Cristo y Jesús
(Comentarios elaborados sobre una charla pronunciada en el Centro de Luz – Las Rozas – Madrid el 23 de Mayo de 2008)
Cristo y Jesús
Vamos a tratar un tema complejo, intentando su desarrollo de forma lo más sencilla posible, y lo vamos a hacer basándonos en la ciencia espiritual antroposófica. Todos conocemos de alguna forma el cristianismo tal como culturalmente se nos ha enseñado por parte de la iglesia católica, la cual se otorgó a sí misma el derecho exclusivo de tal enseñanza, desde el mismo momento de su origen hace casi dieciocho siglos. Tenemos en nuestra mente toda una serie de conceptos que deberíamos dejar de lado, en esta ocasión, para intentar que no nos condicionasen a lo largo de esta charla.
Hablar de Cristo supone tratar del Ser más Grande, Bueno, Sabio y Poderoso que la mente humana pueda jamás llegar a comprender totalmente, incluso con el máximo desarrollo de su pensamiento a lo largo de todo su proceso evolutivo.
Sin embargo y aunque parezca paradójico, en este momento de la evolubión, parte de nuectra misión consiste, precisamente, en comenzar a introducirnos en el Hecho del Cristo conscientemente.
Para comenzar este proceso tendríamos que empezar por considerar el significado del ser humano y del mundo en todos los ámbitos: históricos, políticos, sociales, económicos, fisiológicos, etc. Pero el significado en todos esos ámbitos desde la comprensión trascendente que puede aportar hoy en día el conocimiento esotérico, bajo su forma actualizada de ciencia espiritual de carácter antroposófico. Todas las personas que tengan interés en comenzar este proceso pueden hacerlo accediendo a la obra de Rudolf Steiner, creador de la antroposofía, el cual nos dejó el legado de su inmenso trabajo compilado en más de 50 libros escritos y sus ciclos de conferencias en un número aproximado de seis mil. Este requisito básico imprescindible en un proceso de desarrollo personal, no es posible naturalmente en el espacio de una charla como esta. No obstante debemos de establecer y caracterizar qué propósito tenía el Cristo cuando estableció su unión, con el ser humano, perceptible en el mundo de materia. ¿Que sentido tiene para el hombre, desde ese momento, dicha unión?
Origen del ser humano
Como es de enorme complejidad el proceso de creación del ser humano, intentaré destacar algunos de los momentos más significativos, en ese proceso, para que tengamos una base con la que comprender los orígenes del problema humano. Podemos hacer algunas referencias a modo de imágenes representativas del problema basándonos en
Vemos también en el Génesis el episodio de la tentación de Eva por la serpiente, después se extiende a Adán, lo que provoca que Jehová los expulse del Paraíso. Esto significa que al ser humano, espíritu que vive en su mundo espiritual, se le expulsa de esos planos espirituales. El ser humano queda en una situación en la que paulatinamente va absorbiendo “materia” hasta que, finalmente, queda encarnado. Se les expulsa del “Jardín del Edén”, símbolo vegetal que representa las fuerzas etéricas o vitales y se les reviste con túnicas de pieles que vienen a simbolizar las fuerzas materiales en las que se les introduce que conducirán a un mundo de dolor y muerte, ya que las características puras de la materia, exentas de fuerzas vitales (energía etérica) son destrucción, descomposición y muerte.
Jehová y la Tentación de Lucifer
¿Por qué hace esto Jehová? ¿Por qué esa expulsión del Paraíso y ese énfasis en la materialización del hombre? No se trata de una venganza o de un castigo, sino de una medida que se ve obligado a tomar para minimizar o equilibrar, en la medida de lo posible, las fuerzas de Lucifer instauradas en el ser humano durante el episodio conocido como “tentación en el paraíso” y que perviven en el hombre hasta el día de hoy.
En nuestra cultura materialista se nos ha inculcado la existencia de un Dios omnisciente y omnipotente, creador de todo lo existente; incluido el bien y el mal. Esto es incorrecto y naturalmente provoca el rechazo y la incomprensión de millones de seres humanos de tal doctrina. El mundo espiritual y la Divinidad que la conciencia del hombre actual, por su desarrollo evolutivo, ya puede empezar a conocer, es muchísimo mas complejo que la simple existencia de ese único Dios todopoderoso que nos han presentado algunas religiones.
Rudolf Steiner explica cómo aquel Dios conocido por el nombre de Jehová representa el aspecto de la actividad de la conciencia más elevada de los Elohim, esas divinidades pertenecientes a la Segunda Jerarquía de Seres Espirituales, designados por la ciencia espiritual como Espíritus de la Forma y en la Biblia como Exusiai o Potestades, son los protagonistas en la etapa evolutiva o Manvântara de la Tierra, dando Forma Espiritual a lo previamente existente y otorgando el Yo al ser humano.
El responsable en ese momento, ante el mundo espiritual, de la evolución humana era Jehová y ante la Tentación Luciférica que ocasiona el despertar prematuro del germinal e inmaduro yo humano y su deficiente funcionamiento, se ve obligado a tomar medidas extremas. Jehová no puede evitar esta contaminación, ni tampoco neutralizarla. Solo puede buscar la mejor situación en la que el ser humano no caiga totalmente seducido por el luciferismo del que ha sido impregnado. Por tanto decide conducir a la humanidad en ciernes a la materialidad de la tierra. Una vez encarnado, el hombre, puede seguir siendo dirigido por la Jerarquías Espirituales correctas, al menos en parte, a través de su metabolismo que es la contraparte fisiológica de todo el contenido humano volitivo, inconsciente e instintivo.
Steiner nos explica que las fuerzas de Lucifer son aquellas que anteponen siempre lo espiritual a lo material. Rechazan lo material, incrementan el anhelo místico y fomentan la huida y el desprecio del mundo de materia, tan mecánico y frío. Tienden a anular todo lo que tiene que ver con una evolución terrestre, como algo que no tiene sentido ya que solo lo puramente espiritual es esencial y por lo tanto real, fuera de toda encarnación o materialización sea cual sea su estado o nivel (Tierra, Agua, Aire, Fuego…) Esto es algo que Jehová no puede admitir, pero hay algo más. La influencia Luciférica induce a la utilización del polo cefálico (superior), la consciencia, Jehová por su parte gobierna, como hemos dicho a través de la voluntad inconsciente, el polo metabólico (inferior) lo cual implica la obediencia incondicional por parte del ser humano, en esa etapa infantil de su evolución. La tentación de Lucifer supone un fogonazo en el cuerpo astral (emocional) del ser humano y da comienzo a la vida interior, un atisbo de lo que será la personalidad, algo que entonces ni podía ni debía existir. Para contrarrestar esta autoconciencia prematura e incipiente, Jehová establece una intensa relación entre la humanidad y la fuerza gravitacional que rige como una de las principales condiciones constitutivas de la Tierra y nos mantiene agregados y apegados a la materia, permitiendo que el poder y la fuerza de los Elohim pueda seguir funcionando en la materialidad. Steiner explica que Jehová consigue estas condiciones a través de un pacto, que se ve obligado a establecer con fuerzas espirituales opositoras.
Por tanto la materialización y encarnación en la Tierra del ser humano suponen una neutralización de las poderosas fuerzas luciféricas. Más allá del concepto equívoco que hoy impera sobre Lucifer hay que recordar que él vino a estimular el polo mental, regido en nuestra época a nivel fisiológico por el sistema nervioso central, permitiéndonos tener una conciencia despierta y hacernos conscientes de la realidad. Por su parte Jehová estimula y gobierna las fuerzas volitivas desde la Luna, rige las fuerzas de reproducción femeninas, los procesos metabólicos y algunos procesos internos en el hombre que se hallan fuera del control de nuestra conciencia.
Fuerzas espirituales y fuerzas materiales
Es importante, por lo tanto, entender que los seres humanos descendemos de un mundo espiritual en el que estábamos inmersos entre fuerzas espirituales (con nuestro Padre en los Cielos) y que por causa de la “Tentación Luciférica”, sin haber tenido culpa o responsabilidad previa, se nos expulsa de ese mundo y entramos en una situación en la que, además de las fuerzas espirituales, recibimos las fuerzas que se generan exclusivamente desde el mundo de materia, que son fuerzas petrificantes, caóticas, desvitalizadoras y necróticas. Desde el punto de vista de la percepción son fuerzas de apariencia, nunca de esencia. Estamos viviendo en una situación intermedia, entre el mundo espiritual y el mundo de materia. Caminamos sobre la materia compuesta de esas fuerzas negativas instaladas en este mundo, recibiendo desde arriba, simultáneamente, el impulso de las fuerzas espirituales positivas.
Cuando vivíamos en los mundos espirituales no tenía sentido hablar de muerte, error o engaño. Solo se podía percibir la Realidad, sin tendenciosidad o desarmonía. La Armonía y la Belleza eran consustanciales con la Verdad y el Bien. No había otra posibilidad. El hombre se vio arrojado a una situación intermedia (tierra de nadie) en donde las fuerzas materiales se van infiltrando, cada vez más, en toda su anterior estructura espiritual suprasensible, que había conformado su estructura esencial durante muchos millones de años, a través de los sucesivos ciclos evolutivos o desarrollos planetarios (manvântaras en sanscrito) durante los cuales el ser humano había vivido en el seno de la Divinidad sin ningún tipo de conciencia propia, bañados en la Conciencia de las Jerarquías Superiores. De manera que se nos arroja fuera del entorno espiritual a un mundo de encarnaciones materiales, primero con un inicio de cuerpo físico primitivo, a través de un proceso en el que el mismo se iba endureciendo, a la vez que los vehículos suprasensibles se han ido introduciendo lentamente en él. Ello ha dado lugar a la pérdida o atrofia paulatina de la conciencia del mundo espiritual, llegando la misma casi a anularse a finales del siglo XIX, al mismo tiempo que la inteligencia humana ha ido incrementándose paulatinamente, hasta llegar, en su desarrollo, al actual intelecto del hombre, que nunca ha sido tan agudo e incisivo y con tal capacidad de razonamiento como el que la mayoría poseemos ahora, en el siglo XXI.
Con anterioridad a la caída o expulsión del paraíso el ser humano no tenía ningún tipo de sensorialidad material. El hombre veía, olía e incluso gustaba espiritualmente. Después todo se ha ido readaptando a la materia. Ello ha ocasionado que el cuerpo humano haya ido absorbiendo cada vez más materia, con el consiguiente incremento de la influencia de las fuerzas necróticas, al lado de las fuerzas espirituales que cada vez han ido teniendo menos poder sobre las materiales. Como el hombre siente cada vez más la fuerza de la Tierra y menos la del espíritu, podemos llegar a entender, entonces, cómo fue que Jehová se tuvo que plantear la destrucción de sus criaturas, la del ser humano y todo lo que está por debajo de él. Es decir los otros reinos de la naturaleza, animal, vegetal y mineral, que son un sustrato del reino humano. Todo eso hubiera tenido que ser destruido porque se requieren, al menos, un mínimo de representantes de ciertos grupos de seres humanos para que puedan residir y evolucionar en el mundo material con la garantía de recibir los impulsos evolutivos y de desarrollo provenientes de las Fuerzas Espirituales Positivas.
Equilibrio de fuerzas en el Ser Humano
Ya hemos visto que estamos en un mundo intermedio constantemente nutrido por fuerzas materiales y espirituales entremezcladas. ¿De qué depende, en la época actual, el que exista un equilibrio para que las fuerzas materiales no predominen sobre las espirituales, tal como ha estado sucediendo hasta ahora? No depende del incremento o disminución de esas fuerzas, sino del impulso y la iniciativa que ponga en marcha el ser humano. Y esa iniciativa va a depender, sin duda, de lo que él piense. Por ejemplo, si soy un ateo o agnóstico no me voy a plantear ser un receptor de fuerzas espirituales, porque, o bien creo que no existen o porque no estoy capacitado para poder conocerlas, y si es así, solo voy a ponerme en una disposición interna inconsciente de recepción exclusiva de las fuerzas de la materia. En tal caso ello se va a reflejar, no solo en el ser humano, sino en todo el entorno: social, político, económico, incluso el artístico. En consecuencia al ubicarse al margen de todo lo espiritual, se produce, inevitablemente, un incremento del egoísmo, de la injusticia, la desigualdad, la pobreza, etc.
Desde el principio, pues, había un problema que no se podía solucionar: Por una parte, es el hombre el que tiene que poner el equilibrio de fuerzas en su propio desarrollo y por otra, cuando es arrojado a la materia no tiene una conciencia desarrollada para poder tomar las mínimas decisiones en su autogobierno. Es por eso que van a surgir unos intermediarios entre el hombre y el mundo espiritual. Es así que van a aparecer a lo largo de la historia (en realidad en la prehistoria) los Oráculos y sus representantes, las Escuelas de Misterios, los Iniciados y sus discípulos, mahatmas y chelas, religiones y castas sacerdotales. Pues, como es bien sabido, el termino religión significa religare, es decir religar al hombre con algo que se ha roto; su relación natural y espontánea con el mundo espiritual al que pertenece. También es por esto que siempre han existido los Avatares, que son los máximos instructores, responsables de la guía de grandes grupos humanos e incluso de creación de civilizaciones.
No obstante lo anterior, podemos constatar que a lo largo de la historia todas las civilizaciones y grupos humanos han acabado en un proceso gradual de degradación, con lo que podía concluirse que no es suficiente el que haya representantes espirituales, encargados de dirigir grupos humanos, que “pastoreen” al ser humano, según el término usado tan frecuentemente en las iglesias; en el sentido de guiar o conducir a los hombres a los que se ha tratado siempre como ovejas de un rebaño, como a seres incapaces de autogobernarse, a los que hay que apacentar por algún pastor cualificado. Religiones y sacerdotes han demostrado su validez temporal en un momento histórico y un entorno social dados, pero también han dejado evidente constancia de su insuficiencia, pues ninguna iniciativa religiosa, representada por una institución eclesiástica ha llegado a tener validez universal y todas sus formas de religamiento espiritual, a medio o largo plazo, han terminado por fracasar. En esta situación la humanidad se enfrenta a una verdadera impotencia en su misión de equilibrar las fuerzas espirituales y materiales que recibe. Asimismo hay que remarcar que el hombre solo puede llevar a cabo este equilibrio durante su vida material, ya que cuando desencarna y regresa al mundo espiritual, ingresa en un mundo de efectos y no de causas libremente generadas por él.
El impulso de Cristo. Cristo y Jesús
Lógicamente es imprescindible tener en cuenta todo lo que se acaba de explicar para empezar a hablar de la figura del Cristo, y abundar, tal y como nos dice Rudolf Steiner, en que a donde van dirigidas las fuerzas del Cristo es justamente a producir ese equilibrio entre las fuerzas que se han generado desde la expulsión de los mundos espirituales, como unas fuerzas espirituales que imprescindiblemente tienen que obrar en el mundo material.
Cuando hemos hablado de la limitación que los seres humanos tenemos en nuestra forma, bastante infantil, de pensar, basta con que nos acordemos de un solo concepto. La Omnipotencia Divina presentada durante siglos por la Iglesia, concepto inculcado por los pastores espirituales. Esto es algo fantástico y sobre todo, falso. Naturalmente esto implicaría que ante problemas muy graves, errores humanos y tragedias de toda índole, Dios lo arreglase todo mediante su imperativo mandato: ¡Hágase! Es importante recordar que Jesucristo dijo: – “Mi reino no es de este mundo”. Es una afirmación fundamental que debemos entender en su justa medida. Su ámbito de actuación no es la materia y la Tierra, sino Los Mundos Espirituales y por tanto este mundo físico de materia no es su reino. En los evangelios se hace mención al Señor del Mundo y al Príncipe del Mundo, llamado este último Satanás y es a ellos a los que, en realidad, pertenece este mundo, al menos de momento. Son ellos los que rigen todos los poderes estrictamente materiales.
El problema es que Cristo tiene que introducir su impulso en este mundo, aunque este reino no sea el suyo. Es un problema divino y entonces surge la necesidad de comprender la figura de Jesús. Como es lógico, hoy no podemos hacer otra cosa que acercarnos a esta figura superficialmente, y hacer apenas un pequeñísimo bosquejo. ¿Quién es Jesús? Es el representante más excelso del Ser humano, pero no es un ente divino, sino humano como nosotros, aunque sí es el mejor de los hombres. Aunque para algunos sea obvio, hay que afirmar: Cristo y Jesús son entidades totalmente diferentes. En este momento, por desgracia hay “pseudoiglesias” y abundantes sectas “esotéricas” que mezclan las dos figuras como si fueran una y la misma, intentando confundir. Hay que planterse: Cristo es la Segunda Persona de la Trinidad. El Hijo o El Verbo. “Y en el Principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios”. En el original griego del Evangelio según Juan no está escrito Verbo sino Logos, un término mucho más amplio. Significa actividad, como el verbo. Un ser en constante actividad, pero también palabra; ahí tenemos previamente el sentido de la palabra. El pensamiento, pero un pensamiento divino. Un pensar creador, estructurador, que se manifiesta a través de la palabra –el sonido– compuesto de tonalidades y armónicos que nosotros podemos manejar y comprender mediante las matemáticas, pero que solo se reduce a nuestro limitado y pequeño sonido audible. Para el sonido más amplio: Divino, Creador, Pitágoras empleaba el término: Música de las Esferas. Es la actividad misma de La Trinidad que puede realmente crear Universos. Muy por encima de todas las otras Jerarquias Espirituales, desde Serafines, Querubines y Tronos, desde las Dominaciones, Virtudes y Potestades, hasta Principados, Arcángeles y Ángeles. Es la Entidad Espiritual que asume, LIBREMENTE, su asociación con la humanidad encarnada en un mundo material para empezar a posibilitar un equilibrio y armonía entre las fuerzas que la influyen para su desarrollo evolutivo.
Para el hombre puede suponer algo incomprensible el sacrificio que lleva a cabo una entidad tan excelsa y elevada para incorporarse a un ser humano. Cómo un ser tan grandioso ha de ir gradualmente contrayéndose hasta poder introducirse y relacionarse, a todos los niveles: físico, anímico y espiritual, con un representante válido de la humanidad: Jesús de Nazaret, el mejor de los seres humanos. Es de destacar el desarrollo espiritual, junto con el físico material de algunos seres humanos especiales o sobresalientes, tales como: Buda, Hermes, Moisés, Apolo, etc., hasta llegar a Zaratustra y Jesús, personajes que pueden recibir potentísimas fuerzas espirituales sin dejar de ser hombres, y que en virtud de ello pueden convertirse en los guías y dirigentes espirituales de tantos discípulos y seguidores. En consecuencia son, algo así como la reserva espiritual en un mundo material llamado inevitablemente, por su propia naturaleza, a la degradación y a la eventual desaparición.
Jesucristo
Según Steiner, el ser humano Jesús, como ARQUETIPO HUMANO, recibe la quintaesencia del desarrollo espiritual de los personajes más sobresalientes a lo largo de la historia, de los que obtiene su sabiduría. Más importante aún es el hecho de convertirse en el mayor y mejor representante de una cualidad muy devaluada y mal comprendida en estos tiempos: la pureza. A esta cualidad se la puede describir como una ausencia de deseos provocados por los estímulos procedentes de todo lo “físico–material”. Esto significa que en Jesús se reúnen, de una parte, la mayor Sabiduría que la experiencia en las encarnaciones puede proporcionar y, de otra, la ausencia absoluta de deseos procedente de esas encarnaciones. Una situación absolutamente única e irrepetible. Es gracias a esta situación excepcional que Jesús se convierte en el perfecto receptor, como ser humano, del Cristo. La humanidad había ido degradándose de forma imparable, hasta que, hace aproximadamente 2.000 años surge el hombre: Jesús de Nazaret, el ser más puro y evolucionado sobre la Tierra. El Cristo, por su parte, va comprimiéndose desde su grandeza y poder en dirección a esa incorporación humana, con el enorme sacrificio correspondiente que escapa a nuestra comprensión, para integrarse, así, con las fuerzas terrestres. Asimismo Cristo necesita debilitar su enorme poder espiritual, amortiguándolo, para no dañar, sobre todo, la estructura física corporal de Jesús en su incorporación, que no encarnación. El comienzo de esta incorporación ocurre cuando Jesús tiene 30 años, en el acto de su bautismo por Juan en el río Jordán. Jesús deja de ser un hombre normal y comienza a ser impregnado por la entidad de Cristo durante poco más de tres años. Es a partir del bautismo cuando podemos hablar, ya con sentido, de JESUCRISTO, una entidad compuesta de una parte Divina y otra humana.
Por medio de la Ciencia Espiritual sabemos que el ser humano se compone de cuatro aspectos o cuerpos: el físico, el etéreo o de fuerzas de vida, el astral o anímico emocional y el yo, ego o personalidad. Este último es el que representa nuestra parte espiritual y el que está llamado a comandar a los tres cuerpos inferiores, aunque ya sabemos que, normalmente, no es así todavía en la etapa evolutiva del hombre actual. Jesús también tenía estos cuatro aspectos, pero al ser bautizado por Juan en el río Jordán, su yo humano queda liberado, tal como manifiesta Rudolf Steiner, siendo sustituido por el Yo de Cristo, que va a comenzar a obrar como un yo humano sobre los otros tres cuerpos de Jesús. Cristo, incorporado en Jesús, tiene que empezar a experimentar con las fuerzas materiales, a sentir hambre, sed y todas las situaciones relacionadas con un cuerpo físico de materia, ya que, como Divinidad no perteneciente a este mundo, hasta entonces no conocía.
Un Arquetipo Espiritual en el Mundo Material
Todo lo que sucede en Jesús de Nazareth representa el Arquetipo Divino, en la Tierra, de lo que puede pasar entre cualquiera de nosotros y el Cristo: La Cristificación del Ser Humano. El arquetipo se puede describir como: modelo primigenio espiritual que permite construir o crear un número prácticamente infinito de seres que son reconocibles como pertenecientes a la misma clase (tipos). El Arquetipo vive en el mundo espiritual y desde allí se manifiesta en la Tierra. Cuando las Divinidades deciden que la humanidad debe recibir alguna nueva cualidad o característica obran de la manera siguiente: Primero buscan un ser humano que pueda recibir adecuadamente esa cualidad específica y, si ese hombre en cuestión, logra asimilarla correctamente, entonces obra a partir de ese momento como un arquetipo terrenal, que puede servir de modelo para el resto de los seres humanos y así, tal cualidad se irá extendiendo por toda la humanidad. Esto es algo normal como parte de la actividad espiritual en la evolución humana.
Con la actividad crística se esta creando un Arquetipo Terrenal muy especial, a través de Jesus de Nazaret; esto se va produciendo según El Cristo va Yoificando a Jesús durante algo más de tres años. Lo extraordinario de este ARQUETIPO “CRISTO-JESUS”, es que, en este caso no se trata de traer o encarnar una nueva cualidad sino un cambio completo en la estructura humana. Por supuesto en los cuerpos astral y etérico, pero, sobre todo, en el físico que es el impregnado o, mejor dicho, rellenado completamente de materia. Esta materialización sabemos que tiene su origen con la tentación Luciférica y en consecuencia, la “expulsión del Paraíso” y la encarnación en la Tierra. En el breve período que Cristo actúa en Jesús, consigue: primero su transformación espiritual, anímica y vital; más adelante después del proceso de la muerte, llega el de la resurrección que implica la transformación del cuerpo de materia, su redención completa. La primera y perfecta transustanciación humana. Es a partir de este acontecimiento, el éxito completo de la Cristificación de Jesús en todos sus vehículos, que el ser humano tiene garantizada, a su vez, la posibilidad de realizar la misma transformación de manera paulatina. En eso consiste realmente ser cristiano.
El Misterio del Gólgota
Todo lo que ocurre con esta incorporación de Cristo en Jesús se conoce en antroposofía como el Misterio del Gólgota. Aunque se nos ha presentado como un impulso religioso procedente de Palestina, adoptado y administrado por Roma y desarrollado principalmente como religión occidental desde hace 1.700 años, ninguna de las grandes culturas y religiones antiguas han dejado de ser esencialmente cristianas aunque, por supuesto, se les diesen otros nombres. En la antigua raza aria-primigenia, hace unos 9.200 años aproximadamente, los Santos Rishis aún se referían a “Visvha Karman” como aquél que está mas allá de las esferas. Es decir fuera de un claro alcance de percepción suprasensible, pero del que se recibe algo así como una inspiración anímica semi-consciente. Mucho después, dentro de la civilización proto-persa, hace unos 7.000 años, Zaratustra hablaba de Ahura Mazdao (El Aura del Sol) y El Señor de las Tinieblas (Aingra Manyu o Ahriman), lo cual constituía la presentación de la DUALIDAD en la civilización, como una manifestación en la realidad del mundo de materia. El bien y el mal. La luz y la oscuridad; una dicotomía que, el ser humano en su evolución, tendría que armonizar y trascender. Así como Zaratustra nos presentaba el Aura del Sol en la que residía El Cristo, el culto al Logos Solar se presentaba en muchas otras culturas “paganas”, incluso en el culto egipcio de Isis y Osiris. Así como en Apolo y Hércules podemos ver el triunfo de Cristo sobre las fuerzas mas perversas, es ese Cristo, que significa “El Ungido”, el que tiene que ver con una impregnación de una fuerza solar o supra-solar, que se transforma en humana al ir incorporándose en un ser humano, en la medida en la que ese ser lo pueda aceptar y acoger.
Durante todo el proceso de encuentro del hombre consigo mismo en la intimidad de su alma, desde los sucesos del Gólgota hasta nuestra época, lo que realmente nos debería importar es: ¿Cómo nos relacionamos cada uno de nosotros con El Cristo? En las culturas paganas la relación se tenía que establecer con fuerzas supraterrenales y los aspirantes a la Iniciación, discípulos que habían pasado toda su vida dedicados exclusivamente a intentar conseguir esa meta, tenían que acceder de forma suprasensible a la esfera solar, abandonando la Tierra en un estado de trance profundo durante tres días, que los situaba al borde de la muerte; en ese estado, si el proceso continuaba correctamente lograban la impregnación del Ser Solar (Logos Solar) produciéndose la anhelada Iniciación. A continuación regresaba a su cuerpo y se llevaba a cabo algo así como un bautizo donde recibía un nuevo nombre, pues a partir de ese momento sería un hombre nuevo, nacido de Dios. Más adelante este Ser, El Cristo, deja de residir en el Sol y descendiendo a la Tierra se incorpora en un ser humano, Jesús, impregnado así con su fuerza y poder espiritual las sustancias y fuerzas materiales. La Tierra, como hemos visto, desde tiempos inmemoriales había ido degradándose despacio pero continuadamente, de forma que en el momento histórico de Jesús de Nazaret todas las influencias suprasensibles que llegaban a la Tierra eran decadentes, antiespirituales y destructivas. Si eso hubiera continuado así, la humanidad se habría destruido a sí misma y la evolución habría fracasado sin remedio.
Para remediar esta situación el Cristo procede de la siguiente forma. Sabemos que la sangre, el sistema circulatorio humano, representa la fuerza del Yo en nuestro cuerpo físico. En el caso de Jesús, desde el bautismo, el Yo que actúa en él es el mismo Cristo, por lo que su sangre va siendo Cristificada. Al morir en la cruz y ser herido por una lanza en su costado, su sangre se derrama en la tierra. Esa sangre contiene todo el poder y la grandeza de Cristo, quintaesenciada, como una potenciación homeopática Divina. A partir de ese momento se produce un cambio trascendental en la relación entre las fuerzas materiales y espirituales en un equilibrio conseguido por el Cristo gracias a la vehiculización de su YO a través de una sustancia humana: la sangre de Jesús.
Únicamente en el ser humano es posible esa relación entre la dualidad, el bien y el mal; entre la luz y la oscuridad. Estamos constituidos tanto por unas fuerzas como por las otras. Por esto somos un eslabón muy codiciado por las fuerzas cósmicas, especialmente por las de la oscuridad que buscan la manera de obrar en nuestro interior pasando desapercibidas. Al tener afinidad con lo bueno y lo malo, tenemos la capacidad de elegir constantemente inclinándonos hacia una u otra fuerza, según nuestra alma se siente más o menos identificada, en cada momento, con una u otra de las fuerzas mencionadas. Además Cristo lleva a cabo su misión de otra manera. En los Evangelios se nos relata el descenso de Cristo a los Infiernos y su Resurrección al tercer día. En su descenso encuentra al Dragón y lo encadena por mil años. Esto significa que las fuerzas opositoras ya no van a seguir enseñoreándose del ser humano, dirigiendo todas las fuerzas terrestres hasta que éste haya evolucionado lo suficiente para: percibir, comprender y poder confrontar, conscientemente, a cada una de las fuerzas opositoras. Cristo atempera, temporalmente su potencia para que no dominen, por completo, al ser humano, ya que éste, a medida que recibía fuerzas materiales, aunque ganaba en autonomía, fue perdiendo su clarividencia.
Desarrollo del intelecto
El uso del intelecto y la pérdida de la conciencia de los mundos espirituales se ha ido incrementando en el ser humano, sobre todo desde el siglo XV hasta el siglo XX, desde el comienzo de la llamada Época del Alma Consciente hasta ahora. Consecuencia de ello es que se han producido en estos siglos una serie de acontecimientos, revoluciones políticas, económicas y sobre todo culturales. La revolución francesa, la Ilustración, el enciclopedismo, la revolución industrial, el bolchevismo, la revolución rusa, el comienzo de los hábitos democráticos en los pueblos anglosajones, etc. A comienzos del siglo XX comienza la expansión del pensamiento intelectual, a través de los diferentes sistemas educativos que van llegando a un número cada vez mas elevado de personas, generalizándose ya en nuestros días el uso, totalmente normalizado, de dicho pensamiento. Si recordamos que hace solo 100 años, la inmensa mayoría de la humanidad no sabía leer ni escribir, podemos darnos cuenta de hasta que punto esto supone una revolución sin precedentes. A partir de este momento este intelecto viene por una parte, a liberar al hombre de tradiciones, hábitos y costumbres que de alguna forma han ido condicionando su vida. Por otra parte, ese pensar se expresa e integra en una oleada gigantesca de un materialismo absoluto como nunca conoció la humanidad. Es en esta tierra de nadie donde se hace posible el comienzo del desarrollo de la conciencia individual.
Transformación de la conciencia
Desde esta conciencia humana, individual, surge ahora la posibilidad de establecer la correcta relación con el Cristo, no a través de iglesias, doctrinas o maestros, sino por la acción individual de cada persona que libremente decida ir penetrando paulatinamente en el significado del Impulso Crístico. Rudolf Steiner nos habla de la necesidad de transformar toda la realidad de este mundo mediante la fuerza Crística. Eso es algo que Cristo no puede hacer por Sí solo. La transformación de la realidad material requiere la colaboración de las personas que quieran asociarse con Él, y aunque ese cristianismo está todavía por desarrollar, es desde comienzos del siglo XX que la conciencia humana puede comenzar esa tarea.
En esta labor el hombre va a confrontarse con todo el peso de una tradición de siglos mantenida por las diferentes iglesias. Éstas, al estar al frente de sus feligreses, se van a oponer frontalmente a cualquier cambio en la conciencia humana que le permita su independencia y autonomía espiritual. Estas instituciones y otras, procurarán seguir influyendo en todos los grupos humanos que puedan mantener bajo su tutela y supervisión, a fin de perpetuar su poder y sus privilegios particulares.
Expansión del Impulso Crístico
El cristianismo real debe ser algo grupal en cuanto que está apelando a la fraternidad entre los seres humanos, pero el acceso y la relación con Cristo tiene, necesariamente, que ser individual, nunca colectivo. El contacto y la conexión con Cristo requieren un anhelo y un firme compromiso personal, por parte del individuo que así lo comprenda y lo sienta, situándolo como fundamento de su vida. Tiene que ser la religión del propio individuo, no algo instituido y jerárquico. Esta religión personal se irá caracterizando por la capacidad personal de percibir, sentir y comprender (no creer), una esencia espiritual en cada ser humano, el Yo. A esta percepción se la conoce en antroposofía como “el sentido del Yo ajeno”. Este hecho irá generando una transformación en toda la sociedad, en el sentido de dotarla de espiritualidad práctica, impregnando todos los actos humanos y sus instituciones de un contenido trascendente. Esta trascendencia no procederá de la fe en lo desconocido e ignorado, sino en la vivencia real personal que irá produciendo cierta sintonía y hasta una sinergía con el contenido esencial de toda la realidad. Esto no es más que un pequeño avance de cómo el hombre de nuestros días puede comenzar a tomar las riendas del desarrollo de su auténtica moralidad.
Para que este proceso comience es necesario que se produzca un incremento de conciencia en el ser humano, de manera que éste tiene, cada vez más, que ir incrementando su propio desarrollo espiritual, mediante la adquisición de un conocimiento que pueda ir comprendiendo, transformando en vivencia personal y por último integrando en sí mismo. Esta es la verdadera adquisición de Sabiduría. Naturalmente este proceso será lento y nunca multitudinario, pero sí imprescindible si la humanidad, en conjunto, tiene que seguir su evolución. Así se irá comprendiendo cual es la relación con Cristo y no como Dios Padre, sino como el Hermano Mayor de toda la humanidad.
En esta labor se puede apelar a las fuerzas de luz del Espíritu Santo, que realmente consiste en la capacidad de percibir la esencia de las personas y las cosas y comprenderlas; pues esa es, precisamente, la característica de Su influencia; la adquisición de Sabiduría, que no es información o conocimiento y que se puede manifestar en cualquiera de nosotros. Para el hombre, el Espíritu Santo, es la puerta de entrada necesaria para llegar a la comprensión de Cristo. En nuestro tiempo el concepto de sabiduría es considerado como algo cultural y sin embargo es la consecuencia de la percepción del espíritu. La posibilidad de comprensión, incluso de las leyes que rigen la materia (ciencia natural), implica la capacidad de poder percibir el espíritu o la esencia que subyace detrás de cada forma o cosa; es decir: percibir la realidad completa, sensible y suprasensible. Si la obra del Padre es la manifestación de la creación de la naturaleza, el Espíritu Santo es la conciencia de la Divinidad que puede ser percibida y comprendida poco a poco en las conciencias humanas, para llegar al aspecto trascendente de nuestras vidas.
La expansión del Impulso Crístico en este mundo necesita, por lo tanto, de individuos que sean sus portadores, que lleven su fuerza y su energía dentro de ellos. Pero siempre ha de ser una fuerza aceptada, nunca un credo asumido o impuesto, pues es algo que puede resonar en algunas personas y en otras no. Por ello nunca puede ser algo instituido coercitivamente. Se requiere, en todo caso, que estemos por encima de cualquier egoísmo y de intereses particulares que pueden ser legítimos pero nunca mezclados con el auténtico cristianismo. El interés de Cristo es, solamente, para promover la correcta evolución espiritual de toda la humanidad. El verdadero cristianismo no es algo que esté o no de moda; que pertenezca a occidente o a otras latitudes, a un tiempo histórico antiguo o moderno. Es el elemento transformador en las encarnaciones, porque, como ya se ha dicho y es preciso insistir: la modificación de la realidad humana y su evolución no puede realizarse allá, en el mundo espiritual, sino sola y exclusivamente en el ámbito del mundo material en el que vivimos durante nuestro paso por la Tierra, en función de nuestra capacidad del desarrollo de la sabiduría y del amor.
Miguel Ángel Quiñones
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