Kantianismo y generado en el materialismo, ha sido dificultado y coartado en su libertad para evitar que pudiera ser el cimiento del trabajo espiritual. Todos los hombres somos, ante todo, nos lo creamos o no, seres de fe, necesitamos creer y nuestra realidad está formada por nuestras creencias. Por ello es importante el que creamos en la materia o en el espíritu. Si uno dedica toda su potente fuerza espiritual, (todos la tenemos) al contenido del mundo material, porque está convencido de que es lo único que existe, negando su parte espiritual, su alma está esencialmente pervertida, aunque no lo sepa y la humanidad está llena de este tipo de perversión. En los últimos siglos se ha sustraído al ser humano una parte de la realidad, haciendo enfermar su alma de inanición al no podérsele dar los contenidos anímicos que necesita y al rechazar todos los contenidos espirituales por considerarlos supersticiones espirituales degradantes para la libertad humana. Y desgraciadamente esto ocurre en millones y millones de almas. Sabemos que una mentira suficientemente repetida llega a ser tomada como verdad; una mentira que afecta al Espíritu, como es la de que carecemos de él, afirmada por millones de “Yoes” espirituales, acaba convirtiéndose en algo real, en una verdad objetiva y absoluta.
Y entonces lo que acaba ocurriendo es que el hombre desconoce que tiene algo tan valioso como su pensar, su intuición conceptual (como actividad puramente espiritual que es) para llegar al conocimiento de las cosas. La mayoría de la gente opina que esto es algo que no les compete (“doctores tiene la iglesia, no voy a opinarlo de lo que no sé, no me compete porque yo no puedo llegar”, etc.) y entonces dejan de ejercer la capacidad que realmente todos y cada uno tenemos y que ya no reconocen como suya propia. En ese sentido Steiner destaca la importancia que tiene el saber, cómo nos formamos las opiniones y como llegamos al conocimiento de cualquier cosa, siendo conscientes de los condicionamientos que arrastramos desde la infancia y que nos han sido culturalmente inculcados, pero que tomamos como propios; que están influyendo en toda nuestra vida, aunque hayamos posteriormente renegado de ellos. Una cosa es lo que tenemos en el alma y otra distinta lo que la costumbre, la cultura, el sistema de valores imperante y las tradiciones han imbuído en nosotros, mediante su grabación en nuestro cuerpo etérico. Por ello es esencial introducir conciencia (auto-conciencia) en estos procesos, para caer en la cuenta de los mismos y así poder trascender esos principios insuflados en nuestra interioridad por la educación y el ambiente cultural.
El mundo es y funciona con las leyes que interactúan unas con otras. ¿Porqué?. Porque son leyes que afectan a los cuatro reinos y que proceden del mundo espiritual, en las que los seres humanos no intervenimos, desde los procesos digestivos al funcionamiento celular en general. Y la cuestión es que esas leyes afectan a todo el funcionamiento del mundo, a excepción precisamente del conocimiento humano, que como tal, no está regido por leyes espirituales, pues no concierne al Cosmos, sino sólo y exclusivamente al ser humano y a nadie más. El proceso de conocimiento es meramente humano, de manera que o lo hace el mismo hombre, o se queda sin hacer. Los procesos metabólicos van a funcionar automáticamente, tanto si el hombre los conoce como si no, porque el mundo espiritual se ocupa de que toda la actividad del Cosmos funcione ordenada y apropiadamente, pero el conocimiento humano sólo atañe al hombre.
Solo el hombre, por tanto, puede realizar la tarea de conocer, pues no compete a jerarquía, Dios u ser espiritual alguno, ni obviamente tampoco a los estados, ni a las administraciones, ni a los maestros, sólo y únicamente a cada individualidad humana, pues en eso consiste precisamente la libertad individual que se nos ha concedido. Si el hombre se exime de esta responsabilidad y no se decide a ejercitar su conocimiento a través de su pensamiento, hará caso omiso a esta obligación, que sólo depende de su voluntad individual, ya que esa tarea no es la responsabilidad del Mundo Espiritual, que está dispuesto a recibir el conocimiento humano que cada hombre pueda aportar y que necesita. El mundo Espiritual no va a actuar en sustitución del pensar del hombre, sino a través de nosotros, en tanto en cuanto nos pueda iluminar individualmente, que es algo que está deseando hacer, como condicionantes que somos de la realidad espiritual. Y por tanto la cognición no es una cuestión que concierna al mundo en general, sino algo que el hombre tiene que resolver y afrontar consigo mismo, de forma que el ejercicio de esa actividad pensante y creadora de conocimiento dependerá de la asunción libre y consciente del hombre de su propia responsabilidad en el acto de conocer.
Equipo de Redacción
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