Cristo y los Evangelios en Antroposofía
Cuenta una leyenda griega que en cierta ocasión Sueno, en completo estado de ebriedad, fue conducido hasta su discípulo Dionisios por Midas, rey de Frigia, y que Dionisios, en recompensa, concedió a Midas el don de convertir en oro todo lo que tocara. Con las salvedades del caso, de Rudolf Steiner puede decirse que, como Midas, convirtió en oro purísimo todo lo que tocó con la magia de su pluma y de su verbo. Filosofía, ciencia, arte en todas sus manifestaciones, historia, religión, mitología, educación, medicina, sociología, teología, agricultura —en suma, toda la gama de actividad humana— fueron fecundadas, iluminadas por la luz potente de su visión espiritual. La magna obra de Steiner está contenida en numerosos libros, escritos y en casi seis mil conferencias dadas por él durante el primer cuarto del presente siglo en la mayor parte de las grandes capitales y ciudades importantes de Europa. Como dato interesante cabe apuntar que durante el mes de septiembre de 1924, ya herido de muerte y sobreponiéndose a sus dolencias físicas, dio setenta y dos conferencias —a veces hasta cuatro o cinco en un solo día— sobre temas diferentes. ¡Si alguien busca milagros en pleno siglo veinte, él es uno de ellos!.
Este breve apunte se referirá solamente y en forma somera a
Puede decirse que gran parte de la humanidad que se dice cristiana, en realidad ha perdido a Cristo. La crítica materialista —que abarca también ciertos sectores de la teología protestante— al negar la realidad de
En cuanto al catolicismo, aun cuando admite la realidad de
En cuanto a la parte puramente humana, o sea Jesús, existe también una dualidad, aunque de carácter puramente humano. Para tocar este punto hay que hacer mención de las aparentes discrepancias existentes en los cuatro evangelios, particularmente entre los sinópticos de Mateo y Lucas. Tales discrepancias son tan evidentes que no precisa ser teólogo ni crítico especializado para darse cuenta de ellas; cualquiera que sepa leer y que tenga cinco centímetros de frente puede comprobarlas. Como estas discrepancias son demasiado numerosas, me referiré solamente a aquellas que tienen relación directa con lo que se expresa más adelante. Efectivamente, el Evangelio de San Mateo empieza precisamente con la lista de las generaciones, cuarenta y dos en total partiendo de Abraham hasta llegar a Jesús, y lo hace en sentido descendente, en tanto que el Evangelio de San Lucas las relata en sentido ascendente, partiendo de Jesús hasta llegar a Adán, “que fue hijo de Dios” —un total de setenta y siete generaciones— y no las menciona, sino hasta el Capítulo Tercero. Si se comparan estas generaciones entre David y Abraham, se ve que coinciden en Mateo y Lucas, pero a partir de David la línea genealógica se bifurca, pues en tanto que Mateo sigue con Salomón hasta llegar a Jesús, o sea el linaje real, Lucas parte de Natán, otro hijo de David, hasta llegar a Jesús, o sea el linaje sacerdotal, ya que Natán fue sacerdote y no rey como su hermano Salomón.
Otras discrepancias: en el Evangelio de Mateo vemos que la anunciación del nacimiento de Jesús fue hecha a José en un sueño, en tanto que en el Evangelio de Lucas la anunciación fue hecha a María por el Arcángel Gabriel. En el Evangelio de Mateo vemos que los padres de Jesús eran oriundos de Belén, que fue donde nació el Niño, en tanto que en el de Lucas se dice que los padres eran nativos de Nazareth y que a fin de cumplir con un decreto de César Augusto tuvieron que trasladarse a Belén, lugar donde nació también el Niño, en un pesebre por falta de espacio en el mesón, después de lo cual regresaron a su pueblo, Nazareth. En Mateo vemos que el Niño fue adorado por los Tres Reyes Magos, que fueron guiados por una estrella, en tanto que el Niño de que habla Lucas fue adorado por pastores, a quienes el nacimiento de Jesús les fue revelado por un ángel. Finalmente, el Evangelio de Mateo habla de que José y María tuvieron que huir con el Niño a Egipto a fin de librarlo de la matanza de inocentes decretada por Herodes y de que a su regreso fueron a radicarse en Nazareth y no a Belén, en tanto que el Evangelio de Lucas no dice una palabra de tener que huir para librar al Niño de la matanza de inocentes, lo cual es un indicio claro de que el nacimiento del Jesús de que habla Lucas tuvo lugar algún tiempo después del exterminio de infantes decretado por Herodes, o sea que el Jesús del Evangelio de Mateo era mayor que el Jesús de Lucas.
En esto, como en todo, Rudolf Steiner nos da la clave: se trata de dos Entidades distintas que se fusionaron espiritualmente en una sola al llegar ambos niños a los doce años, inmediatamente antes del episodio del Evangelio de Lucas (Capítulo Segundo) que narra la escena del templo después de que el Niño estuvo perdido tres días. No sería posible, dentro de los límites de esta breve aportación, entrar en consideraciones respecto de la naturaleza de los dos niños Jesús ni de cómo ocurrió la fusión, pues son temas demasiado extensos y complicados y sólo se hace mención de ellos por ser de vital importancia.
Baste decir que en el caso del Jesús del Evangelio de Mateo se trata de un gran Iniciado, con numerosas reencarnaciones, en cuanto que en el Jesús del Evangelio de Lucas se trata de una Entidad que encarnó por vez primera en un cuerpo humano.
Volviendo al tema del Misterio del Gólgota, que es el punto culminante, el centro de gravedad, el cimiento donde descansa el verdadero Cristianismo, es importante hacer notar que se trata de un Acontecimiento imposible de comprobar históricamente, por lo que la crítica materialista que toma en consideración solamente el testimonio de los sentidos, está justificada, desde su punto de vista necesariamente estrecho, en negar
Tácito, uno de los más grandes historiadores romanos que vivió en el primer siglo de Nuestra Era y que tanto escribió acerca de las anticuas tribus germánicas, sólo dedica breves líneas a Jesucristo, de quien dice: “Cristo Jesús, como se le llama, fue el fundador de una secta entre los judíos y fue muerto por decreto de ley…”. Eso es prácticamente todo lo que el gran historiador consideró suficiente decir casi cien años después de Cristo. Y cosa parecida ocurre con Josefo, el historiador judío contemporáneo de Tácito. De entre las numerosas explicaciones dadas por Steiner acerca de la verdadera naturaleza de los evangelios, mencionaré dos episodios: el relativo a Nataniel y el que se refiere a Nicodemo. Cuando Nataniel se sorprende de ser reconocido por Cristo y le pregunta dónde lo conoció, Cristo Jesús responde: “Te vi antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas bajo la higuera” (San Juan, Cap. 1°). “Estar bajo la higuera”, según lo explica Steiner, significa, en el lenguaje de los Misterios, estar entregado a la meditación en el sentido esotérico, o sea estar conscientemente en los mundos del espíritu. En cuanto a Nicodemo, nos dice el mismo evangelista (San Juan, Cap. 3°) que visitaba a Cristo “durante la noche”, lo cual interpretan los críticos en el sentido material de que tales visitas nocturnas de Nicodemo se debían al temor de ser identificado como discípulo de Cristo. Steiner nos da una explicación completamente distinta.
Steiner considera al ser humano como una entidad consistente de cuerpo físico, cuerpo vital, cuerpo anímico y el Ego o Yo que lo distingue del animal.
Durante el curso de la vida humana el cuerpo vital permanece siempre unido al cuerpo físico, no así el Ego y el cuerpo anímico, que durante el sueño se separan de los cuerpos físico y vital y actúan —aunque de manera inconsciente en los no iniciados— en los mundos espirituales. De manera que el evangelista, al hablar de las visitas de Nicodemo a Cristo “durante la noche”, significa que Nicodemo entraba en contacto consciente con Cristo al encontrarse su Ego y su cuerpo anímico en el mundo espiritual durante el sueño. Por estos dos ejemplos puede verse el sentido profundo de los evangelios, aun de aquellos episodios que pudieran considerarse como triviales y relativos a hechos materiales, lo cual no implica, necesariamente, que gran número de tales episodios no tengan, además de su sentido esotérico, realidad material, como la resurrección de Lázaro. Sabemos, por Steiner, que en los antiguos Misterios, cuando a un candidato a la iniciación, después de larga preparación, se le consideraba apto para ella, era puesto en una especie de trance por el Hierofante y los lazos entre su cuerpo físico y su cuerpo vital eran relajados hasta cierto punto, permitiendo así que las experiencias espirituales obtenidas por el candidato iniciado fueran grabadas en su cuerpo vital, de manera que al cabo de un período de tres días v medio, al ser vuelto a su estado normal por el Hierofante, el recién iniciado conservaba el recuerdo permanente de tales experiencias. Estas ceremonias se llevaban a cabo en el más profundo secreto y cualquiera violación de los Misterios era castigada con la muerte. Pues bien, la resurrección de Lázaro no fue sino una iniciación en la que el estado de trance fue provocado de manera espontánea y mediante el impulso de Cristo. Esta iniciación fue realizada, por primera vez, fuera del secreto de los Misterios y en forma pública, oficiando en ella Cristo en lugar del Hierofante. Esto fue lo que más exasperó a los judíos y los llevó a pedir a Pilatos la muerte de Cristo Jesús, pues consideraron el levantamiento de Lázaro públicamente como una violación de los Misterios.
El hecho de que la resurrección de Lázaro haya sido una iniciación fuera del secreto del templo y en la que Cristo ofició como Hierofante, lo indica claramente el Evangelio de San Juan en su Capítulo 11, donde se dice que María Magdalena y Marta y su hermano Lázaro eran amados por Cristo y que cuando aquéllas fueron al encuentro de Cristo para decirle que Lázaro se encontraba enfermo de muerte.
Cristo, en lugar de ir luego a impartir ayuda a Lázaro, como hubiera sido lo natural en el caso de una persona a quien se quiere, permaneció dos días en el lugar donde se encontraba. ¿Qué significa esta actitud aparentemente extraña de Cristo?. Pues significa, según lo hace ver Steiner, que Cristo esperaba el transcurso de los tres días requeridos por la iniciación para levantar a Lázaro de su letargo, que hubiera sin duda terminado en su muerte definitiva sin la intervención de Cristo. Por Steiner sabemos también que Lázaro, a quien en el Evangelio de San Juan, con posterioridad a la así llamada resurrección de Lázaro, se le menciona como el discípulo al que amaba Cristo, no es otro que el mismo que después fue el autor del Evangelio, de las Epístolas y del Apocalipsis, que llevan su nombre, es decir, San Juan.
Y en cuanto al Misterio del Gólgota, o sea
Lo anterior dará una leve idea al lector no familiarizado con las revelaciones de Steiner, de los rudimentos de
El Evangelio de San Mateo: — 15 conferencias (2 series).
El Evangelio de San Lucas: — 10 conferencias (1 serie).
El Evangelio de San Marcos: — 20 conferencias (2 series).
El Evangelio de San Juan: — 68 conferencias (6 series).
El Misterio del Gólgota: — 2 conferencias.
De Jesús a Cristo: — 10 conferencias (1 serie).
El Apocalipsis: — 34 conferencias (3 series).
El Impulso de Cristo y el Desarrollo de
Cristo y el Alma Humana: — 1 serie de 4 conferencias.
Guía Espiritual de
La lista que antecede dará al lector no familiarizado con
Y es que la obra de Steiner tiene como centro de gravedad a Cristo.
Cualquiera que esté familiarizado con los dramas musicales de Richard Wagner sabe que éste introdujo en sus obras los llamados “temas-guía” o “motivos conductores” (Leitmotive). Pues bien, en
Este breve apunte, necesariamente fragmentario, lo sería todavía más si se omitiera hacer mención, aunque sea someramente, de dos grandes figuras que, con Cristo, forman una especie de ternario –ternario, no Trinidad en el sentido que la religión cristiana da al vocablo-. El nombre con que se conoce al primero es el de Lucifer, y en cuanto al segundo su nombre aparece por primera vez en las enseñanzas de Zaratustra en
Estas dos Entidades, polarmente opuestas, tienen una cosa en común: ambas tratan de impedir que el hombre termine la evolución que le ha sido asignada por
Entre estas dos polaridades, entre estos dos abismos, serpentea el camino que nos conduce a Cristo. Ya lo dijo Él: “Yo soy el camino, la verdad y la vida…”. Sin embargo, mediante la intervención del hombre, tanto Lucifer como Ahriman encontrarán finalmente su redención en Cristo.
Finalmente, este apunte no puede darse por terminado sin mencionar, aunque sólo sean unas cuantas líneas, otra figura fundamental en
Quiero cerrar esta breve aportación con una alusión personal: como millones de seres humanos, nací en el seno de una familia católica y fui educado en esa religión. Pero desde temprana edad —15 ó 16 años— me alejé del catolicismo, como consecuencia de la lectura de libros agnósticos o de crítica religiosa negativa y, más tarde, de literatura teosófica oriental (todas las obras de Blavatsky, Besant, Leadbeater, Sinnet y otras), perdí totalmente a Cristo. Fue el estudio de
Melchor de
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