En la Epoca del Despertar de la Conciencia. El Alma Consciente
Según opinión extendida en la ciencia moderna las religiones son el resultado de la invención del hombre para hacer frente a su temor a lo desconocido y para rellenar el vacío de su ignorancia. Y sin embargo ello se contradice con cualquier investigación rigurosa de la realidad: el ser humano primitivo era incapaz de inventarse nada, o de percibir un vacío existencial, pero sÍ era capaz de recibir enseñanzas, no a través del intelecto, sino de entidades suprasensibles que percibía y que le supervisaban y conducían. Por tanto, la religión era el código de comportamiento y comunicación del hombre primitivo con tales entidades no materiales. Y así ha sido durante milenios.
Cuando, tal como nos relata Steiner, el ser humano pierde sus facultades de percepción suprasensible, ya casi extinguidas al final de la época anímica conocida como del Alma Sensible (hacia el
En la etapa del Alma Sensible el ser humano estaba conectado directamente con la realidad que le circundaba a través del sentimiento y de una percepción no mediatizada por el pensamiento. Totalmente integrado en la realidad, formaba parte de ella y sentía conjuntamente con ella, no se cuestionaba su papel en el mundo.
Cuando decaen las facultades propias de este tipo de configuración anímica se plantean las propias del Alma Racional. Hay una desvinculación con el entorno y sentimiento de aislamiento que hace que el hombre se plantee su destino y el profundo sentido de las cosas, del sufrimiento en la vida y acerca de la verdad. En esa época tenemos el surgir del pensamiento como un instrumento para empezar a conocer la realidad y el papel que el hombre tiene en el mundo. Es el inicio del ejercitamiento del juicio y la crítica, que se manifiestan en los primeros autores griegos y en el nacimiento de la filosofía, al mismo tiempo que de un pensamiento racional, aunque cargado de emotividad.
El Desarrollo del Alma Consciente
Desde el siglo VI D.C. se prepara, como impulso espiritual en el proceso evolutivo, el germen de una nueva facultad en el ser humano, en aquella parte de nuestro psiquismo ejercida sobre la percepción sensorial del mundo físico que nos confiere una conciencia de vigilia o alerta sobre la realidad físico-material, necesaria para despertar la individualidad, que subyace en el concepto de egoísmo o falsa individualidad, inicio de lo que en el futuro ha de ser la auténtica individualidad en lo fraternal, en un absoluto desprendimiento y entrega crística. Este impulso va a fermentar a partir del siglo XV, que es lo que se conoce como etapa anímica del desarrollo del Alma Consciente en la que estamos, y que va a durar aproximadamente hasta el 3573. Gracias a esta nueva facultad en la psique de la persona, ésta tiene la opción de encontrarse frente a su propia identidad individual distintiva del resto de los seres, posibilitándole su auto-determinación independiente de las entidades sociales político-religiosas que hasta entonces la han dirigido, o de la atadura a los lazos hereditario-sanguineos o de razas, pueblos y nacionalidades.
En el periodo del Alma Consciente el hombre puede ir despertando a su individualidad absoluta, frente al resto de la realidad entendida como algo ajeno. Van a surgir movimientos filosóficos y diversas teorías de conocimiento, como el romanticismo, el idealismo, el positivismo, el racionalismo y el existencialismo, etc,, en esa búsqueda del comportamiento idóneo para conseguir trasformar positivamente la realidad. La conexión mundo externo / cerebro (sistema neurosensorio) nunca ha sido tan nítida y clara como en esta época, y eso hace posible ese despertar de la individualidad, de la conciencia, a pesar de la dificultad, todavía, de situarnos dentro de la realidad, de lo que es y de lo que nosotros somos dentro de ella.
En esta nueva etapa anímica de despertar de la conciencia se hace una especie de recapitulación, como impulso espiritual de las etapas anteriores, que se pueden caracterizar en lo cultural en los siglos XV y XVI desde Italia del alma sensible (en el Renacimiento) y desde el XVII en Francia del alma racional (con
Posteriormente es en la cultura germano-anglo-sajona (británicos y alemanes) en donde se va a caracterizar plenamente la época del Alma Consciente con la revolución industrial. A partir del siglo XVIII, en el XIX y sobre todo en el XX, después de la 2ª guerra mundial, estos pueblos que la representan, y en su extensión al continente americano, son los que van a ejercer la dirección real en todo el planeta.
Sabemos que los impulsos espirituales que tienen que caracterizar a una época cultural ineludiblemente se producen, aunque sean pervertidos en su aplicación. Como ejemplo tenemos a lo acaecido con
¿Qué es lo que caracteriza a la época del Alma de Conciencia hoy día?. ¿Qué es lo que ha pervertido los impulsos espirituales correctos de fraternidad en lo económico, de igualdad en lo político-jurídico y de libertad en el pensar?. ¿Qué es lo que mueve las voluntades de más de 6000 millones de seres humanos que habitan el planeta? La respuesta es clara y terminante: el dinero, se quiera o no, en manos de oligopolios de empresas multinacionales unidos a los sistemas financieros globales, conjuntamente con la libertad de la economía en todo el mundo regida por el liberalismo o neo-liberalismo económico, asumido a nivel internacional por todo el poder mundial, con el movimiento total de capitales, beneficios ilimitados, etc.
Libertad en el Pensar y Fraternidad en lo Económico
Es una tergiversación de la libertad de pensamiento que tenía que producirse en el siglo XIX: los libre-pensadores; las personas no tienen que estar sometidas, en su capacidad pensante, a ninguna doctrina o creencia, ideologías, raza, sexo o estado, sino a su propio yo. Los procesos culturales y educativos han de posibilitar el funcionamiento autónomo del pensamiento en los procesos de individualización necesarios en la época del Alma Consciente.
Aunque en la realidad que observamos a nuestro alrededor, no es así, lo que sí debería de estar condicionado y regulado por leyes es precisamente la economía, que no se puede mover en absoluta libertad, sino en base al concepto de fraternidad. La economía en plena libertad significa que todo el que pueda va a ejercer los estímulos y a poner los mecanismos para optimizar una producción en base al beneficio exclusivamente personal, sin leyes que le limiten o impidan tal ejercicio.
¿Qué pasaría con la economía si no existiera el dinero, si sólo existiera lo que cada uno necesita como es vivienda, comida, vestido, etc.?.¿Cómo nos íbamos a proveer de todo eso?. Nos daríamos cuenta de que lo importante no es el dinero, que el mismo desapareciese, sino quedarnos sin lo que tenemos (ropa, casa, coche, colegio, etc.). Es esencial el diferenciar entre las estructuras actuales montadas en base al dinero, al trabajar por un sueldo, etc., de la posibilidad de llegar a ser consciente de que si yo produzco algo no es únicamente para mi, sino para los demás, a los que a su vez necesito para vivir, desde un jersey a unos zapatos, todo el intercambio de artículos está sometido a un juego de necesidades mutuas a las que todos servimos para poder nutrir las propias de cada uno en un bien común. En realidad miles de personas están trabajando para permitirme desarrollar mi existencia, y mi trabajo al fin y al cabo siempre es para los demás, no para mi mismo, en ese juego de contraprestaciones mutuas que es la vida social y económica. Si piloto un avión, por ejemplo, no es por el sueldo, sino porque ayudo a desplazarse a 200 personas que lo necesitan. Sin embargo ese proceso se ha pervertido a través del ciclo económico en los últimos siglos y por eso ahora todos creemos que trabajamos exclusivamente para nosotros mismos. El desarrollo profesional es absolutamente egoísta y sin embargo entendemos que eso es lo normal y conveniente. Pero lo importante es lo que cada uno de nosotros aporta a los demás y lo que muchas personas, los demás, nos aportan con su trabajo a lo largo de nuestra vida.
Hijos del Siglo XX
Todos los procesos culturales están basados en teorías de conocimiento, o fundamentos filosóficos que los dirigen. En este sentido todos nosotros somos “hijos del siglo XX”, inmersos en una cultura que se ha estado preparando desde hace algunos siglos, y por eso pensamos como lo hacemos, en normas y creencias que desde la infancia nos han sido enseñadas y que consideramos y creemos verdaderas. En nuestra época de desarrollo de la conciencia individual sería el momento de poner en cuestión todo eso aprendido y darnos cuenta de la gran cantidad de cosas que “sabemos” pero que no son verdaderas. Salvo que seamos analfabetos y marginados socialmente todos estamos educados en base a una civilización occidental que se ha extendido a todo el mundo, desde Europa y América a Asia y desde África a Australia. Es una influencia que viene de los Estados Unidos de América, y está fundamentada en una gnoseología que procede de Europa, concretamente algo de Francia y Alemania, pero fundamentalmente dirigido desde Inglaterra en lo económico, fermentado en USA y expandido al resto del mundo.
Durante miles de años la humanidad había estado vivenciando que los pensamientos son seres vivos que desde el mundo espiritual se manifiestan en la mente humana, que recoge esos pensamientos y los ordena y comprende adecuándolos al mundo físico material. En el siglo XV, como hemos visto comienzo del desarrollo de la conciencia, determinadas personas empiezan a experimentar que su pensamiento nace en su cerebro: “pienso, se me ocurre, tengo ideas elaboradas por mi”. Se va desvaneciendo toda posibilidad de percibir el pensamiento como un regalo, cual lluvia procedente del mundo espiritual, proceso que culmina en los siglos XIX y XX con la expansión de la cultura y la alfabetización de grandes masas de población; se genera una ola cultural que desvanece cualquier conocimiento (que no creencia) espiritual.
Surge el concepto de propiedad intelectual, regida por el dinero, los derechos de autor, la propiedad intelectual, creaciones mentales que tienen un autor. Es un proceso paralelo al aislamiento, al sentimiento de no pertenencia a un grupo, a la importancia personal. Yo soy el que importo, por encima de la familia, raza, país, etc, cada uno es cada uno, con toda su miseria y grandeza. Retrospectivamente, si volvemos la mirada hacia atrás en el tiempo la importancia grupal era mayor, el individuo era importante en función del grupo al que pertenecía. En la época del alma consciente nos consideramos yoes individuales. Es un proceso evolutivo por el que el ser humano tiene que pasar porque es lo previsto en el plan evolutivo divino, pero es evidente cada día más que el hombre habrá de concienciar y enfrentarse a la problemática del egoísmo que rige la individualización, fundamentalmente mediante el incremento de las fuerzas del pensamiento en relación con los sentimientos personales, en esa disyuntiva inevitable que parece oponer al individuo con el exterior: estoy yo sólo y está el mundo, el sujeto y el objeto aparentemente contrapuestos. Y a la vez en ese desarrollo, a partir de mediados del siglo XX, se constata un impulso revolucionario consistente en la nueva toma de posición de la mujer, el aspecto femenino del ser humano, que va a tomar para sí también el impulso de la individualización; deja de estar secuestrada por la masculinidad para actuar autónomamente en el entramado social.
Individualidad e Individualismo
El problema de la individualidad es que puede conducir a crear individuos, algo imprescindible y que obviamente se necesita, pero también conlleva un incremento del individualismo, en la forma más agresiva y separativa de egoísmo. La individualidad es necesaria como proceso, necesariamente egoísta, por el que todos tenemos que pasar y en el que tenemos la oportunidad y el derecho a decidir guiar nuestra voluntad para pensar y actuar de la manera que consideremos más adecuada. Ello supone un enorme cambio cultural en el que las doctrinas religiosas y creencias van perdiendo fuerza. El individualismo hace que me aísle del grupo y vea a los demás, intuitivamente, como algo distinto a mí y por tanto peligroso potencialmente, y por tanto ago a enfrentar. Cuanto más soy “yo” más pierdo en empatía con los demás y menos dependo del grupo, con el que no me puedo comunicar. Ello conduce a la competitividad en un mundo de triunfadores y perdedores, que lo son porque se lo merecen. Sin embargo el individuo es la persona que ha podido independizarse, de alguna manera, de los condicionamientos sociales impuestos. Desarrolla una personalidad acorde con lo que moralmente cree es verdadero y bueno. Puede aportar a lo social lo mejor que tiene ya que la sociedad necesita muchos individuos que hayan desarrollado primero y luego superado las fuerzas de egoísmo.
El yo tiene que relacionarse con el otro yo, no simplemente en función de que el otro me agrade o no constitucionalmente. La esencia está dentro, la animidad y el espíritu están encorsetados y encapsulados en el cuerpo del otro, nuestra realidad espiritual está “acorazada”, y tantas veces oprimida por el egoísmo individualista. Tengo que ver al individuo que está detrás más allá o detrás de la pura apariencia exterior, esforzarme en trascender conscientemente la pura forma exterior del otro, potencialmente peligrosa u opuesta a mí yo, para percibir la interioridad del otro, todo lo cual dificulta tremendamente la intercomunicación y fluidez de las relaciones humanas.
El proceso autocognitivo consiste en asumir que necesito verme a mi mismo y conocerme, pero en realidad hago lo que sea para no ver mi propio yo, y por ello el individuo suele recurrir a drogas diversas, evasiones, etc. que aturden y atrofian mi cuerpo astral (emocional), adormeciendo mi conciencia, porque la conciencia me va a llevar a ver como vive la realidad de mi espíritu, y ello nos puede conducir a la frustración e insatisfacción y por tanto a la huida del propio conocimiento.
La vigente cultura materialista tiene la ventaja de poder homogeneizar, mediante el pensamiento único que allana todas las diferencias, a miles de millones de seres humanos, “robotizándoles” y masificándoles, para cumplir consignas, con todo el poder de los medios de comunicación. En este sentido el problema actual del ser humano no es por una carencia de capacidades espirituales, sino fundamentalmente por condicionamientos culturales que nos han ido castrando convenientemente cuando nos creemos los mensajes tradicionales y reiterativos que contínuamente recibimos del sistema, al compararnos con los arquetipos o estereotipos de los mitos sociales de turno, de los triunfadores, de las guapas, etc.: mensajes como “no eres nadie, no posees nada, no tienes nada trascendente, cuando te mueras se acaba todo…o te condenas o salvas por toda la eternidad si no cumples los mandatos, etc.” Con esto se ha conseguido aniquilar algo absolutamente esencial como es la seguridad del ser humano en si mismo pues todo lo que le daba sostén y firmeza, lo que tenía que ver con la tradición y las costumbres, se ha debilitado y perdido, las iglesias y las religiones pierden poder a marchas forzadas, al igual que las tendencias y formas familiares tradicionales.
Este proceso aniquilador de toda la influencia cultural anterior, que se ha producido en el siglo XX y que sigue avanzando, hace que el individuo se rebele al no haber ya nada que dirija su voluntad, generándose un terrible vacío en las almas, la negación de Dios y de todo lo trascendente, la inseguridad, la soledad del individuo frente al sistema, la impotencia. Por debilidad anímica y fragilidad o vacío espiritual se ha sustituido la fe en la iglesia y en sus dogmas, que ya no se comprenden, por una cierta fe en los postulados científicos, que tampoco se comprenden, aunque se den cómo verdaderos. El sistema socioeconómico y educativo ha olvidado que fundamentalmente somos seres de fe, que necesitamos creer en algo, aunque sea en instituciones que estén por encima de nosotros, a las que otorgar la fuerza y la representación de la verdad que no conocemos: ello nos va a dar una cierta seguridad, y esa necesidad esencial no la va a colmar la ciencia, con sus avances tecnológicos, ya que sólo abarca el campo físico-material, sin respuesta alguna sobre lo trascendente. Al final la persona, si piensa, pierde también esa seguridad y se queda en lo que hoy se vive como una indeterminación en la que el hombre vuelve a experimentar la sensación: “sólo se que no se nada”; ante la vastísima información que recibimos a través de todos los medios y que de nada nos vale en lo esencial puesto que no sirve para contestar a las preguntas vitales básicas: ¿De donde vengo? ¿quien soy? ¿hacia donde voy?.
La humanidad, a lo largo de la historia, se ha venido entregando con confianza infantil a una fe ciega cuyos fundamentos no se integraba ni se comprendía, y así ha venido sucediendo durante muchos siglos, de manera que el hombre se dirigía y sometía a la providencia divina a través de sus “representantes” sacerdotales en la tierra, tanto en el catolicismo como en el resto de religiones establecidas. En este sentido, con respecto a esa fe espiritual exenta de consciencia era necesario e imprescindible que se pudiera hacer un trabajo desde el individuo. La fe era algo que no pasaba por el raciocinio y el pensar autoasumido del individuo, no se comprendían sus fundamentos, y el fenómeno religioso se integraba en base a la fuerza del sentimiento, mediante una entrega y una confianza irracionales y sustancialmente irreflexivas en aquello que no se podía unir o asumir con la fuerza de la conciencia. Pero han pasado más de 2000 años de evolución de historia espiritual desde que ocurrió el gran acontecimiento que dio pié a la religión cristiana y a la creencia espiritual más extendida del hombre moderno, y hoy ya podemos plantearnos las cuestiones conscientemente con la fuerza de nuestro pensar.
Si nos preguntamos: ¿Qué es un ser humano?: entre otras cosas podemos considerarlo como “un centro de conciencia moral en evolución”, es decir, tenemos una conciencia y una moral, que evolucionan. Sabemos que en la naturaleza todo está conformado para que funcione equilibradamente, sin exceso ni defecto, sin que nadie ponga en peligro la continuidad de la vida… salvo el ser humano, que puede ser peligroso para el planeta. Entendemos como moral lo que facilita esa continuidad, e inmoral, lo que la perjudica. El hombre, durante millones de años, siempre ha tenido una moral, sin conciencia, desde cada célula subsumida en el organismo, un organismo en el que actúan y del que forma parte todo un ejército de seres espirituales actuando con la exclusiva misión de conformar el cuerpo, ordenada y abnegadamente. Otras conciencias actúan por nosotros en nuestros cuerpos.
Ahora, a resultas del desarrollo de las diversas épocas históricas, todos somos necesariamente egoístas con el fin de poder individualizarnos, y en su consecuencia ha sucedido que ese proceso de individuación y egoísmo ha hecho a los hombres, en una parte sustancial de su estructura personal, particularmente inmorales. Nuestra conciencia empieza a estar desligada de los estímulos espirituales que desde siempre nos enviaban los impulsos morales instintivos. Históricamente el pensamiento empezó a manifestarse realmente en la humanidad, desde el comienzo de la filosofía -amor a la sabiduría- hace 2700 años en Grecia, cuna de la civilización occidental. Ese pensamiento, aunque todavía se vivenciaba como un regalo del mundo divino de las ideas, permitía entrar en contacto con la realidad, e irá evolucionando hasta que, desligado de lo divino, se considera un derecho de las personas, de los autores pensantes. Se pierde la dirección moral automática, es decir el comportamiento moral instintivo, y se gana la conciencia a través de nuestro pensamiento, una libertad para su utilización en lo que queramos sin la necesidad de estar mediatizados por doctrinas y normas.
Hoy todos tenemos una capacidad de pensamiento, con unas posibilidades ilimitadas que desconocemos; estamos al comienzo de su utilización. Después de cinco siglos lo usamos casi en exclusiva para nuestros intereses particulares, y en ese sentido se ha ido utilizando para ir descubriendo algunas leyes físicas que rigen en el plano material. Este uso egoísta del pensar era necesario y lícito porque el ser humano tenía necesidad de dejar de pensar “religiosamente” (es decir dogmáticamente, de dogma, doctrinalmente, no nos referimos a espiritualmente) sustituyendo tal dogma pensante por un pensar científico, para así ganar el control de la subjetividad y la conquista de la objetividad. Esto tenía que generar una actitud correcta de no usar ese pensar egoísta para adecuar las leyes del mundo físico que puedo descubrir exclusivamente para mi conveniencia y placer. Esa cualidad de objetividad del pensamiento científico era necesaria para que se pudiera desarrollar la conciencia moral individual. Para ello hay que dejar de pensar de forma utilitaria para poner la conciencia de cada uno al nivel de la realidad, proceso que aunque muy largo ya es posible realizar, a partir del siglo XX, por la objetividad ganada gracias sobre todo al desapego en la investigación científica.
Objetividad en el pensamiento que ha llegado a muchos millones de seres humanos, y que posibilita el comienzo de una nueva conciencia moral dirigida por ese pensar libre de prejuicios y condicionamientos culturales y doctrinas. Y todos podemos colaborar en el comienzo de tal proceso si nos lo proponemos y empezamos a desembarazarnos de todos esos condicionamientos culturales que tenemos en la base de nuestra educación y de nuestros subconscientes personales y colectivos. Para ello se requiere básicamente un trabajo personal de auto-conocimiento, un camino de investigación personal sobre la realidad, de cambio de la ciencia natural a la ciencia espiritual, no negando lo natural, sino incluyéndolo dentro del ámbito de toda la realidad anímico-espiritual en la que vive lo físico-material, expandiendo así nuestra conciencia. Consciencia que hoy se halla todavía tan limitada porque nuestra cultura nos enseña (y nos lo creemos) que la misma tiene que ceñirse estrictamente a la enseñanza que recibimos, y cuyas normas y reglas conforman en los hombres condicionamientos mentales, que no han de ser determinaciones que no puedan ser modificadas voluntaria y conscientemente.
En definitiva todo esto nos puede dar la clave del porqué de la situación actual del caos que padece el hombre hoy, de tanta indeterminación y desesperanza. No hay otra salida que el uso consciente del arma e instrumento más precioso con el que contamos: la reflexión y el pensamiento, como puerta a la autocomprensión y autoconsciencia. Cada uno tiene que reflexionar y dándose cuenta (tomando conciencia de la realidad) ver lo que puede hacer. Lo importante es la actitud que tomemos: obrar moralmente lo mejor que podamos según lo que cada uno considere que es lo más adecuado. Ello va a depender de la sabiduría de cada uno, sabiduría que eventualmente se ha de trasformar en amor. La forma que se tenga de ver la vida va a condicionar la moral que se posea. Por tanto lo que ha de primar es sencillamente una actitud exigente y perseverante de buena voluntad y total honestidad. Que los procesos personales sean conscientes, lo más auténticos posible, no artificiales ni inducidos por nada ni por nadie, sino por mi mismo, por mi voluntad, para que, sin angustias ni imposiciones, yo mismo los pueda trasformar.
Equipo Redacción BIOSOPHIA
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