El Mal y las escuelas ocultistas
Una de las cosas que salta a la vista cuando nos reunimos espiritualistas de diversas corrientes esotéricas, donde se reivindica por los benevolentes más impenitentes la bondad intrínseca del ser humano consustancialmente caracterizado por los utópicos ideales de amor, felicidad y unidad que todos ansiamos, es la crispación y desagrado que resultan al establecerse por parte de algunos la existencia objetiva del Mal en la estructura interna del hombre y en tal sentido de la importancia de la toma de consciencia y asunción de ese Mal como parte constitutiva esencial del alma humana, representado por las entidades adversas que habitan nuestros cuerpos inferiores, como punto de partida y como objetivo fundamental a concienciar para su eventual transcendencia y redención.
Se plasma en tales encuentros la distancia, a veces casi oposición irreconciliable, entre dos campos y dos filosofías antagonistas en tal sentido, por encima de las diferencias sobre otros conceptos ocultistas, y es que por un lado se exalta la concepción mirífica del paraíso ahrimánico en la tierra con sus valores supremos de felicidad, paz, prosperidad y bienestar como objetivos fundamentales a conseguir durante el curso de la encarnación humana en el plano físico, mientras que en los dualistas antropósofos y gnósticos cristianos prevalece un concepto sobre la realidad y el espíritu absolutamente distinto, en su aceptación del periplo terrestre del alma humana como un lugar de toma de consciencia y enfrentamiento con el Mal personal y el Mal social, y por tanto como un espacio y un tiempo de inevitables sufrimiento, sacrificio y esfuerzo, donde solo el permanente ejercitamiento de la voluntad será la garantía y el arma contra la oscuridad y la inconsciencia “animal” que ineludiblemente aún habita en nuestra interioridad. Es precisamente ese Mal, o si lo queremos llamar el diablo, el demonio, etc., como concepto real asumido por todas las tradiciones espirituales y religiosas de todos los tiempos, el que se opone sistemáticamente a nuestra evolución y ascenso hacia el espíritu, y que al fin y a la postre no es sino la cara oculta y siniestra de la acción divina (“Daemon est Deus inversus” reza aquel símil esotérico)
Y por doloroso que sea, si aceptamos que lo que se entiende por realidad no es ontológicamente así, sino que la apariencia está constituida por toda una serie de interacciones y proyecciones de tipo similar a la irrealidad virtual que el hombre ya está creando tecnológicamente con ordenadores y aparatos de juegos, habremos de llegar a considerar que lo que el hombre percibe en la realidad externa no es otra cosa que ese Maya/Ilusión según nos lo hacen imaginar una serie de coguionistas desde el espejismo formal de la llamada Octava Esfera, que (en conjunción con los Elohim creadores) son fundamentalmente aquellas Jerarquías llamadas adversas o retardatarias quienes precisamente constituyen ese Mal, cuya misión y único papel dentro de nuestra creación consiste en promover las condiciones para que llegue a generarse la individualidad, el Yo, mediante toda suerte de hostiles pegas y tentaciones y por medio de la aplicación de las fuerzas del egoísmo y la separación, como fase previa inevitable para la ascensión hacia el Espíritu y la conversión de la especie humana en
Se nos dice que aunque esas jerarquías que constituyen
Y es que sobre la base de la doctrina de los modernos esotéricos occidentales surgidos a finales del siglo XIX, los gurúes, maestros y canalizadores de mensajes pseudoangélicos de esa “Nueva Era”, para romper con la tradición cristiana del infierno y del demonio, y en su reivindicación del Edén terreno y de la esencia divina de sus pobladores humanos, parecen desdeñar y negar la naturaleza maléfica de los componentes que conforman su propia estructura interna, y en definitiva se han empeñado en ocultar u obviar la existencia del Mal ínsito en el alma humana. Y aunque “Nada hay oculto que no deba de ser revelado”, que dice el Evangelio, es también evidente que hay que atemperar tal abstracta aseveración con otra del mismo origen: “cuando el tiempo de la exteriorización sea el adecuado”. Parece que ha llegado el tiempo de hacer exotérico lo que era oculto, porque
Sabemos por las descripciones del trabajo de Rudolf Steiner que básicamente existen tres tipos de Entidades Opositoras o Retardatarias a nivel macrocósmico, que tienen su representación microcósmica ineludiblemente en la interioridad humana. De manera somera y muy sintética (la obra del autor antroposófico está a la disposición de cualquier interesado en la materia) las jerarquías que representan ese Mal en nuestro sistema solar serían, de mayor entidad y rango a inferior, las siguientes:
1) Los Asuras, cuya característica fundamental es la entropía, la creación y la destrucción de la materia, el caos y la nada. Se originaron inicialmente en
2) Los seres Ahrimánicos, que originariamente formaron parte de los Kyriotetes o Espíritus de Sabiduría, de la segunda de tales Jerarquías creadoras, que generaron a los Arcángeles de la tercera, y que están dirigidos por el denominado Señor del Mundo: Ahriman, también conocido como Satán, Señor de la mentira, de la materia y de la ciencia tecnológica, así como por Mefistófeles y por Sanat, el PseudoCristo. Ahriman genera formas en la materia, por lo que es el preservador y congelador de la materia, constituye el ideal y la utopía en Occidente en cuanto a los objetivos básicos de nuestra civilización material y de la humanidad todavía infantil: salud, dinero y amor. Si los Asuras generaron la materia y posibilitaron la existencia de la dimensión físico material de la realidad, siendo su objetivo final la destrucción total y la entropía perfecta, con el correspondiente sufrimiento en el hombre que constituye su alimento, Ahriman moldea y da forma a dicha materia, imitando así la labor del Verbo creador, pues es su labor el desviar la atención fuera del Cristo real, como un permanente Pseudo-Cristo que es. Con todo, el ahrimanismo orientalista de
3) Los seres Luciféricos, proceden de
Lucifer encarnó en China hacia el año
La ideología utópica de las sociedades esotéricas orientalistas promueve esta peculiar mezcla de creencias básicamente ahrimánicas, con peculiares matices luciféricos de carácter esencialmente budista y chamánico, que seducen, fascinan y cautivan a tantos buscadores y aspirantes occidentales, que terminan alienados del verdadero Cristo (quien ya anunció de manera expresa: «…vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán» Mateo 24:5 y Lucas 21,5-11) y cuya imagen y cuya palabra imitan y tergiversan pretendiendo hacer aparecer al Cristo como un componente más de la llamada jerarquía de maestros ascendidos, un Cristo ñoño, idílico y casi hollywoodiense opuesto a Aquél que en su día advirtió a los tibios diciendo: “O estáis conmigo o contra mí, no se puede servir a dos señores…”, y que no es sino el Logos Solar, el Verbo galáctico hecho hombre, el Redentor resurrecto.
Y mientras tanto la entidad regente ahrimánica, que se halla retirada a
Por ello es obvio y fácil de constatar que la profecía crística se está cumpliendo ya en tantos aspirantes y discípulos caídos en tal señuelo, y que, si no despiertan de tales letargos y espejismos, acabarán ensalzando y adorando al mesías Ahrimánico cuando éste aparezca. Y por tanto es preciso insistir una vez más en que solo mediante la conquista del Yo y de la individualidad el hombre podrá reconocer su verdadera naturaleza crística y divina, porque si lo que los maestros de la sectas orientales tratan de evitar por todos los medios es el conocimiento del Mal y de las potencias adversas que lo encarnan en el hombre, es precisamente para mantener bajo su dominio devocional sacerdotal al hombre bienintencionado y falto de Yo, y por ello propagan una ideología propia del pasado en la que el individuo carece de autonomía real, al hacerle depender de guías externos, gurúes y maestros de distinto ropaje. Y resulta paradójico y sorprendente que decir algo tan obvio como todo esto, sea rechazado pretextando que este tipo de consideraciones y análisis son un mensaje anticuado producto de un miedo clásicamente católico o del terror bíblico, en vez de, quizás, reexaminar el velo y el pozo del espejismo en el que están sumidos.
Fue Steiner el que explicó reiteradamente que lo que más teme el hombre, lo que le produce un pánico insoportable es la experiencia consciente de lo suprasensible, pues la naturaleza humana no tendría la entereza necesaria para reconocer la existencia y características del Mal, y que solo podría mirarle cara a cara si es capaz de renunciar al ego y de entregarse expresamente al Cristo, pues el ego asúrico que habita nuestro metabolismo introduciría un miedo cerval a todo aquél que intentase ponerle a la luz en su camino inciático. Y es que la aparición del Morador del Umbral provoca tal temor que solo los valerosos serán capaces de trascender ese pavor, y de ahí que por temor a ver la humanidad llega hasta el punto de renunciar a la clarividencia y al acceso a los mundos espirituales. Y renunciar al uso de la lógica y el sentido común, a la facultad del sano discernimiento y de la correcta crítica, es precisamente bloquear el paso a
Quizás sea oportuno recordar aquí la visión de algunos filósofos (como Hegel o Heráclito) que entienden como las claves del progreso al antagonismo y el conflicto, es decir la tensión entre los pares de opuestos, como puedan ser
Y aunque existe esa guerra declarada por el dominio en el mundo entre los Asuras con sus Logias (como detentadores del poder del terror, la represión, el nihilismo, el predominio absoluto del valor económico y la destrucción total en su condición de generadores de la materia física que son), y Ahriman con sus propias Logias (como promotor a su vez del idealismo espiritual materialista e infantil, el gobierno mundial del mundo y del reparto generalizado de los bienes materiales así como modelador de la materia en instrumentos inorgánicos y tecnológicos de vida artificial animados por espíritus elementales), Cristo no intervendrá ni participará en esa lucha, sino que permanece contemplando y espera a que los seres humanos caigan en la cuenta de la verdad de ese juego perverso, afronten su propio Mal kármico, lo asuman conscientemente cargando con su propia cruz, y le reclamen abriéndole sus corazones, a través del desarrollo del Yo como reflejo del Cristo individualizado . Cuando el Principio del Yo tome las riendas de la personalidad interna en lugar del ego y éste se vaya disolviendo progresivamente se producirá el encuentro con el Cristo, de carácter individual en cada caso, donde estén presentes la consciencia, la voluntad y la libre elección del individuo, lo cual resultará en un intercambio energético que conformará el potencial de sus futuros discípulos, aquellos que se pondrán a su lado en los momentos transcendentales de la historia.
Emilio Sáinz
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