El mundo de los difuntos
Cristo vive y yo con El. Muerte, haz el ruido que quieras, Cristo no se deshizo como polvo y muerte. En El estoy guarnecido yo también, siempre que su obra -la entrega del alma a Dios- no haya de caer en la nada. Cristo habla en el interior del alma: “Yo soy la Resurrección y la Vida; el que vive y cree en mi, vivirá aunque muera”. El debe y quiere entrar dentro de mi en el mundo de los muertos y poderosamente hará sonar la llamada de la Resurrección. (Friedrich Rittelmeyer, Comunidad con los difuntos).
Buscamos, en el santuario del acontecer crístico, una concepción del mundo que nos explique verdaderamente lo que nos sucede, dentro y alrededor nuestro, y que cubra el templo de nuestro altar, cual una cúpula celestial. Esto no puede hacerlo ni un materialismo ajeno al espíritu, ni un idealismo de nebulosa espiritualidad, ni tampoco un dogmatismo muerto para el espíritu, dividido en cielo e infierno. Nuestro destino en el otro mundo no será uniforme y unicolor, sino personal y multiforme. No nos recompensarán o castigarán, sino que viviremos hasta lo último las consecuencias de nuestros actos. Ni la eterna condena, ni la eterna bienaventuranza serán nuestro destino después de la muerte, sino una evolución continua dirigida por la Divinidad. Cristo nos dijo que el hombre deberá rendir cuentas hasta de cada una de las palabras inútiles que haya pronunciado.
Las grandes visiones de la ley del destino y la reencarnación forman ya hoy parte de lo mas profundo del cristianismo. El hombre no puede eludir el cumplir con el equilibrio sagrado de todas sus malas acciones. Quien viva en Cristo rogará que le sea permitido transformar en bien el mal causado. El se ha unido por la muerte al mundo terrestre. No debemos querer tenerle sólo para nuestra bienaventuranza personal, son para vivir con El y asistirle allí donde mejor nos pueda requerir.
Los muertos se nos pueden acercar si nuestra alma está preparada para ello. Recordando a los difuntos, con receptividad y quietud solemne, antes de dormirnos cada noche, el alma podrá despertarse por la mañana sabiendo que hemos caminado con ellos en altas y eternas esferas, en los reinos sagrados donde no se conoce la muerte. Sabemos que cada pensamiento enérgico tiene su esencia en el mundo verdadero. Si enviamos nuestros mejores sentimientos por el puente invisible que nos une con los muertos, será alimento del alma para ellos y para nosotros, y se convertirá en un deber solemne y feliz, tesoro vital de reinos superiores. No queremos traerlos de vuelta hacia nosotros, sino enviarlos hacia la luz, con el apoyo de nuestro amor, un amor más cálido e íntimo que cualquier amor humano.
Ningún templo puede sernos mas venerable que en el que podemos vivir en unión con nuestros seres desencarnados, en una silenciosa colaboración mutua, infinitamente rica y prometedora, que conduce a las alturas divinas. Pero solo en Cristo queremos ir hacia ellos y solo en Cristo queremos recibirlos.
En el acto de la sepultura la ceremonia puede ser un martirio para el propio difunto, las alabanzas insoportables y el consuelo superficial. Debería poder serle de ayuda. El único acompañamiento digno se encuentra en una reunión de personas que dirigen toda la fuerza de sus almas a enviar al ser recién desencarnado los mejores pensamientos sustentadores y le asisten con todo el poder de sus corazones a vivir entre la luz de arriba y el amor de abajo.
La humanidad todavía no ha logrado arrebatar a la muerte toda la bendición que ella encierra. Apenas ha tratado de vivir con las fuerzas del mundo sagrado de los muertos. Y Cristo solo ha comenzado a ser para la humanidad lo que El quiere ser para ella: el vencedor total de la muerte.
Si hay una vida después de la muerte, y si hay que vivirla allí en espíritu y sin cuerpo, entonces han de existir misteriosas fuerzas de atracción que conducen al hombre a aquel mundo que es afín con su espíritu, al mundo que ama y que es su verdadera patria. Cultivando lo mas noble y elevado que hay en él, prepara su morada en los mundos del espíritu. En palabras de Steiner: “Los muertos, en realidad, nos quieren siempre advertir que tomemos en serio el mundo espiritual, porque ellos saben de él mucho mas que nosotros”.
Tenemos que aprender a “oír” con toda el alma y todo el espíritu , con todo nuestro ser nacido de Dios. En cada ser humano existe un órgano de percepción directa para la verdad : solo a este órgano puede dirigirse Cristo, “Quien proviene de la verdad, oiga mi voz”.
Acerca de los muertos, ”nada que no surja de una buena disposición del alma”. Al difunto le rodea un mundo de calma solemne, sin embargo hoy en día se suele “hablar” mucho sobre el mismo, siendo a menudo su esencia verdadera enterrada bajo floridos elogios que marchitarán pronto. Un “doloroso silencio” ante la muerte de un ser amado es mucho mas digno que la palabrería agitada, y a menudo hipócrita, con la cual se acalla la propia mala conciencia. Todo depende del estado de ánimo, de la íntima actitud del alma que demostremos a los muertos. La disposición anímica mas beneficiosa para ellos es la de una gratitud tranquila y solemne por lo que han sido para nosotros y por lo que nos han dado.
Nuestros seres desencarnados no solo quieren que les dediquemos recuerdos, que casi siempre son superficiales, sino sentir que en sus amigos sigue viviendo y obrando su mejor ser, que por encima de sus defectos germinen sus impulsos mas elevados, que viviera y siguiera floreciendo en ellos lo que quedó sin cumplir y redimir, cobrando siempre nueva vida en los recuerdos.
En nuestra alma surgirá un sentimiento de satisfacción íntima al ayudar a un difunto, dentro de lo que es posible desde la tierra, en una sana alegría espiritual, en la que podremos vivir juntos, el allá y nosotros acá. Si pensamos en un difunto, retroceden las particularidades y resalta su imagen general. Lo insignificante se desvanece y surge su verdadera alma, lo cotidiano desaparece y deja paso a su ser estelar. Ya no existen más los oscurecimientos del alma que surgen de la difícil convivencia prolongada y de la corporalidad no dominada. Su ser eterno comienza a brillar cual una estrella.
Podemos tener la seguridad de que recibimos noticias del mas allá y deseos para la tierra desde nuestros muertos; no hay este mundo y aquel mundo, y un abismo entre ellos, sino un solo mundo, con un reino visible y otro invisible, y de ninguna manera falta la conexión entre ellos. Hemos de practicar la comunidad con los difuntos, comunidad íntima de yo a yo, acostumbrándonos al mundo de los difuntos, en unas relaciones espirituales mas elevadas que las relaciones sensibles.
Superando lo que el cristianismo medieval deseaba a sus muertos:” Que descansen en paz y brille para ellos la luz eterna”, hoy podemos decir: ”Haz que les sea concedida la quietud del reino de las almas y que la luz del mundo espiritual resplandezca para ellos”.
Sociedad Biosófica
Nota: El contenido del presente artículo está basado en las enseñanzas transmitidas por la “Comunidad de Cristianos”, movimiento para la renovación de la vida religiosa, fundado con la ayuda espiritual de Rudolf Steiner e inspirado en las enseñanzas antroposóficas.
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