Desastres Naturales y Resposabilidad Personal
Asistimos en los últimos tiempos al acoso de numerosos miedos y temores que aterrorizan el alma social. Las catástrofes climáticas y naturales, la gripe aviar, el SIDA, son asuntos que sobresaltan el ánimo del ser humano y se observan como amenazas a la humanidad.
Consecuencia de ello ha sido la multiplicación de esfuerzos internacionales para paliar los graves resultados que estos males provocan. Ejemplo es el gran trabajo coordinado para evitar la expansión del virus de la gripe del pollo, con numerosas reuniones de responsables sanitarios y con la aplicación de todo el saber científico en lograr mejorar la prevención, detección y paliamiento de la posible pandemia que tenemos a la vuelta de la esquina.
Respecto a los desastres naturales, también afloran las mejores virtudes y cualidades del ser humano, tanto individual como colectivamente. Huracanes y terremotos no cesan de recordarnos que la arrogancia del hombre se humilla ante la acción del planeta, porque la ciencia y la técnica, que han conseguido avances espectaculares en muchas otras áreas, no consiguen dominar el entorno natural en que vivimos. Pareciera que la biosfera fuese una entidad con voluntad propia, empeñada en demostrar su absoluta supremacía sobre las especies que la pueblan.
No es nueva la teoría de que el planeta se comporta e interacciona como un ser vivo. Ya hace décadas que el investigador y ecologista James Lovelock propuso su famosa “Hipótesis Gaia”. En ella Gaia, el planeta, se comportaría como un ser dotado de vida, y por tanto reaccionaría como lo hacen todos los seres vivos ante los estímulos recibidos. Si el organismo siente una agresión, reacciona inmunológicamente ante el agente hostil, buscando eliminarlo, contrarrestarlo o al menos controlarlo, para restablecer el equilibrio perdido.
Según esta teoría las diversas actividades del ser humano llevan en ocasiones a la Naturaleza a reequilibrarse tanto de manera paulatina y pausada, como a través de cambios drásticos y traumáticos. Así, diversos fenómenos puntuales, como terremotos, sequías estacionales, olas de frió, etc, son acciones reactivas fulminantes, mientras que procesos como el cambio climático y la aparición de nuevas enfermedades son consecuencia de reajustes a largo plazo.
El proceso seguiría los mismos cánones de funcionamiento que la reacción de nuestro cuerpo a los agentes infecciosos que nos pueden contagiar. Por un lado la reacción inmediata basada en un aumento de temperatura, hipertensión, sudoración, escalofríos, etc. Por otro lado la generación de anticuerpos que combatan la infección, eliminando los agentes patógenos o al menos volviéndolos inocuos.
Causas y efectos
La Humanidad parece no tener en cuenta esta posibilidad descrita. Hemos articulado un poderoso mecanismo que busca aminorar los efectos de las catástrofes naturales, en base a la predicción y a la actuación cuando el desastre ya se ha producido. Actuamos puramente por reacción, tratando de paliar los daños, olvidando que es en el estudio y desactivación de las causas donde debe trabajarse intensamente.
Pero desarrollar esa mentalidad es difícil. La ciencia del siglo XIX y XX se ha centrado en el aspecto descriptivo, en la forma, dejando de lado la búsqueda de los por qués.
La demostración empírica de los fenómenos ha ahogado el mundo abstracto de los significados, alejándonos peligrosamente, aunque parezca paradójico, de la realidad. Y es que no ser consciente de las energías y fuerzas que originan y provocan los acontecimientos es ser ciego a la verdadera realidad. Utilizando un ejemplo analógico puedo convertirme en un verdadero maestro en el tratamiento de los síntomas que delatan una enfermedad; conseguiré bajar la fiebre con antipiréticos; calmaré el dolor de cabeza con analgésicos; disminuiré el malestar en las articulaciones con antiinflamatorios. Todo ello aliviará la sintomatología, los efectos, pero ¿estará realmente tratando la causa que los provoca? ¿No quedaré ciego a la evidencia de que algo está funcionando imperfectamente en mi interior? ¿No deberé hacerme un chequeo y comprobar si no padezco una grave enfermedad que necesita ser atajada?
De igual manera el ser humano prefiere invertir en curar antes que en prevenir. Pero para prevenir hay que aceptar que padecemos o podemos padecer un mal, y probablemente este es el punto débil.
La comunidad científica no es proclive a admitir que la acción del ser humano afecta en tal medida al medio ambiente que puede cambiar parámetros fundamentales de este. Es el caso llamado “cambio climático”. Hasta hace poco más de dos años la generalidad de los climatólogos, ambientalistas y físicos eran profundamente escépticos (al menos de cara al exterior) sobre la realidad del calentamiento global del planeta. Probablemente caían en ese defecto generalizados entre los empiristas, concretado en su tendencia a negar la existencia de un fenómeno si ellos no pueden explicarlo y controlarlo a través de formulas matemáticas…
Hoy en día la dinámica de los hechos ha obligado a los científicos a aceptar la veracidad de ese calentamiento. En pocos meses, las previsiones que hablaban de un aumento de solo décimas de grado en la temperatura de determinadas zonas del planeta para todo el siglo XXI se ha convertido en la probabilidad cierta de un incremento de varios grados en ese lapso de tiempo. De igual manera un incremento pronosticado de unos pocos centímetros en el nivel del mar se ha convertido en una hipótesis consensuada que habla de varios metros.
Lo verdaderamente alarmante es que, existiendo acuerdo general en que la causa de ese acelerado calentamiento global deriva del aumento de la proporción de determinados gases de efecto invernadero provocados por el ser humano, no se observe una voluntad decidida en poner manos a la obra en su disminución. Desde hace años se sabe que fundamentalmente el dióxido de carbono y determinados aerosoles son causa al menos de aceleración del cambio climático que sufrimos. Iniciativas internacionales como el Protocolo de Kyoto intentan poner freno a su emisión. No obstante no parece que entre las prioridades e los diferentes gobiernos se encuentren una acción decisiva sobre este problema.
La salida fácil es decir que los gobiernos no actúan en este sentido. Aunque hay que preguntarse por qué no lo hacen. Con frecuencia tenemos la tendencia a hablar de los gobiernos, incluso en los países democráticos, como si fueran entes absolutamente separados de la opinión publica y de los ciudadanos que los han elegido. Ello es un error. Salvando alguna discusión puntual, los gobiernos democráticamente establecidos responden representativa y fielmente a la mentalidad y opinión de la mayoría que los sitúa en el poder. Y cuando no lo hacen son desposeídos del mismo en las siguientes elecciones. Nos guste o no nos guste, tenemos el gobierno que queremos. Y este gobierno, como cualquier otro, toma las medidas, dicta las leyes, se preocupa de los temas que son objeto de atención por la mayoría del país.
Querer echar la culpa al gobierno constantemente de las decisiones que toma, además de ser incierto, es profundamente insolidario y egoísta, ya que es un ejercicio de autoexclusión en la responsabiidad que tenemos como electores del mismo. Y da igual que no hayamos votado al partido gobernante, sea del signo que sea. Atribuir las decisiones con las que estamos disconformes a la responsabilidad de quien nos representa es obviar que las naciones funcionan como auténticos seres vivos donde todas las partes son necesarias, aunque ninguna puede independizarse y funcionar “por libre”.
Si los gobiernos no prestan la suficiente atención al cambio climático es porque no detectan que la opinión pública esté excesivamente preocupada por el tema. A pesar de lo que pueda parecer a algunos, si miramos las encuestas que se practican con regularidad, este asunto no aparece en el listado de preocupaciones de la sociedad, Y como el gobierno va actuar, por la cuenta que le trae, de acuerdo a esas prioridades, no le concede la importancia necesaria.
¿Cuál sería pues la manera de que el ciudadano de a pie se conciencie de lo que se nos viene encima?
Inversión y rentabilidad
Una cosa es que a todos nos preocupe el medioambiente y otra es que estemos dispuestos al sacrificio inherente a la defensa de la naturaleza. Todos sin duda abogamos por energías alternativas, pero ¿estamos dispuestos a pagar la electricidad mucho más cara si fuese necesario, para la implementación de esas fuentes de energía? ¿Estamos dispuestos a financiar, vía impuestos, grandes proyectos de investigación y desarrollo de energías limpias? ¿Está la sociedad dispuesta a pagar el peaje, aunque sea temporal, de pérdida de puestos de trabajo, en la industria del petróleo, del carbón, de la energía nuclear, del reparto y distribución del combustible de las que viven cientos de miles de familias?
Tal vez los lectores de esta revista en su inmensa mayoría sí, pero la sociedad en general es difícil que aceptara el reto.
La única manera de convencer a una comunidad dada de la necesidad de un cambio drástico en su modo de vida es demostrándole que si no se realiza ese cambio las condiciones de esa vida se degradarán a extremos no soportables, o al menos muy incómodos. Hay que mostrar a la sociedad que es más rentable modificar de manera paulatina hábitos de vida, y que es necesario realizar un esfuerzo económico adicional ahora, que hacer frente a los innumerables peligros de un cambio climático irreversible, con su coste de vidas humanas, de pobreza y de dolor.
Así, por ejemplo, el Gobierno norteamericano, aduciendo que no ratifica el Protocolo de Kyoto porque va en contra de la economía de su país, debe comprender que es mayor el gasto al que hará frente año tras año, debido al aumento de huracanes en el Golfo de Méjico por la elevación de temperatura de sus aguas, que el gasto derivado de las inversiones que las empresas norteamericanas deben realizar para ajustarse a la normativa de dicho Protocolo.
El idealismo es una fuerza indispensable en la evolución y progreso de la Humanidad. Pero la utopía irrealizable conduce a la decepción, frustración y escepticismo, y se convierte en una fuerza retrógrada. Es necesario dotar a los ideales de un criterio práctico y posible, Esa es la verdadera política que busca el mayor bien para el mayor numero.
Aquellos que nos preocupamos por nuestro entorno debemos ser capaces de convencer a la sociedad de que invertir en calidad ambiental es invertir en salud, felicidad y progreso. No seamos ilusos; no vamos a volver a las carretas y los caballos. Determinadas líneas de progreso son irreversibles, Pero sí podemos reconducir ese desarrollo por caminos compatibles con la salud planetaria. Es necesario disminuir drásticamente y rápidamente la emisión de gases de efecto invernadero, aunque para ello deberemos no solo consumir más responsablemente, sino desarrollar fuentes de energías suficientes, limpias y rentables. Si eso no lo conseguimos, todo intento de frenar la circulación de automóviles por las carreteras o de evitar el funcionamiento de las centrales térmicas esta condenado al fracaso.
Javier Martínez
Sociedad Biosófica
Causas y desastres
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