La reencarnación y las religiones
Capítulo VI Transcendencia e Inmanencia de Dios
Dedicaremos ahora algún tiempo al modo en que la idea de la reencarnación es considerada por las religiones. Ya que las Iglesias Cristianas –sea la Iglesia Católica, la Ortodoxa, la Anglicana u otras de raíz Luterana o Calvinista- son ampliamente mayoritarias en los países europeos o americanos donde se va a leer este trabajo, se debe entender como natural que a ellas nos refiramos predominantemente. Eso no significa menor respeto por otras religiones, en las que además como ya vimos, la Reencarnación es un punto aceptado.
Será importante recordar que a lo largo de esta obra establecimos ya una serie de Principios que son presupuestos necesarios e indispensables para la buena comprensión del presente Capítulo. Eso es especialmente verdadero en lo que respeta a la Constitución Integral del Hombre (Capítulo IV y a la definición genérica de lo que es la Reencarnación (Capítulo V). Si eso no fuera tenido en cuenta, alguna de las afirmaciones de esta parte del libro podrán parecer confusas y es probable que algunos lectores presupongan un concepto de Reencarnación que realmente no compartimos. Repetimos que, infelizmente, la idea generalizada sobre la Reencarnación es muy imprecisa.
Para hacer la lectura más fácil, continuaremos con el método de pregunta / respuesta para nuestra exposición.
¿Podemos aceptar la Teoría de la Reencarnación si esta es rechazada por la Religiones?
Cabe aquí repetir una frase consagrada: “No hay religión superior a la verdad”[1]. La realidad de la reencarnación no depende de la opinión de quien quiera que sea.
No obstante, cada Religión es una expresión propia de la Verdad –como una diferenciación de la Luz Una en un prisma, que permite la manifestación de varios colores. Nosotros sustentamos que cada una de las grandes Religiones es, en propósito y en su formulación original, una expresión particular (adaptada a diferentes circunstancias y necesidades) de una Sabiduría Divina, Eterna y Universal, de una suprema Ciencia del Espíritu. De este modo, cualquier religión digna de ese nombre está muy por encima de una simple creencia u opinión. Hay muchas, y tantas veces conflictivas opiniones y creencias. No obstante, los Grandes Instructores que asentaron las bases, la enseñanza original de cada religión, sabían de lo que hablaban, y lo hicieron con amor y compasión, en palabras revestidas de poesía e inspiración, aunque fundamentadas en un conocimiento exacto y riguroso. Es por eso que respetamos todas las religiones.
Cuando nos referimos a religiones, no debemos confundir con sectas, que es una cosa muy diferente. Entre tanto, cuando una religión, o mejor, cuando la interpretación religiosa de una Iglesia se aleja de la Sabiduría Universal, se hace sectaria, unilateral, separada del todo[2].
Hay dos grandes equívocos en el occidental medio relativos a la religión: el 1º es el de juzgar que sólo existe una religión, aquella en la que fue educado; el 2º, es el de suponer que tiene que creer sin pensar e investigar, porque realmente nadie dispone ni podrá jamás disponer de un Conocimiento Espiritual. Se presume así que sólo hay dos posturas posibles: o creer ciegamente en lo que la iglesia dice o, caso contrario, ser materialista o ateo.
Ahora bien, la verdad es que hay una ciencia del espíritu, con una clara y riguroso formulación de Leyes, que todos pueden llegar a entender, sin quedar dependientes de creencias. Y existen muchas religiones que, conocidas, estudiadas e interpretadas en su conjunto, permiten comprender esa eterna y universal Sabiduría, que es el fundamento que a todas subyace y legitima.
De las grandes religiones, solo en las dos más recientes –el cristianismo y el Islamismo- se puede colocar el problema del rechazo de la Reencarnación.
Por las razones arriba expuestas, trataremos específicamente del Cristianismo, sustentando que, como maravilloso medio de perfeccionamiento y de compasión divina ofrecido a la Humanidad por Grandes Seres, él no rechaza la Reencarnación, sino que la presupone.
¿No es verdad qué el Cristianismo rechaza la reencarnación?
No, Lo que aconteció sí, es que Iglesias autodenominadas cristianas, en cierto momento, se alejaron de esa Enseñanza Universal y de todos los Tiempos. Aún así, muchos de los sacerdotes de esas mismas Iglesias, hoy en día, en general privadamente, admiten la realidad de la Reencarnación. Y seguramente sus más altos responsables cuando reflexionan sobre el tema, no dejarán de tener la misma posición –dada la superior lógica, justicia y evidencia que presenta. El problema pues, está en ganar la valentía para asumir públicamente que se cometió un error y volver a la enseñanza original (lo que además, sería encarado con naturalidad por muchos de los seguidores de esas Iglesias que, sincera y honestamente, aceptan la Reencarnación como un hecho)[3].
La Humanidad nunca estuvo abandonada a su suerte. Siempre tuvo la asistencia de lo Divino, y siempre se le prodigaron las Enseñanzas, las referencias y los preceptos para progresar desde el punto de vista espiritual y sembrar causas luminosas, en vez de raíces de infelicidad. Suponer que durante centenas y centenas de millares de años antes del Judaísmo y del Cristianismo, no se ofrecieron a la Humanidad formulaciones religiosas y espiritualistas legítimas, constituye un grave insulto a la Misericordia Divina. Lamentamos profundamente que esa suposición sea mantenida incluso por personas consideradas cultas. Eso tristemente demuestra la manera negligente, desinteresada y primaria con que se reflexiona sobre las cuestiones religiosas.
El hecho es que, Edad tras de Edad, del tronco común de la Eterna y Universal Sabiduría despuntaron innumerables presentaciones religiosas, filosóficas y de ciencia espiritual que, aunque adaptadas a cada tiempo y latitud, son expresión de la(s) misma(s) Verdad(es) básica(s). Entre los puntos invariablemente reconocidos y presentados, se encuentra el de las vidas sucesivas. El Cristianismo no puede ser considerado una excepción –y si así fuera, tendría contra sí la evidencia de incontables generaciones anteriores de grandes sabios dotados de extraordinario Conocimiento y Amor compasivo[4]. En realidad, Jesús fue uno más ¡maravilloso y sublime!- eslabón en esa ininterrumpida cadena de Grandes Instructores.
Él fue claro cuando expresó “Yo no vine a abolir la Ley…” (Mateo, V, 17). Efectivamente el señor Cristo no vino a traer cualquier nueva teología, cualquier nueva teoría filosófica, cualquier nueva explicación global del Universo, de la Vida y del Hombre. No necesitaba hacerlo –más que eso, no debía hacerlo- porque esa explicación siempre había existido y se mantenía válida –se trataba de la Ciencia Universal del espíritu, de la Religión-Sabiduría de todas las Edades. Lo que sí Él vino a ofrecer, esencialmente, fue un poder de regeneración moral de la Humanidad, una técnica más acentuada en la importancia del Servicio activo, una formulación más adecuada a los pueblos que después tendrían una preponderancia en el mundo –constituyendo básicamente la civilización europea y americana (es lamentable que esos pueblos hayan desenvuelto xenofobias raciales, culturales, religiosas…)- y ciertos instrumentos ritualísticos (concretamente los llamados sacramentos) que podrían ser útiles a muchos seres humanos; pero no pretendió obviamente poner en tela de juicio las bases de la Ciencia Espiritual de todos los tiempos (de la que Él es un exponente), pues caso contrario lo habría declarado y expuesto Su “alternativa”.
Si Jesús no conociese perfectamente y no subscribiese por entero el principio de las vidas sucesivas, ciertamente no diría “Sed perfectos como el Padre Celestial es perfecto” (Mateo, V, 48) y “cosas mayores que aquellas que yo hice, vosotros las haréis” (Juan, XIV, 129), pues es evidente que tales conquistas evolutivas no se alcanzan solamente en las decenas de años de una vida. Él alude a condiciones cualitativas y substanciales que la media de la Humanidad solamente en el futuro, después de varios ciclos encarnativos, podrá alcanzar.
¿Por qué la Biblia no enseña la reencarnación?
Como todos los Libros Sagrados, la Biblia está repleta de un simbolismo cuyas llaves, aunque rigurosas y universalistas, son conocidas por pocos. A esa luz, no se podría contestar la presencia del concepto de la Reencarnación en la Biblia judeo-cristiana. Daremos un simple ejemplo: en Juan XV, 1-8, el Agricultor es el Espíritu Uno, el Padre; la Vid es la Tríada Superior, el Hijo; las Ramas son las innumerables Personalidades encarnativas. Siendo imposible, en el contexto de un libro que pretende ser simple y resumido, lanzarse al desenvolvimiento de tales consideraciones, nos ceñiremos a la interpretación más literal de los textos.
Se cuenta que un día Cristóbal Colón fue interrogado por un eclesiástico que pedía que le indicara el pasaje bíblico donde se dijese que la Tierra era redonda. El gran navegador respondió, aproximadamente; “no lo puedo hacer porque en la Biblia no lo dice. Pero tampoco afirma, en ninguna parte, lo contrario”[5]. De manera semejante, podemos decir que, si en ningún pasaje la Biblia afirma expresamente la realidad de la reencarnación, tampoco en ningún pasaje la niega[6]. Entre tanto, son varios los momentos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, en los que, implícitamente, está presente la noción de la pluralidad de las existencias o, por lo menos, su admisión.
Es el caso, concretamente, de Jeremías, I, 4-5; Malaquías, III, 23 (o IV, 5, en otras versiones); Mateo, XI, 14-15; Mateo, XVII, 10-13; Marcos, IX, 11-13; Juan IX, 2; Juan V, 5-14; Juan, III, 7; Juan, XIV; Hebreos, V,10; Apocalipsis, III, 12 (además de los ya antes mencionados).
Más adelante veremos cómo axiomas fundamentales del cristianismo quedarían completamente invalidados, si no fuera considerada la Ley de las existencias cíclicas (Reencarnación).
Es importante remarcar que referencias a esa ley se encuentran en diversos Evangelios Apócrifos –algunos de ellos con méritos no menores que los llamados Evangelios sinópticos. Por lo demás, la Reencarnación estaba aceptada en el ámbito de las Comunidades y corrientes espiritualistas de donde el Cristianismo despuntó y/o en sus primitivas influencias: los ebionitas, los esenios, los nazarenos, los gnósticos, los ofitas, etc.
¿La reencarnación no es irreconciliable con la resurrección?
No, siempre que se comprenda correctamente lo que es la Resurrección (y también, obviamente, la Reencarnación). Para ello, recurriremos a una cita de uno de los libros del CLUC: “Todos los verdaderos (altos) iniciados “descendieron a los infiernos” y resucitaron al tercer día. La resurrección de los muertos al tercer “día” tiene como significado y correspondencia simbólico-esotérica la apoteosis del ser iluminado: la dominación y la elevación de consciencia, Plano tras Plano –Físico. Astral, Mental-, hasta la liberación de los Mundos de la Forma, de los Reinos mortales.
En los Misterios de la Antigüedad, se correspondía esta realidad con determinados pasos del candidato a la iniciación, éste era conducido a bajar al fondo de una cripta, de donde resurgía, triunfante y redentor de toda la naturaleza inferior, al tercer día (porque triple es tanto la naturaleza inferior como el Yo Superior. La tradición construida alrededor del Gran Avatar de la Era Cristiana en nada de lo esencial difiere de las tradiciones referentes a otros Grandes Avatares precedentes: Orfeo, Krishna (en los aspectos referidos como en tantos otros), Apolo o Gautama. Eso sólo prueba la Magna Verdad –por eso mismo Universal- de la que todos son dramática y sublime expresión: la Eterna Sabiduría y el Camino de la Ascensión a recorrer en ella”[7].
En otras palabras, es necesario que el Cuaternario Inferior o Personalidad, ligado a los tres mundos de mayor materialidad –físico (denso y etérico/astral), emocional y mental concreto- sea integralmente reorganizado, transmutado y revestido por la Tríada Superior –mental abstracto, intuicional y átmico[8]. Entonces el caballo, símbolo de aquel cuaternario[9], se volverá inmaculadamente blanco, montado y dirigido por el Cristo (Cfr. Apocalipsis, VI, 2). De la misma forma, el Señor Buddha (Gautama) inició la larga peregrinación que le condujo hasta la suprema Iluminación montado en un caballo blanco[10]. En la tradición oriental, se habla en el “Avatar del Caballo Blanco”, la culminante manifestación hipostática de Vishnu, según los brâmanes; el Buddha Maitreya referido en el Budismo septentrional, o Sosiosch, el Salvador mazdeista (la religión procedente de Zoroastro), tal como, en una tradición islámica, el venidero Imán, montará un caballo blanco…
Tales conquistas evolutivas, entre tanto, sólo pueden ser alcanzadas al cabo de muchas y muchas vidas de progreso –o sea, de sucesivos renacimientos. Efectivamente, cualquier sentido lógico y coherente de Resurrección no sólo es conciliable con la Reencarnación, sino que la presupone. De este modo, varios pasajes del Nuevo testamento aluden a ambas realidades, no porque sean la misma cosa (como a veces, forzadamente, se afirma) sino porque entre sí se enlazan.
¿Puede darse algún ejemplo de esos momentos?
Sin duda. Seguramente el más notable es el de la 1ª Epístola a los Corintios (XV, 35-50). He aquí como se expresó San Pablo (tanto cuanto las traducciones que han llegado a nuestros días permiten “ver”): “Con todo, dirá alguien, ¿cómo resucitan los muertos? Y ¿con qué cuerpo vienen? ¡Insensato! Lo que siembras no recobra vida, sin antes morir. Y cuando siembras, no siembras el cuerpo de la planta que ha de nacer, sino el simple grano, como por ejemplo de trigo, o de alguna otra planta. Dios sin embargo le da el cuerpo como le place, y a cada una de las simientes, el cuerpo de la planta que le es propio. (…) si hay un cuerpo animal, psíquico, también hay uno espiritual. Pero no fue el espiritual que vino primero y sí el animal; el espiritual viene después. El primer hombre, sacado de la tierra es terreno; el segundo vino del cielo. Así como reproducimos en nosotros los rasgos del hombre terreno, necesitamos reproducir los rasgos del hombre celestial. Lo que afirmo, hermanos es que ni la carne ni la sangre pueden participar del reino de Dios; y que la corrupción no participa de la incorruptibilidad”.
El simbolismo presente en las palabras del Apóstol Pablo es significativo. Un comentario integral justificaría por sí sólo un libro sobre la Antropogénesis y la Constitución Oculta del ser Humano. Por falta de espacio, dejamos solamente algunas notas:
- Las semillas –“como por ejemplo, de trigo”, otro sugestivo símbolo[11] –representan los átomos-permanentes o átomos-simientes ya mencionados en otras partes de este libro. En cada Plano, ellos son el núcleo atractivo que, por afinidad vibratoria individualizada, propia, atraen a los restantes átomos que forman cada cuerpo (no solo el físico) en cada nueva encarnación –a cada una de las simientes el cuerpo que le es propio, en la expresión del Apóstol Pablo,
- Queda inequívocamente demostrado que la constitución del Ser Humano no es tan simple como tener un cuerpo físico y un alma, al contrario de lo que supone el concepto religioso popular. S. Pablo considera: (a) una naturaleza física, (b) un cuerpo psíquico –el agregado Kama-Manas o alma animal- y (c) el Hombre Espiritual (la Tríada Superior). Compárese con lo que escribimos acerca de la constitución integral del ser humano.
- En muy pocas palabras, S. Pablo da una bellísima explicación sobre la Antropogénesis, sobre el desenvolvimiento Humano a lo largo de las diferentes Razas-Raíz (llamadas Generaciones[12] en los Evangelios), sobre el trabajo realizado por grandes Jerarquías de Seres –los progenitores Lunares del hombre terreno y los progenitores Solares del hombre interno o celestial[13] – y sobre el curso de la evolución de las diferentes naturalezas del Hombre.
- El final de este pasaje, esto es, a partir de “Así…”. describe la transmutación substancial arriba descrita –en respuesta a la pregunta anterior-, evidencia que la Resurrección nada tiene que ver con el resurgimiento del cuerpo ocupado en una única vida y deja claro que está en juego, eso sí, un inmenso progreso evolutivo, sólo realizable en muchas vidas (que entretanto nos conducirán a niveles de consciencia gloriosos y sublimes, no susceptibles de ser correctamente descritos en palabras humanas).
¿No es la teoría de la reencarnación incompatible con las nociones de Cielo, Purgatorio e Infierno?
Las habituales formulaciones sobre el Cielo, el Purgatorio y el Infierno –e, incluso, el Limbo de la Teología Cristiana- son maneras muy simplificadas (y, por tanto, carentes de rigor) de intentar imprimir en la Humanidad la noción de la Ley del Karma (“todo lo que sembremos, recogeremos”, en la definición contenida en la Epístola de S. Pablo a los Gálatas, VI, 7) y la importancia de actuar, sentir y pensar correctamente de manera a causar los mejores efectos futuros posibles.
Evidentemente que la realidad, tal como es descrita por la Ciencia Esotérica, es mucho más profunda y repleta de significado. Aún así, sin embargo las ideas de Infierno, Cielo y Purgatorio son conciliables con la Reencarnación, desde que se entiendan claramente cuatro puntos (para referir solamente los principales):
- Sólo en la cruel imaginación de teólogos fanáticos y poco esclarecidos podría existir tal cosa como un infierno eterno. La concepción esotérica rechaza completamente ese absurdo pero explica como, kármicamente, por una ley de causa-efecto, el ser humano puede para sí mismo generar condiciones infernales tanto en los periodos de existencia en el Plano Físico, como en los estados post-mortem. En todos los casos, no obstante, esa condición relativa cesa cuando se agota la potencia (también relativa) de la causa que la originó.[14] Hacemos notar que la palabra eternidad que se encuentra en las traducciones de algunos extractos públicos significaba, originalmente, un periodo de tiempo prolongado – pero no ilimitado.
- En todas las sucesivas encarnaciones, el ser humano tiene que agotar y/o compensar su Karma negativo, lo que representa de igual manera (y principalmente) fuente de aprendizaje y sublimación, con vistas a generar estados celestiales en sí mismo y a su alrededor. Cada existencia tiene así algo de purgatorio. Otra correspondencia de este concepto se encuentra en el “pasaje” por el Kama-Loka, al que ya nos referimos anteriormente.
- Tal y como aludimos en el Capítulo V, hay un estado en el periodo entre las encarnaciones físicas al que podemos llamar Devachán o Cielo. No obstante esa no es la meta final, porque existen todavía muchos peldaños de perfeccionamiento para subir, más lecciones a aprender, nuevas cualidades a despertar. Es un periodo de reposo y felicidad entre existencias “terrenas”, proporcional (en su duración y en su cualidad) a los méritos de cada uno. Cosa diferente es el Moksha (de los hindúes), el Nirvana (de los Budistas) o el Cielo final al que se reportan ciertos textos cristianos ( por ejemplo, Apocalipsis, III, 21) y que Camões tan hermosamente afloró en sus redondillas de Babel y Sión[15]: “Dichoso quien partir Para ti, tierra excelente Tan justo y tan penitente. Que después de a ti subir, Allá repose eternamente”[16].
- Esta superior condición celestial, sin embargo, sólo puede ser resultado de un gran desenvolvimiento en términos de Sabiduría (comprensión de la Leyes regentes del Universo), de manifestación de Amor, de firme y continuada Voluntad de Bien…, de las diferentes cualidades divinas. Ese desenvolvimiento no nos es concedido “milagrosamente”, por cualquier divinidad externa; tiene que resultar de nuestro propio esfuerzo evolutivo (aunque auxiliados por el Majestuoso Orden Universal). Así fácilmente se comprende que el ser humano común jamás podría permanecer en el “cielo eterno” o en un estado “nirvánico”, por carecer de requisitos, de cualidades, de registros de consciencia que lo justifiquen y permitan. ¿Acaso los vulgares pensamientos, deseos, intereses y actos característicos de la media de los hombres y mujeres que conocemos se armonizan con tan excelsas alturas? Ciertamente que no. Por consiguiente, muchas vidas son aún necesarias para realizar el indispensable progreso.
¿Con qué argumentos podemos defender la Teoría de la Reencarnación frente al escepticismo de muchos cristianos?
El más importante y útil de todos, es recordar que rechazar el concepto de la reencarnación hace de la Religión Cristiana un conjunto de contradicciones (conduciendo a muchos a posiciones materialistas). Dirán algunos que los designios de la Providencia son insondables; pero si lo son, parece más digno atribuirle designios justos y bondadosos que designios injustos y crueles. Efectivamente la Iglesia por no aceptar la Reencarnación, tiene que sustentar el inverosímil dogma de las penas eternas, o sea: los breves años de una vida determinarían (en la mayor parte de los casos, todavía según la Iglesia) la condenación y el sufrimiento infinitos. Además de los problemas de crueldad e injusticia que esto envuelve, se preguntará: dentro de la infinita gama de mayor o menor bondad o maldad, ¿dónde delimitar la línea que llevaría a unos al Cielo y a otros al Infierno? ¿qué es el oscuro limbo hacia donde, según la misma concepción, irían –también eternamente- las almas de los niños que no tuvieron siquiera ocasión de dar pruebas positivas o negativas? ¿O irán al Cielo? En ese caso, ¿no será mejor que los padres, desde luego, asegurasen el lugar de los hijos en el Cielo? ¿Qué ocurre con aquellos que nacieron y vivieron –sin culpa alguna- en ambientes cuyas influencias son esencialmente negativas? Si tal hecho es tomado en cuenta, entonces ¿para qué intentar cambiarlo, para qué evangelizar (usando la expresión de las Iglesias)? ¿no se irá solo a crear más responsabilidades inútiles?
La lista de preguntas podría prolongarse indefinidamente. ¿Por qué es al final tan débil el plan de salvación engendrado por Dios? ¿Valdrá la pena originar seres que, en la mayor parte, alcanzarán… la condenación eterna? Si un padre humano –con todas sus limitaciones- está dispuesto a conceder nuevas oportunidades a sus hijos, propiciándoles lo mejor posible, ¿por qué no lo hace, en Su suprema bondad, el Padre Divino? ¿No son respondidas las sublimes palabras de Jesús, en el momento del mayor dolor: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”? Si los hombres, al errar, están sembrando su propia ruina, ¿es precisamente un error de quién no sabe lo que hace? ¿Será posible, en los pocos años de una vida, cumplir el mandamiento del Cristo “sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mateo, V, 48)? ¿Cómo justificar la elección de María para madre de Jesús si no tuviese méritos anteriores que hiciesen justa y no meramente arbitraria la “elección”? ¿Cómo sufrimos las consecuencias de un “pecado original” si entonces no existíamos? ¿Podrá haber un Cielo de Justicia, de Paz y de Amor, en cuanto otros están perdidos en el infierno, como sustentan las Iglesias aprisionadas en el concepto de una única existencia (¿ese no sería más bien un cielo de egoísmo)?
A lo largo de este Capítulo, esperamos haber referido muchos otros elementos que demuestran que, sin las Leyes del Karma y de la Reencarnación, cualquier construcción teológica es precaria e insustentable –excepto con base en una creencia ciega y fanática, de la quien nadie mínimamente lúcido puede hacer apología.
José Manuel Anacleto
- Como muchos saben, tal es el lema adoptado por la Sociedad Teosófica, referida por nosotros muchas veces, por toda la gratitud y respeto que merece, por su pionerismo (fue fundada en 1875). Resaltamos, sin embargo, que el Centro Lusitano es una organización independiente de cualquier otra, aunque reconoce y desea contribuir a divulgar otras organizaciones o corrientes de pensamiento dignas y útiles.
- Las Iglesias de la Religión Cristiana (la cual fue un poderoso y sublime impulso dado a la evolución humana) cometieron el primero de todos sus errores –y causa de todos los que le siguieron- cuando, basados, naturalmente, sus principios, símbolos y prácticas en la Tradición Espiritual que precediera al Cristianismo, negaron tal paternidad (llegando al punto de destruir y ocultar muchas de las pruebas de ese hecho) y maldijeron a las otras religiones o sistemas espirituales, más antiguas, de donde sacaron la mayor parte de sus enseñanzas. Siguió la natural mal interpretación (cuando no la total desvirtuación) de los principios de la Sabiduría Divina de todas las Edades.
- Se recomienda la lectura de las siguientes obras: “Reincarnation –An East-West Anthology”, recopilación de Joseph Head e Silvya L. Cranston (Theosophical Publishing House); “Reincarnation in Chistianity”, de Geddes MacGregor (A Quest Book, 1989).
- Agastya, Krishna, Zoroastro, Orpheu, Patanjali, Kapila, Pitágoras el Buda Gautama, Lao-Tsé, etc, etc.
- Merece la pena recordar que la esfericidad de la Tierra era conocida por los Sabios de la antigüedad, siendo aludida en los Vedas, Escrituras Sagradas de los hindúes que remontan a muchos millares de años atrás. También la concepción heliocéntrica era perfectamente conocida por los pitagóricos…
- Existe, es cierto, un texto (en la Epístola a los Hebreos) en el que casi directamente parece alejar la idea de la Reencarnación. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la referida epístola, aunque generalmente atribuida a S. Pablo, no es de él. La propia Iglesia reconoce que el estilo de esta epístola es completamente diferente de las restantes que se atribuyen a S. Pablo. Es pues un texto de un autor y origen desconocidos. Además, como ya es sabido y reconocido las versiones bíblicas actualmente existentes difieren mucho del original, debido a las diversas y sucesivas traducciones e interpolaciones. Si añadimos que el referido pasaje puede ser interpretado de forma que no pone necesariamente en tela de juicio la teoría de la Reencarnación, parece legítimo no atribuirle excesivo significado.
- “Luzes do Oculto” (CLUC, Lisboa 1998, 2002. Puede encontrarse otros enfoques en el excelente libro “O Cristianismo Esotérico”, de Annie Besant; Ed. Pensamento, S. Paulo.
- Recordamos que en el Capítulo IV ya hicimos referencia a los términos y conceptos aquí aludidos.
- Cfr. H. Álvares da Costa, “O Nascimento do Novo Homem”, en “Biosofia” nº 8.
- Cfr. “Glossário Teosófico”, de Helena P. Blavatsky, cit: “Dicionário dos Símbolos”, Jean Chevalier e Alain Gheebrant, Editorial Teorema, Lisboa, 1994.
- El trigo (la espiga y/o sus granos, o incluso, la hostia de él hecha) era un símbolo de inmortalidad en la antigüedad egipcia, griega, romana, etc. Aparece, mitológicamente, como un regalo de los dioses solares a la humanidad.
- Esto explica muchas aparentes incoherencias de los Evangelios, cuando se usan frases como “no pasará esta generación, sin que estas cosas acontezcan…”. De hecho, no acontecieron en aquella generación, considerada en el sentido común de la palabra, pero aún acontecerán en esta Generación, entendida como Ciclo o Edad de desenvolvimiento humano (en el caso, la 5ª Raza-Raíz).
- Solamente, perfilamos aquí algunos de los rudimentos de la Antropogésis Ocultista. Para amplios desenvolvimientos, se recomienda “La Doctrina Secreta” de H.P. Blavatsky (cit.); “Cartas dos Mahatmas a A.P. Sinnet” (cit.); “The Story of Human Evolution”, de Geoffrey Barborka (The Theosophical Publishing House, Adyar, 1980); “Cycli Evolution”, de Adam Warcup (The Theosophical Publishing House, Londres, 1986); “La Genealogía del Hombre”, de Annie Besant (Ed. Humanitas, Barcelona, 1998).
- Citando a Pietro Ubaldi: “…Debe haber proporción entre causa y efecto. Entonces, no es posible que una causa limitada en el tiempo (una sola vida) pueda producir un efecto de naturaleza ilimitada (eternidad). Esa causa sólo podría producir un efecto a ella proporcional, del mismo orden, esto es, limitado por naturaleza”. En “Problemas Actuais”, Fundapu, Rio de Janeiro, 1981.
- Babel simboliza la Personalidad y los mundos inferiores, separatistas, donde “los Hijos de Dios están exiliados”; Sión, el Espíritu, la Patria del Hombre Real.
- Repárese en la sutileza de la distinción: se puede subir (a Sión), pero sólo en condiciones excelsas ahí se puede permanecer eternamente…
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