Dioses, Ídolos y Demonios
Casi todos nosotros fuimos educados en la convicción de que, con la única excepción, y aún así parcial, de los judíos, todos los pueblos de la Antigüedad precristiana eran idólatras. Se nos ha enseñado que adoraban dioses falsos y que creían que los ídolos de piedra (o de representación pictórica) eran las verdaderas divinidades. Es de ese modo que se nos presentan los antiguos griegos, los antiguos romanos, los antiguos egipcios, los antiguos caldeos y todas las civilizaciones arcáicas (y es así como, aun hoy, algunos pretenden, grosso modo, caracterizar a las religiones orientales). Después, se añade, vino la luz clarísima del Cristianismo, completando la promesa del Antiguo Testamento y trayendo la religión perfecta, y desapareció la idolatría, así como la superstición y las creencias insensatas y crueles.
¿Pero… en realidad esto fue así?
Idolatría de ayer y de hoy
No podemos negar ciertamente que, en la Antigüedad, personas incultas e ignorantes han creído en supersticiones absurdas y abominables. Lo mismo se verifica en nuestros días, tanto en los países católicos como en los de mayoría llamada “protestante”, como en la mezcla que son los Estados Unidos de América; en la India como en el Islam; en China como en Africa o en América del Sur, o donde quiera que habiten seres humanos. La zoolatría, por ejemplo, existió y existe; pero, preguntamos, ¿qué diferencia existe en cultivar o reverenciar al cordero o a la paloma de los cristianos o a la vaca, a Ibis, el gato o… a las serpientes-dragones? En realidad, a nuestro modo de ver, no hay diferencia alguna. La única distinción relevante es la de entender –o no- los símbolos que subyacen a cada una de esas formas animales incluídas en las religiones o mitologías de los pueblos. Una vez comprendidos revelan un mundo maravilloso y lleno de significados; de otro modo son objeto de creencias y cultos sin sentido o de explicaciones superficiales de quien es incapaz de descifrar los misterios que velan.
Volvamos mientras tanto a la cuestión: ¿eran los pueblos de la Antigüedad simples idólatras que creían, por ejemplo, que las estatuas de piedra eran divinidades en sí mismas? Nuestra respuesta solamente puede ser ésta: no eran más (tal vez fuesen menos incluso) idólatras (en el sentido que la palabra adquirió) que los millones de cristianos de nuestro tiempo, cuyas iglesias están repletas de imágenes.
Idolos, Imágenes…
Imágenes… Ah, sí, puede que sí: pero en las Iglesias cristianas hay imágenes y nadie piensa que esas imágenes son el propio Dios, Jesús, María, los santos o los ángeles. Son únicamente imágenes representativas.
En realidad, en tantos casos, no es así: estatuas y otras representaciones están ahí para obtener favores, desde la buena suerte al matrimonio o al embarazo. Fijémonos con todo en la idea de simples imágenes representativas.
Siendo así, los ídolos de los Antiguos no eran más ni menos que eso. Nuestra palabra “ídolo” viene del latín Idolus, que a su vez deriva del griego Eidolon. Y qué significaba Eidolon? Justamente… imagen ¹.
Los crédulos e ignorantes de aquel tiempo tomaban –y continúan hoy tomando- la imagen representativa por la propia realidad. Los más sabios y conscientes siempre reprobaron la superstición, encima de la cual procuraban elevarse los otros. Las palabras de Xenófanes o de Platón, en ese sentido, son algunos entre muchos ejemplos de la postura de los grandes Conocedores de la Antigüedad.
De forma satírica, Xenófanes escribió:
“Hay un Dios Supremo encima de
todos los dioses,
más divino que los mortales/
Cuya forma no es parecida a la de los
Hombres, como tampoco
es semejante a su naturaleza;/
Pero los fútiles mortales imaginan que,
tal como ellos mismos, los dioses
son procreados/
Con sensaciones humanas, con voz y
Miembros corpóreos./
De esa forma, si los bueyes y los leones
Tuviesen manos y pudiesen trabajar
Al modo de los hombres,/
Y pudiesen esculpir con cincel o
Pintar su concepción de la divinidad,/
Entonces los caballos retratarían a los
Dioses como caballos, los bueyes
Los representarían como bueyes,/
Cada tipo de animal representaría lo
Divino, con su forma, y dotado
Con su naturaleza” ².
Lo Divino reconocido por Xenófanes era “la única divinidad se identifica con el Universo, es un Dios-todo” ³.
Mientras tanto, los monoteístas 5 fanáticos pisotearon el conocimiento de los sabios de la Antigüedad 6; y les pegaron el sello de la ignorancia, fingiendo desconocer que la comprensión de esos sabios era bien diferente de la superstición de los hombres crédulos (de todos los tiempos). Para el engrandecimiento de las grandes “fés” –cuyos seguidores era y continúan siendo tan ignorantes tan ignorantes, supersticiosos y manipulables como el pueblo inculto de la Antigüedad-, afirmaron capciosamente que, para los “paganos”, los eidola (ídolos) no eran simples imágenes o representaciones, sino la(s) propia(s) divinidad(es).Esa falsedad ha continuado siendo repetida incesantemente hasta hoy.
¿Demonios?
Lo mismo sucedió con los daemones. Con su propia ceguera e intolerancia (esa sí que es demoníaca en el peor de los sentidos), los fanáticos del Judaísmo, Cristianismo e Islamismo solo pudieron ver entidades diabólicas en los daemon o daimónion de los sabios de los tiempos áureos de la Grecia Antigua (y de Alejandría, de los neoplatónicos, etc.). “Demonio” deriva, justamente, del griego daimonion, de la raíz daemon. No en vano, daemon no significaba (necesariamente) una entidad maligna. Sino que frecuentemente aludía a un ser diáfano, de formas más sutiles y consciencia más elevada, y para los más informados, el propio ser espiritual, la naturaleza más excelsa del hombre. Es de acuerdo con esta acepción que, por ejemplo, Plutarco, en su ensayo “Sobre el daemon de Sócrates”, escribió: El nous de Sócrates era puro y no estaba mezclado con el cuerpo más de lo que la necesidad exigiese. Toda alma posee alguna parcela de nous, de razón; un hombre no puede ser hombre sin ella (…). Cada alma no se mezcla de una única manera, algunas se sumergen en el cuerpo y, de esa manera, durante esa vida, sus cuerpos son corrompidos por el deseo y por la pasión; otras están parcialmente mezcladas pero la parte más pura (nous) permanece siempre fuera del cuerpo. Ella no se sumerge en el cuerpo sino solo por encima 7 de él y cubre 8 la parte más extrema de la cabeza del hombre; ella cumple el efecto de una cuerda que sostendría y dirigiría la parte de abajo del alma, en cuanto que esta fuera obediente y no se deje dominar por los deseos de la carne. La parte que se sumerge en el cuerpo es llamada alma; pero la parte corruptible es llamada nous, y el vulgo piensa que ella está en ellos, como también imagina que el ser cuya imagen se refleja en un espejo está realmente en ese espejo. Sin embargo los más inteligentes que saben que ella está fuera, le llaman Daemon”, “un dios, un espíritu” 9 .
Valdrá la pena que referir aquí que el notable filósofo judío Filón, en “Sobre los Gigantes”, era mucho más lúcido que “legiones” de fanáticos de las religiones occidentales, al escribir que “A los seres que los filósofos de otros pueblos distinguen por el nombre de ‘demonios’ (i.e., daemones), Moisés los llamaba ‘ángeles’”. De hecho, Filón había nacido en Alejandría y estaba imbuído de las concepciones pitagóricas, platónicas y estóicas, aunque amoldándolas a la religión judáica…
Conclusión
Concluímos que generalmente es señal de ignorancia tomar una religión o una cultura en particular como si fuese un modelo universal, y demonizar aquello que otras culturas, filosofías y religiones cultivan como divino o a lo que prestan reverencia y reconocen como razón de ser. Por el contrario sería bueno que reconociésemos la Ciencia Espiritual donde quiera que se haya manifestado y que expandiésemos los horizontes de nuestra comprensión. MIentras tanto, para que tal cosa acontezca plenamente, es preciso descartar la idea de que alguna religión (por ejemplo el Cristianismo) es un caso único y especial, una Revelación de pura vida del propio Dios –si tal Dios personal existiera…-, sin linaje y sin conexión con todo el patrimonio de la Sabiduría Universal.
En esta misma revista, en otro artículo 10, hablaremos de la colectividad de potencias creadoras o dioses (o Dhyan Chohans) que constituyen el Demiurgo del Universo. Refririéndose a ellas (y teniendo en consideración el universo sublime, aunque con imperfecciones, que construyeron), escribió Helena Blavatsky: “… por muchas que sean las pruebas de que exista una Inteligencia directora por detrás del velo, ni siquiera por eso deja de haber defectos y lagunas, resultando muchas veces en fracasos evidentes; se concluye que ni la Legión colectiva (Demiurgo), ni cualquiera de las Potencias que actúan, individuamente consideradas, comportan honras y cultos divinos. Todas tienen, sin embargo, derecho a la reverencia y a la gratitud de la Humanidad; y el hombre debe siempre de esforzarse por ayudar a la evolución divina de las Ideas 11, volviéndose, en la medida de sus recursos, un colaborador de la Naturaleza en su tarea cíclica. Solo el incognoscible Karana, la Causa sin Causa de todas las causas, debe de tener su santuario y su altar en el recinto sagrado e inviolable de nuestro corazón; invisible, intangible, innominado, salvo por la ‘voz tranquila y silenciosa’ de nuestra consciencia espiritual” 12.
José Manuel Anacleto
Presidente del Centro Lusitano de U. Cultural
1 Cfr. “Términos Filosóficos Griegos”, de F. E. Peters, Fundación Calouste Gulbenkian, Lisboa, 2ª ed. 1983.
2 Este fragmento de Xenófanes fue preservado por Clemente de Alejandría, uno de los mejores y más ilustrados de los cristianos de los primeros siglos de nuestra eEra, en su obre “Sromata”. Clemente incorporó al Cristianismo muchos elementos de la filosofía griega (su tendencia era neoplatónica), se llamó a sí mismo un ecléctico – fue discípulo del gran Amonio Saccas-, mencionó respetuosamente a Buddha y naturalmente fue en ciertos momentos atacado como hereje. En cuanto a Xenóganes (580 al 488 A.C.) fue el iniciador de la escuela eleática, en la que se destacaron el gran Parménides y Zenón, y puso gran parte de su tónica en la unidad del ser.
3 Cfr. “Historia de la Filosofía”, Vol. I, de Incola Abbagnano (Editorial Presencia, Lisboa, 1976).
4 Aunque pueda ser vulgar, en una cultura mediocre, menospreciar a Platón (428 a 347 A.C.) –ya sea por la vía de la alusión al “amor platónico” , en un sentido banal que aquel filósofo nunca le quiso dar, o sea considerándolo como desprovisto de objetividad-, la historia le ha acreditado continuamente. Esperamos, en un próximo artículo, demostrar como, desde el Renacimiento hasta los modelos interpretativos de la Ciencia contemporánea, el hilo de la tradición pitagórica y platónica probó sus extraordinarias potencialidades. Fue redescubriendo esa tradición, concretamente en su énfasis matemático y geométrico., que la pintura y la arquitectura prodigaron colosalmente en los Siglos XIV y XV ; que la ciencia moderna surgió a la luz del día (Copérnico, Kepler y Galileo, por ejemplo, se inspiraron en ese legado. De hecho mucho antes, Aquímedes, Aristarco de Samos y Eratóstenes habían hecho lo mismo. Permítasenos recomendar el libro de Alexandre Koyré “Galileo y Platón”); que los más notables filósofos de la Edad Moderna dejaran sus más grandiosas obras –véase Giordano Bruno, un mártir de la Libertad, del Bien y de la Verdad, véase a Spinoza con su “Etica…demostrada a la manera de los geómetras”; véase el respeto y el interés de Leibnitz, Descartes y Kant por las matemáticas. Las puertas de la Academia Platónica solo eran franqueadas a quien conociese geometría; los pitagóricos habían desarrollado las matemáticas. Y éste es hoy el gran instrumento de la Física en sus investigaciones y formulaciones de leyes. Mucho antes aún, los neoplatónicos y neopitagóricos constituirían las luces mayores de la Era Cristiana, por lo menos en las llamadas (sin mucho rigor) civilización y cultura occidentales. Recordemos que Platón se imbuyó de gran parte de las ideas pitagóricas y que ésta tienen sus raíces en Egipto y en la India. Hay un hilo dorado de Sabiduría que sobrepasa todos los tiempos y latitudes, incluso en las circunstancias más adversas.
5 También somos normalmente educados en el presupuesto de la superioridad de las religiones llamadas monoteístas: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo. En realidad, éstas fueron y son las más intolerantes, separatistas, tantas veces sanguinarias y que, constituyendo réplicas más o menos desvirtuadas de otras con mayor antigüedad, perdieron en innumerables aspectos las referencias originales de donde procedían. De ahí que no es rigurosa esta división, común en la vigente catalogación cultural, entre religiones monoteístas y politeístas. En honor a la verdad, cualquier religión digna de ese nombre es ambas cosas (monoteísta y politeísta); también son monoteístas las religiones arcáicas, con el Uno innombrable encima de todas las potencias creadoras y operantes (dioses), y también son politeístas el Judaísmo, el Cristianismo y hasta el Islamismo con sus propios ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tronos, etc. (y, en el caso del Judaísmo, con Jehová celoso de los otros dioses), para no hablar de los santos y de la Virgen María, tan semejante, en la formulación dogmática católica, la diosa egipcia Isis, la Devaki (Madre de Krishna), la reina Maha-Maya, madre de Buddha, y todas las madres divinas de la Antigüedad. El Ocultismo consagra el Monoteísmo y el Politeísmo, afirmando que “Hay una sola vida, que integra innumerables vidas” o “Todo cuanto existe, existe en un Ser mayor”.
6 Sobre la destrucción de gran parte del patrimonio de la Sabiduría acumulada (y precipitada en obras) por generaciones sucesivas de Sabios de la Antigüedad, cuya destrucción fue perpetrada por los fanatismos “cristiano” e “islámico”.
7 Para volver más claras las afirmaciones de Plutarco a la luz de la Sabiduría Oculta, nada mejor que las palabras contenidas en las “Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnet”: “…Ni Atman ni Buddhi estuvieron nunca dentro del hombre, un pequeño axioma metafísico que usted puede estudiar con provecho en Plutarco y Anaxágoras. Este último hace de su Nous autokrates el espíritu poderoso por sí mismo, el nous que era el único en reconocer noumena, como Plutarco enseñaba, con base en Platón y Pitágoras, que el demonium o este Nous permanecía siempre fuera del cuerpo…”, etc. Recordemos que, en el septenario de los principios humanos, Buddhi (Intuición, Razón Pura) y Atman (Espíritu, Voluntad Espiritual), contando desde abajo, son, respectivamente, el 6º y 7º Principios –esto es, los dos superiores-. En este mismo sentido ver el libro “Luces de lo Oculto” (CLUC, Lisboa), específicamente en la respuesta nº 15.
8 En el sentido de adombrer francés.
9 Esta oportuna adicción explicativa a las palabras de Plutarco fue hecha por Helena Blavatsky, en su magnífica obra “Isis sin Velo”, al citar a aquel autor.
10 “Esoterismo de la A a la Z”.
11Helena Blavatsky hace aquí una alusión a la filosofía platónica, que ella tanto apreciaba, como escribió de forma expresa, desde luego en el inicio de su primer libro (el ya citado “Isis sin Velo”). Según Platón la creación demiúrgico era hecha en obediencia a los modelos de las Ideas o formas (Eide, plural de Eidos), existentes en la Mente Cósmica, en el Universo Inteligible (Kosmos Noetos). El decía que los dioses eran “amigos de los eide”.
12 En “La Doctrina Secreta”, Vol. I.
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