Las Cuatro Verdades Nobles del Budismo
“El monje Malunkia, preocupado por el hecho de que Buda no especule sobre cuestiones de índole metafísica, tales como la existencia o no existencia de Dios, el carácter infinito o no infinito del Universo o la continuidad de la vida después de la muerte, preguntó al Sabio acerca del por qué de esta falta. Y Buda le respondió:
-Escucha, Malunkia: cierta vez un hombre fue herido por una flecha venenosa, y sus amigos, viéndole al borde de la muerte, fueron a llamar urgentemente a un médico. El herido, sin embargo, cuando vió llegar al médico, dijo que solo se tomaría el remedio contravenenoso y se dejaría extraer la flecha si, previamente, le informasen pormenorizadamente del nombre de la persona que se la lanzó, de su edad, de su dirección, del motivo por el que había procedido así y además de las características del arco que había utilizado. ¿Qué le habría sucedido a ese hombre?.
-Probablemente se hubiera muerto, antes de ver aclaradas sus dudas –respondió Malunkia-.
-De la misma manera –continuó Buda-, las respuestas a preguntas sobre el carácter finito o infinito del Universo, sobre la existencia o no existencia de Dios o sobre la naturaleza del alma no nos liberan del sufrimiento. Por tanto, como precisamos de liberarnos del sufrimiento en esta misma vida, no te preocupes, pues, de las cuestiones que yo no enseño, sino solamente de las que yo enseño, que son; la consciencia del sufrimiento, el reconocimiento de la causa del sufrimiento, la cesación del sufrimiento y el camino de cesación del sufrimiento.”
Buda, a fin de dar especial énfasis al problema del sufrimiento, no incluía la Metafísica entre sus enseñanzas. Ahora, sin que sea nuestra intención apoyar los principios del budismo, con exclusión de otras enseñanzas filosóficas o religiosas, pretendemos, sin embargo, evidenciar el hecho de que cada Maestro comunica principalmente aquello que considera más importante en su tiempo y de conformidad con la cultura y las tradiciones de su pueblo, Así, la Verdad, a pesar de ser apenas una, no deja por ese motivo de presentar diversos aspectos, diversos niveles y diversos grados de entendimiento.
No nos pasan desapercibidas la pertinencia y actualidad de las “Cuatro Verdades Nobles”, tal como están expresadas en las últimas líneas de la Parábola citada, que corresponden, como vamos a analizar seguidamente, a las condiciones también consideradas por Erich Fromm como indispensables para que se verifique una modificación fundamental en el carácter y en el comportamiento humanos, capaz de salvarnos de una catástrofe psicológica y económica. Las condiciones son éstas:
Estamos sufriendo y tenemos consciencia de ese hecho;
Reconocemos el origen de nuestro mal:
Admitimos que hay un modo de sobrepasar el sufrimiento;
Aceptamos que, para sobrepasarlo, tenemos que cumplir ciertas normas de vida y que cambiar nuestro modo actual de estar en el mundo.
Analicemos cada uno de estos aspectos separadamente:
1- Estamos sufriendo y tenemos consciencia de ese hecho
Este es, evidentemente, el primer paso. Parece fácil. Pero, por mucho que nos cueste admitirlo, muchos de nosotros no somos capaces de darlo, porque no tenemos, no queremos, o no podemos tener verdadera consciencia del sufrimiento. Proyectados en la periferia de nuestro ser, estamos cada vez más distantes, más alienados, más olvidados de nosotros mismos. Trabajamos incansablemente para mejorar nuestras condiciones de vida, para tener más confort y más comodidad; pero, por extraño que parezca, no nos preocupamos de nuestra propia vida. Se comprende así por qué razón este primer paso no sea fácil. Raramente estamos “despiertos”, vigilantes… Y, siempre que sucede un vislumbre de ese “despertar”, desviamos la mirada de nuestros fantasmas y buscamos refugio en la droga, en el alcohol, en el sexo, en la alucinación de la velocidad o en la seducción perversa de los programas televisivos… Y nos volvemos a dormir. Es que estar consciente exige no solo lucidez y discernimiento, sino, también, osadía y perseverancia en el conocimiento de nosotros mismos. Invitamos por ello al lector a reflexionar con nosotros en las opiniones de Gurdieff, incluídas en la obra de su principal discípulo, el Profesor Ouspensky, “Fragmentos de una Enseñanza Desconocida”:
“Cuantas veces me habrán preguntado si no sería posible hacer parar las guerras. Evidentemente que sí sería posible. Bastaría que las personas despertasen. Eso parece bien fácil. Sin embargo, nada sería más difícil, porque el sueño es promovido y mantenido por toda la vida, por todas las condiciones del ambiente.
¿Cómo despertar?. ¿Cómo despertar de este sueño?. Estas preguntas son las más importantes, las cuestiones más vitales que el hombre se debe plantear a sí mismo. Pero, antes de planteárselas, deberá de convencerse de la veracidad de su sueño. Y solo le será posible convencerse intentando despertar,. Cuando haya comprendido que no se acuerda de sí mismo y que el recuerdo de sí mismo significa, hasta cierto punto, un despertar; cuando haya visto, por experiencia propia, cuán difícil es acordarse de sí mismo, entonces comprenderá que para despertar no es suficiente desearlo, Más exactamente diremos que un hombre no puede despertar por sí mismo. Sin embargo, si veinte hombres convinieran que el primero en recordar entre ellos despertará a los otros, ya tenemos una probabilidad. No en vano, eso también es insuficiente, porque esos veinte hombres pueden adormecerse al mismo tiempo y soñar que despiertan. No es por tanto suficiente. Más aún, es necesario. Esos veinte hombres deben de ser vigilados por un hombre que no esté adormecido o que no se adormile tan fácilmente como los otros, o que vaya a dormirse conscientemente cuando sea posible, cuando de ello no resulte ningún mal ni para él ni para los otros. Deben de conseguir un hombre de esos y contratarlo para que los despierte y no les permita volver a caer en el sueño. Sin eso es imposible despertar. Es esto lo que interesa comprender.
Es posible pensar durante un millar de años, es posible escribir bibliotecas enteras, inventar teorías sublimes, y todo eso durante el sueño, sin ninguna posibilidad de despertar. Por el contrario, esas teorías y esos libros escritos o fabricados por adormecidos tendrían simplemente como resultado arrastrar a otros hombres al sueño, y así indefinidamente.
2- Reconocer el origen de nuestro mal
Este segundo paso es aún más difícil de dar. Atribuímos generalmente el origen de nuestro mal a causas secundarias. Admitimos, casi siempre, que son los otros los causantes, los culpables, y solo ocasionalmente nos reconocemos nosotros mismos como la causa fundamental de nuestro sufrimiento. Contribuye a eso la tendencia frecuente de “mentirnos a nosotros mismos”, lo que constituye un verdadero mecanismo autotranquilizador de anestesia mental que, a veces, degenera en un tipo extremadamente grave de mentira que envenena todo nuestro ser: la hipocresía.
Es, de todas maneras, oportuno destacar que el “Decálogo”, que impone al hombre la observancia de los Mandamientos, no le prohibe mentir sino en un pequeño sector de las relaciones humanas: el del falso testimonio; y, sobre todo, cuando ese falso testimonio va contra el prójimo (Deutoronomio, V, 20). En el fondo está el reconocimiento de que en la vida social no sería posible, en las condiciones actuales de evolución, sin la utilización de la mentira, dentro de aquellos cuadros permitidos por la moral y el buen sentido. Efectivamente, no todas las mentiras son amenazas al equilibrio del mundo. No solo están las mentiras llamadas inofensivas, sino también aquellas que son hasta aceptables desde el punto de vista ético, como las que van a evitar un disgusto o cualquier otro sufrimiento psicológico, en casos, por ejemplo, de dolor o de muerte. Por consiguiente, cuando nos “mentimos a nosotros mismos”, con el propósito deliberado de ocultar a nuestros propios ojos nuestras intenciones y nuestros defectos, estamos deteniendo la marcha de nuestro desarrollo interno, y solo es posible en una relación continua con la Verdad.
Por mucho que intentemos huir de la realidad, el origen de nuestro mal se encuentra principalmente en nosotros mismos.. Mas ese reconocimiento no debe servir de pretexto para disculpar enteramente a la sociedad y a sus gobernantes por los males que afligen a la humanidad. En efecto, sería insensatez e hipocresía decir a todas las personas que se debaten entre problemas económicos o de salud: “Cambie su manera de pensar y todo cambiará en su vida”. En situaciones de miseria, la sociedad, que somos todos nosotros, tiene que intervenir, Y tiene que intervenir no solo por la fuerza de las palabras o del espíritu, sino también mediante la acción y por el apoyo material. ¿Cómo podemos esperar que alguien pueda cambiar para mejor cuando le falta alimento, ropa y habitación?, Con todo, desde el punto de vista del Budismo, es al Yo de la Personalidad al que se debe, sobre todo, pedir responsabilidad por la situación del sufrimiento. Es él que, siendo la causa principal de nuestras limitaciones, habrá de ser corregido y perfeccionado, y asumir por fin la renuncia, para que pueda emerger en su lugar una realidad más profunda y más elevada: el estado de Iluminación, o Nirvana, donde el ser se halle libre de obsesiones, de miedos y de tormentas.
3 –Admitir que existe un modo de trascender el sufrimiento
El sufrimiento es una señal, una advertencia de que existe alguna cosa equivocada en nuestra vida. Sin el sufrimiento no tendríamos seguramente la percepción de una enfermedad o de una infección. Dejaríamos entonces que el mal avanzase e invadiese todo el organismo hasta ocasionarnos probablemente la muerte. El dolor es por tanto un aviso. Más que un aviso es una bendición. Nos da la oportunidad de corregir, a tiempo, algo que precisa ser enmendado. Y por eso el sufrimiento y la sabiduría andan casi siempre asociados. No por el sufrimiento en sí. Sino por el esfuerzo que hemos de realizar para transpasarlo y por la respuesta que hemos de encontrar en nosotros mismos para librarnos del obstáculo que nos pone la ilusión.
Hay, en todo caso, un sufrimiento en nuestro “debe” y un sufrimiento en nuestro “haber”. El primero es fácil de entender, porque todos, o casi todos, tenemos deudas para con el Universo; y todo ha de ser pagado, a menos que la Ley de la Gracia 1 intervenga en el sentido de perdonarnos algunas de esas deudas. El otro –el sufrimiento del “haber”- es generalmente un privilegio de algunos Iniciados y Maestros. Y así ¿cómo interpretar el sufrimiento de Jesús?. ¿Cómo explicar de acuerdo con la Ley del Karma el sacrificio de la crucifixión?. ¿Debe de afirmarse que Jesús fue crucificado porque, en una existencia anterior, él crucificó o mandó crucificar a otras personas?. ¿Será correcto aplicar aquí el principio de que “aquello que el hombre siembra es lo que ha de recoger”?. Evidentemente que no. En este caso estamos a presencia del sufrimiento del “haber”. Y, en el cómputo general de todas las cosas, el Equilibrio habrá de ser restablecido, y ningún saldo, acreedor o deudor, podrá existir.
Estar en deuda es, no obstante, la situación en que se encuentra la mayor parte de nosotros. Para transpasarlo, y, por lo tanto, para vencer el sufrimiento, es preciso establecer una relación de sintonía con el Universo. En otras palabras –y según el Evangelio cristiano- es preciso “cumplir la Voluntad de Dios y no la nuestra”.
4 – Aceptar que, para transcender el sufrimiento, hemos de cumplir ciertas normas de vida y cambiar nuestro modo actual de estar en el mundo
En eso consiste la Noble Camino Óctuple del Budismo: I- Recta comprensión; II- Recto propósito; III- Recta palabra; IV- Recta Conducta; V- Rectos Medios de subsistencia; VI- Recto esfuerzo; VII- Recta atención; VIII- Recta meditación.
El cumplimiento de estas normas conduce al Amor Objetivo 2, expresión suprema de la realización humana, solo posible, según el Budismo, con la extinción de la Personalidad, destinada a perpetuarse en sucesivos renacimientos (Samsara), causadores de dolor. De angustia, de abatimiento, de vejez y de muerte.
Como no es difícil de entender, tales normas –aunque propuestas de otro modo y con diferente terminología- constituyen el objetivo de todas las verdaderas Vías de Iniciación: un profundo y vasto recorrido de Belleza, de Amor y de Verdad.
JOSE FLORIDO
Licenciado en Filología Románica,
Profesor de Literatura y Cultura Portuguesa; autor de varios libros, como son: “Pietro Ubaldi –Reflexiones” (editado por el GLUC), “Conversación inacabada con Alberto Caeiro”, “Agostinho da Silva”, y diversas obras didácticas.
1 Sobre la intervención de la Ley de la Gracia, presentamos el siguiente ejemplo: alguien rechaza a su propio hijo, no queriendo asumir su paternidad o maternidad. ¿Cómo puede actuar en esta ocasión la Ley del Karma?. De acuerdo con la interpretación más vulgarizada, la Ley exige que esa persona pase también por la experiencia del rechazo. Este es el punto de vista de los que defienden de forma unilateral el principio de que “aquello que los hombres siembran es lo que tienen que recoger”. Sin embargo, no es necesario que el “Equilibrio” tenga que ser siempre restablecido de este modo. En efecto podemos admitir que esa misma persona, en lugar de recibir a cambio el mal que causó al hijo, pone, como consecuencia de su actitud, desempeñar una misión prestigiosa y gratificante: ser Presidente de una Institución de Apoyo a criaturas abandonadas. ¿Por qué esta aparente injusticia?. Esta diferencia de situaciones se debe a la intervención de la Ley de la Gracia. El Equilibrio puede ser restablecido de esta forma desde que haya arrepentimiento sincero por parte del pecador.
2 Al contrario del amor subjetivo, el Amor Objetivo (expresión usada por la Tradición) no admite interferencia en las condiciones propuestas por el amante. “Amar objetivamente” y amar indistintamente lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, al santo y al pecador, al amigo y al enemigo. Y amar como la Luz, que permanece siempre luz, sin dejarse vencer por las tinieblas o corromper por la materia impura.
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